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Vale decir


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Isidoro Cañones

Las ruinas, al igual que los fragmentos de un espejo funcionan como un índice: la parte por el todo. Y, aun cuando sólo sea recuerdo de memoriosos, es posible reconstruir la noche porteña a partir de un solo lugar. En 1964, los mellizos José y Alberto Lata Liste inauguraron Mau Mau. “Nuestra idea fue hacer un lugar diferente. Esto se lo explicamos a Juanjo Saavedra y él nos dijo: A la naturaleza no hay que copiarla, hay que inspirarse en ella. Y esta boite debe ser algo majestuoso, impactante y original.” La decoración elegida fue de estilo africano, con pieles de cebra y cabezas de animales embalsamados en las paredes. Rara manera escenográfica de referirse al movimiento guerrillero de liberación negra en Kenia que inspiró el nombre. Desprovisto de su impronta política, en Buenos Aires se transformó en sinónimo de movimiento de caderas al ritmo de la música de Fred Bongusto que pasaban los DJs Exequiel Lanús, Horacio Martelli y “el alemán” Franz.

Ni el fuego, desencadenado por un cortocircuito a los cinco meses de estar funcionando, pudo con ella: a los exactos cincuenta y ocho días volvió a abrir con el glam de siempre. Durante el incendio se encontraban en el lugar Willie Divito, el creador de Rico Tipo (y dueño de otro local nocturno llamado Zun Zun), Poqui Evans (propietario de Africa, la boite del Hotel Alvear y de Reviens), cosa que llevó a Divito a decir que él había llevado los fósforos, Poqui el kerosene y “Monsieur Reviens” había encendido el fuego.

Isidoro Cañones
“A los argentinos les gusta que el maître los llame por su nombre y que el portero los reconozca. Una vez paramos a un tipo en la puerta porque estaba mal vestido y reaccionó poniéndome una pistola en la cabeza. Si quiere tirar, tire, ¡pero usted no entra!, le dije”,
JOSÉ LATA LISTE

Historia de la noche El invento Mau Mau fue concebido por los hermanos Lata Liste y Federico Fernández Bobadilla como manera de redefinir las boites de la época, como el Sans Souci y el Embassy de Olivos. Los primeros atisbos de esta renovación se vieron en Reviens, en cuyo local se abandonó la orquesta en vivo y se comenzó a pasar discos (acompañándolos con tumbadoras para resaltar el ritmo). Mau Mau fue más lejos: eliminó las mesas altas con veladores y taburetes en favor de cómodos sillones y mesas bajas, inaugurando así la “boite living”. Recuerda Lata Liste: “Gastamos 20 millones de pesos para simular el living de un millonario en el que, noche a noche, se daban refinadas fiestas. Hay que pensar que, hasta entonces, las boites argentinas sólo tenían capacidad para 120 personas, y de ahí su nombre: boite quiere decir cajita. No todos pudieron adaptarse al cambio y, cuando Mau Mau abrió con una capacidad para 400 personas, generó el mismo efecto que tendría en los 80 la irrupción de la discoteca masiva, con Studio 54”.

Cuando los padres de Lata Liste se enteraron de lo que pensaban hacer sus mellizos pusieron el grito en el cielo. En esa época la palabra boite tenía connotaciones negativas: el negocio de noche no estaba bien visto y los Lata Liste se propusieron cambiar esa imagen: no más sótanos baratos y mal iluminados, sino un coqueto local en la calle Arroyo. En lugar de poner un patovica en la entrada, optaron por un riguroso sistema de entrada atendido por un profesional que recordaba los nombres de todos los habitués. Para entrar había que ser mayor de edad, ir de riguroso saco y corbata (los caballeros) o de largo (las damas). Los baños eran impecables, había un maître (el Tano Fabrizzi) que acompañaba a la gente a sus mesas y los camareros nunca entraban en confianza con los clientes. De la noche a la mañana, la “boite exclusiva” desplazó a “la boite tabú” y exigió ser reconocida como un espacio único y mítico desde su misma concepción.

“Nosotros estábamos todas las noches al pie del cañón. De más está decir que jamás bailamos o bebimos en Mau Mau. Eramos los últimos en irnos, después de hacer la caja y dejar todo listo para el día siguiente.” La oficina funcionaba en el mismo local y, según recuerda Lata Liste, fue sede de muchísimos acuerdos que se gestaban en las mesas que rodeaban la pista de baile.

