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TIENEN POCO MAS DE 20 Y SE HICIERON RICOS POR INTERNET
Negocios en red

Hace dos años vendieron la bicicleta para poner un “site”.  Ahora tienen una empresa que vale millones. Cada vez más  jóvenes siguen el ejemplo: ganar plata mediante Internet.

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Por Alejandra Dandan

t.gif (862 bytes) En Miami. La línea suena; hay una grabación: I am Constancio Larguía. Please, give a call to Claudia Cortés, who is my assistant. Las indicaciones siguen hasta un thanks y al fin, bye. Hace poco más de un año, el teléfono de Constancio sonaba en Buenos Aires. No había asistentes. Ni mensajes en inglés. Tenía 23 años, una bicicleta vendida por 180 pesos y dos PC, una suya y otra de Wenceslao Casares, su socio de 25. Eran estudiantes de administración y cibernautas obsesivos. En el chateo lúdico se les dio por el escolaso: se convirtieron en operadores de Bolsa, los primeros a través de la red en Latinoamérica. Pusieron nombre a una utopía sin plata: Patagon.com. El primer millón de dólares para la flamante y desconocida empresa lo puso un capitalista que avisoró rendimiento detrás de sus caras de pibes. Ahora, en Patagon.com hay gente seria: Chase Manhattan Bank y grupos como StarMedia Network y Flatiron Patener. Ahora, Patagon.com vale 20 millones de dólares. La trama virtual –y los millones– seduce a otros corredores de la web. Son jóvenes. Combaten apocalípticas fraseologías del no future. Esta generación no pide el imperio de la imaginación. Dice: la Internet al poder. Si hay fortuna, mejor.
Or give me a message...adosa la grabación de Constancio. El no está en el habitáculo. No está frente a su pantalla, ni dentro. O en algún lado. En la urbe porteña, desde el loft de Patagon, una voz humana aconseja cómo encontrar al presidente:
–¿Tenés ICQ? –pregunta.
–¿?
–Con i latina, un chat inventado por israelitas, de paso te cuento.
Se presenta. Es sábado. Patagon está abierta, como siempre. Cuestión de imagen, y de renta. La compañía.
La búsqueda del fundador en el ICQ flota sin respuesta. Más tarde Constancio atiende: “Aló”, dice. No hay apuro. “Esto es mi trabajo”, dice. Ya Claudia Cortés, his assistant reciente, resuelve el resto.
Constancio cita una fecha: julio del ‘98. Es el inicio formal de Patagon.com, porque el proyecto que sonaba a puras habladurías estudiantinas empezó en marzo del ‘97. Por una rateada. Lo dice Constancio, desde Miami Beach: “Me había rateado de historia económica, aburridísima –se ríe, un poco, lo suficiente–: me fui a la biblioteca a navegar por Internet, era lo que más me divertía”. Ese circuito lúdico fue ritual iniciático. Fue. “Me acuerdo de que estábamos juntos con Wences, le dije: uh, mirá qué bueno esto. ¿Habrá algo así para Argentina? Y salió.” Los dos armaban la carrera en la Universidad San Andrés. La novedad que habían encontrado: el ingreso a sitios financieros de Wall Street.
La web les daba así datos de compañías del Norte: “Estaban los precios de las acciones, gráficos, comportamiento de la Bolsa y análisis de mercado”. En tiempo real. Paso dos: “Intentamos hacer lo mismo con una empresa argentina del mercado de Buenos Aires –sigue Constancio–, y no pasaba nada”. Se metieron en Perez Companc o YPF, en Alpargatas decidieron no hacerlo:
–Alpargatas es medio mufa, se fue para abajo.
No se nombra a la mufa. La racionalidad espanta supersticiones, o casi. Tenían 22 y 23, y una opción: “¿Cuál es la clásica? –pensaron–: trabajar en el tercer subsuelo de un banco. Queríamos nuestro boliche”. El juego combinó lo económico: pensaron ofrecer datos de la Bolsa y convertirse en operadores virtuales.
Debían convencer a inversores, pero antes convencerse. Constancio pensó, dio vueltas y decidió. Puso en venta su bici: “Vendí mi bicicleta a 180 pesos para sacar unos mangos y mejorar el servidor, pero necesitábamos plata para funcionar en serio”. El servidor estaba abajo de la cama de Constancio, una computadora personal conectada a la web. Poco serio y, sobre todo, muy incómodo. Buscaron una oficina. Wences, él y dos amigos llevaron sus computadoras.
Se incorporaron Aníbal Borra y Martín Lanús. Aníbal fue programador. Ahora está en San Pablo, hace dos semanas. Estudió y pasó de hacer algo de música en La Plata a idear el modo en que Patagon quedara allí inyectada en ese mercado. No está asustado. Hay algo de encanto, se divierte. Se hizo uno de los cráneos de la web y se cortó el pelo: “Trabajé para ellos hasta que me dijeron que no podían pagarme. A cambio me ofrecieron acciones. Lo loco es que en ese momento no valían nada”, dice. Ahora, mientras piensa en algún bodegón de San Telmo, aprende portugués, y a ser un joven ejecutivo.
Patagon no tenía ya bicis para vender: “Tanteábamos con bancos: pedíamos el clásico folleto que te ponen los términos del crédito con tasas aniquiladoras”, dice Constancio. El avance sobre bancos se detuvo. “Si ibas y decías que eras estudiante y pedías un crédito de 200 mil dólares o un millón, se morían de risa”. De pronto piensa como un banquero, sólo piensa: “Tienen razón: si yo fuera banquero, me parecería ilógico que venga un estudiante y diga: ‘tengo esta empresa nueva y voy a hacerme rico”. Se hizo rico. Aunque más tarde, con el primero de los 20 millones.
Repitieron su “plan de negocios” al oído de 24 candidatos. “Fue frustrante: siempre era no, no y no. Hasta que el número 25 dijo sí: un empresario de origen húngaro, Zsolt Agardy”, presenta. No fue un millón en efectivo. Agardy, dueño de editorial Estrada y por entonces de la Casa de Bolsa InvestCapital, presentó gente, puso la casa de bolsa y dinero: 200 mil dólares. A cambio, se quedó con el 51 por ciento.
Los patagones lograban así la mirada de legitimación desde fuera de la red. Su generación sabe que la trama virtual otorga pertenencia, concede posibilidades que afuera son capturadas por pulpos financieros. Patagon logró, sino doblegar ese imperio externo, al menos seducirlo. Esa mirada es deseada, buscada por muchos: están todos allí armándose en la red. A aquel millón disparador siguió un chileno entrando en el sitio Patagon.com, ya armado como empresa. Revisó cotizaciones y ordenó: “Quiero 3500 pesos de acciones de YPF”. Los patagones se excitaron. Rápido, trasfirieron vía red el pedido a la Casa de Bolsa. El Medioevo quedaba atrás: “Ahí, estaban entusiasmadísimos –se apura el presidente–, el pedido no llegó por teléfono sino por red”.
Aprendieron. Saben que para operar afuera necesitan bursátiles en otros países. Saben de imagen, necesitaron hacerlo. También los empleados. En el loft porteño, el piso está cubierto de PC y operadores. Uno tiene corbata:
–Esperá que me la saco –pide antes de la foto–: no nos dejan.
Por imagen. La informalidad se formatea. Un poco. Acaso lo exige el mercado.

