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Por qué el cortocircuito

Por Carlos Polimeni


“Cada cual tiene un trip en el bocho, difícil que lleguemos a ponernos de acuerdo”
Charly García
“Promesas sobre el bidet”
1985

t.gif (862 bytes)  La idea de Charly García no es descabellada, como parecería al ser contrastada con la certeza de las convicciones de Hebe de Bonafini. Lo que es descabellada, en todo caso, es su realización. Charly no se equivoca cuando siente que está autorizado, por trayectoria, a concretar un homenaje a los desaparecidos, ni cuando se cree lo suficientemente adulto para no pasar por aduanas. Se equivoca, cosa rara en un artista, en el gusto y el perfil de su homenaje, que seguramente ahora cambiará de rumbo, pero existirá. Ese es el valor de la aparición, como un Júpiter tronante, de la presidenta de Madres de Plaza de Mayo: fijar un límite, marcando un territorio. Decirle al músico: “Ojo, con eso no se juega”. Charly no está acostumbrado a los límites. Y menos a que se los fijen de afuera.
Se trata, sí, de un choque entre dos pesos pesado, entre las posturas de dos huesos difíciles, si no imposibles, de roer. Entre personajes públicos que, tal vez, no merecerían figurar enfrentados. El choque, en todo caso, exhibe una problemática típicamente argentina: que los que deberían tirar del mismo carro conceptual se enrosquen por cuestiones que podrían solucionar juntos. Charly se propuso varias veces en los últimos años hacer “algo con Las Madres”, pero una a una fue dilapidando las oportunidades, ante todo por la tendencia de su ánimo al zapping. Hebe le había tendido un puente de oro, hace más de dos años, al visitarlo en su bunker de Palermo Viejo en un momento en que su nombre aparecía más en las páginas de policiales que en las de espectáculos. La dirigente fue al pie, como una madre dispuesta a ofrecer contención a un hijo en problemas, y se retiró con la certeza del deber cumplido. García no devolvió el gesto hasta ahora, y si su forma era la de este recital, puede suponerse que equivocó el método y erró en la comunicación.
Charly es en alguna medida un prócer justamente por sus aportes a la conciencia de la sociedad sobre las atrocidades del genocidio, realizados cuando nadie, o casi nadie, hablaba de ellos, y usufructuando al máximo un juego de complicidades múltiples. Siguiendo su carrera pueden encontrarse, firmes, como mojones inexorables, sus pinceladas de lo que iba pasando, cuando la mayoría de los artistas que permanecían en la Argentina callaban y otorgaban. Haber grabado y cantado en vivo en 1980 “Alicia en el país” (“Un río de cabezas aplastadas por el mismo pie juegan cricket bajo la luna. Estamos en la tierra de todos, pero es mía. Los inocentes son los culpables, dice su señoría, el rey de espadas. No cuentes lo que viste en los jardines, no tendrás poder, ni abogados, ni testigos”) hablaría suficientemente sobre su lucidez y coraje al respecto.
Pero, además, están canciones como “Películas” e “Hipercandombe”, de La Máquina de Hacer Pájaros, entre 1976 y 1977 –aún no se habían nucleado Las Madres– y “Autos, jets, aviones, barcos”, “José Mercado”, “La grasa de las capitales”, “Viernes 3 AM”, “Los sobrevivientes” y “No llores por mí, Argentina”, de Seru Giran, entre 1978 y 1982, certificando una capacidad para hablar de los años de plomo, durante los años de plomo, que ningún otro artista argentino tuvo. “Los dinosaurios” –“los que están en la calle pueden desaparecer, la persona que amas puede desaparecer, los amigos del barrio pueden desaparecer”– fue registrada en 1984 pero seguramente es la mejor canción argentina posible sobre un tema que parte la historia cívica en dos.
Un llamado por teléfono a tiempo, un gesto apenas, hubiese ahorrado este momento. Es extraño que dos grandes comunicadores de la Argentina de los últimos veinte años hayan sufrido un cortocircuito que no quisieron. Aunque a Charly le guste la sensación de los dedos en el enchufe, bueno sería que diese el próximo paso, que reconociera que se fue de mambo. Haría su homenaje a los desaparecidos ante una multitud, una idea potente y bien intencionada, sin colisionar con la abanderada de la lucha por los derechos humanos. A esta altura, una cosa es concreta: no podrá tirar muñecos ni maniquíes al río. La idea se ha convertido en intolerable.

 

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