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La Biblia -el llamado “Libro de Libros” que, nada es casual, desborda sueños como desborda plegarias- puede consolar pero también advertir: “Vanas y engañosas son las esperanzas del insensato, y los sueños exaltan a los necios. Como quien quiere agarrar la sombra o perseguir al viento, así es el que se apoya en los sueños. El que sueña es como quien se pone en frente de sí: frente a su rostro tiene la imagen de un espejo. ¿De fuente impura puede salir cosa pura? Y de la mentira, ¿puede salir verdad? Cosa vana son la adivinación, los agüeros y los sueños; lo que esperas, eso es lo que sueñas. A no ser que los mande el Altísimo a visitarte, no hagas caso de los sueños”. Si se lo piensa un poco, este tramo a la altura del Eclesiastés, 34, 1-6 es una de las mejores definiciones jamás escritas del escritor en dificultades.

1 El nocturno Nathaniel Hawthorne, en sus fértiles Diarios poblados de sueños, accedía al convencimiento de que en los sueños se encontraba “la percepción instintiva de la realidad”. Ahora bien: ¿cómo saber si el envío certificado, expreso y onírico tiene como remitente al Altísimo, al Bajísimo, o al escritor de altura media, señas particulares ninguna? Los antiguos griegos aseguraban -y también Virgilio en La Eneida- que “también el sueño procede de Zeus”. Se sabe que Confucio soñó su muerte y que Nietzsche sentía que “en el proceso de los sueños, el hombre se ejercita para la vida venidera”. Pensar que, a lo largo de los tiempos, Dios dicta mientras el Diablo inspira no resulta de demasiada ayuda. Unos versos de Antonio Machado -en sus Proverbios y cantares- riman con gracia la complejidad de la relación entre lo divino y lo humano: “Ayer soñé que veía / a Dios y que Dios hablaba / y soñé que Dios me oía.../ Después soñé que soñaba (...) / Anoche soñé que oía / a Dios gritándome: ¡Alerta! / Luego era Dios quien dormía / y yo gritaba: ¡Despierta!”. Se dice, también, que “Dios no castiga a nadie sin antes haberle avisado” y que el modo en que advierte es mediante los sueños.

Un sueño -algo verdadero aunque inasible- que se las arregla para crecer a ficción, también puede ser un castigo. A la hora de soñar lo que se escribe y de escribir lo que se sueña, los soñadores que escriben -los que sufren el castigo- parecen ser los más autorizados. Esos que sueñan y, al despertarse, ya no están seguros de ser un hombre soñado por una mariposa o una mariposa soñada por un hombre.

2 Los escritores son criaturas de la noche, dicen. De noche se escribe mejor o, por lo menos, más. De noche se escribe porque no se puede hacer otra cosa. “Intimidad con la noche” se llama un poema de Robert Frost y en “En mi oficio o arte sombrío”, Dylan Thomas proclama: “En mi oficio o arte sombrío / ejercido en la noche silenciosa / cuando sólo la luna se enfurece / y los amantes yacen en el lecho / con todas sus tristezas en los brazos / junto a la luz que canta yo trabajo / no por ambición ni por el pan / ni por la ostentación ni por el tráfico de encantos / en escenarios de marfil / sino por el mínimo salario / de sus más escondidos corazones. / No para el hombre altivo / que se aparta de la luna colérica / escribo yo estas páginas de efímeras espumas / ni para los muertos encumbrados / entre sus salmos y ruiseñores / sino para los amantes, para sus brazos / que rodean las penas de los siglos / que no pagan con salarios ni elogios / y no hacen caso alguno de mi oficio y de mi arte.”

T. E. Lawrence se hace soldado primero para poder ser escritor después y, en la misma entrada a Los siete pilares de la sabiduría, esculpe lo siguiente: “Todos los hombres sueñan: pero no del mismo modo. Los que sueñan de noche, en los polvorientos recreos de sus mentes, despiertan con la mañana para descubrir que aquello no era sino vanidad: pero los soñadores diurnos son hombres peligrosos, porque pueden llegar a actuar sus sueños con los ojos abiertos, convertirlos en realidad. Esto es lo que yo hice”. Así le fue.

