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Vale decir



Robert Duvall
Robert Duvall presenta
El apóstol en la Argentina
Por Alfredo García

Más que un astro de Hollywood, Robert Duvall es un actor de carácter de pura cepa, con una personalidad inquieta que lo ha llevado a convertirse en estudioso obsesivo de los evangelistas o fanático de los milongueros porteños. Su debut como director y guionista se llama El apóstol y es una pequeña obra maestra. En esta entrevista con Radar habla de su película, recuerda los westerns en los que trabajó con John Wayne y Clint Eastwood, las fallidas performances de La peste y la Evita de Alan Parker y da su opinión sobre la idiosincrasia de los argentinos.

Es muy difícil clasificar a Robert Duvall: aunque El apóstol es un paradigma del cine independiente -ningún estudio grande quiso financiarla y el actor de Apocalipsis ahora se pasó más de una década tratando de hacerla-, Duvall no se ve en absoluto como un cineasta “indy”. Es más, cuando habla de su película ni siquiera se menciona a sí mismo como director, guionista e intérprete principal, dando la sensación de que la hizo otra persona. La película es la historia de un predicador maduro que, al ser abandonado por su esposa y despojado de su iglesia, se enfurece y comete una locura. Pero en lugar de entregarse, huye y trata de reconstruir su vida desde cero.

Para Duvall, cualquier oportunidad de visitar la Argentina es buena. Ya sea para pescar truchas en el sur -invitado por la Secretaría de Turismo a comienzos de los 90- o para actuar en películas como La peste de Puenzo o el telefilme de TNT El hombre que capturó a Eichmann, Duvall siempre está dispuesto a hacer las valijas para venir otra vez a nuestras pampas. Aquí conoció a su gran amigo milonguero, el desaparecido Virulazo, y también a su actual novia, Luciana Pedraza (“la vi en una panadería cerca del Plaza Hotel, y ahora vive conmigo en Virginia”). Ahora vino a promocionar el estreno de El apóstol, pero pidió a los encargados de prensa de la distribuidora UIP que le den el mayor tiempo libre posible lejos de los periodistas para poder ver a sus amigos, bailar tango y pensar en el que quizá sea su próximo proyecto como director: una película a rodarse en la Argentina que, por supuesto, tendrá que ver con el tango.
Como es de rigor en estos casos, la conversación empezó sobre el tema a promocionar, El apóstol. Pero Duvall es un interlocutor extremista: o no dice casi nada, o habla como loco y es imposible pararlo.

¿Realmente estuvo 13 años tratando de filmar El apóstol?
-En realidad fueron 15 años... Por supuesto, no todo el tiempo exclusivamente dedicado a hacer esta película, pero cada vez que podía volvía a este proyecto. En un momento decidí que la tenía que dirigir yo, simplemente porque no iba a encontrar nadie que pudiera manejar mejor el tema. Yo he seguido de cerca a esos predicadores, y así pude llegar a entender su oficio, su manera de pensar y actuar, y no hubiese podido transmitir todo eso a un director que no supiera nada al respecto. Si no se conoce bien el tema, se cae en estereotipos. Y éste es un tema muy específico, muy particular de algunas regiones de mi país, con las más bizantinas variantes: hay predicadores para blancos, para negros, para gente de la ciudad y para gente del campo, hay predicadores de TV y de radio... Existe una variedad interminable de predicadores.

Los films hollywoodenses muestran a los predicadores como impostores que estafan a la gente. Usted, en cambio, trató de mostrar a un predicador honesto, que en nada se parece al Elmer Gantry que hizo Burt Lancaster o al predicador televisivo de Dennis Hopper en Reborn, el film que filmó el catalán Bigas Luna en Estados Unidos...
-¿Dennis Hopper hizo de predicador? Uh, esa película nunca la vi. Justamente estuve con él hace un par de semanas, somos muy amigos. Pero sí, El apóstol es diferente a todas las películas sobre predicadores porque nunca me ha conformado la visión del tema que dio Hollywood. Ni siquiera John Huston en su film maldito (Wise Blood, que nunca se exhibió en la Argentina) encontró el equilibrio necesario. No me gustan esos estereotipos del cine, esos pastores que engañan y roban a sus seguidores, justamente porque he estado en contacto con ellos, y los conozco bien. En esa profesión hay gente muy buena y muy mala, pero finalmente pasa lo mismo en todos los oficios, ¿no?

