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“Amor a colores”, una sátira feroz colada en un cuento de hadas

La ópera prima de Gary Ross, que se estrena esta semana en Buenos Aires, plantea una inteligente alegoría política al imaginar cómo sería un mundo todo en blanco y negro, a la manera de las viejas series de TV de los años 50.

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Por Luciano Monteagudo
t.gif (862 bytes)  “El rojo irrita a un grupo; otro encuentra el azul objetable y a un tercer grupo no le gusta el amarillo”, se lamentaba uno de los padres fundadores de Hollywood, Cecil B. DeMille, ante el advenimiento del cine en color. Tomando un poco como base esa premisa, el guionista Gary Ross -que ya había escrito para Tom Hanks Quiero ser grande (1988) y para Kevin Kline Presidente por un día (1993), dos fábulas no exentas de originalidad– se puso a imaginar cómo sería un mundo todo en blanco y negro, a la manera de las viejas series de TV de los años 50, como “Yo quiero a Lucy” o “Papá lo sabe todo”, donde la moral era tan monocromática como todo lo que se veía en pantalla. El resultado fue Pleasantville, la opera prima de Ross como director y uno de los films más celebrados por la crítica durante la temporada pasada en los Estados Unidos, que llega esta semana a Buenos Aires bajo el confuso título de Amor a colores.
“Recién pude empezar a comprender la historia que estaba escribiendo cuando la pensé como si fuera la versión moderna de Alicia en el país de la maravillas. Dos jóvenes atraviesan el aparato de televisión, se instalan en el universo ideal de una serie llamada “Pleasantville”, y lo que encontramos es, como en Alicia..., una sátira social contenida en un cuento de hadas”. No parece poco para alguien como Ross, que hasta hace poco, además de pergeñar guiones para Hollywood, era una de las plumas más requeridas por el Partido Demócrata, con discursos enteros escritos para Michael Dukakis y el mismísimo Bill Clinton. De hecho, no era difícil pensar Presidente por un día (Dave, en el original) como la primera película de la era Clinton, capaz de celebrar a un presidente por su imagen pública antes que por sus ideario político.
Para el crítico J. Hoberman, de The Village Voice, la pluma de Ross -hijo del legendario Arthur, guionista de clásicos de la serie “B” como La criatura de la laguna negra– se vuelve a hacer notar en Pleasantville, “la alegoría política más inteligente que haya dado Hollywood en mucho tiempo”. Según el propio Ross, “mi idea central fue preguntar: ¿qué sucedería si existiera un lugar donde no hubiera colores, ruido, dudas o incertidumbre? ¿Qué ocurriría si un pueblo cualquiera de la década del 50, en donde la gente era educada, amable y predecible, de pronto cobrara nueva vida, de diferentes maneras? Mientras continuaba escribiendo, comenzó entre los personajes una lucha entre el statu quo, entre quienes querían seguir viendo la vida en blanco y negro, y aquellas personas en el pueblo de Pleasantville que deseaban ser diferentes y libres, de una manera en que antes no lo habían imaginado”.
Si esta alegoría, donde parecen enfrentarse la televisión y la libertad, tiene ciertos vasos comunicantes con el universo cerrado de The Truman Show o con la inminente sátira de EdTV es seguramente, porque hay algo en el aire que hace que Hollywood vuelva sus ojos y oídos al debate público sobre el poder de los medios y su influencia en la perpetuación de determinados valores de la sociedad. “Es un debate muy emblemático de nuestra cultura”, le confirmó Ross a la revista Time Out, de Londres. “En este sentido, Pleasantville es sobre la gente que quiere asegurar una serie de valores patrióticos y homogéneos que en mi opinión nunca existieron como tales. Los años 50 no fueron como quedaron fijados icónicamente a través del cine y la televisión de la época. Y si lo fueron, mi película se ocupa de demostrar que en todo caso era un mundo sin vida. Pero ésa es una guerra que sigue enardeciendo a Estados Unidos en estos días, una guerra de valores, con gente que quiere hacer retroceder el reloj a una época que nunca existió tal como se la preconiza ahora, contra gente que es un poco más abierta y tolerante. Quedó demostrado durante el proceso a Clinton: estaban los que pensaban que los impulsos privados deben ser juzgados como cosa pública y los que creían que lo que hace el presidente puertas adentro sólo le concierne a él y a su familia”. Por cierto, si de sexo se trata, en Pleasantville basta con que una adolescente de los 90 pase un par de días en los recatados 50 (al menos los 50 de una serie de TV a la medida del american dream) para que todo el pueblo empiece a pensar en colores.

 

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