El capítulo LXXXIX (“Sobre el insomnio, la nocturnidad y el amanecer”) de la vital Automoribundia del español Ramón Gómez de la Serna amplía el espectro y hace más sólido al fantasma: “El sueño no nos viene de adentro. Eso es anticuado. El sueño viene de no se sabe dónde y a veces sólo es un golpeteo de asaltantes de chófer. El sueño no sirve más que para una cosa buena: para no ver a los demás. Es absurdo que cuando todo se para, cuando la eliminación duerme, se sostenga que el organismo se desintoxica. A mí no me ha perjudicado el no dormir, aunque tengo un poco estropeada la máquina del sueño como se estropea el triciclo de un niño. En la noche de Buenos Aires mis únicos hermanos con la luz encendida son los ascensores”. De acuerdo, suenan casi desinteresados, generosos y casi heroicos en su humildad. Pero a no engañarse. El insomnio, para los escritores, no es más que ese territorio fértil donde todos duermen y, por lo tanto, el aire rezuma sueños ajenos listos para ser reclamados como propios. A la hora de dormir con los ojos abiertos, los escritores no buscan escaparse contando corderos, los escritores cuentan los sueños de los otros.

“Esperar a que la noche llegue a su fin se me hace cada vez más duro (...) Cuando por fin logré dormirme, volví a padecer ese horrible sueño en el que una ardilla trata de cobrarme como premio en una rifa. Desesperanza”, escribe Woody en “Selecciones de los memorándums de Allen”.

3 Mejor escribir de noche una nota -una nota larga, esta nota, tal vez- sobre los sueños de los escritores. Algunos límites necesarios para lo ilimitado: no mencionar a Sigmund Freud ni a La interpretación de los sueños; no extraviarse demasiado -un poco queda bien- en consideraciones científicas del tipo R.E.M. (con el cuerpo fuera de juego, los músculos virtualmente paralizados, las respuestas motoras inhibidas) ni aportar calurosa data sobre últimos avances científicos; no hacer chistes subidos de tono sobre Las mil y una noches. Dedicarse al sueño como disciplina artística y -por lo tanto- libre de ser interpretado y definido como plazca. Dormir -escribir sobre el sueño- tranquilo y con frazada.

4 En el libro La noche (Grupo Editorial Norma), el ensayista y novelista inglés A. Alvarez propone: “Los sueños son pensamiento sin intelecto (...). Y porque son una experiencia puramente mental, tiene un sentido paradójico, compensatorio, que hablen en un lenguaje concreto, físico, que las ideas y los sentimientos se expresen mediante acciones y cosas, en mímica e imágenes más que en palabras abstractas. Por supuesto, así también trabajan las artes, e incluso aquellas artes cuyo medio es el lenguaje verbal. Vuelven pensables los pensamientos y aprehensibles las emociones usando palabras, pintura, barro, mármol, notas musicales o película para ofrecer, entre otras cosas, una especie de inmediatez física al mundo mental y emotivo. Así pues, también tiene sentido que los sueños estén entre las principales fuentes de inspiración creativa”.

De acuerdo, pero el misterio dentro del misterio reside en por qué el sueño -el sueño inspirador, el sueño que no demora en convertirse en otra cosa- visita más seguido a los artistas de la variedad escritor que a los de cualquier otra subespecie. Una modesta hipótesis al respecto, lo de antes, lo del principio: los escritores son esos animales que sueñan toda la noche y todo el día. “Los sueños son eso de lo que uno despierta”, mintió Raymond Carver con ganas de que fuera más o menos verdad, por favor. Pero, si la vida es sueño, la literatura también.

5 Se puede soñar un cuento donde un padre muerto visita a su hijo vivo, o una novela que empieza con dos hombres conversando a bordo de un velero. Cuando, finalmente, se pone un sueño por escrito se produce la interesante paradoja de estar creando un nuevo sueño y no de hacerlo más real o verosímil, como podría pensarse. Porque una ficción no es más que el sueño del escritor apoderándose del espacio que el lector reserva para sus propios sueños.

