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Eduardo Belgrano Rawson

Leí todo lo que podía encontrar en la Argentina y afuera del país, leí frenéticamente. Uno de los problemas del libro no fue qué poner sino qué dejar afuera. Traté, y realmente espero haberlo conseguido, de escribir por fuera de toda facción política

Una historia cocinada a fuego lento. Una historia hecha con humores, con olores y sangre. Heridas que supuran. Gente que tiene miedo. Patriotas verdaderos y generales que enloquecen. Barcos que cambian de bandera, soldados que cambian de bando y militares que cambian de apellido. Así se fue haciendo la historia no oficial para Eduardo Belgrano Rawson: como una sucesión alucinada de historias secretas y clandestinas, poco memorables si lo memorable son las límpidas fechas de los manuales.

Algo es seguro: nadie podría “acusar” a Eduardo Belgrano Rawson de publicar muy seguido, de -por decirlo de un modo más expresivo- escupir libros. Después del éxito de Fuegia podría haberse esperado una actitud de urgencia de su parte, un ímpetu, un apuro, una ansiedad. Sin embargo, muy lejos estuvo el escritor nacido en San Luis de la Punta de los Venados, de apurarse por volver. Ese tiempo fue ocupado por la reedición de sus dos primeros libros, es cierto. Una manera de matar el tiempo editorial. Poco después de terminar Fuegia, cuenta, en los albores de 1993, comenzó la ardua tarea de búsqueda de historias para la ¿novela? que acaba de aparecer: Noticias secretas de América.

No tardaron en aparecer los problemas. “El libro pronto quedó anclado en una cantidad de historias reales, y ahí surgió la idea de profundizar su costado narrativo: quería una narración tempestuosa acerca de estas historias que me fueron sumergiendo en el pasado”.

La apuesta, de entrada, era fuerte: se trataba de reunir una cantidad de historias y personajes -a veces protagonistas, otras apenas de reparto- de chismes y rumores, de versiones orales e interpretaciones sobre la historia de América, para contarlas desde una posición marginal, sobre todo, no oficial. Lo primero, recuerda el escritor, era organizarse.

“Para hacer este libro tuve un destello de lucidez, quizás el único, y es que si yo no generaba algún método para organizar la información, el libro era imposible de hacer. Venía de la experiencia de Fuegia donde para encontrar un simple dato tenía que leer veinte libros y ni siquiera así lo encontraba. Entonces hice un sistema primitivo de fichaje en la computadora, porque eso me permitió llegar a compilar alrededor de veinte mil fichas, pero el último año paré. En esa escritura, en realidad, ya estaba escribiendo la novela”.

HAY DIAS Y DIAS

Claro que no todo es conflicto para Belgrano Rawson. Confiesa que si publica de tanto en tanto, en realidad es porque no hay cosa que le produzca más placer que escribir. En los antípodas del escritor torturado por la página en blanco y la angustia del decir, señala:

“A mí me divierte muchísimo el trabajo. No es que uno abandone el libro, es al revés, es el libro que me abandona finalmente. Y cuando termino es un momento de tristeza. En realidad yo postergo el final porque escribiendo la paso muy bien. Todos estos años de trabajo entre libro y libro son productivos. Es tener algo muy interesante entre manos, y es una pena dejarlo.”

Claro que -también hay que decirlo- no todo es felicidad para Belgrano Rawson. “Uno no se levanta todos los días tirando serpentina y con el gorrito en la cabeza” dice. “Hay días buenos y malos. Hay días desalentadores y días en los que uno cree que sí vale la pena. Yo tengo una sensación pareja: a la mañana temprano me siento Proust y a la noche, la última mierda del universo... lo bueno es que al otro día de nuevo te sentís Proust y seguís. Yo no he encontrado otra cosa en la que se me pase más rápido el tiempo que escribiendo.”

Nicolás Avellaneda, siendo presidente tuvo que ir a hacer un discurso a Tucumán para inaugurar el ferrocarril, pero es el lugar donde han degollado a su padre, donde la cabeza de Marco Avellaneda estuvo en exhibición. El hijo le tiene que hablar al pueblo y toda la gente espera que hable de su padre. Yo cuento lo que le pasa por la cabeza

¿Y leyendo?
-En el caso de Noticias secretas de América no, porque estuve leyendo muchísimo por obligación, entonces a la noche lo único que quería era ver tele. En realidad me encanta ver tele, hacer zapping, ver películas, y en algún momento, mientras escribía Fuegia, he escrito con el televisor prendido. Pero lo mejor es escribir. Ni jugando al tenis, ni navegando, ni pretendiendo pescar truchas como pretendo, se me pasa tan rápido el tiempo como cuando escribo. Cuando llega el temido momento en que sé que el libro debe ser publicado, empieza la melancolía. Las semanas subsiguientes, cuando estoy absolutamente al pedo, tengo que empezar algo nuevo rápido. Para evitar la depresión.

