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Un documental televisivo sobre el escritor Truman Capote
El camaleón de sangre más fría

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Se hizo famoso como personaje de las vanguardias neoyorquinas antes que como escritor: era un bicho raro para un país conservador y puritano. Cuando comenzó a publicar, el mundo se postró a sus pies. Le encantó.


Por Patricia Chaina
t.gif (862 bytes)  Serio, Truman Capote lee un fragmento de su obra maestra, la novela A sangre fría. A continuación comienza una fiesta, que se intuye desmadrada, que el escritor organizó, con sus amigos, como celebración del éxito de esa novela. Con estas dos imágenes, para nada azarosas, comienza el documental sobre Capote que estrena hoy a las 20 el canal People & Arts, dentro del ciclo “Grandes escritores”. Sin prejuicios homofóbicos, ni resentimiento hacia su figura como el del establishment cultural estadounidense, que supo acunarlo primero y despreciarlo después, el documental permite un acceso directo al controvertido escritor. Dispone para su retrato de materiales fílmicos y fotográficos que van desde una performance de danza con Marilyn Monroe a las entrevistas en TV que dio en los últimos años de vida. El relato logra un acercamiento sensible y certero a su obra y a su personalidad.
na25fo03.jpg (10860 bytes)Durante algún tiempo Capote fue considerado por la crítica un escritor menor que buscaba figurar a cualquier precio, una fama que él mismo se ocupó de construir luciendo como bufón de la corte de los ricos y famosos del jet-set. Pero las publicaciones de sus novelas y cuentos –donde los éxitos son tan estridentes como apabullantes los fracasos– harían de este joven sureño, de infancia solitaria y modales afeminados, un nombre imposible de evitar al momento de recorrer el mapa de los grandes escritores de este siglo XX.
Ese esplendor es registrado en las imágenes con que comienza el programa: la velada del 28 de noviembre de 1966. Unos 500 invitados reunidos en la fiesta-símbolo del triunfo de Capote: un baile de máscaras. Máscaras con perlas, con lentejuelas, con bolsas de papel. Es el testimonio “de un triunfo un tanto ambiguo”, dice la voz en off, señalando la relación entre amistosa y mordaz que Capote mantuvo con los medios.
La producción se organiza sobre retratos fotográficos que muestran a Capote en todas sus facetas: desde las primeras tomas cercanas a su nacimiento –el 30 de setiembre de 1924– hasta el rostro de gestos áridos que lo caracterizó en sus últimos años. Entre fragmentos de películas viejas, tomadas en reuniones de gala y reconstrucciones de la época. Sus primeros trabajos publicados en revistas de moda. Sus novelas exitosas: Otras voces, otros ámbitos, y la consagratoria A sangre fría. Y luego del resplandor, el ocaso: las secuelas depresivas de la investigación en la que se sumió para poder escribir A sangre fría. El fracaso de su libro Oraciones atendidas, donde ventiló chismes y llenó de golpes bajos la descripción de la vida de los ricos y famosos de Nueva York. Pormenores del laberinto en el que el escritor pierde y encuentra su inspiración creativa, signado por una inestabilidad afectiva que el documental testimonia mostrando la metamorfosis del genio. Aunque a veces, el tono monocorde del relato haga palidecer la intensidad de los documentos.
La consagración del talento literario llegó con su primera novela: Otras voces..., cuando dejóna25fo10.jpg (12367 bytes) atrás sus años adolescentes en un internado donde “caminaba dormido y tenía episodios de histeria, y su estatura pequeña y modos sutiles lo convertían en blanco de sus compañeros”. Se lo reconocería por su increíble energía y talento para relatar historias. Entonces “declaró su homosexualidad y su doble atención de ser escritor y juntarse con los ricos y famosos”. Al cumplir 18 años dio el primer paso para realizar su sueño: aprovechó las vacantes dejadas por la guerra, consiguió trabajo en el archivo del New Yorker y comenzó a publicar en las revistas Madmoiselle y Harper’s Bazaar.
Exito inmediato. Impactaba por “su estilo original, su universo irreal y sus personajes problemáticos y ambiguos”, detallan las crónicas. Le fue presentado todo el establishment literario del momento: Tennessee Williams, Jane y Paul Bowles, Norman Mailer. A través de Carson McCullers, se presentó en la editorial que publicó en 1948 su primera novela. Pero la popularidad vino también por la polémica foto de contratapa: Capote en una pose provocativa y sensual. “Su carrera había despegado, se había lanzado como una publicidad de lápiz labial o de talco infantil”, según una sarcástica reseña de la época. Continuaba su frívolo estilo de vida, bailaba con las estrellas, era el consentido de las damas de sociedad y se permitía decir lo que quería para asentar su imagen de genio rebelde. Llamó al matrimonio de Arthur Miller y Marilyn Monroe “la muerte de un dramaturgo”.
En 1958 publica Desayuno en Tiffany’s y Norman Mailer, su contemporáneo y principal rival dice: “Capote es el mejor escritor de mi generación, escribe las frases más equilibradas y rítmicas. No cambiaría una sílaba de Desayuno.... Será un éxito de todos los tiempos”. Pero Capote buscaba nuevas dimensiones: “Quería producir una novela periodística que tuviera la veracidad del cine, la profundidad y libertad de la prosa y la precisión de la poesía”, declaró. La oportunidad llegó en 1959 con la noticia de una familia de granjeros asesinada en Kansas. Lo que sigue es conocido: A sangre fría, un trabajo de proporciones épicas con el que convirtió una triste noticia en tragedia nacional, revelando el lado oscuro de Norteamérica.
El 14 de abril 1965 Capote vio cómo ahorcaban a los asesinos Dick Hickock y Perry Smith. Así comenzó un proceso de autodestrucción. Había ganado 2 millones de dólares por el libro. Trató de exorcizar sus fantasmas con su gran fiesta. Pero ya no pudo volver a ser el bufón de la corte, aunque lo intentó, sus chistes eran dañinos, oscuros. Abusaba del alcohol, drogas y pastillas. Sin embargo, durante ese prolongado suicidio físico y mental, produjo joyas como Música para camaleones, poco antes de morir, el 25 de agosto de 1984 a punto de cumplir los 60.

