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Vale decir


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Eduardo x 4: ”Me encantaría salir en una nota en la que me muestren producida como Isis y también de hombre, algo que Cris Miró no puede hacer”.

“Cuando estaba embarazada, todos los días pedía que fuera una nena, y cuando nació ya tenía todo rosa”, dice la madre. El hijo hoy deambula por las pistas de boliches varios: haciendo lo que él llama “adornar la fiesta”. En uno de esos boliches, hace una pausa en su deambular y dice: “Antes, si alguien me encaraba, me presentaba como Eduardo. Pero muchos me dijeron que ya saben que soy un hombre, y prefieren decirme Isis. Pero salgo de acá y sigo siendo Eduardo. Aunque en casa soy Pepe”. En su casa, al día siguiente, el hermano de Eduardo saluda: “Yo soy el hermano de la reina”. Y la madre dice: “Yo soy la mamá del Isis”. Entonces llega Pepe.

Pasado en limpio: Eduardo es el nombre de Isis y el centro de las amenazas recurrentes durante la infancia ante “las mariconadas del nene”: Te voy a llevar al Registro Civil para que te cambien el nombre era el alarido materno que se escuchaba en el departamento de Lugano en el que Eduardo/Pepe/Isis vivió toda la vida, exceptuando períodos poco honrosos y más bien oscuros que revisitará más tarde. Por ahora, dice: “Me crié en este departamento, sin muchos juguetes. Hoy los chicos tienen cada chiche que para qué te cuento, pero yo jugaba con los broches. Recién hace un tiempo me pude comprar una Barbie, que me vino con el pelo mal y la rapé. A los diez años le robé plata a mi papá para comprarme dos muñecas. Yo era fanático de Cindy Lauper y el pelo de ella era cualquier cosa, entonces experimenté con las muñecas. Y ¿qué hay del mito del niñito gay? Es cierto, jugaba al elástico y a las muñecas, y detestaba el fútbol”.

LA CASA Isis vive en el departamento con Leo -la madre-, Nacho -el novio de Pepe-, y José -hijo pródigo vuelto al seno materno luego de su matrimonio y posterior divorcio con una vecina palier de por medio-. Cada tanto aparecen de visita los otros dos hermanos, mayores: Horacio e Isabel (ella está casada con un ex policía; él estuvo preso durante los cuatro años que duró el proceso por tráfico de droga del que resultó inocente). El living supo ser una suerte de sala de primeros auxilios para el mal de ojo, el empacho y otros diagnósticos, pero ahora los pacientes son pocos y conocidos, para apaciguar la ola de rumores que hablan de “la curandera” y porque es difícil conseguir buen aceite de víbora en Buenos Aires. Una radiografía un poco más íntima revela que la madre duerme con José, cada uno en su cama de una plaza, en el cuarto que antes compartían los hermanos. La explicación, que nadie se apresura en absoluto a dar: la madre donó más que gustosa su cuarto para que Pepe se instalara con todos sus petates y con Nacho, su novio, allí. Nacho fue expulsado de su casa después de revelar a su familia que Isis era, aplicado el rigor científico, Eduardo. Ahora vive y ayuda en el departamento de Lugano. Leo dice: “Yo no quiero que se vaya el Isis. Es la luz de mis ojos. Mi casa es un refugio, como el Arca de Noé: hay de todo, y de a dos. Los chicos amigos de Pepe andan dejando las mochilas en las casas de otros, porque en sus propias casas no se pueden cambiar. En algunos casos las familias no saben y al resto los echaron. A veces le pregunto al Isis cómo pueden vivir así la Charly, la Martín, la Tony. Acá, hasta vienen los amigos de mi otro hijo, que no son homosexuales, y si empiezan a tomar confianza se disfrazan ellos también de mujer”.

