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De la comida
Por Juan Gelman

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t.gif (862 bytes) A los 23 años lo fue incautando la sífilis, aunque tal vez murió sin saberlo. Tres años más tarde, la guerra franco-prusiana de 1870 lo castigó con disentería y difteria. A veces creyó que su mala salud era la herencia de un padre “amable y enfermizo” que había fallecido a los 36 de edad. Frecuentemente visitado por fiebres, vómitos y migrañas, el filósofo alemán Federico Nietzsche decidió autocurarse con largas caminatas y dietas que se prescribía a sí mismo. Aparecieron en sus papeles póstumos. Una de 1876: “Ayunar un día a la semana. De noche, sólo té y leche. Caminar 4 horas diariamente”. Otra de 1877: “Mediodía: concentrado del Dr. Liebig (un extracto de carne), un cuarto de cucharita antes de comer. Dos sándwiches de jamón y un huevo. 6-8 nueces y pan. Dos manzanas. Dos bocados de jengibre. Dos bizcochos. Noche: un huevo con pan. 5 nueces. Leche azucarada con tostadas francesas o tres bizcochos”. La comida pasó a ser parte de sus meditaciones de otro orden.
“¿Se conocen los efectos morales de los medios de nutrición? –preguntó en La gaya ciencia (1882)–. ¿Existe una filosofía de la nutrición? (¡El alboroto que estalla una y otra vez acerca del pro y el contra del vegetarianismo demuestra que no existe aún tal filosofía!)” Este alboroto se ha atenuado, pero el tema de la alimentación viene ganando cada vez más espacio en el terreno de la patología (y aun en el debate cultural en torno de la femineidad): el sobrepeso y la obesidad afectan a más del 50 por ciento de la población total de Estados Unidos, niños incluidos, y a la mitad de los adultos de países “desarrollados” como Gran Bretaña y Alemania. En el llamado Tercer Mundo, ya se sabe: el hambre es flaco más bien.
Desde Platón habían pasado 24 siglos antes de que alguien recuperara la cuestión de la comida como objeto de la filosofía. Nietzsche opinó que la reflexión en la materia había sido reprimida durante toda la era cristiana, y que la vida del cuerpo era fundamental para el espíritu. “¿Cómo hay que alimentarse para alcanzar un máximo de fuerza, de virtù al estilo del Renacimiento, de virtud exenta de moralina?”, interroga en Ecce homo (1888). Y recuerda: “Hasta que llegué a mi plena madurez he comido siempre y únicamente mal; expresado en términos morales, he comido `impersonalmente’, `desinteresadamente’, `altruistamente’, a la salud de los cocineros y otros compañeros en Cristo. Por ejemplo, negué muy seriamente mi ‘voluntad de vida’ a causa de la cocina de Leipzig, simultánea a mi primer estudio de Schopenhauer (1865) ... ¡Y cuántas cosas pesan sobre la conciencia de la cocina alemana en general! ¡La sopa antes de la comida (en los libros venecianos del siglo XVI aún se la denomina alla tedesca); las carnes demasiado cocidas, las verduras grasosas y enharinadas; la degeneración de los budines, que llegan a ser como pisapapeles! Si a esto se añade la imperiosa necesidad, verdaderamente bestial, de los viejos alemanes, y no sólo de los viejos, de beber después de comer, se comprenderá de dónde procede el espíritu alemán, de intestinos alterados ... El espíritu alemán es una indigestión, no pone fin a nada.”
El filósofo extendía esta clase de metáforas a sus cavilaciones sobre el arte, de una forma que sólo hace muy poco han comenzado a explorar el cine y la literatura. En su época despuntaba la ciencia de la nutrición: el Dr. Julio Liebig –el del extracto de carne–, pionero de la bioquímica, investigaba la economía biológica del ser viviente, establecía por primera vez la necesidad de equilibrar el consumo y el insumo de energía, y llegaba a la conclusión de que el hombre es lo que come. Pero Nietzsche trascendía tal positivismo. En La gaya ciencia, libro escrito en fugaces días de salud, así reflexionó sobre sus largos períodos de enfermedad: “Uno adivina mejor que antes los desvíos involuntarios, las callejuelas laterales, los sitios de descanso, los lugares soleados del pensamiento, aque son conducidos y seducidos los pensadores que sufren, y precisamente en tanto que sufrientes ... El disfraz inconsciente de las necesidades fisiológicas bajo el abrigo de lo objetivo, ideal, puramente espiritual, se extiende hasta lo aterrador, y muy a menudo me pregunto si la filosofía, considerada en grueso, no ha sido hasta ahora en general sólo una interpretación del cuerpo y una mala comprensión del cuerpo.” El filósofo alemán tal vez propone la comida como una suerte de respuesta metafórica al problema metafísico de si es posible conocer la realidad. Sin hambre de mundo no se puede conocer el mundo. Y todo deseo –afirmó en Zaratustra– “busca la eternidad”.
En enero de 1889, desde su retiro en Turín, Nietzsche escribe a un amigo que había gozado de la mejor cena de su vida: minestrón, osobuco, brócolis, uvas de postre. Era la última cena. Días después fue abatido por el colapso mental que lo dejó mudo durante sus 11 años y medio finales. Murió en Weimar el 25 de agosto de 1900.

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