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Fidel y el Papa, en Cuba, por Vazquez Montalban
Y Dios entró en La Habana

El escritor español estuvo presente en la llegada del pontífice polaco a la isla de Fidel, un evento que define como “el encuentro entre dos aspirantes a Señores de la Historia”. Su nuevo y extenso libro, que Página/12 adelanta, parte de la vivencia de esos días para trazar un fresco de los dos líderes y su siglo.

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Por Manuel Vázquez Montalbán

t.gif (862 bytes)  Gerardo León Moré del Río, el director del primer colegio católico en el que estudió Fidel Castro, Nuestra Señora de la Caridad de los hermanos de La Salle, a sus noventa años recordaba, en enero de 1998, pocos días antes de la llegada del Papa, que Fidel era un pepino cuando él lo conoció, tenía ocho años y le gustaba discutir y jugar a la pelota. Ignoraba que para conseguir ir al colegio de La Salle, Fidel había tenido que utilizar la mediación de su madre, María Mediadora siempre ante el bronco padre, y la amenaza de incendiar la casa si la mediación resultaba insuficiente. Don Angel Castro y su hijo Fidel acabaron mirándose cara a cara, eran casi de la misma estatura, pero jamás comunicándose, a pesar de que don Angel gozaba con los éxitos académicos y deportivos de su hijo y a su familia cuando estuvo en la cárcel, después del fracaso del asalto al cuartel Moncada. No vivió para verle ganar a Batista. Murió de una enfermedad banal, una hernia estrangulada, en 1956.
Gerardo León Moré del Río tampoco recordó públicamente que el niño Fidel se hizo famosona23fo02.jpg (16343 bytes) porque, harto de soportar las bofetadas de un profesor sádico, arremetió contra él a patadas y mordiscos. El que fue director del colegio La Salle sólo se ha vuelto a encontrar otra vez con su pupilo, pero ha padecido su revolución, porque fue encarcelado preventivamente después del desembarco de Playa Girón, cuando se comprobaron algunas conexiones entre los contrarrevolucionarios y la Iglesia. No fue, en cambio, expulsado de Cuba en el barco “Covadonga” como lo fueron 132 sacerdotes católicos, en su mayoría españoles, en los peores momentos de las relaciones entre la Revolución y la Iglesia. Con el tiempo fue el único hermano de La Salle que seguía en Cuba, hasta que lo secularizaron y permaneció en la isla... “por miedo al dolor que produce la nostalgia”, lo que demuestra la influencia del bolero incluso en los hermanos de La Salle.
En 1996, ya se hablaba de la inminente venida del Papa, se encontró con Fidel en la nunciatura apostólica de La Habana y charlaron, intercambiaron recuerdos, ninguna añoranza, y el viejo religioso tuvo que hacer un esfuerzo para que la silueta del pepino de ocho años coincidiera con la estatura canónica del señor presidente. Fidel está acostumbrado a posar como un canon desde sus tiempos de alumno de los jesuitas, cuando aparecía en la revista del colegio de Belén (hoy Instituto Técnico Militar de nivel universitario) con la joven musculatura en posición de discóbolo en minislip, el disco sustituido por una pelota de rugby, exaltado como un líder juvenil así en los deportes como en las ciencias y las letras. Consta en el cuadro de honor acompañado de una fotografía dieciochoañera, más el comentario en el que los jesuitas confiesan su orgullo por un alumno tan prometedor: “Fidel Castro Ruz (1942-1945). Se distinguió siempre en todas las asignaturas relacionadas con las letras. Excelencia y congregante, fue un verdadero atleta, defendiendo siempre con valor y orgullo la bandera del colegio. Ha sabido ganarse la admiración y el cariño de todos. Cursará la carrera de Derecho y no dudamos que llenará con páginas brillantes el libro de su vida. Fidel tiene madera y no faltará el artista”. Le gustaban las excursiones montañeras porque, venido del Oriente