En Aspectos de la novela, el escritor inglés E. M. Forster conjetura: “Como promedio, una tercera parte de nuestras existencias no transcurre dentro del marco de la sociedad o en la civilización o ni siquiera en aquello que damos en llamar soledad. Entramos a un mundo del que poco se sabe y que se nos antoja, una vez que lo hemos dejado atrás, parte olvido, parte caricatura de este mundo, y parte revelación. No soñé con nada o Soñé con una escalera o Soñé con el Paraíso, decimos al despertar. No quiero discutir la naturaleza del dormir y de los sueños, sólo apuntar que ellos ocupan mucho de nuestro tiempo y que lo que se llama Historia sólo se ocupa -y teoriza- acerca de dos tercios del ciclo humano. ¿Ocurre lo mismo con la literatura?”

En El arte de la ficción, el escritor norteamericano John Gardner se maravilla ante la idea de que “en las mejores ficciones, el sueño nos involucra en cuerpo y alma; no sólo respondemos a cosas imaginarias -paisajes, sonidos, olores- como si se trataran de cosas reales, respondemos también a problemas ficticios como si se trataran de asuntos verdaderos: simpatizamos, juzgamos, pensamos”.

Tal vez, uno de los máximos ejemplos de este síntoma sea En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, sueño para el lector inducido por un sueño despierto -magdalena mediante- en el autor. Un párrafo de El mundo de Guermantes se ocupa de este dulce mal: “Quizá la fascinación que ejercían sobre mí los Sueños se debía también el juego formidable que hacen con el Tiempo. ¿Acaso no había visto yo muchas veces en una noche, en un minuto de una noche, de qué manera tiempos muy lejanos, relegados a esas distancias enormes en que ya casi no podemos distinguir nada de los sentimientos que entonces experimentábamos, se precipitan sobre nosotros a toda velocidad, cegándonos con su claridad, como si fueran gigantescos aviones en vez de las pálidas estrellas que creímos, de qué manera nos hacen recuperar todo lo que habían contenido para nosotros y nos dan la emoción, el choque, la claridad de su cercanía inmediata, pero que no bien despertamos vuelven a recorrer la distancia que de modo milagroso habían franqueado, hasta hacernos creer, equivocadamente por cierto, que eran una de las maneras de volver a encontrar el Tiempo perdido?” Proust puede estar hablando, indistintamente, de un Sueño o de un libro.

La literatura es un sueño y los sueños de los escritores tienen un alto poder de contagio. Los sueños de los escritores son un virus y son la vacuna al mismo tiempo.

6 Algunas definiciones más o menos útiles para recitar con los ojos cerrados. W. H. Auden, poeta: “El problema con los sueños, por supuesto, es que los de los otros son tan aburridos”. Joseph Campbell, mitólogo: “Los mitos son sueños públicos, los sueños son mitos privados”. William Dement, psiquiatra: “El sueño nos permite a todos y a cada uno de nosotros el ser segura y tranquilamente insanos durante las noches de nuestras vidas”. Erich Fromm, psicólogo: “A menudo, el sueño es la única ocasión en la que el hombre no puede silenciar a su consciencia; pero lo trágico del asunto es que cuando oímos a nuestra conciencia hablarnos en sueños no podemos actuar y, cuando despertamos y podemos hacer algo al respecto, solemos olvidar lo que habíamos aprendido en nuestros sueños”. René Magritte, pintor: “Si el sueño es una traducción de la vida real, entonces la vida real es también la traducción de un sueño”. William Shakespeare, dramaturgo: “Estamos hechos de la misma materia que nuestros sueños”. Fran Lebowitz, escritora: “Amo soñar porque es algo placentero y fácil y seguro de usar... Soñar, dormir, es la muerte sin la parte de la responsabilidad”. Martín Luther King, mártir: “Tuve un sueño”. John Lennon, beatle: “El sueño terminó”.

