| Por Carlos Stroker
 
 
  La continuidad de Ramón
    Díaz al frente del plantel millonario está asegurada por una gestión política dividida
    en tres partes. Primero, porque perdió con Boca; segundo por el apoyo que recibió, una
    vez más, por parte de la barra brava del club adentro y afuera de la cancha y tercero
    debido a que Carlos Menem en el medio de su pelea con Eduardo Duhalde y la Alianza por la
    re-reelección, preguntó sobre la situación de su coterráneo. Tenemos que
    cuidarle el trabajo a los amigos riojanos, confesó un hombre cercano al primer
    mandatario. Sin embargo, y tal como publicara este diario el jueves pasado, la
    determinación de mantener su lugar en el banco de suplentes se decidirá el día que
    finalice la primera ronda de la Copa Libertadores. Más aún, en Núñez esperan ver el
    final de la novela entre Daniel Passarella y la Asociación Uruguaya de Fútbol (ver
    páginas siguientes). Luego de la derrota del miércoles ante Boca por la Copa Mendoza, muchos creyeron ver la
    caída del riojano, pero, vaya paradoja, eso lo salvó. No íbamos a despedir al
    técnico después de perder contra Boca y menos después de un amistoso, explicó a
    Líbero un dirigente muy importante del club. En River, dicen, los dirigentes nunca toman
    una decisión importante tras una derrota con su clásico rival. Eso sí, le dijeron a
    Díaz que empezara, en serio, a limpiar el plantel con miras de futuro. Ese costo lo
    tendrá que pagar él, no nosotros, señaló la fuente.
 El fútbol que pueda desplegar River y su ubicación al finalizar la primera fase de la
    Copa Libertadores decidirán la suerte del entrenador. La caída ante Boca fue importante
    a la hora de la reunión del jueves pasado. En los pasillos, aquellos que pedían la
    discontinuidad de Ramón bajaron el tono. Ellos también entendieron que no era el
    momento.
 La victoria ante Vélez hace ocho días tuvo un detalle llamativo y fue el respaldo, a
    través de cánticos, de la barra brava de River. Oi, oi, oi, oi, es el equipo de
    Ramón, cantaban. Pero no terminó en eso, sino que siguió con la publicitada
    visita de integrantes de la barra a los jugadores de River para que pusieran todo lo
    que hay que poner. Ayer, según la agencia Télam, un dirigente de River confirmó
    la visita. Apenas los jugadores salieron a la cancha para enfrentar a
    Argentinos, la barra volvió a respaldar al entrenador. Hubo otro dato llamativo:
    insultaron a Daniel Passarella. El mensaje parece estar no sólo dirigido al ex director
    técnico de River, sino también a quienes intentan repatriarlo, como Alfredo Davicce,
    Ricardo Grosso y César Traversone.
 La situación de Díaz contó con un aval muy importante. Carlos Menem le pidió a Alberto
    Kohan que se comunicara con David Pintado, el jueves pasado, para conocer la situación de
    su amigo. Se enteró que aún era el técnico y que su trabajo estaba asegurado. Por lo
    menos, hasta que se decida lo contrario.
   
   Garra y corazón para sumar River ve a Boca en el espejo
 Por J.J.P. 
 
  La historia dice que
    River trazó sus mejores páginas sobre papel con prolijas letras de fútbol dorado y que
    Boca sólo escribe con sangre. Exageraciones que en el fondo contienen verdades, cuanto
    menos metafóricas. Por estos tiempos, River lo mira a Boca de reojo, con un recelo
    parecido a la envidia: al equipo de la garra y el corazón las cosas le van fenómeno
    mientras en los libros diarios de River se escribe más en el debe que en el haber. A tal
    punto la mano se viene barajando de este modo, que el equipo de Ramón Díaz, jugó ayer,
    contra Argentinos Juniors metiendo fuerte, peleando cada pelota dividida, escatimando
    toque, pero nunca coraje, mezclando gotitas de buen juego con cataratas de sudor. Las
    urgencias de un técnico en la cuerda floja se suman al orgullo de los jugadores y
    terminan involucrando a una hinchada que aplaude más fuerte una corrida de veinte metros
    para tirar la pelota afuera que un caño o una pared redonda. Este equipo que sigue sin
    elaborar el duelo de Francescoli, Salas y Ortega; que extraña a Aimar y a Gallardo y que
    todavía no maduró a los pibes Saviola y Alvarez, no jugó bien, pero le ganó
    merecidamente a Argentinos Juniors. Fue a buscar siempre, aunque se repitiera hasta la
    exasperación en el primer tiempo y llegó mejor en el segundo cuando Argentinos fue a
    buscar y el cansancio generalizado abrió algunos espacios. Fue victoria con un gol de
    carambola y otro a los empujones, pero para ellos lo que cuenta es que cuando lo miran de
    reojo a Boca lo tienen a la misma altura.   
      