EL RELATO DE UN MAMADO

Noticias secretas de América es un libro, en principio, desconcertante. Las novelas suelen reconocerse, a grandes rasgos, de la siguiente manera: el lector puede seguir, a lo largo de unas 200 o 300 páginas, las peripecias de uno, dos, tres o cuatro personajes. A veces hay protagonistas y roles secundarios. Además, suele haber un comienzo y un final, feliz o desdichado. En este caso, el desconcierto tiende al vértigo, porque la acumulación de indios, generales caídos en desgracia, héroes menores, escribanos, jueces, virreyes, soldados rasos, negros, mulatos, criollos, maestros, alumnos, piratas, anarcos, entre muchas otras personas, grandes y chicos, hombres y mujeres, parece no tener fin. Y allí está el encanto de este libro. Las jerarquías quedan arrasadas. San Martín o Rosas valen tanto como el último de los soldaditos anónimos. La fluidez narrativa es enorme, pero también es inmenso el vértigo que produce la manera de contar, que al fin y al cabo viene a ser la forma elegida para encarnar una opinión sobre el discurrir de la historia americana: caos y fragmentarismo, por condensarlo en una fórmula.

“Me pareció lindo ese caos, y que en todo caso iba a ser más entretenido para los lectores reconstruir la historia que tenerla servida”, acuerda el autor. “Pensé en el cine, en los planos y secuencias, pensé en Tarantino, pensé en la música y en Astor Piazzolla, en el jazz. en las disonancias y en las distorsiones de lo impecable, de lo redondito y de lo circular. Yo encontraba mi incentivo en ese contar frenético de mamado, en esa manera digresiva de los encuentros de los bares y los fogones.”

Belgrano Rawson no tiene problemas en admitir que esa manera de narrar tiene sus riesgos. “Hubo lectores que cuando leyeron Fuegia me dijeron ‘yo no entendí un carajo’”, recuerda.

¿Le dolió que le dijeran eso?
-No me duele. Me inquieta. Es bueno encontrar un lector con semejante nivel de sinceridad. Algún día se entenderá.

A punto de entrar en el espinoso terreno de las relaciones entre la ficción y la historia, de si Noticias secretas de América es o no es, o se hace, novela histórica, recreación de documentos, Belgrano Rawson advierte: “Yo no atino a descifrar muchas cosas de lo que yo mismo hago, por lo menos en términos teóricos. Mi desnudez teórica es célebre. Siempre que intento explicar mis libros me entierro en el barro hasta las rodillas”.

HASTA LAS RODILLAS

“Leí todo lo que podía encontrar en la Argentina y afuera del país, leí frenéticamente. Uno de los problemas del libro no fue qué poner sino qué dejar afuera. Traté, y realmente espero haberlo conseguido, de escribir por fuera de toda facción política”, dice Belgrano Rawson.

Las historias que cuenta dan la impresión de sumergirnos en el lado más salvaje de aquella vieja dicotomía entre la civilización y la barbarie.
-Sí, si aceptamos que la barbarie era no solamente cometida por los supuestos bárbaros. La barbarie fue practicada desde ambos bandos. Yo aclaro que no he escrito para demostrar ninguna tesis acerca de los bandos en pugna: de los españoles y los americanos, de los civilizados o los bárbaros. Es un libro fáctico, y por más terribles que sean, las historias son recreadas desde la alegría de contar. Hasta puedo aceptar definirme como un contador de historias de fogón, de boliche. El libro tiene un tono menor, coloquial. Creo que ése es mi auténtico tono como escritor.

¿Acepta que es una mirada muy centrada en el interior del país?
-Sí, pero no erigiendo al interior como un lugar pastoril donde el buen salvaje estaba representado por los provincianos. Más bien veo que la historia fue avanzando como una lucha entre dos países distintos: Buenos Aires y las provincias eran en realidad repúblicas empeñadas en una guerra internacional. La guerra contra los españoles la asumo más como una guerra civil. Mi mirada sobre los españoles no es demasiado piadosa, pero tampoco revanchista.

