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LA INVESTIGACION DE MIGUEL BONASSO SOBRE EL EMPRESARIO FAVORITO DE MENEM
La gestión de Don Alfredo

Alfredo Yabrán quiso saber si la DEA lo investigaba como sospechoso y le pidió a su amigo Hugo Franco, actual director de Migraciones, que lo averiguara directamente con Terence Todman. En “Don Alfredo”, su nuevo libro que distribuye Planeta, Miguel Bonasso relata un episodio útil para comprender de un solo golpe la increíble familiaridad de Yabrán con el poder. A continuación, fragmentos de una investigación que reconstruye los últimos minutos de Yabrán, su vida, sus contactos y la pesquisa sobre el asesinato de José Luis Cabezas.

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La foto de Yabrán y su esposa tomada por José Luis Cabezas

t.gif (862 bytes)  –¿Quién carajo llamará a estas horas? –pensó en voz alta el embajador argentino en la ONU, mientras encendía el velador de la mesa de luz y consultaba su reloj pulsera. Por el teléfono particular de la residencia le llegaba desde Buenos Aires la voz inconfundible de Hugo Franco.
–Tenés que venir urgente, Jorge. Hay un amigo mío que tiene un problema serio y quiere que lo ayudes a resolverlo. Es una emergencia.
Su mujer, adormilada, arrugó el entrecejo en una muda interrogación. Jorge Vázquez tapó la bocina del teléfono con la mano y la puso al tanto con un susurro:
–Es Hugo Franco, dice no sé qué de una emergencia.
–Está bien –respondió en voz alta–. Si puedo, me hago una escapada a Buenos Aires el fin de semana. Yo te aviso.
Colgó y se quedó sentado en el borde de la cama, rascándose la cabeza. El llamado lo preocupaba y lo intrigaba. Tenía una relación cordial con Franco, pero al mismo tiempo no quería quedar pegado con su historial y con sus extrañas actividades relacionadas con la metalurgia pesada. Tampoco quería dejar de ir, para ver de qué se trataba.
Vázquez era un hombre melancólico, con impromptus de cólera y conatos de independencia que obedecían, probablemente, a la nostalgia de los tiempos idos. En el ‘73 había sido vicecanciller durante los cuarenta y nueve días del gobierno de Cámpora y se había destacado por sus posiciones antiimperialistas. Los tiempos habían cambiado y ahora representaba al gobierno de Menem en las Naciones Unidas. Se había hecho amigo de Carlos cuando estuvieron presos –junto con Diego Ibáñez y otros dirigentes justicialistas– en el barco “33 Orientales” y en el penal militar de Magdalena y ahora se veían a nivel social. Su hija María, que había logrado cierta celebridad como modelo, fue durante un tiempo novia de Carlitos Menem Junior. Pero el antiguo crítico de la OEA y el panamericanismo guardaba in pectore críticas al estilo farandulesco del nuevo poder que lo llevarían más tarde a incursionar, por poco tiempo, en las filas del Frepaso, para partir luego como embajador a Chile –por decisión de Carlos–, salir de La Embajada con un gracioso exabrupto en los diarios y seguir su carrera diplomática en Suiza.
Llegó a Buenos Aires un viernes y Hugo lo puso de inmediato al tanto de la “emergencia”: un amigo de Franco, el empresario Alfredo Yabrán, estaba preocupado porque temía que la DEA lo “hubiera fichado” y lo estuviera investigando. Vázquez, con sus contactos en los Estados Unidos y en la embajada, tal vez podía ayudarlo a esclarecer su posición y quedar libre de toda sospecha. Sin perder un minuto se dirigieron a la Mansión del Aguila, donde Yabrán los esperaba en el pabellón separado de la casa que usaba como despacho doméstico para recibir visitas especiales (como las de algunos políticos y cierta clase de periodistas