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A DIEZ AÑOS DEL INTENTO DE COPAMIENTO, UN DIALOGO

CON ENRIQUE GORRIARAN MERLO
“De La Tablada hablo cuando estemos libres”

Espera un indulto que sea “una salida política a una situación manifiestamente injusta”, confiesa que le cuesta evaluar lo que pasó sin “una reunión con los compañeros” cuando salga de prisión. Pero sigue manteniendo que sus actos evitaron un golpe.

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“La Tablada se produjo cuando el peligro golpista era amenazante”.
“Decir que nosotros intentamos un golpe de Estado es descabellado”.

Por Miguel Bonasso

t.gif (67 bytes)  “Es muy difícil evaluar los hechos de La Tablada con los parámetros actuales, porque La Tablada se dio en el marco de los intentos golpistas y las concesiones a los militares del primer gobierno constitucional, mientras que ahora vivimos una etapa de plena consolidación del sistema democrático, en la que un hecho de esa naturaleza jamás se nos pasaría por la cabeza”, dijo Enrique Haroldo Gorriarán Merlo, jefe de aquel cruento intento de copamiento que provocó duras críticas de los propios sectores progresistas, en una entrevista exclusiva con Página/12. El ex jefe militar del ERP, que ha vivido en la clandestinidad 29 de sus 57 años de vida, dialogó durante dos horas con este cronista, aceptando todos los temas propuestos, menos el detalle “operativo” de aquella trágica jornada, que evaluará con sus compañeros presos en Caseros, el día aún hipotético en que salgan y puedan reunirse.
Gracias a una amnistía o a un indulto que reclama como “salida política a una situación manifiestamente injusta, incluso para la pretendida simetría de los dos demonios; en la que hay compañeros que han estado diez años sin ver el sol en el piso 18 de la cárcel de Caseros y no por robar chicos ni arrojar gente al mar, sino por combatir a los responsables de esas aberraciones que están libres o, en muchos casos, con arresto domiciliario”. El dirigente del MTP (Movimiento Todos por la Patria), que condujo cientos de acciones (exitosas y desastrosas) del ERP en los setenta y luego fue una pieza decisiva de la inteligencia sandinista en los ochenta, no se autocritica ni se arrepiente de haber comandado el asalto al cuartel de La Tablada que, insiste, se hizo para evitar un golpe carapintada contra el gobierno de Alfonsín.
En todo caso trata de enmarcar lo que reconoce como un terrible fracaso, imposible de saldar en lo afectivo, dentro de un análisis histórico sobre las tres etapas en que divide los 15 años de democracia argentina. Sin embargo, ya sea por cálculo político o porque en algunos órdenes los años de la derrota, la clandestinidad y la prisión lo han tornado más flexible y reflexivo, sus opiniones actuales no son tajantes ni desprovistas de matices. Ahora descarta con una risita irónica el clásico anatema ultraizquierdista del “todos son lo mismo”. Para el Gorriarán de 1999, por ejemplo, la responsabilidad por las gravísimas violaciones a los derechos humanos perpetradas por los militares después del intento de copamiento de La Tablada, recae sobre el general retirado Alfredo Arrillaga y no sobre el entonces presidente Raúl Alfonsín, del que está seguro que “no dio la orden de asesinar, torturar y hacer desaparecer a los compañeros que cayeron prisioneros. Como tampoco la dio Horacio Jaunarena (el entonces ministro de Defensa) y como no la hubiera dado, estoy seguro, Carlos Menem. La responsabilidad de Alfonsín y Menem –agrega– es no haber investigado todavía esos crímenes como lo recomienda, sin eufemismos, el informe sobre La Tablada de la CIDH (de la OEA)”. A continuación los tramos salientes del extenso diálogo.
–A diez años de La Tablada, ¿cómo ve aquel episodio trágico? ¿Se autocritica? ¿Está arrepentido?
