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Coki Debernardi: El rock nacional está vivo

Cuando le criticaban su trabajo para la televisión --la máquina de hacer chorizos--, un conocido cineasta independiente se defendía diciendo que lo que él quería eran vísceras, no chorizos. La misma frase funciona cuando se habla de Mi parrillada, el buenísimo álbum que marca la reaparición discográfica de Coki Debernardi, ex-líder del grupo rosarino Punto G. Con una pequeña ayudita de Fito Páez, Andrés Calamaro y el gran Kiko Veneno, el disco resulta una de las pocas sorpresas del año rockero.

Por MARTIN PEREZ

Un mes y medio atrás, las paredes de Rosario fueron tapizadas por un afiche que anunciaba la edición de un disco. Lo que llamaba escandalosamente la atención era la foto que dominaba el afiche casi con exclusividad: un muchacho con botas, sombrero, guitarra, anteojos negros y casi inexistente slip. Nada más. En el tradicional fin de semana de la Feria de las Colectividades en Rosario irrumpía por todos lados el nada familiar cuerpo semidesnudo de Coki Debernardis, anunciando el lanzamiento de su debut como solista. “Cada vez que me preguntan por qué la foto en slip, lo primero que hago es aclarar que se trata de una bombacha, no de un slip. Un detalle que me parece fundamental. Recién después contesto la pregunta: que lo hago porque puedo”, dice Coki, y se ríe. “Tengo treinta y dos y todavía no crié panza, ¿por qué no hacerlo?”, repite, y se ríe aún más fuerte.

LAS BRASAS “El fracaso no se nos subió a la cabeza”, decía cinco años atrás el mismo Coki, acompañando el lanzamiento de El último salva a todos, tercer y último álbum de su banda, Punto G. Con esa frase quería resumir el hecho de que, pese a que habían hecho todo lo que estaba a su alcance, los Punto G nunca habían llamado la atención de la todopoderosa Buenos Aires. Pero no se iban a quejar por eso. Un principio que Coki abrazó realmente desde el comienzo. “Cuando empezamos, el compositor y el cantante eran otros. Un día ese chico se murió y, para no morirme yo, tuve que seguir. Yo no era el talentoso, era apenas el más caradura. A eso le sumé algo de disciplina, y así fue como seguimos con Punto G.”

A pesar de venir de Cañada de Gómez, Punto G fue considerada durante mucho tiempo la mejor banda de rock de Rosario. Asomaron la cabeza en el verano del ‘88, cuando ganaron un concurso cuyo premio era la grabación de un disco producido por Fito Páez. Por la radio sonaban Metrópoli, Alphonso S’Entrega o La Sobrecarga, y el grupo pop de éxito en Rosario se llamaba Identi-Kit. El disco debut de Punto G se llamó Todo lo que acaba se vuelve insoportable, y tuvo un hit local --”Cae lenta”-- que llegó a ser coreado por la hinchada de Rosario Central. Y ahí se acaba la historia. O empieza, claro. “Soy un sobreviviente de los ochenta, pero me salva la cara de nene. Vi pasar la década frente a mí. Yo fui, por ejemplo, en el mismo micro que Sumo a su despedida en el Chateau. Fue una década interesante por donde se la mire, pero no sé si resiste tanto musicalmente. Yo sigo prefiriendo Vida, de Sui Generis, antes que cualquier disco de los ochenta. En serio”, dice Coki, riéndose un poquito menos.

EL FUEGO Para que Coki volviera a grabar después de la separación de su banda de siempre hicieron falta cinco años y algún que otro empujoncito. Como haber tocado en el Festival de las Madres en Rosario, y ver cómo los cinco mil presentes coreaban a voz en cuello los viejos temas de Punto G. Pero el empujón definitivo fue tener un estudio disponible para lo que quisiera hacer. Y lo que él quería hacer era su parrillada. “El título lo tenía desde Buenos Aires. Fue lo primero que tuve”, confiesa. “Y es Mi parrillada porque me estoy quemando, y se lo estoy dando de comer a alguien. Eso es un asado: compartir el cuerpo con los amigos. Y también de ahí viene la idea medio marica de la tapa: porque el asado es cosa de hombres. Las mujeres apenas si pueden hacer la ensalada”. El resultado de tanto fuego es un disco de rock nacional como los que ya no se hacen. Con un sonido homogéneo, sin pretensiones pero al mismo tiempo entrador, y con canciones infrecuentemente. Pero, más que nada, lo que se destaca es las ganas de tocar. Que se traduce en ganas de escucharlo, y al demonio con la especulación de probables hits. Que los tiene, pero no es ése el asunto. La cuestión está en compartir esas ganas de tocar y de que alguien esté escuchando. “Es algo que me viene, supongo, de la época en que pintaba. Los cuadros, como los discos, no se terminan. Se abandonan”.