que empezaban pegándole para que les pagara bien “su protección” y los convirtiera en agentes de relaciones públicas). Atravesaron la guardia de entrada y uno de los custodios los acompañó hasta el lugar del encuentro. Franquearon una puerta de madera estilo Tudor y fueron acomodados en un salón empapelado con listones grises, rojos y azules, en torno de una gran mesa en la que la servidumbre ya había puesto una vistosa vajilla de plata con café y algunas bebidas. Vázquez reparó en los escasos adornos de las paredes: una cabeza de ciervo y una cimitarra sarracena.
No tuvieron que esperar ni un minuto. De inmediato se abrió la puerta e ingresó un hombre alto, canoso, vestido como un gerente de banco, con un traje claro y corbata de arabescos ocres y marrones. Hubo algunos sondeos convencionales y luego Don Alfredo se dirigió con gran deferencia al “señor embajador” para ponerlo al tanto del problema que lo afectaba, “no sólo moralmente” sino también “en la marcha normal de los negocios”, rogándole –al cabo de su exordio– que “les diera una mano” con los importantes contactos que tenía en los Estados Unidos y en La Embajada. En síntesis: a Don Alfredo lo estaban acusando de narcotraficante y lavador de dinero. Y decían que la DEA lo estaba investigando. Vázquez respondióque haría lo que estuviera a su alcance, tanto en Buenos Aires como en Washington. La afabilidad del hombre le había causado una excelente impresión.
–Puedo intentar ver mañana mismo a Todman, si es que no aprovechó el week end y salió de la ciudad –propuso “el señor embajador” con espontánea cordialidad. Don Alfredo cabeceó afirmativamente y se dijo que había sido un buen consejo de Hugo haberlo traído a Vázquez, porque le parecía un tipo llano y no uno de esos señorones engrupidos que debían infestar los salones de la Cancillería.
–Lo que a usted le parezca mejor, doctor –dijo con voz ronca, mirándolo a los ojos con su característico parpadeo–. Sólo quiero decirle, si usted me lo permite, que estoy dispuesto a que me investiguen de arriba abajo. Es más, lo autorizo, si cabe que yo lo autorice, a que les diga que pueden meterme cincuenta o sesenta personas en mis empresas para que estén todos los días en ellas y las revisen de cabo a rabo.
Vázquez logró verse con Todman ese mismo sábado, gracias a los buenos oficios de su gran amigo Jim Walsh, el segundo de La Embajada, que, casualmente, había sido condiscípulo de Vázquez en la Universidad de Córdoba durante los agitados años sesenta. Walsh también era muy amigo de uno de los principales lugartenientes de Cavallo, Guillermo Seita. Un operador ligado a Manzano, que venía, como Chupete, de la organización peronista de derecha Guardia de Hierro, tenía buenos nexos con la Armada y jugaba duro con Yabrán haciendo una pared futbolística con el número dos de La Embajada. Todman escuchó con atención el relato de Vázquez y luego dijo, de manera concluyente:
–La DEA no investiga a ese señor. Y no me interesa poner sesenta personas en sus empresas. Lo que nos interesa es que se rompa el monopolio del señor Yabrán y que Federal Express pueda entrar en el Correo y en los aeropuertos.
