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Clase media
Por Antonio Dal Masetto

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t.gif (862 bytes) Conozco al señor Garmendia y a la señora Magnani un sábado paseando por el puerto. Llegan sobre una bicicleta tándem. Adelante y atrás llevan dos canastos donde van sentados dos chicos. Desmontan y los chicos, pulcros, alegres, corren junto a los barcos y recogen puñados de trigo, soja, maíz y arroz que han quedado en el suelo durante la carga. Trabajan con eficiencia soplando en la palma de la mano para limpiar los granos. Colocan cada tipo de cereal en morrales diferentes. Se desplazan saltando sobre un pie y cantan rondas infantiles. El padre los mira satisfecho. La madre teje con unas agujas evidentemente artesanales.

Estoy parado cerca y la charla surge sola. Cuando hace un tiempo, apurado por la situación económica, el señor Garmendia dejó de comprar el diario, no podía prever que esa determinación era el puntapié inicial de un gran cambio. Tampoco pudo sospecharlo cuando tiempo después se vio obligado a desprenderse del R12 y compró el tándem. Las ventajas del tándem no tardaron en evidenciarse con los saludables paseos al aire libre. Mientras tanto, para saciar su hábito de lector, comenzó a frecuentar la biblioteca del barrio. El primer descubrimiento fue El recetario industrial, de Hiscox-Hopkins, 1336 páginas, con 22.135 recetas. Y luego un librito titulado El horticultor autosuficiente.

--Los conocimientos que adquirí y, modestamente, una cuota de ingenio, me fueron llevando a provechosas determinaciones --dice.

La familia ocupa tres ambientes, planta alta de una construcción de dos pisos. Disponen de una terraza y ahí armaron una productiva quintita. Consiguieron una gallina muy ponedora que les da muchas satisfacciones. La alimentan con el maíz del puerto. Al trigo lo muelen en un mortero. Con la harina hornean un sabroso pan sin levadura. La soja tiene múltiples usos. En el cuarto de baño, en un placard con humedad, se dan muy bien los champiñones. El patio del taller mecánico de al lado está cubierto por una parra. Con autorización del propietario, aprovechan la uva y producen vino y vinagre. Las semillas prensadas dan un óptimo aceite. Con las hojas tiernas de la parra preparan ricas ensaladas y niños envueltos. El azúcar lo reemplazan con una melaza de remolacha que ellos mismos elaboran. Eliminaron la sal. Es poco lo que compran. Con los excedentes de su producción efectúan canjes.

--Siempre a causa de la crisis, pero también alentado por esta nueva experiencia vital, hice una manganeta y canjeé la transferencia de la línea telefónica. Me deshice del televisor y del equipo de música. Tenemos formas de pasarla bien. Por la noche entretengo a los chicos proyectando sombras chinescas sobre la pared, cantamos, leemos en voz alta algunas de las 22.135 recetas.

Después le tocó el turno a la cocina y al calefón, y el señor Garmendia se sacó de encima a Metrogás. Adquirió una cocina económica, de las alimentadas con leña. Al volver de la escuela los chicos recogen ramas secas, cajones o traen recortes de madera de una carpintería del barrio. Son gemelos. Concurren juntitos a dos escuelas. Una a la mañana y otra a la tarde. En una escuela están en cuarto y en la otra en quinto. Lo decidieron así por la copa de leche y algo que les dan de comer.

Garmendia solucionó la calefacción mediante una red de caños conectados con la cocina económica. Para la ducha instaló en el techo un sistema basado en una sucesión de botellas acopladas en cuyo interior pasa una serpentina que toma temperatura con el aire calentado por el sol a través del vidrio. Vendió el lavarropas. Ahora colocan la ropa en la bañera y mientras se duchan caminan durante un rato sobre las prendas enjabonadas. Es el mismo principio del lavarropas.

--Finalmente decidí cortar también con Edesur.

En la terraza montó un chingolo, uno de esos molinillos que se usan en el campo donde no hay electricidad. La hélice, al girar, va cargando una batería. Redujeron el consumo de luz a una sola bombita de 15 wats colocada en el extremo de un largo cable. La desplazan por el departamento según las necesidades.

--¿Y cuando no hay viento? --pregunto.

--Colocamos la bicicleta sobre dos tacos, la conectamos y pedaleamos. Hacemos ejercicio y cargamos la batería.

Eliminando la heladera, si necesitan frío puede llevar la temperatura desde diez grados centígrados a veintitrés grados bajo cero mediante una mezcla de sulfato sódico, cloruro amónico, nitrato potásico y ácido nítrico. La esposa de Garmendia elabora toda la ropa. Inclusive el calzado, utilizando cubierta de auto como suela, duración interminable. Casi todo lo fabrican en casa: jabones, desinfectantes (fórmula: soda cáustica, resina y creosota), conservas, matamoscas, pinturas, una colonia llamada Agua Húngara (romero en flor, salvia fresca y alcohol), dentífrico (pómez en polvo, almidón, esencia de menta), crema para arrugas (leche de almendra, agua de rosas y alumbre). Un compañero de trabajo, además sereno en una droguería, le consigue los elementos necesarios al costo. Un primo, visitador médico, le regala muestras de vitamina C, efervescentes, con gusto a naranja, que disueltas en agua reemplazan a las gaseosas.

--No nos privamos de nada --me asegura--. Mejoramos la calidad de vida y ahorramos. Desde hace un tiempo me sobra algo del sueldo y voy comprando francos suizos, quiero asegurar el futuro de los chicos.

La recolección de cereales termina. Se despiden. Miro alejarse a la familia Garmendia y me digo que a los argentinos no nos para nada ni nadie. Venimos de sicilianos y franceses, gallegos y coreanos, alemanes y andaluces, judíos y vascos, aborígenes y piamonteses, chinos y gitanos, japoneses y armenios y una punta de cepas más. Somos un hueso muy duro de roer.

 

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