–Nosotros ya dijimos que hablaremos en profundidad cuando podamos reunirnos con los compañeros y hacer una evaluación en conjunto. Por otra parte no creo que sea conveniente plantearlo en términos de usted se autocritica o reivindica La Tablada. Creo que reivindicarlo o condenarlo nos llevaría a una situación sin salida. Lo que sí puedo decirle es lo que pensábamos en aquel momento. Para lo cual es necesario enmarcar los hechos históricamente, porque es muy difícil evaluar La Tablada con los parámetros actuales. Yo creo que a partir de la restauración democrática en 1983, se pueden definir tres períodos bien demarcados. El primero va desde el 10 de diciembre de 1983 hasta el 17 de abril de 1987. Es un período de auge democrático, en el que se produce, por ejemplo, el juicio a las juntas militares. El segundo va desde abril de 1987 hasta el 3 de diciembre del ‘90. En el que se deteriora la unidad democrática y crece la posibilidad de una alianza cívico-militar en favor del autoritarismo, con las actitudes de algunos sectores que coquetean con los carapintadas. El punto de inflexión es aquel regreso de Alfonsín a Plaza de Mayo con el discurso de “Felices Pascuas”, al que seguirá la Ley de Obediencia Debida y otras concesiones que mostraron al gobierno democrático impotente frente a los levantamientos militares. El tercer período, empieza el 3 dediciembre de 1990 cuando el gobierno constitucional, en un contexto mundial diferente (con el fin de la Guerra Fría y el cambio de estrategia de Estados Unidos respecto de las dictaduras militares) reprime el alzamiento del coronel (Alí Mohamed) Seineldín. Es el período de plena consolidación de las instituciones democráticas. El que estamos viviendo. En diciembre de 1990 no se nos hubiera pasado por la cabeza actuar porque sabíamos que los carapintadas estaban aislados y ese aislamiento los iba a llevar al fracaso. La Tablada se produjo en el segundo período, cuando el peligro golpista era todavía una posibilidad concreta y amenazante. ¿No es cierto?
–Es cierto. Pero no es menos cierto que el intento de copamiento del cuartel recibió una crítica unánime de todos los sectores políticos. Incluyendo a la izquierda, que los acusó de cercenar espacios políticos y sintió que se la retrotraía a la etapa anterior. Porque, al margen de la concesión de Semana Santa, había un gobierno constitucional. ¿No lo ve así?
–Sí, es verdad que las críticas existieron. Yo le diría cómo lo veíamos entonces. En toda nuestra historia, desde el 30 hasta 1976. Todos los golpes fueron cívico-militares. Sin algún grado de apoyo civil esos golpes no se hubieran podido dar. El caso más patético es el de 1976 donde hubo altos funcionarios civiles en Relaciones Exteriores y en la propia Presidencia, como el radical Ricardo Yofre. Además de radicales, peronistas y demócratas progresistas en numerosas intendencias. Esa alianza cívico-militar que se rompió en 1983, comenzó a reconstituirse en Semana Santa y Villa Martelli, ¿no? Y nosotros pensábamos que si desplazaban a Alfonsín, la alianza autoritaria hubiera podido recomponerse con resultados imprevisibles para el sistema democrático...
–...¿pero ustedes pensaban que con una acción militar podían impedirlo?
–No sólo pensábamos que lo podíamos impedir, pensábamos que si teníamos éxito íbamos a tener apoyo popular para exigir al gobierno mayor firmeza ante los levantamientos militares.
–¿Qué datos, qué informaciones los llevaron a encarar la acción del copamiento?
–Teníamos información sobre un inminente levantamiento del cual dimos cuenta al gobierno y a los partidos políticos. Incluso, unos meses antes, Pancho Provenzano lo había denunciado públicamente en un artículo de nuestra revista Entre todos.
–¿Eran datos procedentes del frente militar?