7 En sus Diarios, John Cheever se maravilla -a la altura del año 1966- de que “tengo unos sueños de una densidad tal que me gustaría poder llevarlos a las ficciones”. En una pequeña entrada de 1962 había confesado: “Soñé que mi rostro había aparecido en una estampilla”. “Los sueños son siempre egocéntricos”, se justificó Evelyn Waugh. Jorge Luis Borges, en el prólogo a El informe de Brodie, reconoce que “debo a un sueño la trama general de la historia que se titula El Evangelio según Marcos (...) temo haberla maleado con los cambios que mi imaginación o mi razón juzgaron convenientes. Por lo demás, la literatura no es otra cosa que un sueño dirigido”, y en una conferencia, despertó con maestría a una obviedad a menudo ignorada a la hora de celebrar lo onírico: “El examen de los sueños ofrece una dificultad especial. No podemos examinar los sueños directamente. Podemos hablar de la memoria de los sueños. Y posiblemente la memoria de los sueños no se corresponda directamente con los sueños. Un gran escritor del siglo XVIII, Sir Thomas Browne, creía que nuestra memoria de los sueños es más pobre que la espléndida realidad. Otros, en cambio, creen que mejoramos los sueños: si pensamos que el sueño es una obra de ficción (yo creo que lo es) posiblemente sigamos fabulando en el momento de despertarnos y cuando, después, lo contamos. (...) No sabemos exactamente qué sucede en los sueños: no es imposible que durante los sueños estemos en el cielo, estemos en el infierno, quizá seamos alguien, alguien que es lo que Shakespeare llamó la cosa que soy, quizá seamos nosotros, quizá seamos la Divinidad. Esto se olvida al despertar. Sólo podemos examinar de los sueños su memoria, su pobre memoria. (...) Llego a la conclusión, ignoro si es científica, de que los sueños son la actividad estética más antigua (...). Los sueños son el género; la pesadilla, la especie”.

8 Las cosas que escribe Adolfo Bioy Casares -la cosa que es Adolfo Bioy Casares- posiblemente estén íntimamente ligadas a un episodio de su infancia. La historia es así: el niño Bioy gana perro en rifa, lo lleva a su casa, a sus padres no les causa la menor gracia el asunto y hacen desaparecer al perro durante la noche. A la mañana siguiente le informan al niño Bioy que ese perro nunca existió, que no ganó ninguna rifa, que soñó todo el episodio. Nada cuesta creer que buena parte de las tramas dentro de la obra de Bioy no hacen más que intentar poner por escrito, una y otra vez, ese sueño o esa pesadilla que nunca tuvo pero que lo justifica desde entonces.

9 ¿Evitar también (escribo esto a las cuatro de la mañana) la mención de dos clásicos inevitables a la hora del hit-parade onírico? ¿Se puede evitarlos? No se puede. Aquí están, éstos son: Robert Louis Stevenson sueña la novela El extraño caso del Doctor Jeckyll y Mr Hyde y Samuel Taylor Coleridge sueña el poema “Kublai Khan”. Grandes hitos pero, a la vez, responsables casi directos de un animal extraño: el libro de sueños de escritores. Los hay muchos y muy diversos -Nerval, Hoffmann, Apollinaire, King, Baudelaire, Fournier, Rimbaud, Felisberto Hernández- y no está de más pensar que cada escritor tiene los sueños que se merece. Hay muchos y muy diversos.

Un mundo propio: Diario de sueños, volumen póstumo de Graham Greene -recientemente editado en la colección Bitácora / Mitologías de Perfil Libros- es uno de ellos. En el prólogo de Luis Gusmán se puede leer la génesis del Greene narrador: “En su autobiografía Una especie de vida Graham Greene nos cuenta una especie de sueño, de su análisis con un jungiano al que llama Richmond. Graham Greene acudía puntualmente a las citas con la obligación previa y convenida de que debía anotar en un libro de contabilidad a doble entrada, es decir, separada por una línea, el relato de su sueño y sus asociaciones concomitantes. Cierto día en que Greene no había tenido ningún sueño, el analista, que con un reloj controlaba el tiempo que el joven Greene disponía para la tarea, debió confesar -ante la desolación de éste- que su mente estaba en blanco. Fue exhortado, entonces, a inventar un sueño. A partir de ese mito nació un escritor”.

El título del pequeño libro surge de una cita de Heráclito de Efeso (“Los que están despiertos tienen un solo mundo común; los que duermen se vuelven cada uno a su mundo propio”) y los sueños de Greene van de lo escatológico (“Tuve una experiencia muy desagradable. Descubrí que salían camarones de mi pene, mezclados con la orina. En la taza del inodoro había como doce, y un langostino”), a lo ominoso (“Entablé una discusión acerca del miedo a la extinción por muerte. Comencé relatando un sueño mío que parecía sugerir que hay un más allá para quienes crean en él. En ese sueño aquellos que había amado me llamaban para que me uniera a ellos. Pero a causa de mi falta de fe yo había elegido la extinción. Un enorme cono negro, como el extintor de una vela, caería sobre mi cabeza”).

