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Juan Manuel Abal Medina, secretario general del peronismo en 1972.
“Ezeiza fue un quiebre del cual no logramos reponernos”

Tenía 27 años y Juan Perón lo había imbuido de poder. Era un negociador entre sectores que aparecían irreconciliables. Abal Medina relata los días previos al primer retorno de su líder, pasando por el triunfo de Cámpora, la masacre de Ezeiza, el golpe y su largo exilio en la embajada mexicana. Hermano del fundador de Montoneros.

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  Por Sergio Moreno

t.gif (67 bytes) –Cuando lo nombraron secretario general del Movimiento Nacional Peronista (PJ) en 1972, usted tenía 27 años. ¿Cómo estaban el peronismo y el país en ese momento?
–Era el gran auge de ideas de reivindicación social que hacen eclosión en el mundo y cobran fuerza en nuestro país a partir del Cordobazo. En el marco nacional, el sector político y social mayoritario venía arrastrando una larga persecución y proscripción. Estos fenómenos se suman y dan los explosivos 70, en los cuales las reivindicaciones generales se encarnan en la Argentina como más violencia, en una sociedad herida por los gobiernos militares y gobiernos civiles títeres de las FF.AA. y de la oligarquía. El peronismo vivía esta época con la decisión muy fuerte de que había que romper como fuera el círculo de la proscripción. Esto es lo que hace que la propuesta de lucha armada encontrase un ámbito favorable...
–Situación fogoneada por el propio Perón. El llamaba “formaciones especiales” a los grupos armados de la juventud.na12fo02.jpg (8441 bytes)
–Sí, así los llamaba, tuvo contacto con ellos. El único sector que tenía contacto con el general, al margen de las estructuras orgánicas del movimiento, eran los Montoneros. Ellos tenían contacto directo con el general y mucho trato con Isabel.
–Su hermano Fernando fue cofundador y primer jefe de Montoneros. ¿Cómo era su relación con él?
–Fernando era dos años menor que yo. Murió a los 23 años. Eramos muy amigos y, de los seis hermanos, los dos más politizados. Todos estudiamos en el Nacional Buenos Aires y teníamos una cercanía muy grande. Estábamos en sectores políticos muy distintos: yo venía del nacionalismo tradicional y Fernando estaba en el grupo que lideraba el padre Carlos Mujica, la juventud estudiantil católica del Nacional Buenos Aires. Al igual que Gustavo Ramus, que Firmenich. Fernando vivía en casa de nuestros padres, hasta que un buen día anuncia que se va de viaje sin dar mayores explicaciones, y ahí le perdimos la pista. Muchos años después supe que se había ido a Cuba a entrenarse militarmente. Después de eso, lo volví a ver tres o cuatro veces, pero del viaje a Cuba me enteré después de su muerte.
–En 1974, en un reportaje en Descamisado, Firmenich y Norma Arrostito relataron los detalles del secuestro y muerte del general Pedro Eugenio Aramburu y revelaron que fue su hermano Fernando quien lo mató. ¿Qué sintió al enterarse?
–Fue una conmoción. Me asombró, más allá de que Aramburu siempre me pareció una figura nefasta. En el peronismo tuvo un enorme eco favorable, si bien la violencia no es justificable bajo ningún punto de vista.
–Pero la violencia era la moneda de negociación política en esa época...
–La respuesta del peronismo, Montoneros incluido, a la violencia del régimen era inevitable. El general decía que si no atacábamos desde todos los frentes posibles al régimen nos iba a mantener afuera, con una persecución de la cual Aramburu era una figura emblemática. En aquella época no se había vivido aún el genocidio, pero Aramburu no fue mejor que Videla. No hubo campos de concentración pero hubieron bombardeos en una plaza llena de gente, hubieron fusilamientos de civiles porque sí. Esto no justifica el crimen. Pero existía un contexto político donde el peronismo se sentía jaqueado. El propio Perón difundió una carta tremenda que envió a los montoneros y decía que era absolutamente falso que haya expresado disgusto por un hecho que deseaba la inmensa mayoría del pueblo argentino.
–El sindicalismo también vivía una conmoción importante. ¿Cómo mantenía su relación con todos los sectores sindicales?