El Virrey insistía con lo que había expresado en diciembre del ‘90, de manera oficial, en una dura carta al entonces ministro de Economía Erman González. La carta causó el Swiftgate, un escándalo que hizo tambalear al gobierno, obligándolo a sacar personajes de la escena, como el secretario general de la Presidencia, Alberto Kohan. O el propio cuñado presidencial, Emir Yoma, que había quedado seriamente comprometido en el affaire. El embajador, aunque todavía no lo mencionara expresamente en su contundente misiva, denunció que se le había pedido un soborno a la empresa Swift, y aprovechó la volada para exigir condiciones de “real competencia” para varias empresas norteamericanas. El punto siete decía textualmente: “Federal Express Corporation tiene intención de realizar una inversión a largo plazo, pero encuentra imposible obtener el permiso para sus entregas puerta a puerta debido a una moratoria de ENCOTEL. Las disposiciones monopólicas en los aeropuertos, a su vez, impiden la introducción de nuevos procedimientos. Las solicitudes presentadas para mejorar este servicio han sido denegadas con regularidad”.
El Virrey miró fijamente al embajador argentino ante la ONU y agregó, en tono confidencial:
–A Fred Smith le interesa OCASA y EDCADASSA, pero no a los precios que pretende venderlas este señor.
Ese mismo sábado, Vázquez se vio con Hugo Franco y le relató la charla con Todman, para que se la transmitiera a Yabrán. Por un lado, podía estar tranquilo; por el otro, los cañones de Washington seguían apuntándolo. Acordaron que Vázquez realizaría algunas averiguaciones suplementarias en los Estados Unidos y el “señor embajador” retornó a Nueva York.
Tres meses después regresó a Buenos Aires y Yabrán lo llamó directamente, sin la mediación de Hugo Franco. Lo recibió en otra mansión, la de la calle Alvear, en Martínez, a la que un día llevó a Mariano y a Elvira De Gall Melo para que vieran su futura casa. Esta vez no hubo circunloquios diplomáticos, ni trato de “señor embajador”. Lo estrechó en un abrazo y lo tuteó de entrada. Estaba muy locuaz y le hizo variasconfidencias. Estaba harto de que lo “vivieran”. Harto de los periodistas que le cobraban para no mencionarlo y de los políticos que se le quedaban “con vueltos”. “Si te dijera quiénes –insinuó–, te caerías de espaldas.” Estoy rodeado de buitres”, suspiró. “¿Pero qué le voy a hacer? Tengo que defenderme y ésas son las reglas del juego, Si no, me hacen mierda. “Habló con simpatía del “Negro Erman”. Y pestes de José Luis Manzano, al que entonces odiaba todavía más que a Cavallo y al que acusó de haberle pedido una contribución “para el Partido, claro”, que equivalía a “la facturación bruta de un mes de todas mis empresas”. “Veinte palos”. Confesó también que pagaba para defender su “privacidad”; que tenía diputados, jueces y comisarios a sueldo, “sólo por las dudas”, a los que ni siquiera les pedía un favor a cambio. “Y no un mango o dos, sino diez lucas por mes”. Reveló que Roberto García, de Ambito Financiero, que antes le sacudía, ahora le acercaba personajes a esa casa; que Berni Neustadt trabajaba para él; que había hecho buenas migas con la Dama, como llamaba metafóricamente a Eduardo Menem por su presunta ubicación en el tablero del poder, debajo del rey. Y hasta se permitió darle consejos que seis años después no le hubiera dado:
–Acercate a Eduardo Duhalde. Haceme caso. Va a ser el futuro presidente. Acercate a Duhalde. ¿O tenés problemas con el Cabezón?
Luego, abruptamente, se inclinó hacia el visitante y le preguntó en voz baja, descontando una respuesta afirmativa.
–¿Te dieron lo tuyo, verdad?
Vázquez sonrió inocente, sin entender, con cara de sordo que se hace el que oye.
–¿Te entregaron lo que te mandé? –insistió Don Alfredo, poniéndose muy serio.
–¿De qué me estás hablando? A mí nadie me entregó nada –respondió el embajador, que ahora sí había escuchado y entendido. Y cuando empezaba a decir que él no había pedido nada por el favor, Yabrán pegó un golpe feroz sobre la mesa, sin escucharlo.
–¡Pero la puta que los parió! Yo te hice mandar dos palos verdes y un avión Lear Jet.

