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HAY 200 MIL ADOLESCENTES EXCLUIDOS DE TODO: NO TRABAJAN NI ESTUDIAN
Cuando sólo existe pizza, birra, faso

Las cifras surgen de un estudio de Unicef: 205 mil chicos de entre 13 y 17 años no estudian ni trabajan. Un sociólogo y sacerdotes que trabajan en las villas hablan de la vida de esos chicos que quedan afuera de todo.

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Los chicos que abandonan la escuela sólo encuentran esporádicamente un trabajo en el sector informal.

Por Maximiliano Montenegro

t.gif (862 bytes)  En la película de Francis Ford Coppola, "los marginados" formaban pandillas, asaltaban comercios y peleaban en las calles porque la sociedad no les ofrecía nada más excitante. En Argentina, los marginados roban, matan y son asesinados porque la sociedad no les ofrece nada. Según un estudio reciente de Unicef, en Argentina existen 205 mil adolescentes de clase baja que no estudian ni trabajan, de los cuales alrededor de 90 mil viven en el Gran Buenos Aires. La investigación también revela que el peso de nacer en la pobreza es determinante para convertirse en un marginado. Y hoy, uno de cada tres chicos en Argentina nacen en un hogar con necesidades básicas insatisfechas. En los partidos del conurbano bonaerense la proporción es casi uno de cada dos.

Los datos publicados por Unicef permiten reconstruir la historia de la marginalidad. En resumen, sería la siguiente: uno de cada tres chicos en Argentina nace un hogar pobre. Casi todos van a la escuela primera, pero ya entonces empiezan a tener grandes problemas de atraso en sus estudios. Para cuando tienen que comenzar la escuela secundaria una altísima proporción deserta. Para peor, este grupo no sólo queda al margen del sistema educativo sino también del mercado laboral.

Las cifras de Unicef muestran que, en promedio, para los aglomerados urbanos del país, que releva la encuesta de hogares del INdEC, el 33 por ciento de los bebés que nacen anualmente en Argentina se produce en familias pobres. Pero para algunos aglomerados la proporción es todavía más alta: por ejemplo, en los partidos del conurbano bonaerense, el 40,4 por ciento de los chicos nace en un hogar pobre, en Resistencia el 55,4 por ciento, y en Jujuy casi el 65 por ciento.

Las tasas de escolaridad primaria son muy altas en todo el país, tendiendo al 100 por ciento. Sin embargo, el retraso escolar entre los niños de 6 a 12 años pertenecientes a familias del 30 por ciento más pobre de la población es muy elevado: por ejemplo, en Rosario, Córdoba, Tucumán y Mendoza, casi uno de cada cuatro chicos de estos hogares se halla retrasado en sus estudios.

Al nivel de la escuela secundaria el problema es todavía mayor: alrededor de uno de cada dos adolescentes de familias pobres abandona los estudios. Después, las escasas oportunidades laborales cierran el circuito de los marginales.

Según Unicef, en Rosario y en Tucumán, uno de cada cuatro chicos de 13 a 17 años perteneciente a un hogar pobre no estudia ni trabaja. En Córdoba, casi el 20 por ciento está en esta situación, en Mendoza el 18 por ciento y en los partidos del conurbano el 13 por ciento.

De otro modo: en todo el país hay unos 3 millones de jóvenes de 13 a 17 años, de los cuales 330 mil no estudian ni trabajan. A su vez, más del 60 por ciento de estos adolescentes viven en hogares pobres: es decir, 205 mil. Sólo en el Gran Buenos Aires, hay alrededor de 90 mil jóvenes pobres marginados.

 

--¿Qué probabilidad tiene ese pibe de cada tres que nace pobre de zafar de la pobreza? --preguntó Página/12 a Néstor López, consultor de organismos internacionales en temas de pobreza.

--Prácticamente ninguna. Hoy por hoy, la única forma de lograr salir de la pobreza es consiguiendo un buen empleo. Pero para eso se necesitan calificaciones y habilidades que el Estado hoy no brinda. Y tampoco hay instituciones alternativas en la sociedad que puedan suplir esta carencia.