montuoso, conseguía a veces una ventaja de dos horas con respecto a sus seguidores y subir los picos era una manera de probarse a sí mismo según la moral ignaciana recibida en los ejercicios espirituales: lo importante no es sólo conseguir el fin, sino vivir la experiencia que lleva a ese fin, y más allá de la intencionalidad jesuita, la regla seguía siendo válida. Bastaba sustituir a Dios por una causa humana, por qué no la revolución. El goce por la escalada lo había adquirido de niño en Birán subiendo a las colinas, en una vida de chico grande, poderoso, indomable, en la naturaleza libre, que nada en el río, que caza precozmente contando a veces con la facilidad con que las gallinas se ponen a tiro de escopeta. na23fo02.jpg (16343 bytes)“Nunca quise perder –declaró hace años a Revolución– y casi siempre me las arreglo para ganar”. Sus hermanas cuentan que cuando niño, el padre,don Angel, compró equipos de jugadores de béisbol para que Fidel pudiera jugar su entonces deporte preferido, pero cuando iba perdiendo los partidos, desde la autoridad que le daba ser el hijo del proveedor de los bates y la pelota, suspendía el encuentro. Algunas madrugadas Fidel ha presenciado el cierre de Granma y propone jugar al ping pong, a 11 tantos, pero si a 11 tantos pierde, la partida se alargaba a 21 o hasta 31 a veces. Publicadas algunas de estas anécdotas en Revolución, Fidel pensó que algún día serían instrumentalizadas por sus enemigos para acusarlo de arbitrario y cruel; tampoco le gustó que Tad Szulc reseñara su afición infantil a ejercer de cirujano con lagartos. La vida en Oriente al aire libre le dio una reserva de vitalidad que le ayudó cuando se convirtió en un muchacho escolarizado y urbano, especialmente cuando metió su adolescencia en el colegio de Belén de los jesuitas. Era un líder, intelectual y físicamente. Con frecuencia tomaba la palabra en nombre de sus compañeros ante la complacencia de profesores y público asombrados por la prestancia y el buen decir de aquel joven tan brillante. Orador adolescente que había conseguido vencer el miedo escénico de todo tímido –su amigo Max Lesnick sigue diciendo, así en Miami como en La Habana, que Fidel es tímido–, en un acto de fin de curso en 1942 defendió la enseñanza privada frente a la pública, según le habían inculcado los jesuitas; y casi todos fueron elogios, salvo en el recién aparecido órgano del Partido Socialista Popular (comunista) donde se le acusaba de pertenecer a la camada oligárquica, a él, que con el tiempo posaría como el canon de la Revolución, aunque haya impedido que le conviertan en estatua pública, siquiera en icono de cartel, papel que reservó para el Che y Camilo Cienfuegos, también hasta hace poco, para Marx y Engels. Entre los escasos retratos murales de Fidel, se aprecia el que da entrada al cuartel donde reside su guardia, situado camino de la Marina Hemingway, antes Barlovento, un Fidel de diseño romántico embalsamado en plena juventud. Aunque se haya resistido a convertirse en materia de iconografía y de culto a la personalidad, su presencia se percibe en todas partes, como si su ausencia fuera la presencia de su voluntad de no estar, y permaneciera inevitable mirón de cuanto pasa, espíritu omnipresente, como si se tratara de un dios panteísta incluido en todas las cosas y en las ausencias de las cosas, que gravitara indecisamente decidido o decididamente indeciso sobre la santísima trinidad de los problemas actuales de Cuba: reconciliación, supervivencia y liderazgo. Como dijo Felipe González de sí mismo, una semana antes de perder las elecciones de 1996: “Yo soy la solución y yo soy el problema”. Fidel exhibe su no estar como una prueba de que no se presta al culto a la personalidad, aunque le rodeen laudos escritos en las paredes: “... La Revolución triunfante bajo el liderazgo de Fidel, ¡Comandante en jefe, ordene...!na23fo02.jpg (16343 bytes) ¡Comandante en jefe, la retaguardia está bien asegurada!” Sigue teniendo que vencerse a sí mismo cuando habla en público, luego nota que va a más a medida que se le calienta la víscera del lenguaje, como le ocurría a Dolores Ibárruri, Pasionaria, una gran oradora que le confesó tener miedo en los prolegómenos de todo discurso, y los había dado a miles, aunque igual que él reconocía el gran auxilio de la memoria. La memoria. Fidel Castro Ruz, dígame usted, ¿en qué página del libro de Ciencias Cosmológicas se habla de los animales miméticos? En la 232, señor profesor.
Tal vez Castro atlante vigila el cielo por donde va a llegar Juan Pablo II, advertido por el biógrafo compartido, Tad Szulc, de que el Papa “... está dispuesto a salvar a la humanidad y a su Iglesia de la ‘cultura de la muerte’, la que él ve en el ‘imperialismo anticonceptivo’ de Occidente, en la ruptura de las familias y en el ‘capitalismo salvaje que –según afirma– ha sustituido al comunismo como peligro letal y encarnación del mal”. El antiguo corresponsal del New York Times publicó un retrato crítico de Fidel Castro en 1986, cuya circulación no está permitida en la isla, no porque el libro sea contrarrevolucionario, sino porque no es revolucionario. En 1995, Szulc, de origen polaco, también publicó un retrato de Juan Pablo II, más a favor que el de Castro, sin que el empeño del periodista norteamericano en biografiar a la pareja se debiera a la seguridad de que iban a encontrarse, posibilidad anunciada pero incierta todavía. Castro, al comienzo de las muchas sesiones en las que posó para Szulc, le confiesa su recelo: “Su punto de vista político e ideológico ¿le permitirá explicar con objetividad mi historia y la de la Revolución cuando el gobierno cubano y yo mismo le facilitemos el material necesario?... Quizá estemos corriendo un gran riesgo con usted.”
na23fo02.jpg (16343 bytes)El biógrafo tuvo ocasión de hablar de la cuestión cubana con el Papa, desde la constatación de que el régimen de La Habana fue el único del mundo comunista que jamás rompió las relaciones con el Vaticano, y consideró los recelos de Juan Pablo II ante la conexión Fidel-teología de la liberación, como una evidencia de la marxistización de los teólogos. No obstante, el Papa había enviado a La Habana a un embajador especial y oficioso, el cardenal vasco francés Roger Etchegaray, presidente de Justicia y Paz, que se entendió a las mil maravillas con Fidel Castro. Incluso los dos se emocionaron cuando supusieron a sus dos madres juntas en el cielo y el cardenal traspasó al Vaticano la proposición de un trato directo con el régimen de La Habana que, en su opinión, empezaba a adentrarse en una irreversible transición, palabra que Fidel detesta como la detestaría todo dialéctico.
A partir de ese momento, Fidel empezó a leer sistemáticamente cuanto se dijera del Papa o dijera el propio pontífice y apreció las pontificias apreciaciones sobre el marxismo una vez ganada la guerra fría por el Vaticano, el Islam y el Departamento de Estado. El marxismo había nacido como respuesta a las necesidades sociales creadas por un capitalismo inhumano, que había sometido al proletariado a una brutal explotación, pero en nombre de la defensa de una clase social oprimida, el marxismo en el poder se había convertido en otro sistema de opresión. Y más allá, Juan Pablo II ofrecía en sus homilías un modelo de sociedad y de orden internacional que Fidel no tenía por qué discutirle: “Un concepto equilibrado del Estado que haga hincapié en su valor y su necesidad, al mismo tiempo que lo protege de toda exigencia totalitaria; un estado concebido, por ende, como servicio de síntesis, de protección, de orientación para la sociedad civil, con respeto por ella, sus iniciativas, sus valores; un Estado que se base en el derecho, pero también un Estado social que ofrezca a todo el mundo las garantías legales de una existencia en orden y garantice a los más vulnerables el apoyo que necesitan con el fin de no sucumbir ante la arrogancia e indiferencia de los más poderosos”.