–Del frente militar, claro. Y de muchas otras fuentes. Además de la profusa información pública que salía en todos los diarios sobre la inminencia de un levantamiento.
–Pero, ¿hubo algún dato puntual, preciso? Se lo pregunto porque en aquel entonces se dijo que les habían vendido “carne podrida” los servicios militares. ¿Hubo algo de eso?
–No, no, no. No es así, porque si bien nosotros escuchamos infinidad de versiones sobre intentos golpistas, fuimos nosotros, en última instancia, los que tomamos la decisión de hacerlo.
–¿Para lograr qué? ¿Cuál era el objetivo en términos militares y políticos?
–El sentido político ya se lo dije: evitar la construcción de un bloque cívico-militar que pusiera en peligro el futuro democrático. Si hubiéramos tenido éxito hubiéramos podido difundir la verdad de lo que estábamos haciendo allí. Al fracasar eso se distorsiona y queda como si fuera un ataque guerrillero porque sí, como si estuviéramos en Suecia y de pronto a un grupo se le ocurriera atacar un cuartel.
–¿Ustedes pensaban que iba a producirse un levantamiento en el propio cuartel de La Tablada?
–En varios lugares. Pero ése iba a ser el foco de la sublevación.
–O sea, si lo entiendo bien, el 23 de enero de 1989 debió producirse un levantamiento militar que finalmente no se produjo porque la acción...
–...porque la acción lo impidió, sí.
–¿Y quiénes estaban involucrados en la conspiración?
–No tengo los papeles acá, pero recuerdo que además de la propia gente de La Tablada estaban los de la Cuarta Brigada Aerotransportada de Córdoba y unidades del Segundo Cuerpo de Ejército. Que se iban a levantar sucesivamente. El plan era muy similar al que habíamos denunciado. Y muy similar al que aplicó Seineldín el 3 de diciembre del ‘90. Copamiento del Estado Mayor del Ejército en el Edificio Libertador, etcétera. Y exigencia, en aquel caso, de renuncia de Alfonsín.
–Y en términos operativos ¿qué pensaban hacer?
–En términos operativos pensábamos frenar la posibilidad golpista, impulsando una movilización popular.
–¿Cómo?
–El MTP había hecho, además de un trabajo informativo con el gobierno y los partidos políticos un trabajo entre la gente de la base, donde detectamos que había disposición para la movilización ante un golpe militar.
–Ya. Pero digo, ahí mismo, una vez que entraban al cuartel ¿cuál era la idea?
–Nosotros, de acuerdo con los planes previos, debíamos haber salido a las nueve y media de la mañana como máximo. En realidad a las ocho y media, pero con una hora de margen en caso de que hubiera alguna dificultad. Pero surgieron complicaciones operativas de las que hablaremos más adelante, cuando hagamos la evaluación que le dije.
–¿Quedaron cercados y no pudieron burlar el cerco?
–Un grupo grande de compañeros quedó cercado y otro grupo de compañeros, que podían haberse retirado, fue en ayuda de los que quedaron cercados. Con el resultado de que también ellos quedaron cercados. Entre ellos varios de los que están presos en Caseros.
–¿Imaginaron las consecuencias de un posible fracaso en términos de represión y en términos políticos?
–Imaginamos que si llegábamos a fracasar sí habría represión. Aunque no podíamos prever qué grado alcanzaría. También imaginamos las críticas que sobrevendrían a un fracaso. Porque esto es bastante común. Incluso en otras circunstancias nacionales e históricas. Si uno ve, por ejemplo, lo que pasó con los zapatistas en enero de 1994, los primeros días recibieron una serie de críticas hasta que mucha gente se dio cuenta de que no habían fracasado y comenzaron a cambiar...
–Bueno, pero es muy distinto: los zapatistas actuaban dentro de un territorio que podríamos decir “propio”, con viejas reivindicaciones no sólo sociales sino étnicas...
–Sí, pero a pesar de eso, si usted lee los diarios inmediatos al suceso, hay un montón de críticas de gente que luego los elogió.
