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SIMONE DE BEAUVOIR, A CINCUENTA AÑOS DE LA PUBLICACION DE “EL SEGUNDO SEXO”
La biblia negra del feminismo

La obra de la compañera de Jean Paul Sartre sigue siendo hoy objeto de análisis y polémica, pero fue su extraña personalidad la que entró en fascinante conflicto con sus postulados ideológicos.

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t.gif (862 bytes)  Cincuenta años después de su publicación, el célebre libro de Simone de Beauvoir El segundo sexo es objeto de atenciones y múltiples análisis que, superadas arduas polémicas, prueban sus aciertos y su actualidad. Al mismo tiempo, despejan las paradojas acerca de la vida de la autora. “No se nace mujer, una se convierte en mujer”, escribía Beauvoir en este libro publicado en 1949, es decir, apenas cuatro años después de que, en Francia, las mujeres obtuvieran el derecho a votar. La obra de la compañera de Jean Paul Sartre atravesó los años y las vicisitudes interpretativas para reunir hoy, en un coloquio organizado por la socióloga Christine Delphy y Sylvie Chaperon, a decenas de universitarios provenientes de varios países.
El libro de cabecera de la revolución feminista no parece haber envejecido. Su postulado central según el cual “no existe destino biológico femenino” provocó en 1949 una polémica gigantesca cuyos ecos tienen ahora visos de medioevo. Michelle Perrot, historiadora y codirectora junto a Georges Duby de la publicación en cinco volúmenes de “La historia de las mujeres en occidente”, atribuye parte del impacto de la obra al hecho de que Simone de Beauvoir analizaba allí crudamente la sexualidad femenina: “osó describir sin eufemismos la sexualidad de las mujeres hablando de vagina, clítoris, reglas, del placer femenino... temas que, por aquellos años de la post guerra, seguían siendo tabú”.
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Simone de Beauvoir escandalizó a la sociedad de posguerra.


Medio siglo atrás, frases como “la feminidad no es una esencia ni una naturaleza: es una situación creada por las civilizaciones a partir de ciertos datos fisiológicos” sonaban como un incalculable desafío. Para Michelle Perrot, Simone de Beauvoir “es la heredera de un movimiento que se inició a principios del siglo XX y que vio a las mujeres acceder libremente a la instrucción”. Christine Delphy, directora de la revista Nouvelles Questions Féministes –publicación fundada con Simone de Beauvoir en 1980–, considera que El segundo sexo es “la obra sobre la condición de la mujer en nuestras sociedades que más impacto tuvo durante la segunda mitad del siglo XX”.
Sin embargo, la historia de este libro fundamental es la historia de una ambigüedad y una paradoja cuya lectura actual permite un contacto transparente. En primer lugar, al igual que hace cincuenta años, aún ahora la imagen pública de Beauvoir persiste como la de una mujer “adherida a un hombre”: Jean Paul Sartre. Si sus amigos la apodaban Castor como símbolo de su espíritu constructor y preciso, sus enemigos la llamaban “la gran sartreadora” o, peor aún, “Notre Dame de Sartre”. Los trabajos y las biografías más recientes muestran que fue Sartre quien, cuando Beauvoir pensó en llevar a cabo un proyecto autobiográfico, la indujo a interrogarse sobre qué significó el hecho de ser mujer. “Nada –respondió Beauvoir–para mí no significó nada.” La otra respuesta vendrá más tarde, profunda y articulada, detallada, estructurada en un libro dividido en grandes partes: “Destino”, “Historia”, “Mitos”, “Formación”, “Situación”, “Justificación”, “Hacia la liberación”.

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Paradoja: Entendió como nadie la relación histórica entre hombres y mujeres, pero jamás logró “aplicar” sus análisis a la relación que mantenía con Sartre.


