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LA PANDILLA TECNO-PUNK INGLESA DESEMBARCA EN BUENOS AIRES OSTENTANDO EL TíTULO DE CAMPEONES DE LA POLéMICA Y EL ESCáNDALO ESCéNICO. SUFICIENTE MOTIVO PARA BUCEAR EN SUS OSCURAS MOTIVACIONES Y CONOCER ALGO MáS SHOW QUE MOSTRARáN EL MIéRCOLES QUE VIENE, SI LOS BOMBEROS VOLUNTARIOS LO PERMITEN


Son cuatro, y son feos, sucios y malos. Utilizan como símbolo una inocente hormiguita, pero a la hora de salir al ruedo están lejos de ser un insecto. Por una vez, la hormiga se curte al elefante: The Prodigy es la versión más reciente del terrorismo musical que en el pasado se llamó punk, y que ahora se alimenta de beats machacantes y bailables y una tecnología que permite lograr un sonido filoso como navaja. The Prodigy, también, es una de esas bandas que, años ha, estaban siempre allá lejos, y era imposible comprobar cuán de verdad eran. En este caso, la comprobación podrá llevarse a cabo el próximo miércoles, cuando Liam Howlett -el gurú de la banda, que dispara y dispara desde sus teclados-, Keith Flint, Keith “Maxim” Palmer (cantantes) y Leroy Thornhill (“dancer”), junto a los invitados Graham “Gizz” Butt (guitarra) y Kieron Pepper (batería) tomen por asalto el escenario de Parque Sarmiento. Pavada de apuesta: en ese lugar, que el mismo Daniel Grinbank reconoció como “atado con alambre”, una propuesta como la del grupo inglés puede volarle la cabeza a la asistencia... o sólo los tímpanos.

“No queremos relacionarnos con algo llamado ‘electrónica’. No hay que ser muy brillante para darse cuenta que eso suena como la mierda, no es algo de lo quiera ser parte. Una modita, un momento en el tiempo creado por otros. No formamos parte de la ‘electrónica’, no queremos ser asociados con algo que suena a un tarado atrás de un teclado... algo que definitivamente no somos”. El dueño de la explicación es Flint, ese muchacho de rostro atravesado por el piercing y demoníacos cuernos capilares que, aun cuando niegue terminantemente que lo suyo sea un personaje, evidentemente ama jugar al mal chico. Ama hacerlo en los aviones, donde ha tenido más de un entredicho con asistentes de vuelo algo espantados por su aspecto, pero ante todo ama hacerlo sobre el escenario, donde parece estar poseído por algún ángel caído amante del break furioso y las luces estroboscópicas. Algo parece claro: The Prodigy en Buenos Aires es una de esas oportunidades que no resulta aconsejable dejar pasar.

Con el grupo, por otra parte, sucede que importa más el presente que su historia previa. No porque no sea interesante -con semejantes implicados, seguramente debe haber un buen background de anécdotas-, sino por repetida. Es decir: Keith conoce a Liam en una fiesta donde éste pasa algunos experimentos sonoros, le pide un casete con ese material, se lo hace escuchar a su amigo Leroy y ambos dicen “estaría bueno hacer algo con este tipejo”, por medio de otro amigo aparece Maxim que parece que se las arregla con el micrófono y tiene un buen look rasta, y adelante. Durante un buen tiempo, Prodigy fue la típica banda desconocida que disfrutaba de mostrarse en pequeños clubs y lugares tomados, alterar a la audiencia, conseguir una módica fama y una buena cantidad de drogas. The Prodigy Experience (1992) pasó sin mayor escándalo, aunque el público inglés especializado en nuevos sonidos tomó debida nota.

Tres años después, Music for the jilted generation tampoco desató gran euforia pero cimentó la fama del grupo, que mantuvo la actividad -y a la vez comenzó a preparar el camino al estrellato- lanzando varios singles que comenzaron a elevar la temperatura. De fuego, precisamente, se trató el definitivo despegue de Prodigy hacia los oídos del resto del mundo: cuando apareció “Firestarter” (en rigor, el primer tema que cantó Flint en su vida), el incendio se propagó a tal velocidad que las mentes bienpensantes de costumbre no pudieron contenerse, y empezaron a pedir que les cortaran la cabeza a esos instigadores de llamas. Con The fat of the land ya editado, el cuarteto redobló la apuesta y peló un single titulado... “Smack my bitch up”, o bien “Pegarle a mi puta”. Una canción que encierra en su título la suficiente barbaridad que sólo puede ser una ironía. Pero, como suele suceder con las ironías, hubo varios que se lo tomaron en serio, y los comunicados de las cadenas de disquerías y tiendas estadounidenses como WalMart fueron auténticas piezas de poesía. “Lanzamos esa canción porque nos gustaba, simplemente”, explicó Howlett. “No habíaninguna intención de shockear a la gente o algo por el estilo. No somos Marilyn Manson.” De allí en adelante, para Prodigy todo fue coser y cantar. Convertidos en uno de los pilares de esa movida que detestan -ellos suelen citar a Underworld y Chemical Brothers como sus colegas más respetables-, se dedicaron a hacer lo que más les gusta, y así tocaron en lugares tan extraños como Beirut. “Eso es realmente excitante”, relata Liam. “Lo otro es ir a uno de esos lugares en New York donde todas las semanas hay alguien distinto pero el público es siempre el mismo, y la actitud es mirá que la semana pasada estuvo Beck y fue cool, a ver si lo superás. Muy aburrido”. Más allá de todo, de los pelos de Flint y las putas golpeadas, de los piromaníacos y los conflictos en aviones, de las ganas de shockear o no, Prodigy cuenta con un capital respetable, que es su música. Potente, avasalladora, pero también seductora y movilizadora de los sentidos. Habla el niño demoníaco: “Cuando voy a tocar a un lugar y rockeo, y causé algún daño, con eso me alcanza. No tengo que respaldarlo con un comportamiento salvaje, ni ir a comprarme un kit del buen punk con tintura para el pelo, tres aros para piercing y dos tattoos por cien dólares. Eso es una mierda, y no me interesa”. Prodigy se acerca. Guarda con los fósforos.

