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Samalea, García, Kabusacki

El curioso formato de un cd-cuento unió al baterista icono de los años ochenta con el guitarrista de los Gauchos Alemanes y con Miguel García Moreno (el hijo de ya saben quién) en un proyecto musical que definen como “sano y positivista” para el próximo siglo.

Buenos Aires, Woodstock, Madrid y Tánger. Las cuatro ciudades que Fernando Samalea incluyó en la hoja de ruta de la grabación de El Jardín Suspendido, el disco-cuento que el ex baterista de Clap, Fricción, Charly García e Illya Kuryaki acaba de editar en forma independiente como primera parte de un plan personal de fin de milenio, que rematará el año próximo cuando publique un segundo cd, ya bautizado Padre-Ritual. La obra sorprende primero por el formato (un relato al que cada capítulo le corresponde un tema), y después por el sonido: una combinación de tango y ritmos árabes en donde se superponen imágenes de los arrabales porteños con paisajes misteriosos del mundo islámico. “Después de tantos años en otros lugares de la música, necesitaba encontrar un lenguaje propio que venía postergando desde la adolescencia”, explica Samalea, 34 años. “Siempre fui muy viajero y me interesaron las culturas planetarias, pero a su vez tengo un instinto muy porteño y me identifico plenamente con el sonido de mi ciudad, las calles, los bares. Entonces pensé que podía plasmar en un solo disco todo lo que yo sentía por la música: el tango y ese clima de ensueño y fantasía del mundo islámico.”

Pero Samalea ya está embarcado en la grabación de un nuevo disco-cuento para el que eligió como compañeros de viaje al guitarrista Fernando Kabusacki (Los Gauchos Alemanes) y a Miguel García Moreno en los teclados. “Este es el mejor proyecto argento que hay, loco”, dice Miguel (21), con el timbre de voz y los gestos inequívocos de Papá Charly. “El más grosso a nivel musical, conceptual y a nivel calidad de gente. Yo no quiero saber nada de vicios, reviente ni violencia. Y aliarme con Samalea, que es un pan de dios, un tipo con unos conceptos re-pristinos, re-idealistas y renobles, es una oportunidad que yo no pensé que podía encontrar acá en la Argentina. Yo pensaba que lo que había acá eran drogas, rock y porquerías. Pero con este pibe estamos haciendo ... optimismo crítico. Totalmente año 2000, sano y positivista. Y eso es genial.” Cuando Miguel García ve venir la pregunta obligada y odiosa, resopla y se apura en contestar: “Mi familia no tiene nada que ver en esto. La familia es un living y un té, lo musical es otro espectro. Tampoco mi viejo inventó la música ¿no?”. Samalea dice: “Las ganas que tenía de que Miguel laburara conmigo son absolutamente independientes de todos los años que viví en la música con su papá. Lo conozco desde pequeño y sé que tiene un caudal artístico alucinante, no sólo en lo musical, sino también en el mundo de la computación. Me parece que en el 2000 los artistas van a ser mucho más integrales que en este siglo. Y yo creo que Miguel en los próximos años va a ser un artista múltiple”.

En un estudio de grabación de la calle Montevideo, las tres cabezas de Padre-Ritual se dedican a buscarle el sonido exacto a la criatura. Kabusacki y García están dosificando arreglos de guitarra y teclados sobre la base instrumental que registró Samalea con la colaboración de Dante Spinetta, Emmanuel Horvilleur, María Gabriela Epumer y el percusionista carioca Ramiro Musotto. Es como si de pronto media docena de ritmos hubiese tomado por asalto el lugar y estuviera celebrando una orgía fantástica. “Es que en esencia, toda la música está conectada: el rock, el tango, el blues o la música folklórica africana”, apunta a propósito de la promiscuidad rítmica Kabusacki, que está por viajar a Europa para tocar con los Gauchos Alemanes y asistir en un curso a Robert Fripp.

Sobre el nuevo proyecto, Samalea apunta que “narra, a grandes rasgos, la historia de un adolescente que decide tomar el camino inverso a todas las imposiciones sociales. Transcurre en la Buenos Aires de los años treinta, donde el pibe participa en grupos anarquistas, es encarcelado, y finalmente decide emprender un viaje en moto por Latinoamérica para encontrar a un tío que no conoce y que le va a revelar un montón de cosas con respecto al nacimiento de su padre”. La historia continúa. En Perú, el muchacho da con el hombre, un descendiente del escritor unitario Florencio Varela que se pasa la vida en fumaderos de opio. El viaje sigue su curso yel climax encuentra al protagonista en el corazón del Mato Grosso uniéndose a los Xavantes, una tribu guerrera que habita en medio de la selva. Guau. “Es como el camino inverso a lo que socialmente se supone”, dice el autor. “Es como ir hacia las fuentes más primitivas de la expresión humana y, a la manera de Joseph Conrad, entrar en las junglas de la mente.”

-Y musicalmente ¿de qué se trata?
-Yo siento este disco un poco como mi despedida del siglo veinte. Tengo una inquietud muy grande por lo que van a ser los sonidos y las disciplinas artísticas en los años cero. En este disco me doy el gusto de incorporar todas las músicas: desde las más tecnológicas, como el trance o el ambiente, el drum’n’bass, el tecno europeo, hasta los sonidos de los años veinte: un violín, un piano acústico, un bandoneón. Es una forma de despedida y por eso será editado en 1999.

Pablo Plotkin
La historia
De Bagdad a Buenos Aires

Se podría decir que la historia de El Jardín Suspendido empezó cuando Fernando Samalea encontró las viejas versiones infantiles de “Las Mil y Una Noches” que le habían regalado sus padres cuando niño. “Me habían escrito una dedicatoria, muy especial para mí, que decía Para que no pierdas nunca el sentir de la fantasía y el ensueño”, recuerda hoy. El Jardín ... narra la historia de Dadihmed Bnider, un príncipe de la Bagdad del 1900 que debe ocupar prematuramente el cargo de rai. Después de conquistar y perder fatalmente el amor de una joven persa de sangre azul, el muchacho deja de lado sus obligaciones de gobernante hasta ser destronado. A partir de ahí, el bagdalí enfrenta una aventura en la que pasará noches de mendigo en su ciudad, viajará a El Cairo en busca de una promesa y sobrevivirá a un naufragio que lo arrastrará hasta las lejanas costas de Buenos Aires. Allí va a purgar una condena de más de veinte años por el crimen de una prostituta polaca (que no cometió) y, ya en libertad, conocerá el tango, la ciudad de la belle epoque y el sonido del bandoneón. Los músicos que participaron de la obra, además de Samalea (batería, bandoneón, teclados, steel drum, etc.), fueron Daniel Melingo (bronces), Kabusacki (guitarras), Nirankar Singh Khalsa (instrumentos hindúes y del mundo musulmán) y, nada más y nada menos, Tony Levin en contrabajo.