Tampoco el concepto de democracia del Papa inquietaba a Fidel. Le parecía más digerible que el que le planteaban sus disidentes o sus aperturistas de la revista Pensamiento Crítico o de lo que había sido el CEA (Centro de Estudios de América). Al fin y al cabo se podía hacer una lectura castrista de la democracia participativa propuesta por Juan Pablo II, porque convierte al Estado en el palo de pajar de los mecanismos representativos y participativos, aunque aconseje que esa democracia ideal “...tenga un alma compuesta por los valores fundamentales, sin los cuales se convierte con facilidad en totalitarismo manifiesto o tenuemente disfrazado”. Si se conservan los valores fundamentales ¿se puede caer en el totalitarismo manifiesto o tenuemente disfrazado? Castro se responde a sí mismo, mil veces al día, que no, y por si su respuesta no bastara, cada vez que ha habido que dar un cambio de rumbo, ha consultado directamente a las masas y les ha propuesto los duros sacrificios del período especial, pero también el traslado de una ciudad, Moa, desde la provincia de Holguín a la de Guantánamo y las masas siempre le han dicho ¡adelante Fidel! ¡Comandante en jefe, ordene!
Sabe que por el mundo se especula sobre su salud, desde que ha cumplido setenta años en 1996na23fo02.jpg (16343 bytes) y ha adelgazado tanto que en la cara sólo le quedan ojos y pómulos. Entre los políticos que le rodeaban y le rodean abundan los médicos, lo era el Che que ejerció como tal en la Sierra Maestra y el comandante Sergio del Valle, que fuera ministro del Interior en los años setenta. Ahora, Lage es pediatra, los ideólogos José Ramón Balaguer y Machado Ventura son también médicos, médico es su secretario y fotógrafo de cabecera Chomi Miyar Barrueco. Sus médicos de verdad fueron René Vallejo y el cirujano Eugenio Selman, fallecido Vallejo, reconocido espiritista, Selman es el que le ha hecho adelgazar: “No he adelgazado, me han adelgazado”. Fidel sabe que hay apuestas sobre el tipo de cáncer que le estaría matando, aunque cada vez más se impone la alternativa de que sólo padece divertículos y conviene que vigile el peso y las hemorragias. Con eso bastaría para que la Revolución se siguiera sucediendo a sí misma. Le encanta desaparecer y dejar que se especule sobre su muerte, como le encanta que se diga que es santero, según señalaron las palomas posadas sobre sus hombros cuando habló por primera vez en La Habana, el 8 de enero de 1959, desde Ciudad Libertad, entonces conocida por cuartel de Columbia, último refugio del dictador Batista; palomas probablemente enviadas por el dios Obatalá, el segundo dios en la nomenclatura de la santería, orishá mayor de la regla de Ocha, creador del ser humano y el dueño de las cabezas.
na23fo02.jpg (16343 bytes)La santería se le notaba a Celia Sánchez, su mano derecha desde Sierra Maestra hasta que se le murió de cáncer en 1980 y le dejó el palacio de la Revolución como un mausoleo consagrado a su ausencia. Sobre la competencia con el Papa está seguro de ganar la comparación en su propio terreno y Tad Szulc, el biógrafo, escribió en diciembre de 1997 que coinciden en algunas cosas, ambos son oradores... “y actores natos con un soberbio sentido del drama... El encuentro entre estos dos grandes reyes del espectáculo en La Habana deberá generar un clima excepcionalmente dramático y probablemente sea el último gran espectáculo del siglo”. El Papa fue actor en su juventud, Fidel toda la vida.

 

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El autor sospecha que el Papa y el líder cubano se entienden mejor de lo que dejan ver en público.

 

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