LOS HOMBRES DE LA CASA Hace años que en el departamento no vive ningún marido de la madre. La última vez que tuvo uno, prefirió dejarles el departamento a sus hijos y mudarse con el tipo a dos cuadras: “Yo a esta casa marido no traigo”, sentencia Leo, la madre. Y suelta un breve racconto del largo y sinuoso camino que la llevó de Tucumán a Lugano, y de gitana a cocinera: “Mi abuelos eran turcos moros que llegaron primero a Santiago del Estero, y de ahí pasaron a Tucumán. Mi padre se fue de casa cuando nosotros éramos muy chicos. Siempre vivimos en carpas, en un lugar en medio de los cerros, a 37 kilómetros del pueblo más cercano: el lugar no tenía ni nombre, así que le quedó Kilómetro 37. Eramos 13 hermanos, de los que hoy quedamos 8. Del que más me acuerdo es de un bebé que tuvo mi madre: era el noveno o el décimo, se llamaba Pablo Andrés y murió a los dos años, porque había nacido invertebrado. Yo soy la séptima. Pero mi mamá casaba a los varones y no quería que sus hijas tuvieran nada que ver con un hombre. Entre los gitanos la madre es muy fuerte: la mujer siempre va delante del hombre. Además, si una hija queda embarazada sin casarse, la madre adopta al chico, que pasa a ser como un hijo más. De ahí viene eso de que los gitanos roban chicos: se los roban a sus hijas, en todo caso. En mi casa todo era demasiado estricto: cuando menstrué por primera vez, nadie me había explicado nada, y me hubiese muerto desangrada si no me encontraba mi hermano en el piso del baño. Una noche me escapé con mi hermana para ir a una fiesta y quedé embarazada. Para que no fuera mi hermano en vez de mi hijo, me vine a Buenos Aires. Cómo le pegaron a mi hermana por mí esa vez”. Leo nunca más vio al padre de su hija, y a los 22 ya se había casado y enviudado. A los 29, se casó de nuevo, con el padre de Isis, el último marido en entrar y salir del departamento.

LA SONRISA DE PAPA “Mi viejo no fue gran cosa para mí. Estuvo en casa hasta que tuve doce años. Se fue una Nochebuena. Como todos los años, comía, brindaba y se acostaba. Era así: un gallego que iba del televisor a trabajar a la carnicería, y de la carnicería al televisor. Si algún fin de semana nos llevaba a Ezeiza a cazar pajaritos, nos teníamos que alejar cinco kilómetros de él para no molestarlo. Una noche dijo que estábamos haciendo mucho ruido y que se iba a dormir a otro lado, juntó la poca ropa que tenía y se fue. Nos dejó con una pila de documentos que había que pagar”.

Cuando el padre se fue, Isis todavía iba al colegio. Su educación religiosa había quedado trunca cuando se enteró de que las clases de catecismo eran los sábados a la mañana. “Por ese entonces mamá veía que yo andaba pitando cigarrillos de cualquier cenicero, así que me agarró y me dijo que ella me compraba los paquetes, pero si me encontraba pidiendo me cagaba a golpes. Viste cómo son las madres: pensaba que me iban a convidar un pucho con droga”. A los 13 años, el director del colegio citó a Leo porque Eduardo se había cortado y teñido el pelo. Ella recopiló algo de información entre los amigos del hijo, entró en la dirección, y dijo: “¿Así que no puede venir con el pelo así, pero en el baño se puede fumar marihuana?”, y sacó a su hijo del colegio. La única experiencia que ella había tenido con una persona drogada, dice, fue una rinoscopía que le hicieron (a Leo y al resto del personal) después de que la hija de un coronel terminara desnuda y envuelta en un mantel en el restaurante donde Leo trabajaba de cocinera, en la época de Onganía. A causa de esa experiencia, le dijo a su hijo: “Si querés fumar porro, traés uno y te lo fumás conmigo. Quiero ver qué hace”. Hoy dice: “Le dije eso, aunque la verdad es que yo no fumaría. Prefiero el lechón y la cerveza”.

