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El largo camino que va de la fusión pop al tango

Década: “Hay un mito de los excesos, eso de ‘qué divertidos eran los ‘80...’ ¿Qué alegría? Yo vi gente muy enojada
y llorando, no todas eran flores”

. Daniel Melingo fue parte de los Abuelos de la Nada, Los Twist, la banda de apoyo de Charly y Lions in Love.
“Ahora volví al tango, aunque en realidad ése es un lugar en el que siempre estuve.”

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Por Karina Micheletto

t.gif (862 bytes) “Yo busco en los orígenes. Por eso volví al tango, aunque el tango es un lugar en el que siempre estuve. Por ahora me quedo acá. Como decía el maestro Pugliese, el tango te espera después de los 30. A mí me costó diez años más entenderlo, voy a cumplir 42 ...” La trayectoria musical de Daniel Melingo es rica en experiencias: Los Abuelos de la Nada, Los Twist, Las Ligas (un grupo de apoyo de Charly García en los ‘80), Escuela Basilio, Lions in Love (grupos que fusionaron desde el flamenco hasta el rock ácido, el hip hop o el rap). Cuesta imaginárselo quedándose en un lugar. “Te quedás para moverte, para decir cosas nuevas todo el tiempo –aclara el cantante y multiinstrumentista–. Hay letras que se escribieron en el ‘30 y que hoy dicen mucho más. El tango no pierde vigencia nunca.” Después de Tangos bajos, un disco en el que desfila el arrabal de Edmundo Rivero, Luis Alposta y Julián Centeya, junto a un poema de García Lorca y otros tangos de su autoría, Melingo prepara otro disco que adelantará en el Club del Vino, a partir de hoy, en las trasnoches de viernes.
–¿Cuál es la propuesta del nuevo disco?
–Si no me arrepiento se va a llamar Tangos altos. Estuve trabajando con letristas como Alposta, de quien voy a estrenar varios temas. Tuve la suerte de ir viendo la reacción del público antes de hacer la selección. Cuando uno arregla un tema obviamente se da cuenta si está bien o no, pero algunos tienen más impacto, quizá por una tontería que no se capta en el momento de la composición. Esto no quiere decir que descarte muchos temas, pero para mí es importante ir captando qué le pasa a un público que es muy variado. A mí me vienen a ver matrimonios mayores o pibes que nunca habían escuchado tango y se acercaron a partir de mi propuesta, porque vieron que yo era una figura de otro palo. Eso me llena de orgullo.
–¿Por qué la elección de milongas y tangos orilleros?
–Porque son los inicios, ahí está el lunfardo, el corazón del tango. Después que murió Gardel, en lo que fueron las décadas de oro del tango, se dejó un poco de lado, y en los ‘70 Edmundo Rivero lo reivindicó. Con el lunfardo la temática es más abierta, hay menos prejuicios. Tenés la libertad de no caer en el tango típico del cornudo llorón, hablar de un chorro que mete la mano en el colectivo, o contar irónicamente una situación. Nació como un lenguaje carcelario, de ladrones, por eso elijo retomarlo como estilo literario. Mi metejón con Rivero viene porque el esposo de mi madre era manager de él, yo lo veía al Feo, porque a veces ensayaba en mi casa. Llegó a mis manos la colección completa suya, también tengo toda la colección de Gardel en vinilo, ésas son mis joyitas preferidas, junto a una biblioteca entera de poetas lunfardos. Me gustan mucho Julián Centeya, Enrique Cadícamo, Contursi, Luis Alposta, Carlos de la Púa, Iván Diez, letristas de la década del 30, que es donde yo más me inspiro a la hora de componer.
–¿Cómo ve el panorama del tango actual?
–En este momento hay mucha gente que incursionó en autorías de tango. Es importante que esto se mantenga, necesitamos gente que diga cosas nuevas. Yo conozco a los que vienen del rock, Palo, Ricardo Mollo, su hermano Omar que canta muy bien tangos, Páez, Pipo Cipolatti, Fontova. Ahora estoy preparando una nueva temporada de “Malayunta”, un programa que el año pasado anduvo muy bien en Sólo Tango con esta idea, reunir personajes de otros géneros con el tango.
–¿Cómo fue el paso del rock y el pop al tango?