LA CARNE Para su breve visita porteña, Coki elige atender a Radar en un viejo bar de Almagro, frente a una cerveza y un plato con salame y queso. “Mucha gente me pregunta por qué no vengo más a Buenos Aires, como si acá estuviera el éxito. Pero yo ya estuve viviendo acá. Dos años. Y no vine a hacer música. Yo sé que el éxito no se consigue en Buenos Aires. Exito es vivir hasta los cien años, y sin respirador artificial”, remata, y vuelve a llenar los vasos. No es difícil entender la elección del bar. Ubicado en la esquina de Bulnes y Perón, es como si ahí adentro no hubiera pasado el siglo. En una de las paredes repletas de recortes y viejas botellas sobrevivientes vaya a saberse de qué pulpería, se destaca un insólito mapa de la República en el que cada país de Europa está metido sin fórceps en una provincia argentina. “El mapa de la esperanza”, lo llama Coki, que no cree en Buenos Aires. Y señala con una sonrisa sarcástica a la Gran Bretaña contenida en el territorio de Córdoba. Pero se ve que Coki sigue con ganas de mirar atrás: “Yo sobreviví a la década porque soy un artista de verdad, humildemente. Y porque creo que a las modas hay que enfrentarlas con música. Es la única forma de quedar parado. Aun cuando te tumben. Cuando yo escucho que se habla de las encuestas de fin de año, o del rock nacional, tengo claro que hablan del rock de Buenos Aires. Los que lo tendrían que tener en cuenta también son ustedes. Por ejemplo: cada vez que escucho que dicen que el futuro del rock es Carca, me doy cuenta de que también hay que anotar a Mortadela Rancia, el polka-ska-hardcore de Carmina Burana o el funky-groove de Los Hijos del Reyna en ese rubro. O al pobre Abonizio. Porque ya me gustaría haber escrito alguna letra como las que escribe él. Un tipo al que nunca le han dado bola. Y hasta hablan despectivamente de él, como una mera pieza de la Trova Rosarina. Déjense de joder”, arenga desde su costado más rocker.

LOS AMIGOS Además de rosarinos ilustres como Vandera, Fabián Gallardo o Fabián Llonch, Coki tuvo para su disco --en el que su banda de amigos músicos se llama, desde el título, The Killer Burritos-- compinches de otro calibre. Como Andrés Calamaro, que participó de la grabación del cover que abre el disco, el maravilloso “Joselito”, del español Kiko Veneno. “Lo llamé a Andrés cuando estuvo de paso en Rosario y vino a tocar. Y se tocó todo. El asunto es que, después, su compañía no lo autorizó a figurar, así que hubo que sacarlo de la mezcla. Pero el espíritu está.” El otro famoso presente es Fito Páez (cuyo disco Ey, asoma bastante en Mi parrillada), viejo compinche de Coki, que le entregó una letra para que musicalizara, la del tema “El fantasma caníbal y la niña encantada de Ciudad del Cabo”. Según Coki: “Lo que en realidad quiso Fito es arruinarme. Porque me dio una letra imposible, larguísima. Por suerte la música salió enseguida”, agrega, asegurando que a Páez le gustó tanto que formará parte de su próximo disco.

SOBREMESA La tapa de Mi parrillada muestra a Coki sentado al frente de una casa rodante, ambulante mezcla musical de Ry Cooder y el mejor Herbert Vianna. “Las fotos las sacamos en el campamento de un circo brasileño que estaba de paso por Rosario. La idea era justamente la del artista ambulante, el que no está en ningún lado”, explica Coki, tan rosarino que en Buenos Aires apenas si pudo imaginar el título del álbum. “Es que te vas cansando. Te cansa un poco todo. Te cansás de las discográficas, te cansás de luchar”, dice. Cuando se le sugiere que ésa es, precisamente, una de las virtudes de su disco, se le ilumina la cara. “Es que en el fondo es así. Como dice Ringo Starr: La vida es otra cosa, esto es un disco. Bueno, Mi parrillada es sólo un disco. Ni más, ni menos”, subraya dando por terminada la nota, y se va a hacer las fotos con su escafandra bajo el brazo.