Visto desde 1999, El segundo sexo no se asemeja en nada a un libro militante y feminista. Sus últimas líneas contienen la manifestación de una esperanza romántica y el anhelo de una reconciliación que contrastan con la imagen de “panfleto” feminista que lleva pegada la obra. “Entre los sexos van a nacer nuevas relaciones carnales y afectivas de las que aún no tenemos idea: entre hombres y mujeres ya han aparecido amistades, rivalidades, complicidades, camaraderías, castas o sexuales, que los siglos pasados no hubiesen sabido inventar”, escribió Beauvoir.
Texto revolucionario, biblia del feminismo para algunos, obra detestable y degradante para otros, El segundo sexo conserva su arraigo en laactualidad gracias a la noción de “situación” desarrollada por Beauvoir. La radicalidad con que la autora retrata esa “situación” en la que las mujeres se ven encerradas en el papel de mujer “por naturaleza” y la fuerza con que denuncia el sometimiento a la “esclavitud de esa situación” continúan siendo los ejes más polémicos del texto. “Es más confortable sufrir una esclavitud ciega que liberarse”, escribía Beauvoir proponiendo así a las mujeres “la paradoja más cruel, la que más miedo infunde”, es decir, la libertad antes que el tibio reconocimiento “de una esencia femenina”. Sus detractores actuales insisten en que esa propuesta de liberación no es más que la “completa adhesión al modelo masculino”. Beauvoir niega tal relación y anota: “cada vez que una mujer se conduce como un ser humano se dice que se está identificando con el macho”.
Cincuenta años después, El segundo sexo alimenta las paradojas de su propio discurso y el del personaje que lo escribió. Pierre Bourdieu resalta la primera de ellas cuando sostiene que la obra de Beauvoir “está bastante menos perimida de lo que quisieran creer muchas mujeres que, como Simone de Beauvoir en su juventud, se imaginan hoy que son tratadas en igualdad con los hombres”. Las cartas rescatadas, los estudios y los análisis presentan una imagen menos definitiva de Simone de Beauvoir. Sin llegar a los excesos de negar el impacto de su obra, la zona más oscura del libro es precisamente aquella que liga la publicación y Beauvoir a Sartre. “Quiero toda la vida”, decía Beauvoir. Y así la tuvo. Nacida a principios del siglo XX –1908– en una familia de la burguesía parisina, la autora de La Invitada y Los Mandarines –libro con el que ganó el premio Goncourt en 1954– se emancipó de sus orígenes para elegir un destino muy distinto al que su medio le reservaba. Su relación libre con Sartre iba a suscitar una ola de admiración y pasiones críticas que todavía no cesa. Pero las biografías más serias no dejan de poner de relieve “los secretos” y los “candados” de esa relación. Filósofa, Beauvoir nunca creyó que había escrito una obra capaz de marcar el siglo. Ella siempre se vio en un papel secundario, sin trascendencia, muy inferior al de Sartre. Mujer intelectual que había entendido como nadie la relación histórica entre hombres y mujeres, Beauvoir jamás logró “aplicar” sus análisis a la relación amorosa que mantenía con Sartre.

Desafío: “La feminidad no es una esencia ni una naturaleza: es una situación creada por las civilizaciones a
partir de ciertos datos fisiológicos”.

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En las cartas de Beauvoir a Nelson Algren no aparece ni una sombra de la pluma metódica y certera, ni un reflejo de la mujer dogmática y estoica sobre la cual tantas cosas terribles se habían escrito. Pese a que la existencia de Algren en la vida de Beauvoir era conocida (aparece disimulado en la novela Los Mandarines y mencionado abiertamente en las memorias de Beauvoir, La fuerza de la edad), la imagen de la compañera de Sartre había conservado el mismo halo hasta el ‘97: fría, distante, mujer de sentidos apagados, sin sexualidad, tal vez lesbiana para sus peores enemigos, seca como un tronco e incapaz de una palabra de amor. Las cartas traducidas del inglés vienen a corregir el error: “soy tu esposa sometida”, escribe Beauvoir a lo largo de esta correspondencia. Nelson Algren, el “amor transatlántico” de Simone de Beauvoir revela de alguna manera el sexo de Beauvoir. Con lúcida franqueza, el 19 de julio de 1948, ella le escribe: “Por usted, podría renunciar a la mayoría de las cosas. Sin embargo, no sería la Simone que le gusta si pudiese renunciar a mi vida con Sartre, sería una sucia criatura, una traidora, una egoísta. Quiero que sepa esto, sea cual fuere la decisión que usted tome en el futuro: no es por falta de amor que no puedo quedarme a vivir con usted. Aunque le parezca pretencioso, lo que debe saber es hasta qué punto Sartre me necesita. Preferiría morir antes que hacerle daño a alguien que hizo todo por mi felicidad”.
Cara y cruz de una misma moneda, las cartas, los intentos biográficos y el cincuentenario de esta publicación dejan una imagen más alterada y más sincera de la mujer que, junto con Sartre, encarnó para varias generaciones el paradigma de la pareja ideal. En suma, Simone de Beauvoir supo vivir con los hombres las pasiones que necesitaba. Con Sartre la intelectual, con los demás, la porción más íntima e intensa del segundo plano del sexo.