–José Ignacio Rucci y Lorenzo Miguel eran los hombres fuertes. Y el problema mayor eran los colaboracionistas encabezados por Rogelio Coria. Yo me apoyé fundamentalmente en los metalúrgicos, más allá de la buena relación, de afecto, que tenía con Ongaro y Guillán de la CGT de los Argentinos. La batalla que dimos fue apoyar a los metalúrgicos en contrade los colaboracionistas hasta que logramos expulsar a Coria. Mi relación con Lorenzo y con Rucci era muy cercana.
–¿Cómo era Rucci?
–Un tipo absolutamente pasional, muy mal político, de muy poca formación, un peronista absoluto pero con un pensamiento fascistoide. Y de una enorme lealtad al general: eso era el punto de coincidencia que nos permitía trabajar juntos. Con don Héctor (Cámpora) nunca se quisieron mucho. Eran los dos extremos. Cuando el general decidió que Cámpora sea su delegado, Rucci se puso como loco y se produjo un enfrentamiento que no terminó a los tiros de milagro. Cuando estábamos haciendo el congreso para elegir candidato a Cámpora en el hotel Crillón, Rucci quería levantarlo a balazos. Después pidió perdón de mil maneras, reconoció que había estado mal, pero el episodio fue muy duro.
–Más allá de la candidatura, ¿qué papel desempeñó Cámpora?
–Fue una figura encomiable. Y había sido vilipendiado, tratado como una figura oscura y era la negación de eso. Tenía una trayectoria notable y una formación política de un cuadro de primer nivel. Fue muy importante.
–La foto del primer regreso de Perón, el 17 de noviembre de 1972, hace pensar que el de Rucci fue el paraguas más oportuno de esta historia...
–Era lógico. De los cuatro que éramos el comando del regreso, dos venían en el vuelo, don Héctor y Lorenzo, y dos lo recibimos al pie de la escalerilla, Rucci y yo. Las cosas estaban extremadamente difíciles. Le dábamos el informe a Perón mientras íbamos bajando la escalerilla del avión. Se produjo toda una situación confusa y peligrosa. Los militares mandaron a Ezequiel Martínez y a Edgardo Sajón, que era el duro en las negociaciones. Y por el peronismo hablamos Cámpora y yo. Tuvimos seis o siete reuniones a lo largo del día. Ellos decían que no estábamos presos pero que, por seguridad, no podían dejar que Perón se moviera. Nos paró la policía en la puerta. Volvimos y se decidió el paro general activo de la CGT, con movilización hacia Ezeiza. Los militares nos estaban encerrando en un callejón que podía desembocar en un desastre. Nosotros temíamos por la seguridad de Perón, y también por su salud...
–¿Ustedes ya tenían datos sobre el deterioro de la salud de Perón?
–No. En realidad, la salud del general se deteriora después.
–¿No era previsible que Perón se iba a morir pronto?
–Para nada. Hay que tener en cuenta que el general era relativamente joven: en 1972 tenía 75 años. Era vital, aparentaba tener una salud impecable. No había por qué pensar que su salud no estaba bien. Sí lo supieron López (Rega) e Isabel. Los primeros síntomas de complicación se presentaron en febrero de 1973: Perón estaba siendo operado de próstata en la clínica de Puigvert, en Barcelona, y tuvo un paro cardíaco en la intervención. Por esas cosas del destino yo no me enteré en ese momento: estaba en Madrid y, porque los horarios del vuelo a Barcelona me demoraba el regreso a la Argentina, donde estábamos en plena campaña electoral, no fui a ver a Puigvert. De haber hablado con él nos hubiésemos enterado qué frágil estaba Perón. López Rega lo supo y comenzó a organizar su avanzada. Se guardó el secreto y empezó su tarea de deterioro a Cámpora. El primer aliado que busca López Rega no fue la derecha, fue la izquierda peronista. Nadie le hizo caso. Me buscó a mí, porque yo estaba situado más a la izquierda, y me comenzó a hablar mal de Cámpora. Volví alarmado de Madrid.
–¿Qué decía López Rega?