        | River la enamoró sobre el
        finalPor Diego Bonadeo
 Con la primera diablura de Saviola, uno supuso
        que la motivación futbolística que la noche del sábado provocó en el Teatro de la
        Ribera Once corazones, la hermosísima operita futbolística reivindicatoria de la pelota
        y del juego que cantan, bailan y actúan Patricia Sánchez, Roberto Catarineu, Carlos
        March, Miguel Cantilo y Jorge Durietz, entre otros, podría extenderse en el codificado de
        ayer, dado que los protagonistas, River y Argentinos Juniors son, por historia vieja y
        también por memoria más reciente, dos de los clubes que más juegan en sintonía con el
        fútbol que le gusta a la gente, altibajos mediante. Pero hubo muy pocas diabluras más. La distensión que en los hinchas de River provocó el
        gol-try del colombiano Angel, a quien poco le faltó para apoyar entre los
        palos de Pontiroli la definición del fútbol-rugby que se originó en un descomprometedor
        centrito de Lombardi que el arquero visitante no retuvo, fue solamente eso. Es que durante
        todo el primer tiempo la síntesis futbolística pasó por lo que hasta ese momento era el
        título de esta columna: Atropellando la pelota. Y ese primer tiempo tuvo el
        gol que hasta ese momento el partido se merecía.
 No era que River no arriesgara, ni que Argentinos se refugiara atrás. No se trataba de
        actitud sino de aptitud. No se prestaban la pelota por no tomar
        riesgo, sino porque la perdían. Es la diferencia entre jugar al pelotazo y atropellar la
        pelota.
 Después todo fue cambiando y mejorando. Aunque Angel seguía en duelos casi
        basquetbolísticos con Schiavi o Cocca, sin encontrarle la vuelta ni al desmarque ni al
        perfil para recibir, limitaciones casi atávicas del colombiano. Y al no aparecer ni
        Saviola, ni el Polo Quinteros, el poco fútbol pasó casi inexorablemente por
        la calidad, la picardía, el despliegue y especialmente la buena lectura del juego de
        Sorín.
 Pero al mejorar la aptitud, mejoró la actitud. Y en especial con el ingreso de Cristian
        Castillo, y después de Placente, pasando Sorín a jugar más libre todavía por la
        izquierda, Argentinos ya no supo ni pudo rodear, ni esperar a River como lo había hecho
        hasta entonces para salirle de contra.
 De todos modos, ya mejorada la posesión y el control de la pelota se jugó demasiado a la
        suerte y verdad de algún cabezazo salvador y el segundo de River definido después del
        enésimo tumulto por Castillo, marcó el principio de lo mejor de todo el partido, que
        fueron los cinco minutos finales. Con River atacando todo el tiempo y desde todos lados,
        ahora sí con tanta precisión como convicción. Y pudo haber y debió haber más. Con
        Sorín manteniendo hasta el final su nivel de todo el partido. Con Castillo enchufado para
        buscarse juego cerca de Astrada, Lombardi o Berti, o para circular a lo ancho y más de
        punta, como supliendo la inocuidad de Angel. Con Argentinos arrinconado y maniatado y, lo
        que es peor, sin la pelota. No porque no la quisieran, ellos también, para reivindicarla,
        sino porque River la enamoró sobre el final y se la llevó de luna de miel cuando casi no
        había tiempo.
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