Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


Mar del Plata abandonó la onda
Campanelli por el trago largo

Gustos: Hay pocos turistas que aún persisten en saborear sandwichitos arenados en la playa. La oferta gastronómica se cuida de acercarse al presupuesto gasolero.

La pasión por mirar no ceja, aunque haya que llegar hasta una playa lejana.

na18fo01.jpg (8708 bytes)

Por Alejandra Dandan desde Mar del Plata

t.gif (862 bytes) “El tema de los Campanelli pasó a la historia.” El fin de siglo en la costa parece suscribir el fallo de Hugo Alfonso, funcionario del Ente Municipal de Turismo (Emtur). El mítico picnic playero de Mar del Plata fue desplazado. Pocos usan aún el telgopor como heladera o persisten en caminatas cargados de fiambre e insumos plegables. En su lugar se popularizaron puestos de tragos caribeños hasta hace unos años exclusivos de playas privadas. Los turistas prefieren pagar allí 5 pesos por un daikiri o dos por licuados servidos de merienda y el dato da cuenta del aumento per cápita en el consumo: este año el gasto individual creció más de 20 por ciento. Pero no todos los hábitos cambian ni la onda caribeña impregna todas las costumbres: por mucho que las miradas masculinas se esfuercen en encontrar las tan mentadas microbikinis o más aún, un topless, la conclusión suele ser que es más fácil verlo en una revista que en una playa marplatense.
“Antes, como puedo decir, venía la gente temprano, compraba fiambre como para una semana, que los panes, los quesitos y se cargaba la heladerita con todo.” El almacenero de La Perla tiene el local vacío. Es media tarde, el hombre mete cuerpo y delantal detrás del mostrador y enseña un paquete: “Ahora si llevan alguna galletita –insiste– hasta le digo que es demasiado.” El pulso del vendedor es certero. Hay pocos turistas que aún persisten en saborear sandwichitos arenados en la playa. Además de multiplicada, la oferta gastronómica se cuida de aparecer cercana al presupuesto gasolero. “La gente ya no está todo el día en la playa -analiza Alfonso–, sale al mediodía y puede comer en tenedores libres que tienen ofertas desde 5,90, o si prefieren pizzas por 4 pesos más dos de una cerveza tienen el almuerzo completo.”
Un estudio provisorio hecho por el gobierno bonaerense da cuenta de este cambio en la demanda. El gasto diario de los veraneantes es de 50 pesos por persona. El año pasado el consumo individual, de acuerdo a los datos tomados por el Emtur, fue de 41 pesos.
Daniela y Cristian zigzaguearon algunas mesas y, aunque no obtuvieron sitio, sí la promesa de un mozo para el próximo lugar. Acaban de llegar a Punta Mogotes, dieron algunas pisadas al mar y antes de estirarse al sol optaron por el almuerzo. Piden un clericó “eso sí, de sidra”, dice Cristian y ella intentará sedar el estómago durante la próxima media hora que esperará la tarta de queso y jamón ordenada al mozo. No sólo hay demasiada gente en Mogotes. Las playas del centro y este sector de Mar del Plata fueron reciclando e incorporando bares de comida al paso. Como aquellos del clericó, la gente prefiere fraccionar la estadía en la arena. “A los costados de Mogotes o la Rambla ya no están los barcitos de antes, donde la gente se sentaba a pedir su vermut y almorzaba”, explica el funcionario que prefiere esa nueva imagen, ahora tan práctica, cargada de “fast food y hasta de un chino que puso un tenedor libre en la Rambla; consiguieron que la gente corte el día playero en dos”.
Hacia el sur los consumos aparecen como estudiadas reminiscencias caribeñas. Desde Punta Cantera –última playa de Punta Mogotes– hasta la Serena se repiten contagiados los locales de tragos. Todos intentan originales plataformas en madera donde el gusto por el daikiri o frutillón queda exhibido por morenas y muchachos de brazos lubricados mostrándose en la barra.
Karina Greco tiene un local en uno de los balnearios públicos del sur. Tiene cinco años como vendedora y aprendió que el mejor salvavidas es vender barato. “Si tenés productos a un peso los vendés seguro, y ahora la gente prefiere comer comida hecha que traerse de la casa”, dice. Doblado en la barra, alguien de sombrero ladeado sorbetea un mojito. Otra clienta acaba de ordenar un frutillón, que la vendedora marca como la infusión alcohólica “de temporada”. Pero los aires del Caribe no llegan a la ropa, menos aún a la falta de ella. Las microbikinis quedan invisibles incluso en la promocionada Playa Franka, sabiamente publicitada por el corte de corpiños de Moria Casán. Pero la pasión por mirar no ceja. Aunque haya que llegar hasta un desfile o a una playa lejana.
Daniela está obsesionada. No puede entender “esa cuestión muy fetiche con el culo que tienen los argentinos. Capaz en otro país –pelea razones en voz alta– el tema es con las tetas”. La discusión se desdibuja entre silbidos sonados de histeria que piden bajo un palco otra media vuelta de una rubia atigrada. Esta tarde la arena cedió espacio a un nuevo show. Como tics de temporada cada playa plagia excusas para reinventar su propio espectáculo de mujeres en cuero dorado. La tribuna queda erigida como un solo dios, legitimada para coronar reinas del Surf Reef, del Mar o de la Moda. Raúl no cede en bajar sus binoculares. “Siempre los uso, los traigo para ver mejor.” El tucumano inspecciona sin disimulo cuerpos de mujeres distantes. Tiempo atrás su juego de voyeur lo condujo como si fuera parte de una trama ficticia a un cuartel de policía. “Me denunció una vecina”, dice imperturbable.
Lejos de allí, en Playa Franka, un hombre inclina su estómago sobre el único topless del lugar. Debajo, las manos de la señora tantean el aire de pronto convertido en sombra. Su marido intenta sin éxito improvisar cara de enfado pero nada espanta al gordo. “Me levanté y tuve que ir a buscar al de seguridad –protesta Abel, el esposo de Mónica– para sacar al tipo ese que ni si quiera se inmutaba.”
Ella es bioquímica. El ríe y se queja de que el talud arenoso en Playa Franka no es suficientemente exclusivo: “Hay demasiados trolos y cholulos”, se queja ella aunque minutos después su marido insistirá con mostrar “esa fantástica foto, ¿no la vieron?, la que le tomó Diario Popular cuando se inauguró la temporada”.

 

Febrero, en baja
“Febrero nunca es comparable a enero”, suele decirse en Mar del Plata como eufemismo del derrotero. Este año, a la tradicional merma de clientes de temporada se incorporó la seducción del real devaluado en el Brasil. De acuerdo a los datos del Ente Municipal de Turismo, la capacidad hotelera –65 mil plazas– fue cubierta en un 60 por ciento, mientras que se ocupó sólo el 40 por ciento de las 300 mil casas y departamentos en alquiler. Estos índices se alteran durante el fin de semana. “La autopista Buenos Aires-Mar del Plata provoca un afluente de público muy importante cada fin de semana –explica Hugo Alfonso del Emtur–, de hecho los hoteles se completan en un 90 por ciento.”
En Mar del Plata un tercio de la oferta es demandada por el turismo sindical. Esta afluencia determina aún el perfil del veraneante y los servicios exigidos. De acuerdo a datos del Ente Municipal de Turismo (Emtur) los que llegan para alquilar o pasar la temporada en casas prestadas son el 70 por ciento del público.

 

PRINCIPAL