 

--¿En qué medida los que hoy son marginados pueden dejar de serlo?

--También son muy pocas las posibilidades. Una gran proporción de los que nacen pobres están condenados a la marginalidad. Y una vez que no se integran ni en el sistema educativo ni en el laboral están condenados de por vida a la exclusión. Más aún, aunque lograran salir de la marginalidad por medio de un trabajo padecerían una muy alta vulnerabilidad, ya que las nuevas modalidades de contratación temporarias o los empleos en negro crean tal incertidumbre que sólo permiten vivir al día. Una sociedad que no genera empleo genera violencia.

López, autor del libro Sin trabajo: las características del desempleo y su impacto en la sociedad argentina (Unicef, 1997), está convencido de que a esta situación se llegó "porque las instituciones de la sociedad siguen funcionando como si hubiera pleno empleo. No hay mecanismos de distribución del bienestar alternativos al empleo y el problema es que el mercado de trabajo es cada vez más pequeño y selectivo en calificación", asegura.

Así, "los programas orientados a los marginales, con becas u otros incentivos, con la intención de retenerlos en la escuela o incorporarlos a un trabajo, son todavía acotados y experimentales", afirma. Y destaca los problemas de la escuela para convertirse en un instrumento de integración social: "Al nacer en un ámbito educativo muy bajo, los chicos pobres están menos entrenados. Y los contenidos educativos hoy están pensados para los chicos de clase media, sin contemplar las necesidades específicas de los de clase baja", explica. Entonces, "el problema en la educación básica no es de captación sino de calidad, lo cual se refleja en los bajos rendimientos y en el retraso y abandono de los chicos pobres", sostiene.


SEGUN LOS SACERDOTES QUE TRABAJAN EN LAS VILLAS
"Los chicos se quedan a la deriva"

 

Por Carlos Rodríguez

t.gif (862 bytes) "El problema se va a solucionar recién cuando los chicos pobres dejen de ser un simple número." Los sacerdotes católicos que desarrollan su labor pastoral en las villas, donde viven muchos de los adolescentes que no tienen acceso al estudio y tampoco consiguen trabajo, reniegan de los "meros datos estadísticos" si éstos "no son acompañados con acciones concretas destinadas a solucionar el problema". El padre Jorge Tomé, párroco de la iglesia María Madre de la Esperanza, ubicada en la villa 20 de Lugano, puntualizó que "la falta de futuro no es un problema exclusivo de los chicos que viven en la villa". Tanto él como el padre Ernesto Narcisi, que está en la villa 1-11-14, del Bajo Flores, opinaron que la crisis "hace estragos y los jóvenes son las víctimas principales".

José María Di Paola, a quien todo el mundo llama "Pepe" en la villa de Barracas, donde es párroco de la iglesia Nuestra Señora de Caacupé, se manifestó "preocupado" por la situación de los chicos que después de la primaria "dejan de estudiar para trabajar y luego, cuando no consiguen un empleo, quedan a la deriva uno o dos años". El padre Pepe dice que "el tiempo ocioso es terrible" y que le teme "sobre todo a la droga". Desde su punto de vista "el problema es que en las villas o en los barrios pobres, los chicos tienen un horizonte muy chico".

"Para un pibe de Caballito --señaló a manera de ejemplo--, la vida no termina en Caballito, pero para un chico que vive en una villa o en Ezpeleta, el mundo se reduce a eso y si no tiene incentivos o contención, su vida pasa por una crisis absoluta". Desde su parroquia, Di Paola está impulsando la posibilidad de instrumentar una escuela secundaria a partir de los 16 años, como una forma de rescatar a los que se quedaron a mitad de camino. La iniciativa se funda en una idea que ya están llevando a la práctica, en el barrio de La Boca, los sacerdotes salesianos.