–Barbaridades. “Nos quieren dejar afuera”, decía. ¿A quiénes?, me preguntaba yo. López no era nadie, servía el café. Yo no me lo tomaba en serio. Pero López hablaba por Isabel. Me decía: “Los verdaderos leales somos nosotros, usted, la señora que quiere tanto a los Montoneros...”. Y tuvieron algunos contactos con los Montoneros, algunas reuniones. Obviamente no llegaron a nada. Entonces, López buscó a los elementos más marginales del movimiento: un tal Campos, Norma Kennedy. Comienzan a operar sobre el general con las intrigas sobre Cámpora y, en esos momentos, se produjo la desgraciada frase de Rodolfo Galimberti: despuésdel triunfo del 11 de marzo, en una conferencia de prensa llamó a conformar las milicias populares. Galimberti no era montonero pero quería serlo y para congraciarse con ellos se manda lo de las milicias. Entonces, le van al general con este asunto. “¿Qué fue eso de las milicias?”, me preguntó. “Nada, general, no va a trascender”, respondí. “Está trascendiendo mucho”, me cortó. Cuando Perón decía esas cosas... la gente temblaba. Delante del general todo el mundo se hacía chiquito. Era imponente. Era también de una enorme cordialidad, era encantador. Pero imponía. Para los más viejos era tremendo. Lorenzo entraba en éxtasis. Yo no lo escuché hablar nunca frente al general.
–La maniobra anticamporista fue exitosa.
–Sí. Lo deterioró. El general ya estaba con su salud más quebrantada, cosa que no sabíamos, gracias a lo cual comenzó a tener más influencia López Rega. Fue un cambio vertiginoso: en noviembre del ‘72, López no participa de ninguna reunión política, sólo servía el café; a fines de febrero del ‘73 comenzó a opinar; en abril se sentaba en el despacho de Perón y participaba como un dirigente más. Se metía en todo y Perón lo dejaba. Y como corolario de todo esto, los montoneros –además de sugerirle nombres de ministros al propio Perón– empezaron a cantar “Montoneros y Perón conducción, conducción”. Planteaban compartir la conducción con el general: era delirante.
–Ya se preparaba el regreso definitivo de Perón y la tragedia: Ezeiza.
–Sí. Después de la asunción de Cámpora, se armó el comando del “Operativo Retorno”. Formaron una banda con Jorge Osinde, un hombre muy mediocre, una bestia, Norma Kennedy y Brito Lima. Yo sostenía que no debía existir la comisión: el gobierno era peronista y debía ser el Estado quien preparase el regreso. Después, sucedió lo que ya sabemos. Fue una provocación de la ultraderecha pero también fue una estupidez de los montoneros que se dejaron llevar a ese terreno. También muchos sectores sindicales se prestaron a la provocación. Hasta el 25 de mayo habíamos podido mantener un equilibrio interno, pero después el asunto se iba de las manos. Se lo dije al general antes del 20 de junio (del ‘73): el movimiento, con esos grupos sueltos, era incontrolable. “¿Cuáles grupos?”, me preguntó. “Su secretario López Rega, concretamente”, le dije...
–¿Qué respondió Perón?
–Me dijo: “Pero no doctor, son las locuras de siempre de Lopecito, no se preocupe”. Sin ese factor loco, Ezeiza no hubiese sido posible. Ezeiza fue un quiebre del cual no logramos reponernos. Yo logré juntar en mi casa a Lorenzo Miguel con Roberto Perdía (de Montoneros). Logramos parar a Rucci y a la CGT y que Montoneros enfriasen un poco el clima. Pactamos para desplazar a Osinde y a López Rega: conseguimos lo de Osinde y no juntamos la fuerza política para echar a López Rega. Con Cámpora fuera de carrera, el proceso se encaminaba a nombrar a Isabel como vice...
–Después de la masacre Perón le echó la culpa a la izquierda.
–La información que le llegaba era esa.
–¿Todavía cree en la teoría de que Perón estaba aislado por López Rega?
–Por un lado el entorno tenía enorme influencia. Pero además los montoneros lo desafiaban. Me hace acordar la famosa marcha a Olivos: ellos empeoraban las cosas cada vez más, le cuestionaban el liderazgo.
–¿Ustedes no dijeron nada de la designación de Isabel sabiendo que la salud del Perón estaba quebrantada?
–Nosotros no lo sabíamos. Yo me enteré, y fui uno de los primeros, en Navidad de 1973. Lo sabían Isabel y López, y se lo callaron. Cuando el doctor Taiana lo supo ya era tarde. Fue él quien me lo contó.
–En el medio de esto se produjo el asesinato de Rucci.
–Fue la provocación más grande contra el general. Nunca dudó de que habían sido los montoneros y lo vivió así. Fue una etapa donde decía cosas muy fuertes contra Montoneros. Eso produjo la primera fractura de Montoneros con el desprendimiento de la JP Lealtad, de Carlos Maguid. Muchos intentamos recomponer. Yo tenía diálogo permanente con el general yme reunía con gente de la organización. Había gente sensata, pero el liderazgo de la “orga” estaba en manos de un grupo que pensaba que en la Argentina estábamos cerca de la revolución.