Los sueños de Franz Kafka -recopilados y ordenados a partir de fuentes diversas por Luis Gusmán para la misma colección y editorial- proponen una variante más apasionante porque en Kafka, y en la vida de Kafka, los sueños van creciendo hasta convertirse en autobiografía. “Pero el verdadero botín se halla solamente en la profundidad de la noche”, le escribe a Milena. “Contemplado desde el punto de vista de la literatura, mi destino parece bastante simple. El deseo de representar mi fantástica vida interior ha desplazado todo lo demás, y además la ha agotado terriblemente, y sigue agotándola. Ninguna otra oca podrá jamás conformarme”, concluye.

Ante el horror del sueño que se extingue, Greene elige la fe y se convierte al catolicismo. Incapaz de despertarse de sí mismo, Kafka se convierte en adjetivo.

10 Sueños beatniks. Literatura soñada, si alguna vez la hubo o la habrá. En la tapa de Mi educación: un libro de sueños (Península), William Burroughs aparece empuñando un rifle. En Book of Dreams, en cambio, se nos ofrece la plácida vista de un Jack Kerouac con los ojos cerrados. Si Kerouac sueña con Buda, entonces es seguro que Burroughs sueña con Kali. Kerouac sueña: “El hecho de que en el mundo todos sueñan todas las noches une a la humanidad en, llamémosla, una Unión de la que no se habla pero que aun así acaba probando que el mundo es, aunque los Comunistas no estén de acuerdo, algo verdaderamente trascendental, porque los Comunistas, incrédulos, piensan que sus sueños son irrealidades en lugar de visión a las que se accede cuando uno duerme”. Burroughs sueña: “A lo largo de los años me he preguntado por qué los sueños tienen tan poca gracia a la hora de ser narrados, y esta mañana encontré la respuesta, que es muy simple; como la mayoría de las respuestas, uno siempre la supo: No hay contexto... como un animal embalsamado exhibido en el medio de un banco”.

Kerouac cuenta los corderos de sus sueños; Burroughs les dispara a quemarropa. Que en paz descansen.

11 Seis de la mañana. Poco y nada cuesta sentir a los otros despertando, dejando atrás sus sueños como si se tratara de pieles de noches, de placenta de milagros. Volaron y cayeron y soñaron y se preguntan por qué habrán soñado esto o aquello. Y después se olvidan. Los escritores no. Los escritores los ponen por escrito o los ponen en sus escritos y desmenuzan sus sueños en busca de una clave, una respuesta, un buen final para una buena historia. Yo no soñé nada pero escribí y leí sobre soñadores, sobre libros y sobre personas que escriben libros y -ya que estamos, por qué no, para terminar- nada mejor que consultar un diccionario de sueños.

Así, LIBRO: “Recuerdos; cosas que se han aprendido a partir de la experiencia; actitudes hacia el aprendizaje; las opiniones de los otros. Libros viejos: sabiduría heredada; consciencia espiritual”.

Así, ESCRIBIR: “Pensar en algo; ordenar ideas y tomar decisiones; dejar marca en la vida de alguien; expresar los sentimientos e ideas más profundas; la propia historia. Aquello que alguien que uno conoce ha escrito: lo que sientes por ellos; su influencia en tu vida y en tus pensamientos”.

Si el sueño de la razón produce monstruos, entonces ¿qué tipo de criaturas producirá el sueño supuestamente irracional de la literatura? Ahí están, por ahí andan y -si se cierran los ojos, si uno tiene suerte- es casi posible sentirlos. Cuando uno sueña, el ojo detrás del párpado no deja de moverse de un lado para otro. REM: Rapid Eye Movement, Movimiento Veloz del Ojo. Así se llama el fenómeno: aunque, dicen, está cerrado, el ojo se mueve y se mueve y no deja de moverse.

El ojo está más abierto que nunca.

Parece que leyera.