–Pero al MTP una de las críticas que se le hizo es que la acción de La Tablada le hizo perder un buen trabajo político social y previo que nunca pudo recuperar. ¿Usted no lo ve así?
–Claro, claro. Después de La Tablada hubo un montón de problemas que trajeron aparejado eso. Por la situación, por el pase a la clandestinidad de muchos compañeros, por la detención de otros, por todas las críticas que se hicieron y que en algunos casos fueron verdaderos exabruptos. Condenaciones.
–¿Cuál es su recuerdo personal de ese día? Porque una de las tantas cosas que se anduvieron diciendo es si usted estuvo, si no estuvo, si estaba fuera del cuartel...
–El papel que cumplió cada uno de nosotros en la faz operativa también está supeditado a esa reunión con los compañeros. Del aspecto operativo hablaríamos después.
–¿Y en el aspecto humano?
–En el aspecto humano imagínese que fue terrible, ¿no? Son situaciones que no se superan, creo que nunca. Son heridas que todavía están abiertas.También porque nadie investigó nada en la Argentina. Es lamentable que la única investigación seria sobre las torturas, los asesinatos y las desapariciones de nuestros prisioneros en La Tablada la haya tenido que hacer un organismo extranjero, la CIDH de la OEA, y no ningún juez argentino. En diciembre pasado la CIDH logró hacer un informe donde corrobora el asesinato posterior a su detención de nueve compañeros que estaban detenidos. También tenemos tres compañeros desaparecidos a los que recién vamos a poder identificar –en términos legales– a partir de marzo. Porque luego de nueve años y medio recién se nos permitió exhumar cinco cuerpos de compañeros cuyas identidades recién van a poder ser establecidas el mes próximo. Pero a nosotros nos faltan ocho compañeros. Y solamente hay restos de cinco. O sea que hasta que no sepamos –en términos de rigurosidad legal– los nombres de esos cinco no podremos comprobar los nombres de esos tres. Políticamente hemos denunciado su desaparición, pero jurídicamente debemos esperar hasta que los forenses terminen su trabajo de identificación en febrero.
–Lo que resulta evidente es la soledad de la acción de La Tablada ante la sociedad, que permitió un juicio tan implacable y condiciones de prisión tan rigurosas durante diez años. ¿Eso cómo lo interpreta?
–Sí, ha sido implacable y sin comparación alguna. Incluso por las características del tribunal que en el ‘89 juzgó a los compañeros y a nosotros ahora. El fiscal de ese tribunal (Jorge Quiroga), es el mismo que permitió que Bianco se escapara con los niños a Paraguay cuando fue la denuncia de las Abuelas de Plaza de Mayo. Una vez que se logró la extradición de Bianco de Paraguay, el tribunal que nos juzgó a nosotros, con el aval de ese fiscal, consideró el tiempo pasado por Bianco en Paraguay como tiempo de prisión y entonces liberó a un acusado de robar niños por haber estado prófugo un año en el extranjero. Si me conmutaran a mí lo mismo (se ríe) tendrían que indemnizarme, porque hace 29 años que estoy en la clandestinidad.
–Mi pregunta apuntaba al ambiente general en relación con ustedes. Esa dureza de los jueces, ¿no la ve como producto de una gran soledad?
–Creo que es producto de una soledad y que esa soledad facilita una especie de política revanchista. Que no solamente no tiene comparación con “el otro lado”. El lado de los represores. Sino con el lado nuestro. Somos los únicos condenados por haber “intentado dar un golpe de Estado”. Los únicos juzgados por presunta violación a la Ley de Defensa de la Democracia. Eso ni Seineldín. Y esto es absurdo. Usted puede estar en contra de La Tablada, decir que le parece mal, lo que quiera, pero decir que pensábamos dar un golpe de Estado, me parece descabellado.