–Usted en ese momento era considerado zurdo por la derecha y hombre de la burocracia sindical por la izquierda...
–Era complicado. En esa época salió eso que me cantaban “Abal/ Medina/ la sangre de tu hermano se negocia en la Argentina”. Estando yo presente, nunca me lo cantaron. Sé que se cantó, pero nadie lo hizo delante mío.
–Todos estos hechos desencadenan el 1º de Mayo, cuando Montoneros se va de la Plaza y Perón gritaba a los “estúpidos” e “imberbes”.
–Vi a Perón el 3 de mayo y me dijo que pensaba que se le había ido la mano, que había perdido los estribos. También me dijo que eran insoportables. Se habían metido con su mujer, pero aún en este contexto pensaba que se había extralimitado. Después del 1º de Mayo la derecha creía que había ganado el partido, pero el general lo dio vuelta el 12 de junio con aquello de que “yo no vine a firmar la dependencia...”, un discurso con el que buscó componer. Perón tenía reuniones con algunos montoneros buscando que se separen grupos importantes. Quería recomponer el movimiento, se dio cuenta de que le había crecido una derecha loca y quiso detenerla. Pero ya estaba muy mal de salud.
–Cuando murió Perón, ¿cuál era el escenario político que se plantearon?
–Derrocar a López Rega. Cosa que se logró con la movilización a Plaza de Mayo. Después logramos que Isabel tome licencia y cometimos el error de no ser más firmes para evitar que retome la presidencia. Estábamos muy cerca: las elecciones estaban fijadas para octubre del ‘76.
–Pero el golpe se venía encima.
–Sí. Hicimos lo posible para quitarle sustento político. Los militares sabían que los grupos más importantes de la guerrilla habían sido vencidos. De hecho, eso sólo no era pretexto y entonces usaron el caos económico. Creo que políticamente ese asunto tenía salida y trabajé hasta el 23 de marzo del ‘76 para eso.
–¿Qué actitud tomaron los otros partidos políticos?
–El radicalismo podría haber hecho un esfuerzo mayor. En realidad, Balbín: don Ricardo siempre tuvo cercanía con los militares. Otros sectores, como el de Alfonsín, sí jugaron a fondo para tratar de evitar el golpe. Y estaba esa cosa fantasiosa de que había militares democráticos. El Partido Comunista decía que Videla, Viola eran democráticos. Los radicales decían que Harguindeguy había sido toda su vida radical, lo que era cierto; ¡pero era Harguindeguy! Yo estaba absolutamente seguro de que se venía un golpe genocida porque conocía a algunos de estos militares. Videla era un zoquete, un tipo de quinta, incapaz de articular dos ideas, pero Viola era un criminal nato, un cínico, un mal bicho. Estaban obsesionados con parar al comunismo en la Argentina. No se podía discutir. Ellos concedían que la guerrilla estaba desarticulada operativamente, pero que “estaban ganando la batalla de las ideas”. Estaban convencidos de la necesidad de una cruzada. Eran una banda de criminales locos.
–Luego del golpe pidió asilo en la embajada de México. También Cámpora.
–Yo tenía 31 años recién cumplidos. Ahí me quedé hasta el ‘82, seis años asilado en la embajada. Cámpora salió antes en 1979 cuando ya estaba muy mal de salud. En febrero comenzó a sentirse muy mal, no conseguíamos médicos, hasta que un amigo de la familia logró ingresar, le hizo los estudios y ya estaba grave. De ahí hasta que salió pasaron seis meses. Los militares enviaron, cada fuerza, a sus médicos y lo dejaron salir sólo cuando comprobaron que el cáncer estaba lo suficientemente avanzado para que muriese al poco tiempo. Y así ocurrió. Eran de una crueldad increíble. Si se hubiese tratado a tiempo habría tenido una sobrevida mucho mayor.
–Mirando la historia restrospectivamente, ¿se podría haber evitado algo de todo aquello? ¿La violencia, el golpe?
–No, el golpe no. Ellos querían darlo, con cualquier excusa. ¿Qué podría haber cambiado el curso de la historia? Sin dudas, que Perón no sehubiera muerto. ¿Qué otra cosa? Los dirigentes tendríamos que haber sido más enérgicos en buscar una salida del tema Isabel. Si hubiésemos podido poner a un presidente más racional, tal vez hubiéramos postergado el golpe. Y retrotrayéndonos más, tendríamos que haber sido más enérgicos en el uso del poder cuando fuimos gobierno con Cámpora: de haber evitado Ezeiza muchas de las cosas que pasaron después no hubiesen ocurrido.

