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"El psicoanálisis no cura por simpatía o por amor"

A los 80, Horacio Etchegoyen aún discute con la fuerza de un joven. No disminuye la pasión, se fortalece con la experiencia y las convicciones de una trayectoria envidiable. Está acostumbrado a meterse en las sombras, a buscar la hendija por donde se filtre la luz entre tanta tiniebla. Qué es, para qué sirve, cómo se hace... preguntas que aun en el fin del siglo habituado a pasar por el diván, valen la pena replantearse de la mano de un maestro.

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Por Magdalena Ruiz Guiñazú
t.gif (862 bytes)  Probablemente quien acude al análisis con sus propios conflictos tiene un entrelíneas que, de alguna manera, nos es común a todos. Más allá de los avatares de la vida y la conducta de cada uno pienso que siempre se perfila un trasfondo, el entramado de nuestros temores y tinieblas, como una puerta que aspiramos a que el psicoanálisis pueda lograr siquiera entreabrir. La inquietud, entonces, aparece como razonable y lícita.

--Doctor Etchegoyen, ¿cuál es la ayuda que puede brindar el psicoanálisis ante situaciones de duelo o de muerte?

--Podría decir que el psicoanálisis es un procedimiento cuya base es ayudar a la gente a elaborar el duelo. No hay que olvidar que el duelo es un proceso sumamente complejo en el cual no sólo está en juego la pérdida sino también los sentimientos de culpa por los ataques inconscientes que uno ha realizado hacia el objeto. El objeto que se pierde no se puede recuperar pero uno puede hacerse cargo del amor y del odio que le tenía al objeto. Por objeto, desde ya, quiero decir persona. Objeto perdido. Y ese hacerse cargo no sólo alivia el duelo sino que también lleva a un proceso que es sumamente positivo y que llamamos reparación.

--¿Reparación a través del recuerdo? Porque la reparación sin un sujeto presente... ¿cómo se lleva a cabo?

--Se lleva a cabo en el mundo interno de cada uno. Los objetos perdidos, las personas, estánna13fo02.jpg (5891 bytes) vivos en el mundo interno y uno puede allí darles el lugar que antes tuvieron. Es cierto que esto no le llega al objeto concreto que se perdió pero reestructura su imagen dentro de nosotros. Y eso es importante tanto para uno mismo como para el objeto porque, ¿cuántas veces acaso no expresamos el deseo de que algún día se nos recuerde? Se nos recuerde con amor. Y esto lo puede dar el psicoanálisis.

--En realidad, habría dos caminos en cuanto a las pérdidas. Uno podría ser aceptarlas y no volver sobre ellas. Y otro, bucear en el dolor. Trabajar con el bisturí hasta desmenuzarlo...

--No pensar más en el dolor no es bueno porque el no pensar clausura la posibilidad del duelo y deja intacta la pérdida. Una doble pérdida porque a lo que se sufrió se le suma el hecho de "no pensar" que, a su vez, significa otra pérdida.

--Ante situaciones tan difíciles y que requieren tanto conocimiento y experiencia, sería acaso posible marcar una división entre lo que significa ser un buen analista y aquel que no lo es. ¿Cuál es la diferencia?

--A mí me parece que ser un buen analista es tener un compromiso muy fuerte con el paciente y con el método. Con el paciente en cuanto uno sea responsable del destino del paciente y con respecto al método pensar que sólo lo estrictamente relacionado con la interpretación psicoanalítica va a traer resultados efectivos.

--¿Es decir no apartarse de la disciplina?

--Del método, claro. Contribuir a que el paciente vaya resolviendo sus problemas por sí mismo.

--Es decir, evitar las actitudes de samaritano y aplicar el rigor de la ciencia.

--Me parece correcto el término "actitud de samaritano". Debe evitarse. Y también la actitud de simpatía ingenua. El psicoanálisis no cura simplemente por simpatía o por amor. El amor del psicoanalista consiste en ayudar al paciente a enfrentar sus problemas.

--Y en medio de esta aridez de la disciplina me permito preguntarle entonces, ¿qué pasa con Lacan y sus sesiones de tiempo libre?

--Sesiones cortas o largas en teoría porque yo nunca he visto en la práctica una sesión de Lacan que se prolongue más allá de los 50 minutos. En general son cortas y no prolongadas. Este es un problema con matices éticos y teóricos. La teoría de Lacan es que cuando se cierra una estructura hay que dar por terminada la sesión. Es una teoría respetable. La práctica lacaniana es que al dar por terminada la sesión o pasar por lo que él llama el "scanneo" de la sesión, como un corte transversal, se lo deja al paciente con el sentimiento de que algo importante ha pasado para que él lo elabore. Estas dos posiciones son, a mi juicio, muy discutibles. La primera porque la decisión de cerrar una estructura es siempre una decisión subjetiva del psicoanalista.

