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TENTACIONES

Por Juan Gelman

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t.gif (862 bytes) La tentación de derivar textos de otros textos, preferentemente clásicos, ha emergido no pocas veces en la literatura universal. La imagen más acabada de los avatares de ese empeño fue acuñada por Borges en Pierre Menard, autor del Quijote: el protagonista del relato “no quería componer otro Quijote –lo cual es fácil– sino el Quijote”, no quería copiarlo sino “producir unas páginas que coincidieran –palabra por palabra y línea por línea– con las de Miguel de Cervantes”. Es lo que Pierre Menard termina haciendo, luego de un incómodo calvario, con un par de capítulos de la novela. Esta fábula abre un ancho campo de ideas y también de ironía que Borges –supongo– propinó a La gloria de Don Ramiro, narración ubicada en la España del siglo XVI, cargada de arcaísmos de época, de Enrique Larreta, autor argentino del XX cuyo nombre ni vale la pena olvidar.
“Componer el Quijote a principios del siglo diecisiete era una empresa razonable, necesaria, acaso fatal; a principios del veinte, es casi imposible”, dice Borges. Así introduce –queriéndolo o no, no sabiéndolo o sí– el asunto de la relación literatura/historia, que desborda la cuestión de la temática narrativa o poética para recalar en el lenguaje y en los tiempos que vive el creador. Por ejemplo: las vanguardias artísticas de fines del XIX y comienzos del XX están agotadas; como explica el gran poeta brasileño Haroldo de Campos, para que haya una vanguardia “debe existir un contexto histórico e ideológico adecuado; una vanguardia no se improvisa, no se inventa, es colectiva”. A la vez, una historia de la poesía sería imposible, a menos de enchalecarla en andamios sociológicos, geográficos, retóricos y/o cronológicos. ¿Acaso Safo no es una poeta moderna que vivió hace 26 siglos? De su obra nos han llegado fragmentos que resplandecen con belleza superior a la de millones de poemas de amor –tema casi exclusivo de la griega– que se han escrito desde su muerte.
El Nobel de Literatura egipcio Naguib Mahfuz procuró en l980 continuar El libro de las mil y una noches desde el punto en que lo dejaron narradores árabes anónimos del siglo XIII: el sultán Shahriar, domado por los cuentos de Shahrazad, decide no cortarle la cabeza –como había hecho durante tres años con jóvenes vírgenes a las que desposaba por una noche– y casarse con ella, que le había dado en el ínterin tres hijos varones sin que embarazos ni partos interrumpieran el hilo de su narración. En Las noches de las mil y una noches, Mahfuz elige trece historias independientes del Libro, logra que sus personajes se conozcan entre sí, inventa otros, introduce acontecimientos nuevos en el viejo contexto y construye una novela coherente que sobre todo cambia el destino del sultán: Simbad enumera las lecciones que ha extraído de sus aventuras y Shahriar se interna poco a poco en la humildad. “Lo primero que aprendí –dice el viajero– es que la ilusión decepciona al hombre, pues cree que es la verdad”. O: “También aprendí que es peligroso insistir en las viejas tradiciones”. O: “También aprendí que la libertad es la vida del espíritu y que el propio Paraíso cierra sus puertas al hombre que pierde su libertad”. El sultán deja el trono y viaja en busca de la salvación. Mahfuz utiliza el antiguo relato para trazar una parábola sobre el poder.
Otro egipcio –aunque gran poeta en lengua griega–, Constantino Kavafis, expuso en El rey Claudio una versión de Hamlet muy contraria a la de Shakespeare. Según el inglés, Claudio asesina al hermano para quedarse con su trono y su mujer, madre del príncipe Hamlet, y es consciente de la atrocidad de su delito: “Su corrompido hedor llega hasta el Cielo”, exclama a solas. Hamlet jura vengar a su padre. Para el greco-egipcio, Claudio fue un “rey infortunado/a quien su sobrino asesinó/por infundadas e imaginarias sospechas”. Kavafis desmiente al drama shakespeariano: en la tercera escena del cuarto acto, Claudio –que ha dispuesto el viaje de Hamlet a Inglaterra con secretas instrucciones de asesinarlo– dice en soliloquio “Albión, si en algo estimas mi amistad (...) no acojas fríamente nuestro regio mandato, el cual implica de lleno, por cartas al efecto pertinentes, la muerte inmediata de Hamlet”. Kavafis reitera que “nunca pudo comprobarse” la existencia de la orden real de matar al príncipe. Esto no es sólo volver a Hamlet del revés: es privarlo de su ser o no ser.
Mahfuz parte del Libro de las mil y una noches para desnudar la índole del poder y Kavafis propone una lectura de Hamlet que pareciera subrayar los equívocos de la realidad y aun su posible inexistencia. Pero ambos creadores practican el mismo ejercicio: apoyarse en una obra clásica para enviar un mensaje propio y diferente, rehaciendo lo viejo para convertirlo en nuevo, en materia que más adelante otros autores seguirán remodelando para conferirle novedad a la tradición, como Ezra Pound quería.

 

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