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UNA IDENTIDAD RECUPERADA DESPUES DE 23 AÑOS
Susana está de vuelta

En julio de 1976, Susana Elena Pedrini de Bronzel fue secuestrada por un grupo de tareas. Desapareció. Dos décadas después, su familia pudo llorarla cuando fue identificada como una de las víctimas de la masacre de Fátima.

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Por Victoria Ginzberg
t.gif (862 bytes)  Susana Elena Pedrini de Bronzel desapareció el 27 de julio de 1976. Ese día, un grupo de tareas la secuestró junto a su esposo y su suegra. Su familia golpeó las puertas de los cuarteles, de los juzgados y de la Iglesia pero, como era habitual, nadie respondió sus reclamos. Hace menos de un mes el cuerpo de Susana fue identificado por el Equipo Argentino de Antropología Forense y se reveló que la mujer, que estaba embarazada cuando fue detenida, fue una de las víctimas de la llamada matanza de Fátima. El viernes, la Cámara Federal porteña ordenó la rectificación de su partida de defunción y la entrega del cuerpo a la familia. Susana dejó de ser un NN. Hay 23 cuerpos más que podrían ser reconocidos.
A los detenidos primero los contaron. Algunos estaban envueltos en mantas. Otros se tambaleaban, como drogados. Uno a uno, los arrojaron en la parte de atrás de un camión. La mayoría estaba en muy mal estado por los malos tratos a los que los habían sometido en el centro clandestino de la Superintendencia de la Policía Federal. Un día después, aparecieron treinta cuerpos sin vida cerca de la estación de Fátima, en el partido de Pilar. Pasaría mucho tiempo hasta que se unieran las dos escenas.
Los veinte hombres y diez mujeres que fueron encontrados en Fátima el 20 de agosto de 1976 habían sido asesinados con disparos de armas de fuego en el cráneo. Dos cadáveres estaban destrozados, dinamitados. Como en ese momento se tomaran las huellas dactiloscópicas de los cuerpos, se identificaron cuatro personas, cuyos datos aparecían en los registros de la policía de la provincia de Buenos Aires. La causa se cerró rápidamente y no se retomó hasta 1982, cuando se habían “perdido” las huellas.
na19fo02.jpg (10309 bytes)“El gobierno nacional, por intermedio del Ministerio del Interior, repudia terminantemente este vandálico episodio sólo atribuible a la demencia de grupos irracionales que con hechos de esta naturaleza pretenden perturbar la paz interior y la tranquilidad del pueblo argentino, así como también crear una imagen negativa del país en el exterior”, decía el comunicado oficial distribuido ese día de 1976 en la sala de periodistas de la Casa de Gobierno por un funcionario del Ministerio del Interior.
En 1985 el Equipo Argentino de Antropología Forense exhumó los cuerpos de la matanza de Fátima, que se encontraban enterrados en el cementerio de Derqui. La sanción de la ley de Obediencia Debida motivó que la “causa Fátima” pasara por varios juzgados hasta que la tomara la justicia militar. El expediente se archivó y 24 cajones de madera con restos sin identificar quedaron en un cuartito del cementerio. Diez años después, el Equipo de Antropología y la Cámara Federal porteña reabrieron el caso. Del sobre de un expediente rescataron la llave del recinto donde estaban los cuerpos. Se mandaron muestras de ADN al exterior para ser contrastadas con la sangre de familiares de desaparecidos. Así se supo que Susana Elena Pedrini de Bronzel era una de las víctimas de la masacre de Fátima.
La familia de Susana, que no había dejado de buscarla, presentó el año pasado –con el patrocinio del Centro de Estudios Legales y Sociales– un nuevo hábeas corpus con el objetivo de averiguar lo sucedido después del secuestro de la mujer, su esposo y su suegra. Las Fuerzas Armadas contestaron que no tenían datos sobre ninguno de los tres. Poco antes, la Corte Suprema de Justicia le había negado a Carmen Lapacó el derecho de saber qué había pasado con su hija desaparecida.
La historia de Susana
“Los militares nos querían convencer de que se los había tragado la tierra y de que era imposible reconstruir la historia y recuperar la identidad de los desaparecidos. Por eso, esto es una victoria. Es poder reconstruir algo de lo que destruyeron. Pero al mismo tiempo activa todoel dolor”, afirma Noemí Pedrini, hermana de Susana. La familia se sobrepuso a la noticia, sólo después de tres días de un doloroso duelo. Que seguramente se repetirá en el momento en que le entreguen el cuerpo y puedan enterrarlo. Saber que Susana fue asesinada un mes después de su secuestro es también afrontar que su breve embarazo no llegó a término y que ya no hay que buscar a un sobrino y a un nieto. De todas maneras, Noemí seguirá trabajando junto a las Abuelas de Plaza de Mayo para recuperar a otros jóvenes.
Aurora Morea, miembro de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, se sorprende de su reacción cuando le dijeron que habían encontrado el cuerpo de su hija. “Tan pronto”, dice que dijo, y se agarra la cabeza al pensar en los 23 años de búsqueda y reclamo permanente. Es que Aurora se había puesto su propia vida como plazo para saber qué pasó con Susana después del 27 de julio de 1976, cuando un grupo de tareas estacionó en Chile al 800.
Tocaron a la puerta y la portera se anunció. “Señora, abra que está la policía”. La mujer se asomó temerosa, los uniformados entraron. Buscaban a José Bronzel, pero estaban en la casa de su madre. Con ella, se dirigieron al barrio de Núñez. Allí secuestraron a José y Susana, arquitectos de 28 y 29 años, y partieron con los tres con destino incierto. José y su madre pueden ser dos de los 23 cuerpos encontrados en Fátima el 20 de agosto de 1976 que aún permanecen como NN. “Se trata de una tarea lenta y no queremos generar falsas expectativas. Pero esperamos que esta identificación sea la primera de muchas otras”, afirmó Horacio Catanni, uno de los camaristas federales que lleva el caso.
Noemí evoca a su hermana eligiendo cuidadosamente las palabras. “Susana –afirma– era mi hermana mayor y mi referente. Me enseñó a apreciar la buena música y me transmitió su sensibilidad estética. Todo en ella era armonioso, desde su persona hasta los detalles de su casa. Siempre fue muy responsable. De adolescente era seria y retraída, muy estudiosa, estaba siempre en el cuadro de honor. Alrededor de los 23 años se desplegó y afloró su alegría. Amaba la vida. Irradiaba luz”.
Los Pedrini Morea entienden que reconstruir el pasado es doloroso, pero también necesario. “Mucha gente se resiste a remover el pasado. Pero si aceptamos tapar la verdad estamos avanzando sobre bases muy enfermas”, sentencia Noemí. “Mi hija ya no es una NN”, afirma satisfecha Aurora y aunque sabe de las limitaciones que impusieron las leyes de Obediencia Debida y Punto Final quiere llegar un poco más allá: “Ahora me gustaría saber quién dio la orden y quién estaba al mando”.

