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Reportaje a Mirko Eterodik
“Los judíos metieron  las narices”

 


Por Mónica Gutiérrez
Desde Córdoba

t.gif (862 bytes)  “Sólo educación”, repitió una y otra vez a los gritos, “es lo único que he hecho durante más de cincuenta años en mi vida”. Mirko Eterodik, el criminal de guerra nazi recién localizado en la Argentina, tiene 85 años y como sucedía con el alemán Erich Priebke en Bariloche, para los vecinos de la calle Ferroviarios al 1900, en el residencial barrio Maipú de la ciudad de Córdoba, era hasta ayer un anciano más. “Siempre fue muy correcto, muy buena persona”, señalaron los vecinos de la cuadra. Saben de él que “es profesor universitario, siempre dio clases en la facultad hasta que se jubiló” y dicen que si bien “no es de charlar mucho, es buen vecino y muy respetuoso”. Eterodik vive en Argentina desde 1947, vino desde Croacia cuando tenía 34 años y anoche recibió a Página/12 en su amplia casa, cuando dijo que no podía salir de su asombro ante el interés por su persona.
na02fo01.jpg (17280 bytes)“¡Infamias!”, exclamó alzando la voz cuando su esposa Branca, de 80 años, le contaba en idioma croata que “los periodistas están diciendo que comandaste campos de exterminio en la guerra”.
–Si son infamias, ¿por qué cree que lo acusan de criminal de guerra?
–Ya salió esa nómina en el diario La Nación en el año 96 ó 97 y se constató que nada tiene que ver con actos ilegales durante la Segunda Guerra Mundial, sino que surgió de la lista de los inmigrantes que llegaron a Argentina en 1947, nada más. Pero en vez de sacar los nombres de la gente común -.éramos más de diez mil– sacaron los nombres de los intelectuales, que éramos 184. Y de allí eligieron tres o cuatro nombres para acusar. Mi yerno, que está en EE.UU., sabe que La Nación copió esto del New York Times. Ellos tenían aquí su gente que entró en el Ministerio del Interior, vio las listas y extrajo tres o cuatro nombres de intelectuales.
–¿Quién y por qué lo acusaría?
–Mire, yo pasé la vida desde los 7 años de edad hasta mis 85 actuales haciendo bien a todo el mundo. Soy pedagogo, no un profesor que dicta clases y se va. He educado a la gente 10 años en Europa y 40 en la Argentina. Allá dejé 2000 hombres honestos en sus oficios y profesiones y acá eduqué a 10 mil argentinos, todos eficientes y honestos, personas íntegras. Ninguno de ellos individuos, porque individuo es unidimensional, mientras que la persona es tridimensional: en primer término persona, luego social y finalmente tiene una dimensión divina. Educar fue la obra de mi vida y nada más.
–¿Cuál fue, según usted, su participación durante la Segunda Guerra Mundial?
–Durante la guerra yo, como defensor u ombudsman, que así se llamaba, pude acusar a los distintos ministerios a cualquiera que cometía un crimen en territorio croata. Y en cuanto a defender, no me importaba si era judío, serbio o gitano. A cualquiera lo defendía con todo lo que podía. Acepté ese papel porque me lo dijo, me lo pidió y me lo rogó el arzobispo Stepinak, el mismo que hace pocos días fue proclamado beato por el papa Juan Pablo II.
–¿A quiénes tuvo que perseguir?
–Yo no perseguí a nadie que no fuera un criminal. Si una persona, llámese serbio, ustasha, o como quiera, mató a un vecino, si robó o secuestró o lo que fuera, caía en mis manos y yo, ante el ministerio, exigía el castigo ejemplar.
–¿El campo de concentración era el castigo ejemplar?
–¡Idioteces! Jamás. El que dijo eso es un mentiroso. Nunca estuve en un campo de concentración. Tratan de perjudicar a un hombre que siempre ha vivido para los otros. Si, cuando salían de la cárcel, alguno ellos estabaen manos de los alemanes hice lo imposible por sacarlos y entregarlos a manos de un croata que logró llevarlos a Italia, donde estaban totalmente a salvo, porque Mussolini no los perseguía. No queríamos a alemanes ni italianos.
–¿Por qué lo dice?
–Tanto unos como otros querían acabar con el poder serbio para apoderarse de nosotros. Quince días antes de la proclamación del Estado croata, Hitler por su lado y Mussolini por el otro estaban en Belgrado jurando por los serbios defender a Yugoslavia. Cuando por fin Croacia se proclamó libre, Hitler tenía en Zagreb un cónsul austríaco, un hombre muy honesto y noble, que le dijo a Hitler que respetara la autonomía del pueblo croata. Se lo pidió expresamente y Hitler lo respetó. Nunca un croata vivó a Hitler.
–¿Conoció campos de concentración, cárceles?
–Había un campo de concentración donde serbios eran la minoría y la mayoría inmensa eran croatas, pero yo no tenía nada que ver con eso. Estaba en Eslavonia, parte de Croacia.
–¿Conoció a su compatriota Sakic?
–No. Además los datos para su extradición eran falsos. Ahí está todavía, paseándose por Croacia. Pero ya me cansé de hablar de todo esto, no sé por qué vuelven una y otra vez con el tema...
–¿A qué lo atribuye usted?
–Son éstos que metieron las narices en el Ministerio del Interior. No querían a cualquiera del pueblo, entonces se las agarraron con dos o tres intelectuales.
–¿Quiénes cree que metieron las narices?
–Probablemente judíos, probablemente. Ellos pueden ir donde quieran.

 

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