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Panorama economico
Descenso a la nostalgia

Por Julio Nudler

Si el fútbol fuera un servicio como cualquier otro, Racing no habría quebrado. Como ocurre todos los días en sectores diferentes, otro club más grande, y casi seguramente extranjero, lo habría absorbido. Porque las empresas grandes, no importa lo mal gestionadas que estén, mientras controlen una porción interesante del mercado siempre hallarán quién las compre, con o sin su acuerdo. De hecho, a pesar de sus tres décadas de palidez futbolística, Racing mantuvo su tercer lugar, detrás de Boca y River, en el ranking de este negocio. Esa penetración de mercado es hoy su mayor esperanza de sobrevida y mide la amenaza que supone para otros clubes su desaparición.
La demanda de la enorme y diseminada hinchada albiceleste –adquisición de entradas, rating de las televisaciones, etcétera– no se trasladaría en el corto ni el mediano plazo a otros equipos. Sencillamente desaparecía, achicando el mercado total. Para cualquier club, jugar contra Racing es económicamente mucho más atractivo que enfrentar a Lanús o Argentinos Juniors. Por lo tanto, con el óbito racinguista perderían todos. Cualquier aficionado recuerda las dos temporadas, entre 1983 y 1985, que el cuadro de Avellaneda transcurrió en la B para alborozo de los clubes del ascenso, que hicieron todo lo posible por retenerlo en la categoría para seguir compartiendo sus recaudaciones. Ahora habría que esperar que los clubes de la A se comporten del mismo modo ante el peligro.
Pero como sucede en otros sectores, los productores de fútbol –es decir, los equipos–, pese a ser el sustento de todo el negocio, han perdido el control sobre sus mecanismos al quedar en desventaja respecto de las empresas que manejan la logística, y en primer lugar la mediática. Los clubes compiten entre sí. Sus equipos se enfrentan en la cancha. Pueden ganar, pero también perder, sin importar cuánto hayan invertido en jugadores, qué sueldos y primas se comprometieron a pagar. TyC no compite, y poco interesa que su negocio dependa de un Boca, un River, un Independiente. También en otra clase de productos hay fábricas que poseen primeras marcas, pero esto no evita que sean las cadenas de supermercados las que impongan sus condiciones.
A este panorama hay que sumarle el papel particular de la AFA, que no es prescindible como otras cámaras empresarias. No existiendo ningún equipo que pueda jugar solo, siempre estará la Asociación instalada en el centro del negocio.
Una alternativa, en la que casi nadie cree, es desandar el camino y volver a los tiempos precapitalistas del deporte. La otra consiste en transformar las condiciones en que se fabrica el fútbol, para asimilarlas al modelo dominante. Va en esta línea el proyecto del Ministerio de Justicia, que pondría a un costado al club sociedad civil, para colocar en escena una nueva categoría especial de SA: las Sociedades Anónimas Deportivas. De este modo, el club que decida hacerlo le transferiría a una SAD el derecho exclusivo de usar su nombre, la camiseta y el estadio, transferir jugadores y cobrar los derechos por radiotelevisación y publicidad.
La idea, basada en la crisis generalizada de los clubes (Racing es apenas un caso extremo), procura una fórmula para que los acreedores de una entidad formen una sociedad y, a través de ésta, se alcen de hecho con el club, ya que el camino de la absorción lisa y llana está vedado porque nadie puede comprar una asociación civil. Todo consistiría en reeditar el conocido expediente de la capitalización de deuda, utilizado masivamente en las privatizaciones.