Narcisi, vicario de la parroquia Santa María Madre del Pueblo, resaltó que las actuales condiciones le ponen trabas a la educación de los niños pobres "no sólo a nivel secundario sino también a nivel primario". Precisó que en las villas "muchos tienen apenas la partida de nacimiento y para obtener el DNI, imprescindible a la hora de anotarlos en la escuela, los padres tienen que hacer un esfuerzo muy grande para pagar el trámite". Según Narcisi el último año "las escuelas se pusieron muy duras con el tema de los documentos: si esto sigue así la deserción escolar primaria va a aumentar".

El padre Tomé se manifestó en contra de preguntarles sólo a los chicos pobres respecto de cómo ven su futuro. "Es minimizar el problema. ¿Por qué no preguntarle a un chico de clase media, con estudios, por qué se está drogando?

Para Narcisi "lo que se advierte es un gran ensañamiento con el pobrerío, no sólo de la educación y de la posibilidad de acceder a un trabajo, sino que cuando se dictan nuevas leyes o políticas educativas, se los termina de dejar de lado". Interpretó que es "una buena manera de justificar su marginación, de excluir a los excluidos, lo que facilita después que la comunidad en general pueda esconder la cabeza como el avestruz y señalarlos a ellos como responsables de todos los males que afectan al planeta".


"La delincuencia es el síntoma del malestar"

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El sociólogo Emilio Tenti Fanfani analiza el lugar de estos adolescentes excluidos, que se ven tentados por el delito para zafar.

Por Mariana Carbajal

t.gif (862 bytes) "Estos chicos que no estudian ni trabajan están en la calle sometidos a una serie de riesgos. No tienen trabajo, pero sí otras posibilidades de hacerse de ciertos recursos económicos: la droga y la delincuencia. Son tentaciones rápidas. Al no haber empleo hay otros caminos no legales para proveerse de dinero. Esto es lo grave". En un reportaje con Página/12 el sociólogo Emilio Tenti Fanfani, consultor del Instituto Internacional de Planeamiento para la Educación (IIPE) de la Unesco y coautor del libro La Argentina de los jóvenes, analiza el presente y el futuro de esta franja de adolescentes excluidos del sistema. Para Tenti, el aumento de la inseguridad no es más que la manifestación que, por ahora, tiene la exclusión social. "No hay una canalización política de la exclusión, la gente no va a la guerrilla o al movimiento que promete un cambio de estructura. Pero sí hay una manifestación social individual o de pandillas. La delincuencia es el síntoma del malestar", advierte.

--Un reciente estudio de Unicef revela que uno de cada dos adolescentes de familias pobres abandona el secundario. ¿Por qué la escuela media no puede contenerlos?

--El problema es que es una institución para las clases medias y medias altas. Hay seguramente una compleja red de factores, que son características del propio colegio, que favorecen el abandono: los horarios, los sistemas de evaluación, la división en materia, los contenidos. Mi hipótesis es que muchos chicos de sectores medios van al secundario porque no pueden hacer otra cosa o porque si no van, sus padres los matan. Eso no quiere decir que estén muy interesados pero tienen una presión social y familiar que los obliga a ir. Cuando no existe ese marco, como en los sectores más pobres, es más fácil que deserten.

--¿Cómo debería adaptarse la escuela secundaria para contenerlos?

--Hay que hacer fuertes reformas para que esta institución sea más amigable con los chicos. Habría que repensar el sistema de promoción de los colegios secundarios. ¿Por qué tiene que repetir el año un chico que aprobó lengua, matemáticas, química pero reprobó otras cuatro materias?. ¿Por qué no pensar un sistema de promoción similar al de la universidad, donde se vaya avanzando por módulos, no por años?. No es que a los chicos se les ocurre un día no ir más al colegio. Previamente han tenido problemas de aprendizaje, se han llevado materias, han repetido. Es como un juego donde uno pierde, pierde, pierde. Llega un momento que deja de jugar: a nadie le gusta jugar a un juego en el que siempre pierde.

--Y hoy tampoco tienen demasiadas oportunidades laborales.