–Estudié mucho la armonía y el lenguaje del tango. Es como el jazz, no se puede tocar de oreja, y sin embargo es una música callejera, popular. A los 9 años ingresé en el Conservatorio Nacional, y a los 18 entré en la Universidad de Musicología, hice composición y carrera clásica. Estuve 20 años en el rock y nunca le di gran utilidad. Obviamente, estudiar sirve como apertura mental, pero siempre me preguntaba para qué catzo había estudiado tanto, si con el rock se puede tocar de oreja. En cambio acá, “tenés que estudiar, muchacho ...” Por eso se hace difícil. Al tanguero sino le das la partitura no sabe para dónde correr. Los que improvisan generalmente son músicos que tocan otros ritmos. Es un problema, a la violinista le pido algún ruidito de tango y me mira raro, se lo tengo que pasar yo. Son de otra escuela hasta que se hacen, porque no hay conservatorios de tango, no se enseña cómo arreglar o tocar. En la época en que estudiaba orquestación iba a ver siempre a la Orquesta de Tango de Buenos Aires, de Raúl Garello y Carlos García. Lo esperaba a García y le decía “maestro, ¿no me puede dar un par de clases?”, y no había caso, me decía siempre lo mismo: “Muchacho, escuché discos del ‘40 y del ‘50, no doy clases ...” No todo el mundo puede dar clases, eso yo lo experimenté.
–¿Alguna vez dio clases?
–Lamentablemente. Tuve que dar clases para mantenerme cuando era estudiante, y cuando vi que todos los alumnos que tenían eran mujeres dije: ¿Qué pasa? Yo terminaba colgándome con las chicas, ellas se enganchaban conmigo ... Dije: “No, olvídalo”. Enseñaba apreciación musical, pero ninguna avanzaba nada, se la pasaban hablando ... Me di cuenta de que no era lo mío, no tenía paciencia. Ahí me metí en el rock, y pude empezar a vivir de tocar. Eran los gloriosos ‘80 ...
–¿Realmente fueron gloriosos los ‘80?
–Fue un gran movimiento, había música por todos lados. Ahora también, cada década trae un cambio. Pero uso esa expresión porque hay todo un mito de los excesos, eso de “qué divertidos eran los ‘80, qué alegría ...” ¿Qué alegría? Yo vi gente muy enojada y llorando, no todas eran flores. El músico de rock también tiene sus penurias, y además los inicios son duros, triunfa uno de diez mil grupos. Yo tuve la suerte de haber tocado en grupos exitosos, y con Los Twist nos divertimos especialmente. Nos reíamos cuando componíamos. Y lo hacíamos sin intención comercial, tocábamos en el Parque Genovés, en lugares ridículos ... Hasta que nos vio Charly, y al otro día estábamos grabando. El nos produjo porque le vio la veta comercial. Pero nosotros lo hacíamos por pura diversión: yo ya tocaba en Los Abuelos, y Pipo era un atorrante que no tenía un mango. Después me invitó a tocar Charly y tuve que dejar uno de los tres grupos, ahí dejé Los Abuelos. El día que dije “es la última vez que toco”, Miguel se puso muy mal, se largó a llorar. Fue el único.
–¿Qué quedó de la experiencia de Lions in love?
–Para mí fueron la gran coctelera del rock, ahí el rock tomó estilos más puros como el jazz, el blues, el flamenco o el reggae, los metió en una coctelera y creó algo nuevo. A pesar de que sólo hicimos dos discos, en un momento yo sentí que habíamos recorrido mucho camino dentro del rock, ya estaba agotado dentro de nuestras posibilidades. Pero fue una experiencia amplia y rica, un trabajo de experimentación conjunta.
–¿Y cómo es largarse solo?
–Por primera vez sé lo difícil que es mantener una orquesta y ser solista. Yo siempre fui segundón, y no tengo ningún complejo. Nunca fui primera voz, cantaba a veces en Los Twist o en Los Abuelos, pero ahora estoy al frente todo el tiempo. Y ahora compongo mucho de lo que toco, porque básicamente soy un compositor, aprendí a escribir música antes que a escribir letras, con lo cual estoy expuesto por todos lados. Soy muy autocrítico, escucho Tangos bajos y noto que ahora canto mejor. Lleva una época de afiatamiento hasta que lográs poner bien la voz, encontrar una postura que sea real y a la vez propia. Acá siguen los viudos de Goyeneche tratando de cantar como el Polaco. El ya cantó “La última curda”, ¿cómo vas a cantarla vos? No es joda el tango, hay que laburar mucho.

 

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