--Unilateral.

--Sí, pero por otra parte está muy amenazada por los problemas del psicoanalista. Uno siempre tiene tendencia, en general, a trabajar menos o a darse tiempo para otras cosas. Y eso realmente es una amenaza muy grande que yo personalmente no me atrevería a enfrentar. No sé si los lacanianos pueden hacerlo, pero yo, repito, tengo mis dudas. Por otra parte, la sesión de tiempo completo implica un compromiso previo que los dos (paciente y analista) deben estar dispuestos a cumplir y que no se puede interrumpir, como usted dijo, unilateralmente. Eso crea una serie de problemas y, básicamente, una gran inseguridad en el paciente porque cuando la sesión termina abruptamente el paciente se hace una serie de fantasías que no va a ser posible analizar y que no van a corresponder a lo que el analista ha pensado, sino que van a depender del inconsciente del paciente. En ese sentido soy muy contrario a las sesiones de tiempo libre.

--¿Cómo nace la unidad de tiempo de 50 minutos?

--Arbitrariamente. Freud atendía a sus pacientes durante 60 minutos y seis veces por semana. Luego el mismo Freud y otros analistas pensaron que el tiempo de 50 minutos más 10 de recreo era más lógico. Yo también lo creo. La frecuencia de las sesiones es algo que también ha sido impuesta empíricamente y que se discute muchísimo. En general, los analistas más clásicos, entre los que yo me cuento, pensamos que el ideal de tratamiento es una frecuencia de cinco veces por semana. La vida moderna ha mostrado que eso es imposible y por lo tanto ha hecho necesario ajustarse a una frecuencia menor de sesiones.

--La vida moderna, con la consiguiente presión de adoctrinamiento a través de medios masivos, también genera múltiples interrogantes acerca de las conductas masivas. Si observamos lo ocurrido, por ejemplo, entre nosotros durante la dictadura militar, cabe interrogarnos acerca de la teoría que señala como, en determinados momentos de la sociedad, se genera no sólo la impunidad sino individuos que como producto de esas presiones se acomodan con innata facilidad en el rol de represores. Astiz podría ser un ejemplo... Pero si aceptamos esta teoría cabe preguntarse ¿dónde está el libre albedrío?

--Todos nosotros tenemos partes buenas y malas y, evidentemente, se acentúan en algunos individuos. Yo no creo que la tortura sea un problema de la sociedad actual. Más bien, y por suerte, la sociedad actual la ha denunciado. De la Inquisición hasta aquí se ha caminado mucho pero esto es un viejo problema que se discute entre analistas en cuanto a naturaleza y cultura. Freud salomónicamente estableció lo que se llama series complementarias. Hay factores complementarios entre naturaleza y cultura. Creo que el hombre sigue siendo muy parecido al hombre de antes. La cultura puede haber cambiado pero la estructura muy conflictiva del hombre es siempre la misma. El hombre sigue siendo tan cruel y tan noble como el hombre de la antigüedad.

--Usted como analista, ¿tomaría en análisis a un torturador?

--En casos muy especiales. Unicamente si yo viera en las entrevistas que este hombre por de pronto ha dejado las torturas y, en segundo lugar, tiene realmente un sentimiento de culpa como para cambiar su situación. Yo diría que un torturador es por definición un hombre tan enfermo que es difícil de analizar. En esto, claro, influyen mucho los sentimientos del analista. Lo que técnicamente llamamos contra-transferencia. Yo personalmente no me sentiría dispuesto a analizar por ejemplo a un tipo como Astiz. Y no sé si esto está bien porque yo como analista debería aceptar el paciente tal como es siempre y cuando éste quiera analizarse. Yo no creo en absoluto, por volver al ejemplo anterior, que Astiz quiera analizarse.

--Dentro del análisis, ¿cómo se diferencian Poder y Autoridad?

na13fo03.jpg (5895 bytes)--El analista no debería tener poder sobre el paciente. Autoridad, sí. La autoridad que se ejerce profesionalmente. Cuando Ud. preguntaba acerca de la diferenciación entre buenos y malos analistas le señalaba que el buen analista renuncia a todo poder sobre el paciente puesto que busca que aquél se desarrolle y fije sus propias pautas que desde luego deberán ser éticas. Yo, por ejemplo, no podría analizar a una persona para que ésta aumente su capacidad sólo para hacer buenos negocios. Como analista me cuido mucho de no ejercer ningún poder sobre los pacientes. Los pacientes tienen que desarrollarse de adentro hacia afuera y el Poder implicaría que estoy influyendo en el otro. En la medida que el paciente me atribuya Poder yo se lo interpreto como un problema suyo.