--Exacto. Lo trágico es que estos chicos son los que pretenden incorporarse en forma muy temprana al mercado de trabajo y son los que están en peores condiciones para hacerlo. Es un círculo vicioso. El hecho nuevo de la Argentina de hoy es la exclusión laboral, que es la madre de todas las exclusiones sociales. ¿Qué puesto de trabajo puede conseguir un chico entre 14 y 17 años con secundaria incompleta?. Los que trabajan lo hacen en los sectores más informales, donde la explotación es mayor. ¿Qué tipo de futuro pueden tener?

--¿Y qué piensan ellos sobre su futuro?

--Los individuos mientras más desposeídos están de riqueza económica, de capital cultural, menos se plantean el problema del mañana. En cambio, la gente de clase media somos los más calculadores, los que tenemos la vida programada. Pero no toda la gente hace de su vida un proyecto en base a cálculos, previsión, planeamiento. Me comentaban estudios hechos con adolescentes colombianos en una situación ya de descomposición social total, fuera de la escuela, sin trabajo y con la tentación del ingreso al mundo de la droga. Entre las probabilidades de terminar reventado por la droga o por una bala, saben que tiene un promedio de vida de entre 20 o 30 años. Les preguntaban qué pensaban del futuro y respondían: "¿Qué futuro?". Tienen que vivir al día, con todos los placeres y todos los goces porque saben que el horizonte que tienen es muy limitado.

--¿Ese razonamiento se está instalando en los jóvenes de sectores populares argentinos?

--Da la impresión de que sí. Imagínese cómo viven los adolescentes en zonas urbanas como Rosario y Buenos Aires. Estos chicos que no estudian ni trabajan están en la calle, sometidos a una serie de riesgos. No tienen trabajo pero tienen otras posibilidades de hacerse de ciertos recursos económicos: la droga y la delincuencia. Son tentaciones rápidas. Al no haber empleo, hay otros caminos no legales para proveerse de dinero. Esto es gravísimo.

--¿Es inevitable el ingreso a la marginación en estas condiciones?

--Es un problema de probabilidad. No digo que todos los que no trabajan ni estudian son delincuentes o drogadictos pero la probabilidad de que se vean tentados por alternativas paralegales es muy elevada. Eso es gravísimo para su propia integridad física y moral y para la integridad y la seguridad del conjunto de la sociedad. Nos decían maestros de Rosario que trabajan en villas miseria que el chico ya a los 9 o 10 años comienza a verse tentado por la droga. En la primaria ya conocen la jerga: saben qué es un porro, cómo se agarra, cómo se fuma, cómo se inhala.

--Antes se pensaba a la escuela como una alternativa para las nuevas generaciones para salir de la pobreza.

--Es cierto. Uno siempre pensó la escuela como una gran herramienta de salvación social, el gran camino para salir de la exclusión. Pero si no hay una política decididamente fuerte de mejorar y adecuar la oferta educativa a las características de estos chicos, la situación se complicará cada vez más. Desgraciadamente las escuelas y los colegios donde van los chicos de sectores populares urbanos son colegios pobres: pobres en infraestructura física, en tiempo, en calidad de los docentes.

Se ingresa a la carrera docente por los colegios más complicados cuando tendrían que ir allí los mejores profesionales de la educación, porque es mucho más complejo enseñar ahí que en el centro a los hijos de los intelectuales, los profesores y los profesionales. En cambio, ahí mandamos a los chicos recién graduados de los institutos de formación docente a iniciarse en la carrera, a bailar con la más fea. Y se favorece este círculo vicioso de la reproducción de la pobreza.

--¿El ingreso del joven a la delincuencia puede interpretarse como una respuesta a la exclusión?

--Es increíble que en sociedades como la argentina, donde hay grandes problemas de exclusión social, haya paz social y política. A mi entender, este aumento de la delincuencia y de la inseguridad --que es una amenaza a la integración de la sociedad como un todo-- es la manifestación por ahora que tiene la exclusión social. No tiene una manifestación política colectiva, la gente no va a la guerrilla, al partido socialista o al movimiento que promete un cambio de estructura. No hay una canalización política de la exclusión pero sí hay una manifestación social individual o de pandillas. La delincuencia es el síntoma del malestar social.