Eduardo Fabregat

Preguntas
por Matías Kritz carne para cerdos

Para el asombro de pocos y el desconcierto de muchos, tendremos el gusto de disfrutar uno de los show de música tecno más atractivos del momento, aunque todos sabemos que el término rock de los noventa tan utilizado para describir a esta banda, quizás sirva para vender unas cuantas entradas más. Hoy en día, la ciudad de Buenos Aires es un objetivo muy interesante para las bandas extranjeras, lo cual me da que pensar:

l¿Estaremos ingresando al primer mundo? ¿O con 5 minutitos de radio nos venden cualquier cosa?

Con este razonamiento me pregunto:

lHoy somos ravers, ¿mañana tangueros?

Pese a toda esta vorágine de información espero que la gente esté abierta a escuchar nuevas bandas y a saber elegir por sí misma, sin depender de las modas y las tendencias.


I love America

Keith y Liam tienen una interesante explicación de por qué su actuación en Lollapalooza, y en general el hecho de ir a tocar en Estados Unidos, no resultan experiencias especialmente interesantes. “No es un festival en el sentido en el que nosotros lo concebimos, con toda la gente paradita en la línea”, comienza Flint. “Hay un lugar para el pogo al fondo, donde uno no puede verlo, y la gente ‘buena’ compra sus tickets para ir adelante y sentarse frente al escenario. Todo al revés”, continúa Howlett, y cierra Flint: “Los promotores viven paranoicos con que los demanden. Si alguien resulta herido, aunque sea un pisotón, ellos demandan al promotor. Tienen cinco o seis cámaras filmando a la gente, y si pasa algo, los abogados toman las cintas para poder empezar a probar cosas. Cuando salté hacia la gente, los organizadores se volvieron locos conmigo, empezaron a gritarme que me iban a demandar, y se metió la compañía discográfica diciendo que no se metieran con sus artistas, que nadie iba a ganarles un caso... así es Estados Unidos. Es un lugar cuyo sistema legal me asusta”.

Anticipo

Cómo es el show

“Juegos de luces desconcertantes. Un set apocalíptico donde flamean lonas destrozadas. Hipnóticos zapateos del bailarín Leroy Thornhill. Y una desenfrenada interacción entre los protagonistas Keith Flint y Maxim Reality. El show de Prodigy demuestra el gusto del grupo electrónico británico por llevar sus conciertos al nivel del teatro puro. Teatro en el sentido más deslumbrante. Toda la dinámica de la banda sobre el escenario transcurrió en una furia de texturas tecno, ritmos hip-hop y energía punk rock, desde la popular y controvertida ‘Smack my bitch up’ hasta los chillidos nasales de Flint.

“El cabeza cornuda Flint se ganó a la gente durante una hora en un show sold-out provocando a la gente a la vulgar y querible manera de los Sex Pistols: caminando sobre el escenario, interrogando, y haciéndole fuck you a una encantada multitud antes de irse (una rutina que ha usado en shows previos). Su compañero Maxim (Keith Palmer) apareció momentos después, con su kilt y sus botas altas. Enseguida la banda arrancó rugiendo en un set que incluyó ‘Rock’n’roll’ (una canción que Prodigy sólo toca en vivo) y hits como ‘Firestarter’, ‘Breathe’, ‘Minefield’ y ‘Funky Shit’ (de The fat of the land) y ‘Poison’ (de Music for a jilted generation).

“Con el guitarrista Gizz Butt aventurándose ocasionalmente sobre el escenario y el fundador Liam Howlett escondido en la oscuridad detrás de los decks, toda la energía del show quedó en manos de Keith y Maxim. Maxim brilló en ‘Narayon’, un tema hipnótico que demostró la habilidad de Prodigy para mezclar la música electrónica y el funk. Flint, mientras tanto, corría sobre el escenario como una aparición, escupía agua sobre la audiencia, sacudía su cabeza como un maníaco y hasta se tiró sobre la gente para hacer body surf.”

(Extracto del comentario de un show de Prodigy en el Hammersmith Balroom de Nueva York, aparecido en la revista on-line Addicted to Noise);