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EL ASILO DE LA RECOLETA EN 1969, SEGUN DIANA FREY
Un solo viaje hacia dos pasados

Fotos sobre el tiempo y la espera en el asilo de ancianos que funcionaba donde hoy está el Centro Cultural Recoleta.

Una de las fotos que Diana Frey tomó de incógnito hace treinta años, en el Asilo General Viamonte.
La vida cotidiana en un lugar contrastante, enclavado en el corazón de un barrio aristocrático.

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Por Fabián Lebenglik

t.gif (862 bytes) En 1969 Diana Frey estudiaba fotografía como paso previo y necesario para dedicarse al cine. Casi como un ejercicio de amateur, Frey pensó en fotografiar La Recoleta, un barrio que por entonces –sin la estructura comercial que ahora lo caracteriza– era fundamentalmente aristocrático. El cementerio, los paseos, los monumentos, la edificación ... Pero había dos mundos extraños que interactuaban con ese barrio tradicional. Por una parte la feria hippie que se había instalado en Plaza Francia, tres años antes, y por la otra el Asilo General Viamonte, que ocupaba el edificio en donde está el actual Centro Cultural Recoleta. Los viejitos se la pasaban asomados, mirando a los jóvenes que circulaban por ahí abajo, en la plaza, a comprar y vender artesanías, entre otros intercambios.
La serie de fotografías sobre La Recoleta tenía la intención de ser el boceto para un documental sobre el barrio en el que se cruzaban la tradición aristocrática, los viejitos –indigentes, pobres y de clase media– y los hippies. Pero una vez fotografiada, esa serie quedó guardada hasta ahora, treinta años después.
“Dentro de la serie de fotos sobre La Recoleta -.cuenta Diana Frey, en diálogo con Página/12, quien finalmente se dedicó al cine y la televisión y trabajó en la producción de numerosas películas, desde La Raulito hasta La lección de tango, de Sally Potter– quise fotografiar también el Asilo, porque tenía un halo misterioso, contrastante y fuerte. Entrar allí era muy difícil. Lo intenté por derecha, pidiéndole permiso a las monjas de la recepción, donde hoy funciona el hall de entrada y la librería del Centro Cultural, pero no me dejaron. Había que acreditar el parentesco con algún asilado. Entonces volví a fotografiar el cementerio. Era un día de lluvia y yo tenía el paraguas en una mano y la cámara, en vilo, en la otra. Se me acercó un empleado del cementerio, de esos que hacen de todo un poco, me preguntó qué estaba haciendo y cuando le conté, me sostuvo el paraguas para que pudiera tomar las fotos cómodamente. Debería llamar la atención una jovencita sacando fotos a las tumbas y monumentos. Cuando le dije que tenía el propósito de fotografiar el Asilo por dentro, él me dijo que conocía muy bien a las monjas y me hizo pasar sin problemas. Escondí la cámara, porque tenía que tomar las fotos de incógnito. Y así, en un fin de semana, salió la serie que titulé Asilo del tiempo.”
El General Viamonte era un asilo de indigentes pero también había quienes cedían sus propiedades a cambio de ser atendidos allí hasta su muerte. Allí se conjuga el rigor de las monjas, que hacía impenetrable el lugar con los rumores de la severidad del trato a los internos.
La muestra se abre con una frase de Andrei Tarkovski: “Tiempo y recuerdo, abiertos el uno para el otro, son dos caras de la misma moneda”. Podría completarse con la dedicatoria que abre la novela Zama, dedicada, precisamente, “A las víctimas de la espera”.
La espera y las víctimas son dos de los componentes centrales de la serie de casi cincuenta fotos que componen la exhibición. En cada toma se puede ver algún elemento que indica la espera y el paso del tiempo. Los juegos de mesa cuya estructura siempre evidencia una hipótesis de la duración, así como el intento de controlar y manipular el azar, forman parte esencial del ocio forzoso. También la huerta y la cancha de bochas articulan la vida social de los internos. Pero la vertiente dramática es la que muestra a los asilados en gigantescas salas de espera, tanto en el pabellón de hombres como en el de mujeres, acurrucados unos contra otros en bancos que se disponen en todo el perímetro de las salas.
Los habitantes del Asilo también se pasan el tiempo al solcito, liando cigarrillos o preparándose infusiones y sopitas en sectores inhóspitos.
Una imagen de tiempo detenido es la del comedor, justo antes de la hora de la comida: una larga mesa colectiva, con un pan por comensal, espera lallegada de los asilados. El drama con sordina se constata en la ausencia de intimidad, en el colectivismo forzoso de los dormitorios, patios, pasillos, salones, comedores y baños.
El efecto del paso del tiempo tiene, a su vez, dos tiempos retrospectivos. Por una parte las tres décadas transcurridas desde que las fotografías fueron tomadas –lo cual le da, a priori, un encanto especial a las imágenes, más allá de la tristeza–, pero además se suma otra larga secuencia temporal, como de medio siglo, porque muchos de los personajes están detenidos en la década del veinte. Constituyen tipologías humanas que, si no fueran parte de recorte de la realidad, podrían formar parte de un sainete o algún otro género costumbrista: el tanguero, el inmigrante, el criollo, el linyera, etc., todos se visten y adoptan actitudes de un presente que no es precisamente el presente de las fotografías.
No cabe duda de que se trata de la muestra precisa en el lugar exacto.
(En el Centro Cultural Recoleta, Junín 1930, hasta el 28 de febrero.)