Si pasa eso en Estados Unidos, ¿cómo cree que puede reaccionar el público de otras partes del mundo, menos familiarizado con los predicadores?
-No sé cómo puede ser percibida mi película en un país como éste, donde la mayoría de la gente es católica. Pero tengo entendido que aquí también hay un gran movimiento de evangelistas, así que espero que la gente entienda al personaje. Con mi película traté de ir contra esa corriente que daña la imagen de los predicadores por no conocerlos demasiado: quise darle un poco de honor a esta gente. Y parece que era algo que ningún productor de cine quería mostrar. He ahí la razón por la cual demoré todo este tiempo en conseguir apoyo para la película. Cuando gané el Oscar por El precio de la felicidad pensé que no tendría problemas en encontrar inversores. Pero ya se sabe que el cine lo hacen los agentes, que ganan un porcentaje sobre cualquier negocio en que se metan. Y si la película es una producción tan chica, y con pocas posibilidades comerciales, ellos se preguntan: “¿El tanto por ciento de qué?”. Así es como la mayoría de estos proyectos terminan en la nada.

Usted no es guionista ni escritor, y sin embargo logró un relato tan sólido como original, en el que logra que el espectador envidie la capacidad del apóstol para recomenzar su vida desde cero.
-Nunca escribí mucho, si es eso lo que quiere saber. En el colegio no me iba nada bien en esa área. Ya había escrito una película (Angelo, My Love) sobre un pueblo gitano, pero fue algo muy distinto a El apóstol. Básicamente no escribo si no siento algo de verdad. Mi método se basa en pensar qué es lo que haría cada personaje: improviso las situaciones como si fuera cada uno de los personajes, a medida que escribo el guión. Así fue como se me ocurrió esa escena en la que, luego de atacar a alguien, el apóstol se escapa, tira su auto al río y vaga sin rumbo dispuesto a comenzar de nuevo. Lo más probable es que, enfrentados a la misma situación, usted o yo no sabríamos que hacer, nos quedaríamos esperando que nos detenga la policía. Pero un buen predicador necesariamente tiene que ser una persona muy creativa. Es una parte indispensable de su profesión.

En su filmografía hay títulos tan disímiles como El padrino y Apocalipsis now de Coppola, MASH de Robert Altman o THX1138, la ópera prima de George Lucas. ¿Fueron experiencias valiosas al momento de dirigir su propia película?
-Y, en el set siempre se aprende algo. Uno no puede estar trabajando a las órdenes de realizadores como ésos sin aprender algunas cosas. Pero aunque todos ellos son muy buena gente, en general prefiero el cine europeo. He aprendido más de directores con los que nunca trabajé, como Ken Loach, o Emir Kusturica, o Lasse Halstrom, el director de El año del arcoiris. Me interesa más el cine europeo que lo que se hace en Hollywood. Pero no siempre me gusta lo que hacen estos directores cuando vienen a Estados Unidos. Se dice que un director extranjero puede retratar con más fidelidad las cosas que un director nacido en Estados Unidos. Pero cuando uno ve las películas de Martin Scorsese sobre Nueva York, sus primeras películas, se da cuenta de que lo hace mejor que nadie. En cambio, los grandes estudios se empeñan en traer estos directores europeos a Hollywood, y ellos traen sus guionistas extranjeros y el resultado es simple: no entienden nada porque están fuera de su terreno.

Algo similar puede decirse de la visión de Hollywood sobre la Argentina.¿Vio Evita?
-La empecé a ver en TV con mi novia argentina. Pero no pudimos llegar al final, tuvimos que sacarla. Alan Parker es un director talentoso, tiene películas que están muy bien. Pero en este caso hizo un lío: la película no tiene nada que ver con la historia, mezcla el rock con algo que podría ser tango pero que no creo que pueda ser llamado tango... aunque bailen. Mi novia no la pudo resistir, y la verdad es que yo tampoco.