¿Por qué son secretas estas noticias?
-Noticias secretas de América es un libro que existió y fue publicado en Inglaterra hacia 1825, y es la clave del título. Antonio Ulloa y Jorge Juan fueron dos jóvenes enviados por la Corona española a acompañar a unos científicos franceses que vinieron a hacer trabajos de mediciones y reconocimiento. América estaba cerrada en ese tiempo para todo el que no fuera español y, en una actitud responsable, el rey decidió autorizar el viaje de los franceses. Ulloa y Juan eran dos chicos de 19 y 22 años, y yo también quise homenajear a estos dos pendejos que contaron con toda crudeza lo que realmente era América en ese momento. Cuando llegaron a estas tierras se encontraron con un panorama siniestro de corrupción judicial y burocracia, de robo y asesinato. Produjeron un informe secreto que fue a manos del rey, pero luego los ingleses se lo compraron a un empleado de la cancillería española, y alrededor de 1825 lo publicaron en Londres bajo el nombre de Noticias secretas de América. Creo que es un válido resumen de esas noticias no oficiales acerca de lo que realmente pasaba en América.

¿Las historias no oficiales le plantearon problemas a la hora de reconstruirlas?
-Tomemos uno de los tantos personajes, el caso de Benigno Villanueva, un militar que entró al Ejército porque mató a un condiscípulo en la escuela y entonces su padre lo depositó en los cuarteles. Benigno fue a dar al sitio de Montevideo, después recaló en Brasil. El general Paz le pasó el dato de que los mexicanos reclutaban gente para el general Santa Anna. Como oficial de Santa Anna participó de la famosa batalla de El Alamo. Hizo plata en California como comerciante y luego se fue a Europa donde conoció al general Prim, al que los españoles se querían sacar de encima y entonces lo mandaron como observador a la guerra de Crimea. Esa guerra era entre los rusos contra los franceses y los ingleses, con los turcos de aliados. Prim intervino descaradamente en favor de los turcos, a quienes asesoraba en materia de artillería. Benigno terminó como militar del lado ruso. Se convirtió en el nuevo marido de la viuda de un militar ruso, y no sólo se quedó con la señora, también se hizo cargo del regimiento de ese militar. Entonces pasó a llamarse mariscal Villanokoff. También supe que confraternizó con un teniente de artillería que estaba en esa zona, en esa guerra, que se llamaba León Tolstoi, pero en cierto modo tuve que imaginar ese encuentro, lo que pensaría Benigno de ese hombre que luego se hizo famoso con La guerra y la paz. Historias como la de Benigno Villanueva son muy difíciles de seguir porque se pierde el rastro, pero yo me pregunto: ¿cuál es el rastro de la historia oficial? Hay historias que están escritas y documentadas, como la de los piratas norteamericanos que robaban por los mares del mundo con el pabellón de las Provincias Unidas. Al final de uno de esos episodios de corsarios reconstruyo una escena que no sé si pasó en la realidad tal como la cuento, pero ¿pasó lo de Falucho?

¿Son licencias históricas o licencias poéticas?
-La historia también se va armando con esas escenas que están al borde de la ficción, que tal vez no sucedieron como se cuenta después. ¿Quién escribe los documentos? ¿Qué valor les damos? Si nosotros tuviéramos que juzgar el gobierno de Menem dentro de cincuenta años por los documentos oficiales, ¿qué pensaríamos? ¿Que esto fue Dinamarca? Hay chismes que están puestos por escrito con sello y firma, y rubricados por el escribano de gobierno. Moraleja: no te creas todo lo que te dicen.

FAVORITOS

Benigno Villanueva/Villanokoff es uno de los personajes favoritos de Belgrano Rawson en el despliegue de una historia no oficial. También San Martín, más broncíneo, pero seguido con bastante sentido del humor en su cruce de los Andes. Y el ignoto general José Rodil, un español terco que mantuvo el sitio de El Callao por su cuenta un año después de la rendición. Y por qué no Estomba, “uno de los últimos libertadores dignos” que enloqueció sin vueltas y que al llegar a Dolores al frente de su diezmado regimiento clavó un letrero en un árbol que rezaba: “Desde ahora y para siempre, hasta la muerte y más allá de la muerte, dejo mi nombre insignificante para llamarme Demóstenes”. Pura verdad. Estomba, cuenta Belgrano Rawson, murió en un hospicio creyéndose el gran orador griego y fue enterrado por gente que no tenía ni idea de quién había sido.

“Me gustan personajes menores que aparecen de manera muy fugaz, historias como la de Nicolás Avellaneda, quien siendo presidente tuvo que ir a hacer un discurso a Tucumán para inaugurar el ferrocarril, pero es el lugar donde han degollado a su padre; allí ha estado la cabeza de Marco Avellaneda en exhibición. El hijo le tiene que hablar al pueblo y toda la gente espera que hable de su padre. Yo cuento lo que le pasa por la cabeza”.