 


 

LOS QUE INVIERTEN DESDE UNA PANTALLA
El chateo para especular

Por A.D.

t.gif (862 bytes) El chat. Pepoxo dice:   
–Habrá que preguntarle al tío Vicente por la suba.
Alguien pregunta. Elec explica.
Elec dice:
–Vicente es de Perez Companc. Le dicen el hombre de la bolsa y sería algo así como el Padrino. El dice: ahora baja y todos salimos a vender. Si dice sube, todos compramos.
Son cibernautas financieros. Forman un clan alejado de las estadísticas que informan sobre el hiperconsumo de sexo virtual. Los hombres jóvenes de la Bolsa se pasan datos, piden opiniones y elaboran catarsis cuando una caída los derrumba. Una rueda psi de bolseros afiliados al territorio patagon. Muchos apenas cruzaron la barrera de los 20. El coqueteo bolsero los seduce por tradición familiar, estudios o –y ahí la apuesta de Patagon.com–: por algo así como un DT bolsero ideado casi como rito de paso.
“Les entregamos dinero virtual a los que entran al sitio”, indica el fundador, Constancio Larguía. Esos cien mil dólares de mentira animan a inexpertos a hacer apuestas. “Es una forma de sacar esa apariencia de sofisticación y dificultad que tiene la Bolsa”, dice. Algunos inician así su pase por el sitio; otros lo evitan. Alejandro sugiere:
–Si gano plata en forma virtual, me mato. A mí no me cabe.
Leandro o “Gil-galad” entró en el chat. Tiene 26, es egresado de Económicas. “Antes de esto era el último de la cola.” Leandro se queja. Se presenta como operador chico: “Con un amigo tenemos entre 6000 y 6500 en acciones”. Apuesta a YPF y Telecom, heredadas de la abuela en el coletazo de privatizaciones. Entre los cibernautas aprehendió la estética de la jerga bolsera:
–Ahí dicen mucho “stop 39 y opciones lote”. Supe qué era un paquete de opción que son compras a futuro. A mí se me escapaban.
Conoció derrumbes y derrumbados: “Vos tenés gente que gana mucha guita y no se le mueve una ceja. Y otra que pierde mucho, mucho y quiere matar a todo el mundo”. En algún punto, dice Leandro, todo son apuestas azarosas, pero de alcurnia: “Escolasear en la Bolsa te da status, es como si pertenecieras a otro nivel y los chicos buscamos eso de diferenciarnos”.
Hasta ahí la autorreferencia. La cuna de Alejandro viene de otro lado, del padre, lo llama así: “Desde chico tenía a mi padre que seguía los mercados y ahí aprendí”. Se cansó de la cadena del teléfono, dice: el secretario, después el operador, el piso, esperaba el precio y por ahí no se operaba o pasaba tiempo y me perdía una operación mejor”.
Entre los chatistas las discusiones siguen, interminables. Hay trasferencias, no de operaciones sino anímicas: el down puede hablar de bajas, pero más de depresiones fuertes. Si alguno está up, puede sugerir “fiesta”. Se habla de operaciones y un novato pregunta por un cirujano. Nadie se expone a aperturas por pudorosos.
Los hombres de la bolsa. Están ahí. Se relajan. Y siguen con el tío Vicente, ya presentado.
Pepoxo dice:
–Tres veces por semana peregrinamos a su casa. Si el tipo sube el pulgar, nos bendice.
Alguien pregunta qué casa. Pepoxo vuelve:
–El tío tiene una en Olivos, ahí pedimos el pulgar.