Yo solo quiero ser del jet-set La particularidad de Mau Mau durante sus años de esplendor fue la visita de estrellas internacionales. La lista es larga y va desde actrices consagradas como Geraldine Chaplin, Antonio Gades, Charles Aznavour, Alain Delon, el torero Dominguín o Linda Cristal (la argentina que actuaba en “El gran chaparral”) hasta el mismísimo Rudolf Nureyev, quien bailó tango y flamenco en la pista de Mau Mau. El parnaso local también frecuentaba la boite, desde Graciela Borges y Juan Manuel Bourdeu, a múltiples Blaquier, Alzaga y Menditeguy. Era el obligado punto de encuentro de conocidos y no tanto de esa época. Recuerda una asidua concurrente: “Mau Mau era como el living de nuestra casa, allí nos encontrábamos de lunes a sábados, con descanso dominical. Era muy raro que las mujeres fueran solas: o te invitaba alguien o ibas con tu novio o marido”. Coincide el Gato Dumas: “Llegabas y tenías tu mesa, la ubicación dependía de quién eras”.

Entrar a Mau Mau era “lo más” y por eso no todos entraban. De esto se encargaba Fraga, el portero, más conocido como El Insobornable. Hay cientos de anécdotas sobre este cancerbero nocturno. “le entrada, yo mismo trabajé de portero al lado de Fraga, enseñándole a reconocer a la gente, a saber quién es quién y a regular el derecho de admisión. A los argentinos les gusta que el maître los llame por su nombre. Una vez paramos a un tipo en la puerta porque estaba mal vestido y reaccionó poniéndome una pistola en la cabeza. Si quiere tirar, tire, ¡pero usted no entra!, le dije. Mientras tanto, nuestro encargado de seguridad, que había sido jefe de la custodia de Onganía, fue sigilosamente por atrás y detuvo al loco”, recuerda Lata Liste. Con maestros así, resulta fácil imaginar a Fraga despachando a Vilas por portación de zapatillas o a Johnny Halliday y Sylvie Vartan porque él no usaba saco y ella era muy ordinaria (tal como cuenta la leyenda).

Si bien el trato era respetuoso, la mayoría recuerda a Fraga haciendo gala de su apodo: nadie traspasó esa puerta sin su aprobación. Generaciones de argentinos fueron reconocidos por el portero de Mau Mau: “Mandále saludos a tu padre. Hace tiempo que no lo veo por acá”. Eran los tiempos en que Federico Peralta Ramos sentenciaba, acodado en la barra: “Yo no trabajo porque cobro sueldo de hijo”. El mecanismo de notoriedad de Mau Mau era de doble sentido: no sólo había miríadas de estrellas que visitaban el lugar sino que muchas comenzaron a hacerse famosas por la onda expansiva que generaba la boite. ¿Cuáles eran los requisitos para “pertenecer”? Al poco de tiempo de abrir se institucionalizó el sistema de Vips. Primero con invitaciones, después (a partir de 1966) con la introducción de la primera tarjeta interclubes para poder entrar a las disco más famosas del mundo: Jimmy’s en París, Le Bateau en Río, Annabelle’s en Londres, La Boite en Madrid y, por supuesto, Mau Mau en Buenos Aires (en 1970 Lata Liste fue más lejos: desembarcó en España para abrir dos nuevas sedes de Mau Mau, una en Madrid y otra en Marbella).

Pero así como no todos entraban, algunos que no se sentían particularmente orgullosos de hacerlo: en 1965, Fernando Noy se encontró a una vigorosa y virulenta Violeta Parra en El Moderno (el bar que cerraba la cuadratura de la llamada “manzana loca”, cuyos otros vértices eran el Di Tella, el Florida Garden y la Facultad de Letras de la calle Viamonte), despotricando contra sus anfitriones porteños por haberla llevado a Mau Mau: “¡Qué se creen esos ensoberbecidos! ¿Que porque tiene nombre con ruido a tambores me iba a gustar?”.

En 1965, Violeta Parra entró en el bar El Moderno despotricando contra sus anfitriones porteños por haberla llevado a Mau Mau: “¡Qué se creen esos ensoberbecidos! ¿Porque tiene nombre con ruido a tambores me iba a gustar?”.

Costumbres argentinas Los años 70 pusieron en jaque la estética del segundo hogar de Isidoro Cañones. El blue jean y los pantalones oxford con zapatos de plataforma entraron por la puerta de Arroyo dejando atrás los vestidos largos y las corbatas sobrias. La decoración también cambió: el arquitecto Juan José Saavedra tiñó paredes y pisos de bordeaux y negro. En esos años, Mau Mau se volvió una pasarela gigante donde desfilaban las modelos más importantes. Emilio Pucci presentó allí su colección de temporada. La AMA (Asociación de Modelos Argentinas) hizo su desfile anual y Chunchuna Villafañe, Claudia Sánchez, Kooka, Liliana Caldini y Mora Furtado prestaron cuerpos y caras para la ocasión. Susana Giménez fue invitada casi por obligación (eran los días en que el ¡Shock! de su aviso de Cadum enloquecía a los machos argentinos) y vistió un escote en la espalda, que según Lata Liste “se pasaba de la raya” (sic), y que causó revuelo e indignación entre las modelos.