Política sobre premisas falsas

Por Marcelo Ferreira *


t.gif (862 bytes) El Código inglés de principios del siglo XIX --Código Sangriento-- preveía la pena de muerte para cerca de 220 delitos (robo de nabos, por ejemplo). La Revolución Industrial con su secuela de explotación y miseria generó delincuencia, y algunos pensaron que hacía falta mano dura. Arthur Koestler describe: "La expansión repentina de una pobreza extrema, acompañada, como sucede en general, de prostitución, alcoholismo, explotación de menores y delincuencia, coincidía con una acumulación sin precedentes de riquezas que se exhibían como una provocación suplementaria al crimen...". Pero el Código Sangriento sólo sirvió para generar mayor delincuencia. Koestler resume la lección: "el terror obedece a su propia ley de pérdida de energía... la severidad engendra impunidad... una legislación demasiado severa se destruye a sí misma".

Así sucedió siempre: las ejecuciones públicas por robo multiplicaban los robos (los ladrones aprovechaban la distracción de la gente); los cuerpos alumbrados de los contrabandistas empalados en la costa servían de faro a los barcos de otros contrabandistas.

En el año 1764 Beccaría formuló el principio básico: la efectividad de las penas no depende de su severidad sino de la certeza en su aplicación, lo importante no es que sean duras sino que se apliquen.

En la Argentina actual la posibilidad de que una pena se aplique es del 3 por ciento, pese a lo cual se propone como remedio la vieja panacea: mano dura, tolerancia cero, aumento de las penas; más policía en la calle y menos en las comisarías custodiando presos; la culpa es de la droga, los inmigrantes y el código de convivencia; la pobreza y la desocupación no tienen nada que ver porque los pobres son buena gente.

Todas estas ideas son erróneas: no es verdad que haya poca policía en la calle (hay proporcionalmente más efectivos que en Nueva York); los extranjeros delinquen en la misma proporción que los nacionales; la droga es también un mal social (que no por casualidad se incrementó en los últimos años); el código de convivencia se ocupa de contravenciones y no de delitos; las estadísticas que vinculan al incremento de la pobreza y desocupación con el auge de la delincuencia son irrefutables. Y si la policía cumple funciones penitenciarias en las comisarías es porque ya no hay lugar en las cárceles, lo que revela la paradoja de un sistema que genera inseguridad, al desviar a los agentes de sus funciones específicas, en desmedro de la ley internacional.

La pretensión de reducir el delito aumentando las penas es como tratar de cazar el pato mostrándole la escopeta: ¿para qué aumentar las penas si quienes delinquen no son detenidos?

El argumento de la tolerancia cero es inconsecuente, significa "tenemos tanta delincuencia por nuestra culpa, porque fuimos demasiado tolerantes"; y además es falso: nunca hubo tantos presos como ahora.

El discurso presupone que la delincuencia no responde a males sociales sino a la perversidad subjetiva de cierta gente (que por feliz casualidad delinque justamente cuando se verifican males sociales), y descansa en definitiva en la concepción fascista del derecho penal de autor, que propone el castigo al peligroso. Como sostiene Norberto Bobbio "las sociedades autoritarias suelen corromper la opinión de los pueblos mediante la invocación de enemigos públicos... lo suficientemente atroces para distraer la opinión popular y canalizar las tensiones sociales sobre la víctima propiciatoria. Y lo suficientemente débiles para ser vencidos en todos los casos..".

La delincuencia no se combate explotando tabúes colectivos ni arrojando a los leprosos a la hoguera de la vindicta pública, sino atacando las causas sociales que la generan, que tienen mucho que ver con las provocaciones suplementarias de las que nos habla Koestler y la secuela de una política en la que hasta el dolor (cirugía sin anestesia), fue presentado como un objetivo deseable.
* Profesor de Derechos Humanos de la UBA.

 

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