DONDE SE ECHA EL PERRO

Al final de su libro, Belgrano Rawson consigna una larga lista de reconocimientos. Aparecen, por ejemplo, “los desconocidos cronistas de viejos diarios de la Argentina, cuyo contenido espulgué a lo largo del país”; las investigaciones de Dora Barrancos sobre las escuelas que fundaron los anarquistas; “la estupenda traducción de Johnny fue a la guerra de Rodolfo Walsh; María Sáenz Quesada por responder a llamados de urgencia para chequear datos. Hay otros que también merecen una aclaración, como el reconocimiento “a la gente de la Punta de los Venados”.

“Allá tengo una cantidad de amigos que, la mayoría, no tienen nada que ver con la historia ni con la literatura, pero son mis amigos, entonces los vivía molestando para que me consiguieran testigos, documentos, o para que me llevaran por la sierra para que un viejo habitante me contara cómo eran esos lugares en otros tiempos.”

Más enigmático suena el reconocimiento a Juan José Saer: “Por enseñarme a buscar un sitio fresco en una posta calurosa”. Belgrano Rawson lo explica así:

“Un día, charlando con Saer, él me contó que en Santiago del Estero, si vos necesitás saber cuál es el lugar más fresco en un rancho, tenés que ver dónde está tirado el perro, porque ése es el lugar por el que corre el aire. Entonces sacás cagando al perro y te ponés en su lugar. Como este dato lo utilicé en mi libro y no lo tengo a mano a Saer, pensé que le tenía que reconocer la información”.

NO SE TURBE VUESTRO CORAZON

Ha llegado el momento tan temido: aunque cronista y entrevistado coincidan en que el tema está cansando a todo el mundo, no se puede dejar de abordar -dada la materia de este asunto- la remanida cuestión de la ola de novela histórica que viene asolando estas playas desde hace años. Oficial o no oficial, chismosa, secreta e incluso subversiva, la novela histórica llegó para quedarse: secretitos de alcoba de próceres antes impolutos; mujeres anónimas detrás de grandes hombres. En cierto modo, Noticias secretas de América es como un gran compendio de tramas por venir, posible disparador de muchas otras novelas de asunto histórico. Los escritores que no deliberadamente hacen novela histórica, saltan como leche hervida cuando se plantea la cuestión.

Después de esbozar un gesto de cansancio, Belgrano Rawson se recompone y recuerda un encuentro que compartió en la Universidad del Litoral con Juan José Saer entre otros escritores, y se habló del asunto. En esa oportunidad, el autor de La ocasión había adoptado una posición tajante: la novela histórica no existe. Ni siquiera, recuerda Belgrano Rawson que dijo Saer, Alejandro Dumas las escribió. Para el escritor santafesino se trata simplemente de una imposibilidad fáctica: o es novela o es historia. Las dos cosas al mismo tiempo no.

“Yo decía que hay excepciones, pero me pareció muy interesante la posición de Saer”, revela Belgrano Rawson. “Lo que pasa es que esta discusión me aburre hasta tal punto que estoy dispuesto a darle la razón a cualquiera.”

Cuando se le insiste un poco -cuando se le dice que la novela histórica se ha convertido en un fuerte guiño del mercado, que mezclar próceres y romanticismo deja buenos dividendos porque es evidente que a un amplio sector del público le interesa esta cuestión- en fin, cuando se lo pincha un poco, dispara una de sus sentencias:

“Yo creo que todos cantamos el mismo bolero, el asunto es que algún día aparezca Luis Miguel.” Y sigue: “No me parece mal tampoco que se escriban esas historias. Hay cosas que las podemos contar solamente nosotros..., me parece bien que no las veamos por la CNN. Me parece bien que en todo caso esas novelas históricas no naveguen por Internet. Me cansé de ver cortos e historias de la princesa Pocahontas ¿Para cuándo una historia o una canción de Fuegia Basket? Ahora bien: hagamos como los franceses. La historia se asume sea cual sea. No hay que mentir ni hacer historias para chicos. Y eso ya no pasa por ver cuántas minas tuvo Güemes”.

En lo personal, y teniendo en cuenta el ingente material que le sobró de este libro y que podría ocupar, por qué no, otro volumen, Eduardo Belgrano Rawson se pronunció en forma tajante: “Basta de historia. Hoy no tengo el menor interés en volver a incursionar en el pasado. Estoy trabajando en un libro nuevo que es una historia de amor, que transcurre en 1998 y el año que viene, cuando siga escribiéndola, va a transcurrir en 1999”.