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"Somos cada vez más títeres..."

El dramaturgo Eduardo Rovner dice que tiene la sensación de que la Argentina es un país en continuo retroceso, al ir de crisis en crisis.

Eduardo Rovner es el autor de "Y el mundo vendrá", que se estrena mañana.
"Esta devaluación de la cultura nos conduce a un fin triste", afirma.

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Por Hilda Cabrera

t.gif (862 bytes) ¿Por qué no sustituir a Mikonos por el Delta del Tigre, y a Zorba por un argentino de nombre Vicente, mozo de catamarán, que en su desesperación por librarse de la pobreza transforma una casa del Delta en taberna griega? En el imaginario de Vicente, la salvación llega con los turistas. Esa es la materia inicial de Y el mundo vendrá, de Eduardo Rovner, autor de la premiada Volvió una noche, Compañía, Cuarteto y de numerosas piezas que son materia de estudio y figuran en el repertorio de elencos extranjeros. Surgida de un inspirador viaje a Grecia, se estrena mañana en el Teatro de la Ranchería (México 1097), montada por Leonardo Goloboff.

La pieza no es nueva: fue escrita en 1989 y se montó en el desaparecido Galpón del Sur, pero su enfoque no perdió actualidad. "Hace diez años, los argentinos estábamos condicionados por el FMI, pero el Estado mantenía sus bienes. Hoy seguimos siendo dependientes y casi sin bienes propios", apunta el dramaturgo a Página/12, consciente de que también ahora abundan los padres de familia como Vicente: "En una sociedad que no contiene una esperanza de cambio, abundan los proyectos locos. La gente no relaciona el progreso con el trabajo: busca la salvación en el delirio o el juego".

--¿Quiere decir que se enajena?

--Al no tener Estado ni fuentes económicas propias, la sensación de que somos títeres del poder es cada vez mayor. Sentimos muy dramáticamente eso de saber que no podemos manejar totalmente nuestra vida.

--¿Qué pasa en un contexto como éste con la identidad cultural?

--Para los ideólogos de los poderosos, fuera de éstos todo es igual. Se ha llegado al límite de querer mostrar que no hay diferencias, en el sentido de que todo es igual en todas partes. Pero las diferencias existen y deben existir, no para discriminar sino para poder hacer la vida que uno quiere o elige. De lo contrario, seguiremos siendo nada más que parte de un proyecto que no es el nuestro. La identidad cultural no es, como se quiere hacer creer, un ente abstracto, sino algo que construimos todos los días y que nos permite imaginar un mundo mejor. Como dice Gaston Bachelard: "Imaginar el mundo en el cual el ser humano merece vivir".

--Nada de mundos ilusorios, entonces.

--Claro que no. La cultura crea mundos concretos y permite cuestionar las verdades impuestas. Por eso es peligrosa para los Estados totalitarios. Por eso predicar el fin de las ideologías es una actitud propia de los sectores que dominan. Lo que se quiere es que nada cambie.

--¿Hay conciencia de ese estado de debilidad de la propia cultura?

--Creo que menos de la que hubo hace treinta años. La globalización hizo lo suyo. Tengo esperanzas de que esto sea sólo momento de un ciclo. No tengo dudas de que esta devaluación de la cultura y de la identidad nos conduce a un fin triste. Pienso que siempre habrá gente capaz de reflexionar ante la catástrofe y encontrar una salida a la crisis.

Para Rovner, la salida es producir. Además de Y el mundo vendrá, proyecta estrenar dos obras que acaba de escribir: la experimental La mosca blanca, que dirigirá Hugo Midón, y El otro y su sombra. Por otro lado, en Mar del Plata se continúa exhibiendo Sócrates, el encantador de almas, que probablemente se vea esta temporada en Buenos Aires. Y prepara otros dos espectáculos: en el 2000 mostrará su versión musical de La Nona, de Roberto Cossa, y su adaptación de Fuego en Casabindo, una fascinante novela de Héctor Tizón, que, convertida en ópera, subirá al Colón en el 2001. A esto Rovner le suma otra pieza, aún en pañales, sobre Arturo Illia. Fue asesorado en esta "historia de un golpe" por Emma Illia, hija del fallecido ex presidente, quien atesora una importante cantidad de entrevistas. "A diferencia de la mayoría de los presidentes, Illia no se adaptó al poder, y es una paradoja: su actitud ante el poder es valiente pero ingenua. Ese conflicto, para un dramaturgo, tiene esencia teatral".

 

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