 

Los responsables

El campo clandestino de detención donde estuvo Susana Pedrini de Bronzel se encontraba en el edificio de la Superintendencia de Seguridad Federal (ex Coordinación), en Moreno 1417, Capital. Su jefatura era ejercida por el coronel Morelli, quien –según el testimonio brindado por el ex policía Rodolfo Peregrino Fernández– era hombre de confianza del general Carlos Guillermo Suárez Mason. El jefe de la policía federal cuando Susana fue secuestrada era el general de brigada Arturo Corbetta y en el momento en que se encontró su cuerpo en Fátima, el general Edmundo René Ojeda. El grupo operativo de la policía federal era el GT 4, que estaba organizado en cinco o seis brigadas integradas a su vez por cinco o seis hombres, que realizaban procedimientos en forma cotidiana. Algunos de los que integraban el GT 4 eran los subcomisarios Veyra y Skarabiuk y los principales Carlos de la Llave –alias “Carlitos”–, Carlos Gallone, Vidal –alias “Poroto”– y Herrera –alias “Pichín”–. Según un “arrepentido” declaró ante la CONADEP, la noche del traslado de las treinta personas a Pilar la guardia estaba a cargo del principal de apellido Rico. Esta persona también nombra como represores de Coordinación el principal Demarchi y Luis Alberto Martínez, alias “el Japonés”.

 

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