Mientras este proyecto todavía no pudo llegar al Parlamento, y está desde algunas semanas a la firma de Carlos Menem (en estos días se le oye decir a Raúl Granillo Ocampo que, si su propuesta fuera ley, Racing no habría quebrado), en ciertas consultorías económicas se imaginan salidas similares, pero que no pretenden la sanción previa de ninguna ley. Para los especialistas, la desaparición de Racing –o, mañana, la de otro clubque pase por un trance similar– puede ser evitada en cualquier momento durante el proceso de liquidación mediante un acuerdo con los acreedores si aparece alguien dispuesto a comprar los activos del club –incluyendo obviamente los intangibles– a determinado precio, en función de los ingresos futuros que pueda generarle la explotación de los derechos que le ceda Racing (es decir, la administración económica: compraventa de jugadores, recaudaciones, derechos televisivos, auspicios, etc). Si ese precio fuese mayor que la suma obtenible por la venta de los activos del club, la operación encuadraría en el actual espíritu de la ley de quiebras, porque preservaría mejor que la liquidación los intereses de los acreedores.
Cuando ya flotaba en el aire la quiebra blanquiceleste, los economistas Carlos Melconián y Horacio Liendo diseñaron una propuesta para resolver la encrucijada. Una de las alternativas que planteaban entonces preveía la creación de un fideicomiso al que se le transfiriesen todos los activos inmateriales, junto con la posibilidad de administrarlos, y que a su vez ese fideicomiso contratase una sociedad de gestión para conducir operativamente el club. De los ingresos logrados se solventarían todos los gastos corrientes, y con el remanente se les iría pagando a los acreedores, en función de la participación de cada uno en el total de deudas de la entidad. Los acreedores recibirían, a cambio de su actual título de crédito contra Racing, un certificado de participación en el fideicomiso. De esa manera podría mantenerse el club en actividad, y los acreedores recuperarían su dinero en un plazo cuya longitud dependería del éxito económico que alcanzara la gestión.
Esta propuesta fue circulada entre los acreedores, pero no prosperó hasta el momento. De todas formas, ahora, con el fallo de la Cámara de Apelaciones platense, se aceleran los tiempos. Nadie puede pensar ya que puede dejar para otro día la decisión. No obstante, las maniobras de corrupción que condujeron a la catástrofe racinguista y el feroz choque de intereses entre los acreedores vuelven difícil soñar con un avenimiento.
Todas las fórmulas ideadas para una solución económica encajan en el criterio de la nueva ley de quiebras, sancionada a impulsos de Domingo Cavallo. Esa ley cambió radicalmente el sentido que antes se daba a la continuidad de la empresa en peligro. De acuerdo a la vieja legislación, el juez podía disponer la continuidad de una firma atendiendo a razones sociales, como el interés de preservar una fuente de trabajo, independientemente de que ello les conviniera a los acreedores, cuyo interés es la razón principal por la que se resuelve una quiebra. De la nueva ley han desaparecido por completo esas consideraciones sociales. Ahora el único propósito por el cual puede disponerse la continuidad de la empresa es el de venderla por un mayor valor, para mejor proteger el interés de los acreedores.
Precisamente, lo que sostiene el fallo conocido anteayer es que en la decisión apelada del juez no estaba presente esta finalidad, y que no está probado que sea lo mejor para los acreedores que Racing siga funcionando. Sin embargo, esta decisión conduce al remate de los bienes del club, siendo claro que los principales activos de una entidad futbolística no pueden ser subastados. En el caso de los jugadores, el importante valor potencial de sus pases se pierde, puesto que quedan libres. Además, la hinchada se disgrega y pasa a vivir sólo de recuerdos que generarán nostalgias pero no dinero.
Ayer, en medio de los aprestos políticos para encontrarle algún rédito a la bancarrota, Hugo Abel Sager, justicialista correntino que conquistó escandalosamente su banca y que, concordantemente, preside la Comisión de Deportes del Senado, distribuyó un curioso comunicado sobre otro anteproyecto de ley. Entre otras reformas propone que los clubes, aunque sigan siendo asociaciones civiles, puedan remunerar a sus directivos, lo que hasta el momento les está vedado. Se supone, tal vez, que si los dirigentes del fútbol cobrasen un sueldo dejarían de robar.

 

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