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  AVISO: ENCUENTRO TEMATICO DE PSICOLOGOS DEL MERCOSUR
AVISO: ENCUENTRO TEMATICO DE PSICOLOGOS DEL MERCOSUR

 



LOS MUNDOS DE LA FICCION NO SON LOS DE LA PERVERSION
El autor se hace un nombre

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Alicia, la del País de las Maravillas, tendría uno de sus habituales sobresaltos al saber que, pasados 135 años, su autor sigue suscitando lecturas dispares: desde la que denuncia abusos de menores hasta la que distingue, en la ficción, la “realidad del fantasma”.

Alice Liddell fotografiada por el profesor Charles Dodgson.
Ella escuchó de sus labios el primer relato de “Alicia...”.

Por Enrique Acuña *

t.gif (862 bytes) La discordia entre el psicoanálisis y la literatura surgió cuando los analistas posfreudianos usaron la “psicobiografía” como género que aplica cierto método analítico basado en el símbolo a las anécdotas de vida del autor. Pero la psicología aplicada como crítica al arte o a la vida de un autor es un síntoma que eclipsa la posibilidad de captar los efectos de la escritura; otras veces se trata de especulación. La literatura resiste a ser leída como psicopatología.
Si no hay una relación formal entre la literatura y el psicoanálisis es porque en su lugar podemos detectar síntomas y otras veces invenciones del lenguaje. Tal es el caso de Lewis Carroll como nombre propio inventado por Charles Dodgson para firmar sus libros y sus cartas de amor dirigidas a niñas que eran su alma. En el aparente sinsentido de Alicia en el país de las maravillas se puede leer cómo el universo carroliano apela a la infancia como referencia universal, pero, lejos del paraíso de la satisfacción, encuentra el vacío del lenguaje y la inteligencia del sujeto para sostenerse en su palabra.
Dodgson, diácono tartamudo, domesticador de sapos y serpientes cuando niño, es también el caballero que oscila entre la religión y la ciencia para caer luego en el poema del sinsentido que la lengua inglesa encontró como aquello provocador que caracteriza a lo extranjero. Sus fábulas son una estocada a la moralidad de las niñas: retratista de infantes en la época victoriana, las fotografía desnudas o disfrazadas con el consentimiento de sus padres, a contrapelo de los discursos salvadores del niño como icono sagrado de una naturaleza bondadosa. La pública aparición de una Alice... que no es ingenua en una sociedad que lo recepciona como best-seller demuestra que la mirada y el flash son superados y transformados por las claves del escrito que provoca efectos de identificación en aquellos que lo leen.
Mientras tanto L.C. se sostiene en un epistolario poco común (las doscientas cartas publicadas) dirigido a sus amigas niñas, donde se observa que este amor cortés es obligado para seguir su narrativa: el respeto y la distancia que el ideal supone al ser ellas las hijas de sus amistades. El Eros, cuya condición específica requiere aquí la prohibición y la imposibilidad del objeto, es la coartada que vincula al poeta con el poema más allá de su musa. Entonces, se trata de una doble operación, primero de represión y luego de sublimación, donde el objeto creado logra expiar tanto el placer como la culpa.
Al leer las primeras páginas de Alicia... el lector ya se encuentra con las imágenes de un espejo fragmentado como disolución de la identidad y del sentido. En la trama de A través del espejo, la superficie que había sido una matriz de identificaciones y de alienación al semejante se vuelve un corte real que, al atravesarlo, causa la separación del sentido. Uno es soñado por el otro que a su vez es soñado por el lenguaje. El pasaje al otro lado de esa luna plateada descubre que el significante es siempre diferencial, es decir, sin un significado fijo. La arbitrariedad del signo se ve ahí donde el referente lingüístico está vacío.
El “país de las maravillas” es una realidad fragmentada donde las palabras conducen a cualquier lado y donde efectivamente Alicia está perdida como ser. Su cuerpo y su yo perceptible serán transformados según sea más o menos indigesto el sentido de las palabras que le dirigen sus criaturas zoomórficas: desde un conejo con reloj pasando por el gato casi invisible de Cheshire –deslumbrante por su invisibilidad, casi como L.C– sombrereros locos y ratas en el té, hasta esa carta sin azar que representa a la reina Victoria.
La metamorfosis de la niña dependerá de lo que ingiera como sentido. Esto permite decir a Deleuze que la comprensión es algo que permite digerir las palabras y resulta digestivo. Pero Alicia distingue que eso no es un caos sino que el deseo supera a la necesidad y, siguiendo los sonidos del sueño –anticipando a Freud–, entra en la lógica de losimbólico, donde es parte de una combinatoria bajo el régimen del significante.
El señuelo fotográfico de la mujer-niña funciona como el negativo del film del inconsciente, es una realidad de su fantasma. Por esa duplicación podríamos estar tentados a cerrar el diafragma de la cámara con la rápida explicación de Un-padre como père-version, ya que la neurosis fabrica la niñez como seducción por un adulto que el sujeto histérico recuerda como una falta de goce. Una narrativa que no requiera de la victimización ni del sacrificio de los personajes para hacer aparecer la verdad del hecho de que se puede gozar más del sentido –el acto de escribir– que del sufrimiento. Acto que cambia a los sujetos en escena por una ficción útil para aquellas cosas que jamás serían del mundo sin el deseo; se trata de los mundos posibles por la ficción.
Es la afirmación de Borges cuando supone que el universo consta de cosas que pueden ordenarse por clases y una de éstas es la clase de los imposibles. La ficción literaria implica los mundos posibles. El autor, Carroll, por su personaje Alice, se hace un nombre, que estaba ya escrito como posible en su fantasma. Veríamos esa escritura si pudiéramos captar una fotografía de Dodgson hecha por Carroll, a través del artificio de su carta de amor a Alice.