EL CASAMENTERO DE LA CASA Después de salir del colegio, Eduardo empezó a estudiar peluquería por motu propio y a juntar porquerías del baldío de atrás del edificio. En el curso para peluquero conoció a un tipo que decía ser psicólogo y que se dio cuenta de que Eduardo era “una mariquita reprimida”. Una tarde lo llevó a Plaza Congreso y le empezó a hablar. Después, lo invitó a la casa (con la excusa de ensayar un corte de pelo) y terminó cantándole una canción que había compuesto sobre “liberarse y sentirse bien”. Isis dice hoy: “Se pasó de mambo cuando se me tiró encima. Por ese entonces yo tenía una novia, a la que me costaba lubricar y nunca podía penetrar, pero todavía tenía novia. Incluso cuando mi hermano empezó a salir con la hermana de ella, yo le di los primeros consejos. Y se terminaron casando”.

SALIR DE LUGANO Tiempo después Eduardo conoció a una chica en Maschwitz, a la que le tuvo que explicar su situación y a quien terminó presentando a su otro hermano. Pero la relación nunca fue recíproca: hasta ahora sus hermanos nunca le presentaron a nadie, ni siquiera chicas. “En un momento pensé que sí me gustaban las chicas. Hasta que, a los quince creo, me enamoré de un tipo por primera vez. Darte cuenta es fácil: hay que imaginarse una cama con un tipo y una con una chica, y hay que elegir. Igual no tuve que llegar a eso. Ya de chico había hecho las típicas picardías con los otros chicos, esos juegos en los que terminábamos transando”, dice Isis, y detona una interrupción de mamá Leo: “Yo lo encontré dos veces teniendo sexo con una vecina en su cuarto. Entonces lo agarré y le dije que no quería que fuera como un tipo que conocíamos, que tenía familia e hijos y andaba con otros hombres. Si quería probar, que probara, pero después tenía que elegir”.

Eduardo probó: “Un día, caminando por la calle, entré a Experiment, un boliche gay. Y fue un alivio: me sentí un leproso, que entraba a revolcarse en un lugar lleno de leprosos. Al final, terminé revolcándome en un hotel de Liniers. Ir a ese lugar y poder salir de Lugano era una terapia. Lugano debe ser el barrio más machista de la Capital. Conmigo está todo bien, porque nunca anduve con plumas y además los conozco desde chicos, pero en los boliches te encontrás a varios de yiro, y si les decís Yo te conozco, ¿vos no sos de Lugano? se hacen las boludas y se van”.

EL PRIMER AMOR A los 19, mientras su madre se había mudado a otro departamento con su nuevo marido, Pepe fue a Mar del Plata con un tipo y su mujer, “que prácticamente me habían adoptado”. Fueron a trabajar. Primero probaron vendiendo barriletes y perdieron casi toda la inversión. Con lo que les sobró, arrancaron con un carro de pochoclo en la peatonal que redituó ganancias inesperadas. “Mientras trabajaba allá, conocí a una persona -¿viste que todos los homosexuales decimos conocí a una persona en lugar de a un tipo?- y a esa pareja le conté todo.” La versión materna de lo mismo dice así: “Yo ya me lo veía venir. El era muy mujercita: se vivía pintando y disfrazando. Cuando cayó preso mi otro hijo, dejé la otra casa y volví. Su novio primero lo llamaba a la casa de la vecina. Hasta que se dio cuenta de que podía empezar a llamar acá”.

DURA ES LA NOCHE Un día la persona dejó de llamar y Eduardo entró en el período más bien oscuro que ahora se dedica a revisitar: “De los 20 a los 23 estuve muy mal. Me había peleado con aquella pareja amiga. Yo al tipo lo quería como a un padre, pero se ve que mi homosexualidad lo confundió. Y empecé a andar mal. Me levantaba y desayunaba vino y merca, y así andaba todo el día. Me iba con dos chicas y otro chico, pero no me interesaba, qué iba a hacer: por lo menos trataba de que las chicas pasaran un buen momento. Llegué a despertarme en tanga y corpiño en el piso de un baño. No me acordaba ni de lo que había hecho. Las paredes de los calabozos están totalmente rayadas: de lo único que me acuerdo es de que me pasé horas imaginando imágenes en esas rayaduras y de un policía que me decía Si me llego a contagiar el sida por tu culpa, te mato. Eso quiere decir que me tenía ganas, ¿no? Pero con un policía nunca. Fisuré el día que a las seis de la mañana me estaba metiendo en la cama con un frío de cagarse y mi vieja se levantaba para ir a laburar. Ahí me calmé”. Así nació Isis, en homenaje a una chica que Eduardo alguna vez conoció en González Catán, durante su época oscura, y a la que tuvo que explicarle -de nuevo-, su situación. Cuando tuvo que elegir un nombre, se acordó del poco despecho con que esa chica había tomado la explicación. Y también se la presentó al hermano.

