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Tortura o laboratorio
Por Raúl Zaffaroni *


t.gif (862 bytes) Corresponde al menemismo el triste mérito de no haber respetado el límite ético de no jugar con los muertos, y al duhaldismo el de haber mordido el anzuelo. Lo cierto es que hay un juego mediático perverso y peligroso, que hace necesario precisar algunas cosas sobre los slogans incoherentes que se lanzan.
A. Armar vecinos sería abrir el camino a los justicieros de las favelas de Río. Acabarían en organizaciones mafiosas que matan niños-correos para disputarse el mercado de tóxicos y que cobran protección a los vecinos.
B. Municipalizar las policías es una iniciativa correcta en principio, pero requiere cuidadosa programación, para que no afecte la profesionalización y no se convierta en un arma política de caudillejos locales.
C. Imponer a los vigilantes privados el deber de llamar a la policía estatal ante un delito es elemental. Facultarlos para que intervengan impidiendo el delito y deteniendo al responsable no es nada, porque es lo que desde siempre podemos hacer todos los habitantes, según los códigos procesal y penal.
D. Autorizar a la policía a ejercer la legítima defensa sin previa identificación es ridículo: el código penal no exige que nadie se identifique antes de defenderse. Deberá hacerlo sólo si es razonable. Nunca al derecho penal se le ocurrió que no hay legítima defensa si alguien se defiende sin avisar que lo va a hacer, cuando avisar implicaría su muerte o la del amenazado.
E. No hay ninguna guerra, como proclaman ciertos energúmenos, que hace veinte años llamaron guerra al terrorismo de Estado. Lo que hay es corrupción y negociado de contrabando, venta indiscriminada y mercado negro de armas. La sociedad argentina nunca antes tuvo tantas armas ni tan baratas ni tan perfectamente distribuidas.
¿Cómo se resuelve? Reforzando el control de las fronteras, metiendo presos a los contrabandistas, vendedores, distribuidores y locadores de armas, y a los que llevan armas encima o en vehículos. Estableciendo controles con detectores de metales en cualquier lado y en cualquier momento. Entregando las armas secuestradas a los jueces y compactándolas de inmediato con su control. La portación de armas que no sean de fuego está penada por el código contravencional de la ciudad (los edictos no la penaban).
El tráfico y la tenencia de armas produce más muertos que el de drogas, al menos en la Argentina. Es de sentido común que, si bien no podemos resolver en corto plazo la conflictividad social actual, generada por la frustración, el desempleo y la polarización de riqueza, pacientemente conseguida en diez años de menemismo, por lo menos podemos lograr que cause menos muertos.
A los energúmenos que hablan de guerra, promoviendo la masacre entre los pobres, no parece ocurrírseles que las guerras con menos armas son menos mortíferas.
F. Están muriendo policías. No es nuevo, sólo que es más frecuente: hace trece años, en una investigación de campo en Buenos Aires, Río, México y Caracas, advertimos que la mayor parte de las muertes policiales son fuera de servicio. Nadie nos escuchó. Esas muertes se deben: a) a que se les prohíbe evaluar la situación antes de intervenir; b) a que, si los matan, los ascienden y los entierran con ceremonial de guerra, pero si les roban el arma, los echan; c) a que son obligados a portar armas, credenciales o signos de identificación fuera de servicio, lo que los convierte en blancos móviles en sus barrios humildes. El responsable de la seguridad federal dice que si se le permitiese evaluar la situación antes de intervenir, se resolvería el problema del policía, pero no el de la sociedad. Parece que el policía no pertenece a la sociedad y, por otra parte, también para este curioso funcionario, la seguridad se preservaría obligando a la gente a desesperarse y actuar sin sentido, en forma que acabe con su propia vida y la de terceros.
El mismo original personaje y candidato menemista afirma que eso se debe a que la policía no puede interrogar. Olvida que puede hacerlo en la provincia, y que es allí donde se producen las muertes. Además, nada impide que la policía hable con el detenido y de hecho es inevitable. Lo que no se debe admitir es que le haga prestar declaración con valor de prueba, que era el pretexto para la tortura, como todo el mundo sabe.
¿Cómo se resuelve? Instruyendo al personal para que no haga un culto del heroísmo sino de la inteligencia. Permitiéndole evaluar la situación y, sobre todo, preservar su vida y la de las víctimas. Suprimiendo los signos externos (corte de cabello y semejantes). Reemplazando la credencial por una clave personal. No obligándolo a llevar el arma fuera de servicio. Y permitiéndole la sindicalización, para que puedan discutir sus condiciones de trabajo, peticionar, desarrollar conciencia profesional y, sobre todo, denunciar la corrupción y el reparto de sus beneficios hacia arriba. Además, claro, profesionalizándolos cada vez más, dotándolos de presupuesto legítimamente y pagándoles dignamente.
G. Y, por supuesto, definiendo el modelo de policía que queremos. ¿Qué modelos hay? Muchos, pero básicamente dos: una policía empírica que tortura y una policía profesional que usa el laboratorio de criminalística. No hay sociedad sin policía. Decidamos pues, con cuál nos quedamos.

* Director del Departamento de Derecho Penal y Criminología UBA.
Legislador Frepaso-Alianza.

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