Infaltables en esa década, los militares también se juntaban en Mau Mau: Lanusse, López Aufranc, Sánchez Bustamante y Pistarini se dieron una vez cita en el lugar y las revistas bautizaron la velada “la noche de los generales”. Para Lanusse no era la primera vez: en una oportunidad el disc-jockey quiso “homenajearlo” y puso el Himno Nacional en la versión de Billy Bond, y el furioso comandante en jefe se apersonó en la cabina para poner las cosas en su sitio.

La combinación entre el show-business y la boite produjo suculentos dividendos: los contratos de artistas extranjeros para actuar en teatros de la calle Corrientes incluían una presentación “exclusiva” en Mau Mau. “Así es como nos dimos el gusto de tener a Antonio Gades, Roberto Carlos, Wilson Simonal, Fred Bongusto, Elis Regina, Ornella Vanoni y Jorge Ben. El público de Mau Mau sabía que el éxito del momento iba a estar en la boite.” Además, editaron más de veinte LPs (los compilados de Música de alto vuelo, con la música que se escuchaba en Mau Mau, los primeros discos de Armando Manzanero y uno de Roberto Carlos, por mencionar algunos).

La decoración de Mau Mau serviría como paradigma de la esquizofrenia estética de los 70: poco después, el bordeaux y el negro fueron reemplazados por bronce, espejos ahumados y múltiples helechos, luego de que Lata Liste, en un gesto definitivo, sacara su encendedor Dupont de oro y carey de su bolsillo y bramara: “Quiero que Mau Mau sea esto”. Con uno u otro look, Mau Mau seguía siendo el templo de la noche, apelando a una fórmula sencilla: una combinación de lo avant-garde y lo demodé con la dosis justa de snobismo. Con el tiempo se transformaría en el referente histórico obligado de los nuevos dueños del ruido. Todos ellos le reconocen la paternidad a Lata Liste. “Los que nos movemos en la noche con profesionalismo, básicamente imitamos lo que hizo José”, dice Peti Peltenburg, dueño de la extinta El Cielo, del Buenos Aires News y del boliche KU en Pinamar. Aunque las diferencias están a la vista: a la distancia, el horario de Mau Mau parece vespertino y sólo pondría contento al gobernador de Buenos Aires. “Llegábamos a las once y a las cuatro terminaba” recuerda Graciela Vaccari. Y, en tren de comparar, dice que iban a bailar pero también a charlar, y no tanto a mirar o hacerse ver, así como mira con nostalgia las variaciones en el código Vip: de Cristina Onassis y Ringo Bonavena (quien se ganó su lugar en Mau Mau cantando “Pío, Pío” con el trío Suchera’s) a Pancho Dotto, Guillermo Coppola, Liz Fassi Lavalle, Roberto Giordano y Manuel Antelo.

Fin de fiesta El cambio de década trajo consigo el comienzo de la decadencia. La boite de los 70 intentaba no perder identidad en su mutación a discotheque de los 80. Ya no estaba Fraga en la puerta para controlar la vestimenta adecuada, pero había dejado su cetro en manos de “el negro Freddy”, como lo llamaban todos (otras disco adoptarían después la idea del portero negro como símbolo; New York City, entre otras). La última gran fiesta de Mau Mau fue para el aniversario N-o 25, en 1988. Lata Liste puso en funcionamiento su máquina de relaciones públicas e invitó a todo el mundo (dicho literalmente): desde realeza europea y sus aledaños en versión revista Hola, hasta figuras del mundo del espectáculo internacional (Marisa Berenson, Philippe Junot, la princesa de Baviera, Margaux Hemingway, etc.). Poco después, el implacable Freddy tuvo que dar explicaciones sobre cuarenta gramos de cocaína que guardaba prolijamente en su esmóquin y perdió su puesto. Vale recordar que la bomba en la Embajada de Israel, entre sus menos importantes consecuencias, mantuvo cerrada la calle Arroyo durante seis meses. Mau Mau agonizaba y ése fue el tiro de gracia: la movida nocturna se desplazó definitivamente y los matrimonios y parejas que frecuentaban los sillones de la boite en otras épocas fueron reemplazados por “señoritas” ronroneantes y caballeros solitarios. Desde 1994, la puerta de Mau Mau está cerrada con candado y cadena, y el gris gastado de la pared que supo ser blanca se refleja en los vidrios del palier del edificio de enfrente. Un espejo donde mirar el futuro que pronostica el cartel de la constructora e inmobiliaria que derribará en pocos días el templo de la noche: “Estamos vendiendo”.