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OPINION
¿Cuándo se jodió Colombia?
Por Ugo Pipitone*

Una de las grandes novelas latinoamericanas de este siglo comenzaba con esta pregunta: ¿Cuándo se jodió el Perú? Una pregunta que cada país, en estas y en otras partes del mundo, debería hacerse, por razones de estricta decencia. Para evitar patriotismos de cantina o milenarismos que hacen de la opción moral una justificación de la indigencia intelectual.
En estos momentos ocurre la duda de que si pudiéramos dar una respuesta a la pregunta de Vargas Llosa, transferida ahora a Colombia, probablemente entenderíamos muchas cosas de ese Occidente incapaz de desarrollo que llamamos América latina. Una región del mundo capaz de crecimientos notables que nunca se consolidan en sociedades con un mínimo de justicia social, capaz de asombrosas realizaciones culturales en medio de la ignorancia que condena a millones de individuos a la exclusión. Hoy Colombia es América latina: un reto a nuestra endeble inteligencia.
Imaginemos un país donde cada día trae consigo secuestros, asesinatos, ataques guerrilleros, barbarie de paramilitares virtualmente impunes y tendremos una vaga idea de ese infierno colectivo que responde al nombre de Colombia. 852 civiles asesinados en los primeros siete meses de este año. Un país en el que ha aparecido en las universidades una nueva disciplina científica: la violentología. Una realidad en la que casi la mitad del territorio está virtualmente bajo control de la guerrilla y de paramilitares para los cuales la vida humana es ya sólo una mercancía de intercambio en una balanza infernal de milenarismos, venganzas y justicias sumarias. Sería consolador decir que esta locura colectiva es el producto de la miseria y la incapacidad de desarrollo. La verdad es, por desgracia, más compleja. El PBI per cápita colombiano, medido según el criterio de la paridad de poder de compra, es superior al de Brasil y apenas inferior al de México. Y si miramos los últimos 20 años, Colombia creció en promedio a una tasa 60 por ciento superior respecto de la media latinoamericana. Moraleja: la crisis del país no puede explicarse en términos de incapacidad de crecimiento económico. El origen de los problemas está en otro lado.
En vía de hipótesis pueden aventurarse tres: la debilidad política de las estructuras del Estado, el fanatismo de una guerrilla que pretende encarnar el futuro y es expresión de lo peor del siglo XIX y la explosión de riquezas asociadas con el narcotráfico que han desquiciado una estructura social polarizada y frágil.
¿Cuánto falta antes de que la desesperación social produzca el ambiente propicio a un golpe de Estado o al surgimiento de un político de ultraderecha capaz de cabalgar el tigre de un exasperado deseo de orden? Después de décadas de acumulación de problemas que han formado hoy un nudo inextricable, ya no hay respuestas sencillas. Y probablemente el único camino que queda antes del desastre es la declaración de emergencia nacional.
En el entierro de Jaime Garzón, el último periodista asesinado, Antonio Navarro Wolf, antiguo guerrillero del M-19, dijo: “He tenido que enterrar a muchos amigos ... la historia violenta de este siglo la hemos hecho todos: la dirigencia liberal, conservadora y comunista; la izquierda y la derecha. Tenemos que arrepentirnos y tomar la decisión de cambiar porque este país está hecho polvo”. ¿Es posible tener alguna duda, moral o política, sobre la justeza de estas palabras?

* De en La Jornada de México, especial para Página/12.

 

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