 

La vida vista desde el penal


Por M.B.

¿Cómo se ve la Argentina y la propia historia personal desde una celda en Villa Devoto? Enrique Gorriarán, paradójicamente, parece haber conquistado algunas cosas desde que está preso. Al menos él las computa como favorables, en un filosófico balance de ganancias y pérdidas. En las ganancias rescata que ha podido verse con muchas más gente que en los seis años de clandestinidad que siguieron a la tragedia de La Tablada, empezando por su madre, una anciana de 84 años que vive en Rosario y que lo visita una vez por mes. Antes, sólo había podido verla en tres oportunidades: una en 1974, otra diez años más tarde y la última en 1993. La parte en negro del balance incluye frondosas relecturas y nuevos acercamientos a los críticos norteamericanos del “modelo”, como Rifkind y su clásico sobre el fin del trabajo. En la roja, destaca la situación de los otros presos de La Tablada. No parece creer mucho en la amnistía, porque ésta debería ser tratada en el Congreso y sabe que la Alianza se opone. “No así Alfonsín –puntualiza–, que desde hace un año acepta la posibilidad.” Destaca dos casos: el de Roberto Gato Felicetti, que entre la cárcel que padeció en tiempos de la dictadura militar y la que se le sumó en tiempos constitucionales, totaliza 18 años de prisión. “Después de Simón Radowitsky –asegura Gorriarán– es el preso que ha estado más años en una celda de la historia argentina. No hay otro caso igual desde 1810.” Tampoco hay antecedentes –según Gorriarán– de un sacerdote que haya estado diez años en prisión, como Antonio Puigjané, a quien recientemente se permitió (por haber cumplido los setenta años) que terminara su condena en un establecimiento de la orden a la que pertenece. Pero lo que más parece desmoralizarlo, es esa renovada esperanza de todos los fines de año (1995, 1996, 1997 y 1998) de que habrá un perdón inminente, que invariablemente se anula. “No lo entiendo”, dice. “Porque la iniciativa partió del Gobierno y también es el Gobierno el que termina por cancelarla”. Mientras espera que el mandato de Menem concluya con la “solución política esperada”, Gorriarán contabiliza lo que para él son avances y retrocesos de la sociedad. Piensa que el país avanzó mucho en el fortalecimiento de las instituciones democráticas, pero se torna insostenible y peligroso el deterioro económico, social y cultural que determinó el modelo neoliberal. También lamenta un retroceso en la capacidad de producir ideas, críticas y proyectos, a través de intelectuales orgánicos, vinculados a la lucha social, como lo fue Rodolfo Walsh. Y aunque enmarca la condena internacional (y en últimas fechas nacional) de dictadores como Pinochet y Videla, en las conveniencias jurídicas del modelo globalizador, las encuentra altamente positivas y estimulantes para todos los que han sufrido las atroces violaciones a los derechos humanos de las décadas anteriores. “En la búsqueda de la verdad y la justicia, es probable que tengamos que conformarnos con la verdad”, confiesa.

Cómo fue la captura en México

Por M.B.

El 28 de octubre de 1995, Enrique Gorriarán, que llevaba seis años prófugo, fue capturado en las inmediaciones de Tepoztlán, un pueblo ubicado a sesenta kilómetros del Distrito Federal, la capital de México y trasladado a la Argentina en un avión fletado especialmente por la SIDE. Algunos especularon con la posibilidad de “un arreglo” entre el ex jefe guerrillero y el gobierno de Menem, para cerrar un círculo y otorgar, finalmente, ese indulto que se asoma y desvanece puntualmente todos los fines de año. Pero Gorriarán lo desmintió tajantemente a Página/12. “Fue un secuestro”. El jefe del MTP había viajado a México para entrevistarse con dos diputados del PRD, que estaban cooperando a nivel internacional con el tema de los presos de La Tablada y lo hizo con un pasaporte falso de nacionalidad uruguaya. En su visita a la capital azteca, “que nadie conocía”, descubrió primero que era seguido por policías mexicanos y cometió el error de confiarse, pensando que era una “simple” vigilancia para ver si desarrollaba algún tipo de actividad conspirativa en territorio mexicano”. Pero el sábado 28, advirtió la presencia de tres argentinos en la plaza de Tepoztlán, “uno de los cuales parecía de los servicios o de la policía”. Gorriarán que se desplazaba en la camioneta de un amigo, intentó burlarlos marchando hacia la localidad de Cuautla, pero los cercaron y los atacaron a balazos. Sólo dejaron de disparar cuando asomó los brazos por una de las ventanillas destrozadas. Entonces lo pusieron sobre el capó de la camioneta y volvieron su rostro hacia el argentino “que parecía” y era de la SIDE, quien asintió en silencio. Los detenidos fueron trasladados al cuartel de Migraciones, donde Gorriarán fue interrogado durante la madrugada en tres ocasiones. En la última le preguntaron si era “Gorriarán Merlo”. Prestó declaración y simultáneamente pidió asilo. Uno de los policías mexicanos le dijo que habría “receptividad” para su pedido. Pero a las cinco de la mañana lo llevaron al aeropuerto y lo subieron al avión de la SIDE. Donde estaba el mismo argentino de Tepoztlán y de los interrogatorios. México perdía con ese acto su tradición de asilo político y Menem celebraba el acuerdo secreto al que había llegado poco antes, en la Cumbre de Bariloche, con su par mexicano Ernesto Zedillo.

 

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