TODO PARA EL HOGAR Antes de convertirse, a los 25 años, en la pieza que termina de adornar las fiestas más diversas, antes de convertirse en la reina del Morocco y del Milenio, y antes de que las tarjetas de los boliches anunciaran, como ahora, Isis y las drags, Pepe ya había empezado a ejercitar el reciclaje con que hace su ropa: bidones, mangueras, caños, plásticos, lujuriosos pedazos de cuero o tela, el afortunado hallazgo de un corset ortopédico. Todo suma, incluso el aporte desinteresado de algunos vecinos de Lugano que, de boca en boca, se enteran de la producción independiente de Isis. “Yo fabrico toda mi ropa. Mi vieja, cuando limpia, revisa toda la basura y me trae lo que cree que me puede servir. El otro día el service nos quiso cobrar una ponchada por arreglar el lavarropas. Lo desarmamos, y con la bobina me hice un vestido, con la puertita, una ensaladera y con lo que nos quería cobrar compramos uno nuevo.”

SALIR DE CASA Hasta la irrupción de Isis, Eduardo nunca había pisado la calle vestido de mujer: “Porque así vestido de maricona no iba a tener levante”. La primera vez que se paseó por una fiesta con un cat-suit negro de propia producción, apareció en la sección de sociales de una revista. Cuando se enteró, dice, compró la revista, armó unos cigarrillos, fumó hasta el cansancio y se pasó toda la tarde mirando embobado su foto. “Nunca pensé que iba a terminar haciendo esto. Cuando iba al colegio, jugaba con las vecinitas y les organizaba desfiles. Era amigo de las chicas y de los chicos interesados en mis amigas. Por esa época me hubiese encantado nacer mujer, pero hoy estoy viviendo cosas que casi ninguna de las chicas de veinte años llenas de hijos que veo en colectivo va a vivir. Incluso alguna vez pensé que, si hubiese nacido mujer, me habría enganchado a un tipo de guita, pero después tuve la oportunidad y no quise. Lo que siempre hice fue depilarme la barba y ponerme un poco de base para no tener imperfecciones en la cara. Pero no quiero hacerme nada: ni siliconas ni cirugía. ¿Para qué, si terminan siendo todas iguales? No soy travesti. Ellas quieren ser mujeres. A mí me gusta que digan qué linda mina, pero no quiero estar todo el día preocupado por eso”.

Leo, la madre, tampoco quiere estar preocupada. En su momento, terminó el primario acompañando a su hija mujer al colegio nocturno. Ahora, cada vez que Eduardo sale después de las nueve de la noche, ella lo acompaña a tomar el colectivo y pasa noches en vela esperando que vuelva. La primera vez que Eduardo salió como Isis, ella fue hasta la remisería y les explicó quién iba a ser el pasajero. “Si explicás, entienden. Y el que no entiende, que no se meta.”

GRACIAS, MAMA Un día Pepe llegó fascinado con la peluca de uno de los chicos con el que integraba Las Traviesas (grupo hoy disuelto especializado en playback, que supo transitar por los programas de Antonio Gasalla, Lucho Avilés y “A pleno sábado”, la emisión bailantera de América). Apenas la madre lo escuchó decir Ay, cómo me gustaría tener algo así, le dijo: “Lo vas a tener”. Y empezó a dejarse crecer el pelo. Su abuela gitana había llegado a tener un metro y medio de cabellera. Leo no llegó tan lejos. Pero alcanzó para la peluca con que Isis filmó el video que lo llevó al trono del Morocco. “El día que lo vi, le di gracias a Dios por haberle podido regalar el pelo. Y cada vez que le veo la peluca puesta, se me dibuja una sonrisa.” La sonrisa de mamá, dice Isis.