 

LA ELECTRONICA BARRE EL “PISO”
Defunción de la Bolsa

t.gif (862 bytes) En los últimos tres años se configuraron diversos websites que buscan procesar órdenes para compras y ventas de valores a través de medios electrónicos. El website es el receptor de la información, que es enviada al server del broker o del dealer, quien a su vez ejecuta esas instrucciones. Si se trata de Nueva York, lo hace directamente en el piso del NYSE (Stock Exchange, o Bolsa). Por tanto, el website es un instrumento de acercamiento al inversor, proveyéndole medios electrónicos que le permiten canalizar sus instrucciones.
A su vez hay un mercado electrónico (el Nasdaq), donde las operaciones se transan en forma telefónica o electrónica. Cuando el inversor pone una orden, ésta va a su broker, quien a través de su mesa se comunica con otro, cierran la operación y la cargan en el sistema. Cuando este proceso se realiza electrónicamente, un operador pone en pantalla la oferta o la demanda y otro la toma, cerrando la transacción.
Otra variante es que un inversor, desde su casa, coloque la instrucción de una operación en una website de Internet. La orden viaja entonces al server del broker o del dealer, y éste la realiza en el piso bursátil si se trata de acciones, o en el mercado electrónico si involucra títulos públicos o bonos del Tesoro. Esta manera de mercar papeles generó un gran debate sobre las condiciones de seguridad en Internet: aunque se avanzó mucho (sobre todo por la introducción de la fibra óptica), subsiste el peligro de que los ha-ckers pinchen una operación. Es decir, que alteren la instrucción o le cambien el rumbo.
Otro punto delicado es que quien quiera transar a través de Internet debe tener en algún lugar su centro de liquidación y custodia: es decir, una cuenta en pesos o dólares, y otra donde depositar los títulos, lo cual implica un desarrollo de software. Por tanto, en la primera cuenta debe haber dinero que el broker tomará para pagar el título. Los websites en Estados Unidos suelen funcionar con tarjetas de crédito o vinculados con la cuenta corriente bancaria del inversor. Esto genera problemas de vulnerabilidad.
En la Argentina las operaciones bursátiles efectuadas a través de Internet son aún escasas. Los inversores siguen prefiriendo telefonear a su operador, impartirle una orden y mandarle un cheque. De todas maneras, los websites se expandieron en los países más avanzados añadiendo atractivos, como información bursátil, seguimiento de cartera o research (estudios específicos).
El Mercado Abierto Electrónico (MAE), como se llama en la Argentina, se manejaba a través del trading telefónico. Pero hace un año y medio introdujo la operación electrónica en pantalla. La próxima novedad será un sistema de liquidación y compensación electrónica a través de Argenclear. El MAE opera, no a través de Internet sino de una red de fibra óptica propia, o intranet, que cubre todo el microcentro y utiliza el satélite para el resto del país.
Mientras tanto, el recinto tradicional de la Bolsa parece condenado a desaparecer (como de hecho ya ha ocurrido en París, por ejemplo). El volumen diario de operaciones de la Argentina por todo concepto (títulos públicos, documentos de provincias y municipios, obligaciones negociables, acciones) suma entre $ 1500 y 1800 millones, pero no pasa de 250 millones lo que se transa a través del Mercado de Valores (MerVal).

 

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