* Psicoanalista. Director de la revista Anamorfosis.

 


 

Lewis Carroll entendido como abusador de niñas

Por Isabel Monzón *

t.gif (862 bytes) Los especialistas en abuso sexual contra menores suelen afirmar que el ofensor no tiene una psicopatología específica, no pertenece a ninguna clase social en especial y hasta puede ser una persona absolutamente exitosa profesionalmente. Tampoco todos asesinan ni violan ni cometen sus crímenes estando alcoholizados. La mayoría de los abusadores hasta pertenecen al entorno social de las pequeñas víctimas.
Algunos abusadores, tal vez los más peligrosos por la sutileza con la que cometen sus delitos, pueden parecerse a Lewis Carroll.
Charles Lutwidge Dodgson (1832-1898), un pastor anglicano nacido en Inglaterra, fue no solamente el autor de Alicia en el país de las maravillas sino un talentoso fotógrafo y matemático. Su apodo era Lewis Carroll. Algunas de las fotos que les sacó a sus pequeñas víctimas se conservan; otras, en las que ellas fueron fotografiadas desnudas, han sido, según parece, casi todas destruidas por su sobrino y albacea. En una de esas fotos, la niña está acostada en un diván, como una pequeña maja desnuda violentada por la conducta y la mirada obscena del artista. En casi todas las fotos, las criaturas tienen una expresión de suma tristeza o de enojo. A esas pequeñas, hijas de familias de clases distinguidas y pudientes de la sociedad inglesa, Lewis Carroll las vestía, en ocasiones, con andrajos o en camisón. Mientras, los padres y la sociedad toda ¿qué veían? Más aún, ¿qué vemos?
Los psicoanalistas no podemos quedarnos, en todas las ocasiones, deslumbrados frente a la estética de una foto o de un texto. No cuando esa foto o ese texto violentan y lastiman a una criatura. Por lo contrario, tenemos la obligación que nos exige nuestra profesión y nuestra ética: ir más allá de lo aparente para leer entre líneas. En esta tarea, solitaria, a veces debemos enfrentarnos con un mito –en este caso con el del maravilloso escritor que fue Lewis Carroll– y denunciarlo. Y si lo hacemos, cien años después, es porque hoy sabemos mucho más de la pornografía y de la prostitución infantil que en la época de Carroll. Hoy sabemos que esa pornografía navega impunemente por Internet, que da grandes ganancias económicas y que los pornógrafos se protegen entre sí, se ocultan y se justifican unos a otros. No denunciarlos es hacernos cómplices, con nuestra desmentida, de sus delitos.
El hermoso libro-objeto Niñas contiene algunas de las fotografías tomadas por Carroll y un estudio preliminar particularmente interesante en el que su autor, Brassaï, escribe reflexiones sumamente contradictorias: “Los trucos y la diplomacia desplegados por este tímido pastor anglicano son singularmente similares a los manejos de un seductor impenitente. Como un Landrú, contabilizaba meticulosamente la lista de sus ‘conquistas’”. En marzo de 1863 eran 107 las niñas fotografiadas. Brassaï se pregunta “¿Cuál era la naturaleza de la extraña fascinación que ejercían sobre él estas niñas?”. Según este autor, no era en realidad a ellas a las que Carroll amaba sino a “un cierto estado fugitivo, transitorio, ese breve instante del alba que despunta entre el día y la noche. Todas sus amigas-niñas no eran más que las médiums, las reveladoras de este estado, y, gracias a ellas, el poeta conservaba el espíritu de la infancia”. Pero nosotros podemos preguntarnos: ¿hace falta desnudar cuerpos infantiles y fotografiarlos para conservar “el espíritu de la infancia”? ¿Acaso eran ésas las motivaciones que incitaban a Landrú para cometer sus crímenes?
A Carroll no le interesaban ni los niños varones ni las jovencitas púberes. Brassaï nos informa, con relación a las pequeñas, que “en cuanto sus sentidos se despertaban y sus senos crecían, era el fin y el honorable clérigo se veía condenado a reemprender la caza”. De sus decepciones y malos tratos hacia las niñas dan testimonio una gran cantidad de cartas publicadas en Los libros de Alicia, con introducción de Eduardo Stilman y prólogo, a nuestro pesar, de Jorge Luis Borges. Las niñas, entre otras cosas, son para Carroll sus preciosas, sus tesoros, sus queridas amigas. Como si un adulto pudiera entablar con un niño esa relación asimétrica llamada amistad. Como si un adulto, sépalo o no, quiéralo o no, no ocupara siempre para el niño el simbólico lugar de padre.
Sabemos que Lewis Carroll dedicó sus textos a Alice Liddell, a quien conoció en 1862. Ella tenía diez años y Carroll treinta. También es conocido por todos que en 1865 los padres de Alice le prohibieron a Carroll que volviera a acercarse a ella y a sus hermanitas y a frecuentar su casa. Además, rompieron todas las cartas que el reverendo Dodgson le había escrito a Alice.
Tanto Stilman como Brasaï, así como Cohen –un biógrafo del autor de Alicia en el país de las maravillas– niegan que el famoso escritor haya sido un abusador de niñas. Como ellos se dedican a la literatura, sus reflexiones tendrían que ceñirse su especialidad. Por otra parte, no hace falta ser psicoanalista para comprender, a través de esas cartas y de esas fotos, que Carroll abusaba sexualmente de sus pequeñas víctimas. Comprobamos, una vez más, que para ser un abusador de menores no hace falta vivir hacinado en una villa miseria. Se puede ser fotógrafo, clérigo, médico, ingeniero y hasta psicoanalista. Solamente hace falta “fabricar” a un ofensor. Todos ellos son fabricados socialmente. Pero esto ya es tema para otra nota.