 


 

VIVIANA ZARGON EN EL CENTRO CULTURAL BORGES
Pinturas, preguntas y fundamentos

Por F. L.

t.gif (862 bytes) Hay al menos dos pares de premisas obsesivas que aparecen de inmediato en la pintura de Viviana Zargón (1958), por lo menos desde hace una década: cómo y qué mirar; cómo y qué pintar. Son preguntas básicas, inherentes a toda pintura, pero que en Zargón configuran y anteceden a la materia misma de la obra pasando a formar parte de ella.
Aquello que la mayoría de los pintores pasan por alto por tenerlo incorporado, implícito, oculto o ignorado, en Viviana Zargón vuelve una y otra vez: los principios físicos de la percepción y la construcción, las posibles definiciones de la pintura, las preguntas sobre la estructura de la obra y las condiciones de la mirada del espectador. La artista avanza siempre sobre su pintura porque nunca deja de hacerse las preguntas fundamentales. En sus obras se advierte la insistencia por comenzar siempre desde el principio, cada vez como por primera vez.
Esas obsesiones básicas siempre toman la forma de un corte (real o virtual) en el continuo espacial de los cuadros, de modo que antes que el motivo arquitectónico de la imagen lo que se ve es la estructura y la construcción de esa imagen.
A partir de allí la tarea del espectador es la de recomponer los cortes y los fragmentos, la de recuperar desde el otro extremo del proceso, la construcción de un cuadro. El espacio de la tela no es cualquier espacio y la artista quiere conocer mejor la naturaleza compleja de las convenciones de ese espacio y su relación con el vacío. Así la artista no sólo introduce cortes en la imagen y en la tela, sino que incorpora paneles de acero, contrasta formas, tamaños y escalas; tensa sombras y luces, agrega detalles de color.
Las fábricas y galpones abandonados que se reconstruyen en los cuadros de Zargón, como escribe Elena Oliveras, curadora de la muestra, “ponen en evidencia la tensión entre una poética del vacío y una poética de la construcción. La primera incluye dos vertientes diferentes: por un lado la artista muestra un mundo incompleto donde todo está por darse. Por otro, presenta un mundo clausurado en el que todo se ha dado ya”. (En el Centro Borges, Viamonte y San Martín, hasta el 8 de marzo.)

 

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