 

Coincidencias demoledoras

Cuando Simone de Beauvoir denunció filosóficamente la opresión masculina a partir de la sexualidad, la izquierda y la derecha francesas de aquel entonces se colacionaron en una misma alianza para demoler lo que el escritor François Mauriac denunciaba como “La literatura de Saint-Germaindes-Prés que alcanzó los límites de lo abyecto”. Representante exquisito de la derecha católica, Mauriac impu gnó los capítulos de El segundo sexo ligados a la sexualidad de la mujer a un punto tal que, según resalta la socióloga Sylvie Chaperon, “la contracepción y el aborto estaban ligados a la neurosis, al vicio, a la perversidad y a la homosexualidad”. Ni siquiera la izquierda se salvó del ridículo. Representantes de uno de esos “progresismos ambiguos”, los comunistas demolieron el libro de Beauvoir atacando a la autora con un argumento conocido: “Las mujeres sólo se liberarán mediante la lucha de clases”. La izquierda roja consideraba en aquella época que el “error de la señora Beauvoir consiste en creer que el opresor es el macho”.



Aquellas cartas indiscretas


No son contados los críticos que adelantan el argumento según el cual por querer ser igual que los hombres Simone de Beauvoir descubrió la condición femenina de la que, por decisión propia, había parcialmente escapado. Solo en lo parcial. Las cartas inéditas entre Simone de Beauvoir y el escritor norteamericano Nelson Algren muestran a una mujer muy distinta del discurso que ofrece El segundo Sexo. Las 304 cartas escritas entre 1947 y 1964 son el testimonio de una pasión amorosa que asombra no por la intensidad sino por los términos que emplea Simone de Beauvoir. La autora del segundo sexo es allí lo opuesto de sí misma: ni fría ni distante, ni cerebral y apartada sino tierna, tentadoramente carnal. Ni libre ni revolucionaria, sino, por juego o por amor, amante sometida. En esas cartas, Beauvoir juega con ternura a la mujer entregada y obediente: “Mi adorado, mi marido querido”. Beauvoir promete incluso lo inconcebible en su pluma: “Me voy a portar bien, lavaré los platos, barreré, iré a comprar yo misma los huevos y haré una torta de rhum, no voy a tocar sus cabellos ni su espalda sin autorización”. Beauvoir no escamotea palabras, ni las críticas contra Sartre, sobre todo las más vergonzosas: era, escribe, “Un hombre caluroso en todo, menos en la cama”.

 

OPINION

Por Rosa Montero


Insólita pareja


Hay dos Simones y dos Sartres. La primera versión se ajusta a la mirada pública, a la imagen que ellos quisieron ofrecer, sobre todo ella, porque fue Simone obsesiva memorialista, siempre escribiendo sobre el monotema de sus experiencias íntimas, quien intentó edificar su personalidad (y por añadidura la de Sartre) como un logro literario e histórico. Se narró a sí misma, o se tradujo.
Según esta versión más ortodoxa, Simone y Sartre fueron esos grandes intelectuales que todos conocemos, iconoclastas y comprometidos (a menudo vidriosamente comprometidos: fueron prosoviéticos en épocas tardías y bastante bochornosas), agudos pensadores capaces de sintetizar ideas fundamentales para su época: el feminismo de Beauvoir o el existencialismo de ambos, con el cual se propugnaba una nueva moral atea, la libertad y responsabilidad absoluta del ser humano en la construcción de su propio destino. Más atractiva aún era su extraordinaria relación: se trataban de usted, nunca habían vivido juntos (pero sí cerca) y habían tenido los dos diversos amantes contingentes, esto es, apasionados pero secundarios. Vista desde afuera, esa insólita pareja que duró 51 años parecía maravillosa e indestructible. Simone y Sartre alardeaban mucho de honestidad y transparencia, pero sólo usaban estas virtudes entre ellos mismos para comentarse el uno al otro cínicamente los más escabrosos detalles de sus amoríos. Además, ambos tuvieron siempre claro que querían ser famosos y salvar el mundo a través de la literatura. ¿Quién podría hoy creer, en su sano juicio, que la literatura sirve para salvar el mundo, o siquiera que el mundo pueda ser susceptible de ser salvado de ningún modo?

 

 

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