 

¿POR QUE JUAN MANUEL ABAL MEDINA?

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La pieza elegida por Perón
Por Sergio Moreno

Abal/Medina/la sangre de tu hermano es fusil en la Argentina!”, le gritaban los Montoneros antes de que su conducción comenzase a desconfiar de él. Juan Manuel Abal Medina había sido elegido por Juan Domingo Perón secretario general del Movimiento Nacional Peronista, como llamaban al justicialismo en aquellos años turbulentos. Era extremadamente joven, tenía 27 años –corría 1972–, dos más que su hermano Fernando, fundador de Montoneros.
Juan Manuel fue una pieza fundamental en la maquinaria política que movió y signó una época en la Argentina, época que está siendo paulatinamente exhumada por la memoria colectiva. Abal Medida es ese joven, de gesto preocupado y pensativo, que aparece en la famosa foto donde Perón, recién regresado al país tras 18 años de exilio, levanta sus brazos para saludar a los escasos trescientos seguidores que los militares habían dejado entrar a Ezeiza. La misma foto en que José Ignacio Rucci cubre, sonriente, con un paraguas, al general, de la llovizna.
Abal Medina, Juan Manuel, fue elegido por Perón como mediador, como el encargado de transformar en acciones –no siempre gratas– el pensamiento político del líder. Amigo de los peronistas históricos, de buen diálogo con el sindicalismo verticalista y con el combativo, emparentado a través de su hermano con la vanguardia armada de la Juventud Peronista, este antiguo nacionalista se convirtió en el brazo ejecutor de los designios del hombre que marcó a fuego la política argentina.
Abal Medina fue, además del hombre de la praxis, testigo privilegiado de las grandezas y las miserias del peronismo cuando la violencia era la moneda de negociación política en la Argentina. Interlocutor del general, de Lorenzo Miguel, de López Rega, de Cámpora, de Rucci, de Raimundo Ongaro, de algunos militares que no duda en calificar como “una banda de criminales locos”, aquel joven de la foto aporta con su relato la dureza de un etapa cuyas consecuencias dejaron al país tal como hoy es este país.
Así, en su discurso se mezclan los momentos decisivos de los ‘70 y los gestos, las miradas, la entonación, los secretos de quienes fueron las personas que tenían en sus manos el destino de los argentinos.
Abal Medina, con su memoria –tan parcial como la de todo protagonista principal– aporta a la comprensión de la historia reciente. Historia que comienza a debatirse seriamente recién ahora, a casi 30 años de ocurridoslos hechos, cuando el dolor y la pasión comienzan a dejar lugar a la adultez.

 

 

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