“No hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague”. Hay gente que se toma el Martín Fierro muy a pecho. El hombre estacionó su auto y alcanzó a verlos como en un sueño. Un coche se le había apareado y estaba ocurriendo lo increíble: el acompañante del conductor había sacado una pistola ametralladora por la ventanilla y lo estaba apuntando. El hombre se tiró al piso y se quedó aplastado contra el caucho negro, justo cuando las balas en ráfaga hacían añicos las ventanillas y dejaban la carrocería como un rallador de queso. Con la cabeza todavía llena de vidrios y de estruendo, alcanzó a escuchar que los tipos arrancaban haciendo chillar las gomas. Igual se quedó quieto, con la cara pegada al caucho, escuchando gritos y voces de los que lo daban por muerto. Por un instante él mismo pensó que estaba muerto y se veía desde afuera, desde una butaca del infierno, acribillado sobre el caucho. Luego, poco a poco, se animó a levantar la cabeza. Comprobó que estaba ileso.
El episodio no tuvo la difusión que merecía. Cuando sus amigos en el gobierno le preguntaban qué había pasado, el Dibujante se encogía de hombros y comentaba, con una sonrisa deportiva:
–Fue el Amarillo.

 

Personajes en la trama

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Hugo Franco

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Bernardo Neustadt

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José Luis Manzano

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Erman González

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Guillermo Seita

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Terence Todman

Hombre de confianza del titular de la SIDE, Hugo Anzorreguy, Hugo Franco llegó al gobierno de la mano del menemismo. Fue interventor en Somisa y subsecretario de Seguridad Interior. En 1995 fue interventor de la Dirección de Migraciones y luego su director. Hoy es un flamante candidato a intendente por el PJ en un distrito difícil: San Isidro, donde el radical Melchor Posse gobierna desde 1983. Apoyado por Eduardo Duhalde, Franco no duda: “Yo ya estoy alineado: de ahora en adelante la cuestión es Duhalde, presidente; Ruckauf, gobernador y Franco, intendente”.

Bernardo Neustadt se alejó de la televisión abierta a fines de 1997. Su programa “Tiempo Nuevo” estuvo en el aire desde 1964, con gran cantidad de televidentes. En 1998 comenzó “Despertando con Bernardo” por FM Millenium. Cercano desde siempre al poder de turno, en una entrevista con Jesús Quintero de febrero de este año, Neustadt aseguró que “no hubo una vez en que no creyera (en los militares) (...) se suponía que iban a cambiar el país”.

Entre 1989 y 1993, Terence Todman fue embajador de Estados Unidos en la Argentina, con un perfil tan alto que le valió el apodo de El Virrey. Retirado de la diplomacia, en 1987 apareció públicamente como consultor de empresas y director de la Academy of Diplomacy del Exxel Group, fondo de inversión que adquirió empresas vinculadas con Alfredo Yabrán, por lo que el ex presidente Raúl Alfonsín y legisladores radicales objetaron la gestión del ex embajador en negocios locales.

José Luis Manzano fue ministro del Interior hasta diciembre de 1992, cargo que abandonó rodeado de denuncias por enriquecimiento ilícito y corrupción. Se alejó de la política y del país: fue a estudiar economía política y finanzas a Estados Unidos. En 1995 creó la consultora Integra, y poco después asesoró a los empresarios Daniel Vila y Jorge Mas Canosa en su asociación en Miami. En 1996 se convirtió en asesor de Supercanal Holding SA, con un sueldo de 10.000 dólares mensuales. Sueña con el retorno a la política y mantiene una estrecha relación con Eduardo Duhalde, que se afianzó en los últimos años, cuando el ex ministro colaboró con información contra Alfredo Yabrán.

Diputado nacional en 1989, Antonio Erman González saltó a la vicepresidencia del Banco Central y casi enseguida reemplazó al fallecido Julio Corzo en el Ministerio de Salud y Acción Social. En diciembre de 1990 llegó al Ministerio de Economía, época en la que se convirtió en “el tío del modelo económico” o simplemente, SupErman. Con la llegada de Cavallo en el ‘91, Erman pasó a Defensa, hasta abril de 1993. Ese año encabezó la lista de diputados del PJ porteño, cuyo triunfo abrió el camino a la reelección de su amigo incondicional, el presidente Carlos Menem. Luego vendrían un breve período como embajador en Italia y el regreso al gabinete. Con dos pedidos de juicio político por la venta ilegal de armas a Croacia y Ecuador a cuestas, Erman abandonó el Ministerio de Trabajo en mayo de este año por pedido expreso de Menem, y rodeado por el escándalo de su jubilación de privilegio.

Guillermo Seita fue jefe de asesores del entonces ministro de Economía Domingo Cavallo y luego, secretario de Medios. Seita abandonó esa secretaría sobre el final de la era Cavallo, y vivió durante dos meses en Pinamar, donde se habría ganado el odio de Alfredo Yabrán, que lo consideraba responsable de filtrar información negativa en su contra. En 1996 su casa de Pinamar fue quemada con la misma fórmula incendiaria que se usó para quemar el auto y el cadáver del fotógrafo José Luis Cabezas.

 

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