* Psicóloga y psicoanalista. Socia fundadora del Ateneo Psicoanalítico.

 

 

POSDATA

Premio. $ 1000 al mejor trabajo libre que se presente al Segundo Congreso de Salud Mental de la Ciudad de Buenos Aires “Configuraciones de la clínica”. Bases en Córdoba 3120 de 10 a 15.
Investigación. La cátedra de Psicología del Trabajo de la Facu de Psico, para una investigación sobre efectos del desempleo, requiere hombres y mujeres de 20 a 25 años desempleados hace por lo menos seis meses. 4952-7241.
Presentación. Del libro Registros de lo negativo, de Enrique Carpintero, con Ulloa, Brück, Grande y Hazaki, mañana a las 21 en Billinghurst 1926.
Debate. Sobre políticas y ley de salud mental para la ciudad de Buenos Aires, el 19 a las 20 en Sarmiento 1551. Convocan: asociaciones de Profesionales del Ameghino y del Centro Nº 1; Foro de Instituciones de Profesionales en Salud Mental y asesores de la Comisión de Salud de la Legislatura.
Juego. “El juego, modo de abordar lo grupal”. Instituto de Investigaciones Grupales, 4833-7808.
Violencia. Jornada “La violencia, síntoma del fin de milenio” en Fundaih, el 15 de 9 a 18. 4827-0980.
Arte. “Arte y psicoanálisis: las mujeres y la creación”, lunes de 19 a 21. Discurso Freudiano. 4772-8997.
Retorna. “Freud retorna a la clínica” por Ana M. Gómez el 19 a las 21. Grupos Clínicos de Buenos Aires. 4636-0302.
Inauguración. Del Centro Cultural Universitario de la Facultad de Psicología, el 17 a las 19 en Independencia 3065. Virginia Lago representará Violeta.

Revistas. Psyche Navegante con “El analista sin reloj” y otras notas. Actualidad Psicológica con B. Rosenberg, D. Szyniak, L. Chiozza y otros. Ensayos y Experiencias, con intervenciones en instituciones educativas. Extensión, del Grupo Cero, con poesía y psicoanálisis. Topía, con Hazaki, Efron, Grande y otros. El Murciélago, con G. García, Musachi, Acuña y otros.
Hambre. Conferencia “La anorexia en Freud y Lacan”, hoy a las 21 en Malabia 2014, gratuito; y Workshop sobre trastornos del hambre, el 22. Ambrosía, 4831-5359.
Gestalt. II Congreso Nacional de Gestalt: 12 al 14 de junio. Asociación Gestáltica de Buenos Aires, 4772-9865.
Geronto. Posgrado en psicogerontología de la Universidad Maimónides. 4982-8181.
Anamnesis. “Utilidad de la anamnesis clínico diagnóstica en la iniciación de un grupo psicodramático”, por Angel Fiasche, el 20 a las 21. Centro de Psicodrama Psicoanalítico Grupal, Soler 4191, 1º. Gratuito.
Es o no. “La ‘producción’ psicoanalítica ‘actual’, ¿es o no es en la enseñanza de Lacan?”, en Centro Psicoanalítico Argentino desde el 17 a las 20. Gratuito. Teléfono: 4822-4690.

 

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