--Es ahí entonces donde se plantea el conflicto. Es decir, cómo vive el paciente la autoridad del "técnico", llamémosle así.

--Eso sí. Uno nunca puede decidir cómo lo vive el paciente. Lo que sí puede hacer es interpretarle a él las distorsiones que lo llevan a verlo a uno como una figura de Poder.

--Justamente como una manifestación de poder a mí me llamó mucho la atención que, por ejemplo, Melanie Klein haya analizado a su propio hijo Eric...

--Sí, pero no le fue muy bien. La Melanie Klein que se transforma en un genio es aquella que trabaja en Berlín con chicos ajenos. En aquellos años desarrolla la técnica del juego y toda una teoría del inconsciente que a mí me parece que llega más lejos que Freud. Pero volviendo a su pregunta, le diré que en aquellos años el hecho de que un padre analizara a su hijo no era tan extraño como nos parece ahora. Freud analizó a su hija Ana. Tampoco le fue bien. Tanto Melanie como Freud eran autoritarios, y yo diría que casi todos los grandes analistas de aquella época lo eran.

--Y usted que es un gran analista, ¿es autoritario o no?

--Ni soy un gran analista ni soy autoritario --se ríe francamente--. Y le voy a explicar que no soy autoritario porque a mí me parece que el autoritarismo es una parte de la patología. Es querer imponerse al otro. Cuando se logra alguna jerarquía lo importante es comunicar a través de la obra de uno cuanto pueda ser útil a los demás. Creo que el análisis me ayudó mucho para no ser autoritario. Esta patología en análisis está muy ligada a lo que se llama defensas maníacas. Es decir que triunfar sobre el otro, controlar y dominarlo forma parte de la patología en la medida en la que uno pueda sacarse de encima esa tendencia. Además con el autoritarismo no se llega muy lejos...

--También hubo otras acusaciones al psicoanálisis en nuestro país. Por ejemplo en los años 60 y 70 se decía que el análisis estaba al servicio de ideas revolucionarias...

--Hubo una crisis muy grande en los años 70. Grupos muy destacados de analistas pensaron que el psicoanálisis tenía que estar al servicio de la revolución social. Los más esclarecidos fueron Mimí Langer, Emilio Rodrigué y muchos más. Otra gente consideraba que ésa no era la misión del psicoanálisis. Yo entre ellos. Siempre me he considerado un radical de izquierda y un hombre de la Reforma Universitaria. Pienso que la Universidad tiene que ser para todos. Aún hoy es necesario mantener los tres o cuatro principios básicos de la Reforma Universitaria. Volviendo a su pregunta insisto en que el análisis no tiene que estar al servicio de ninguna ideología. Buena o mala. La tarea analítica es esclarecer a la gente y darle libertad para pensar. Ubicarla al servicio de una idea es desnaturalizar sus propios fines que tienden primordialmente al respeto de la persona humana.

 

 

¿POR QUÉ EL DR. HORACIO ETCHEGOYEN?

Transmitir sin mezquindades

Por Magdalena R. G.

t.gif (862 bytes) Por haber dedicado su vida al conocimiento. A la búsqueda de las raíces del alma humana. A la felicidad de ese transmitir un mensaje que se llama la enseñanza. Porque no cualquiera tiene el verdadero impulso del traspaso de la propia sabiduría. Y frente a esta vocación son muchos los que, en un país particularmente difícil, han ido claudicando. Porque también transmitir el propio conocimiento, sobre todo en el arte de curar, exige sin duda pasión e inteligencia. Y voluntad y ese cierto amor al prójimo que se distingue del asistencialismo porque no se conforma con aliviar sino que busca en la libertad interior la autonomía de la dignidad.

na12fo03.jpg (11561 bytes)En los radiantes ochenta años de este hombre activo y atento, quizás lo más importante no es destacar que es el único latinoamericano que ha presidido la International Psychoanalytical Association (IPA) y dedicado sus energías a la psiquiatría y a la exigente formación de nuevos profesionales, sino subrayar la calidad humana, la sencillez y la impactante inteligencia con que reivindica sus principios pero asegurando siempre que "jamás se me ocurriría contrariar el sentimiento religioso de alguien que quisiera tratarse conmigo. De lo que se habla aquí es de darle unidad a la vida de una persona, no construirle una existencia sino reconstruir con ella (la persona), a través de los principales acontecimientos de su historia, un vivir más amplio y más ecuánime".

 

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