¿Nunca pensó en hacer una película sobre tango?
-Justamente tengo una idea para una película que me gustaría dirigir. No es un documental, pero tendría que hacerse en la Argentina. Es una historia de ficción sobre los últimos sobrevivientes del tango: algo así como las sobras de la milonga. La Argentina es la meca del tango. Posiblemente también del fútbol, pero sobre todo del tango. Hay gente que baila el tango en Estados Unidos y en Europa, pero lo bailan demasiado rápido, no entienden lo principal. Hay gente que se ha pasado la vida entera aprendiendo a bailar tango allá, y al final se dan cuenta de que no saben nada. En Alemania y en Japón lo hacen un poco mejor, pero la verdad sigue estando en la Argentina. Para aprender de verdad hay que venir acá. Creo que ahora se está bailando demasiado coreografiado, incluso aquí. Se está perdiendo la improvisación, que es lo que caracterizaba a la milonga, y que es algo que sus padres o sus abuelos todavía muestran cuando bailan espontáneamente en una fiesta.

Esa idea de la película sobre los restos de la milonga recuerda ciertos westerns sobre los últimos cowboys. Usted hizo varios westerns, incluyendo Joe Kidd con Clint Eastwood y Temple de acero con John Wayne. ¿Le gusta el género?
-El mejor western que hice es la miniserie Lonesome Dove, basada en la novela de Larry McMurtry. Los demás no me gustan mucho. Joe Kidd era más o menos. El director, John Sturges, era muy bueno, pero no me la acuerdo como nada especial. Y Temple de acero era horrible. John Wayne estaba OK, pero el director era el peor del mundo.

El director era Henry Hathaway, considerado uno de los grandes artesanos del Hollywood clásico, y el film le dio a John Wayne el único Oscar de su carrera...<BR> -No recuerdo un director tan malo en toda mi carrera. Eramos varios los que odiábamos esa película, empezando por el guionista.

¿Qué recuerdo le quedó de La peste?
-Estoy convencido de que es mejor película de lo que piensa la mayoría de la gente. Los franceses fueron demasiado duros con ella, algo que quizá sea lógico teniendo en cuenta el peso que tiene para ellos la novela de Camus. Los distribuidores no la quisieron estrenar en Estados Unidos y salió directamente en video, lo que es una pena. Pero ése es uno de los riesgos que corre una película. Por ejemplo, El hombre que atrapó a Eichmann es una película que sólo se exhibió en TV y en video, y es realmente buena: es un producto con el que estoy muy conforme.

¿Qué es lo mejor y lo peor de filmar una película en la Argentina?
-Tuve muy buenas experiencias filmando en la Argentina. Creo que los técnicos argentinos están entre los mejores del mundo. Son gente realmente creativa, que puede inventar algo de la nada, de una manera que los técnicos de Hollywood casi nunca hacen. Me acuerdo lo maravilloso que fue trabajar con el Chango Monti, el director de fotografía de La peste. Y lo malo de las producciones internacionales que se hacen en la Argentina es que desaprovechan todo ese talento, porque traen toda la gente de afuera. Por supuesto, creo que los productores tienen el derecho de contratar a la gente que se les dé la gana, pero la verdad es que desaprovechan el talento de los técnicos de acá, que saben cómo sacarle el jugo a muchas cosas de la Argentina mucho mejor que un buen técnico traído de afuera. Quizá eso sea lo peor de los rodajes internacionales en la Argentina: el desaprovechamiento de la creatividad local.

Después de tantos viajes y proyectos relacionados con la Argentina, ¿qué cree haber aprendido de nuestro país?
-Como siempre, uno escucha de todo. Hay gente que me cuenta que las privatizaciones de los últimos años dejaron sin trabajo a mucha gente, y otros que me dicen que con Menem mejoró la economía. Cuando preparaba el film sobre Eichmann, descubrí algo que me sorprendió de la historia argentina: la conexión de Perón con los nazis y con Mussolini. Yo tenía la idea de que el peronismo era un partido populista de izquierda, y me costó entender que fuera un movimiento que incluía ideologías tan opuestas. La Argentina tiene muchas contradicciones como ésta. Hay una choque muy fuerte entre lo colectivo y lo individual. Colectivamente, los argentinos son muy arrogantes: hay una actitud de mirar desde arriba a todos los demás latinos, como si la tradición europea los volviera mejores que los demás pueblos de Latinoamérica. Y, al mismo tiempo, los argentinos son maravillosos individualmente. Y se lo dice alguien que tiene una novia argentina.