 

Maestro en el cruce de literatura y realidad
Una escritura todavía caliente

Por Guillermo Saccomanno
t.gif (862 bytes) La mitología que se arma un escritor no siempre coincide con su obra. Los textos siempre se encargan de conspirar contra los autores y, en algunos casos, traicionan, desmienten y se vuelven en contra de los anecdotarios escandalosos y las declaraciones provocadoras. Desde su primera novela, Truman Capote se presentó en sociedad con una deliberada intención de llamar la atención. En la contratapa de Otras voces, otros ámbitos, desde una foto ya legendaria, posaba como Efebo, persiguiendo mostrarse sensual, entre angelical y demoníaco. Desde entonces no paró de envolverse en histerias de alcoba y no tanto. Capote acumuló adicciones, homosexualidad y el roce chupamedias con la high-class. A Capote le encantaba pavonearse entre los very few. En tanto, sus artículos y entrevistas sabían ser agudas, despiadadas. En ocasiones, sus reportajes eran escraches ruines, impulsados por el capricho y las aversiones del momento. Un ejemplo: ese reportaje a Marlon Brando, donde revela, sin pelos en la lengua, la proclividad gay del gran potro norteamericano. Sin embargo, todo lo que se dijo y se escribió sobre Capote no consigue opacar una escritura sedienta de perfección que alcanzó sus momentos más altos cuestionando los límites entre realidad y ficción. El periodismo fue su instrumento.
Hay que imaginárselo a Capote, a mediados de los sesenta, con todos sus tics maricones, acompañado por una amiga tan gorda como excéntrica y estridente, cayendo en Holcomb, un pueblito puritano de Kansas, para investigar un crimen ocurrido. Dos marginales habían liquidado, de manera brutal, a una familia granjera. Capote se las ingenió para permanecer en ese pueblito superando todos los obstáculos previsibles: desde el recelo con que se mira al extranjero hasta la hostilidad que puede pasar de la amenaza. Durante años Capote se encapsuló en el pathos de ese pueblito, que era también la contracara de los asesinos ya en prisión, condenados a muerte. La leyenda se ocupa de contar que, en su obsesión por estudiar el corazón de ese pathos, Capote se enamoró de uno de los asesinos ya entre rejas. Si la investigación, el análisis y la reconstrucción literaria –¿o periodística?– de ese crimen le acarreó años, el proceso de escritura no fue más veloz.
A Capote le importaba no sólo contar una historia al modo flaubertiano, bloqueando el yo. Le importaba ver cuánto aguantaba la literatura confundiéndose con el periodismo y viceversa, sin discriminar entre géneros mayores y menores. En efecto, el resultado, A sangre fría, es un más allá de la mera crónica donde la historia íntima data la social. Y en esta apuesta, al revés que en su existencia pública –la mitología maníacamente construida– Capote puso el narcisismo al servicio de una escritura que transforma lo periodístico en literatura de la mejor (¿o periodismo del mejor?). Con varios de sus cuentos se repite el fenómeno. Me acuerdo de algunos: ese en que Capote, una mañana, sale con la mujer de la limpieza a husmear en los departamentos de otros patrones; ese en que conversa con una Marilyn pasada de champagne y psicofármacos. Lo intentó también en un autorreportaje implacable que publicó al final de Música para camaleones.
En vida, muchos pensaron que Capote era un payaso –y quizá hasta él mismo, en sus períodos de bajón, debió coincidir con esta opinión–, el típico bufón de la corte de ricos y famosos. Pero la literatura pudo más. Lo mejoró a él mismo. Y también a buena parte de la narrativa contemporánea.

 

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