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ENTREVISTA A EDELMIRO MOLINARI
"Voy a tocar hasta el día del juicio"

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Hace diez años, el ex miembro de Almendra y Color Humano se reinstaló en la Argentina, tras una media vida en Estados Unidos. Ahora prepara una velada de guitarristas que quiere llevar a todo el mundo y es ídolo de docenas de jóvenes músicos alternativos.


Por Cristian Vitale
t.gif (862 bytes)  El guitarrista, cantante y compositor Edelmiro Molinari puede jactarse de conservar un lugar entre los músicos de su generación. Si bien no está en el pedestal de un Luis Alberto Spinetta o un Charly García, Edelmiro ha sabido defenderse, y bien, de los soberbios ataques neo-rockers contra sus ancestros. Es más, su figura es reivindicada por varios de ellos, y hay quienes lo citan como influencia directa de sus composiciones. Por si es necesario recordarlo, Edelmiro fue guitarrista y fundador de Almendra allá por fines de los sesenta. Y después, creador absoluto de esa rareza atemporal llamada Color Humano, agrupación mítica y al tiempo poco comprendida en su momento. Adelantado y a veces incomprendido por el establishment rockero local, en 1974 Edelmiro emprendió un largo viaje hacia Estados Unidos, para tocar y aprender con músicos afroamericanos. Estuvo 23 años viviendo en el sur de Los Angeles, realizando esporádicos viajes a la Argentina. En uno de ellos se acopló al regreso de Almendra en 1979 "de casualidad", porque había venido a visitar a su madre. En aquella oportunidad grabó el mítico doble Almendra en Obras y El valle interior. En otro, tres años después, editó un disco under con Edelmiro y La Galletita. Y en la última escapada, en 1995, juntó a Color Humano para grabar un disco en vivo en The Roxy, con nuevas versiones de "Mañana por la noche" o "Vuelo 144". Dos años después decidió instalarse nuevamente en la Argentina. Hoy vive en San Isidro junto a su mujer, Claudia, y dos enormes perros que producen escalofríos. Planea hacer una gira mundial con sus "noches de guitarras eléctricas", un proyecto que comparte con Eduardo Rogatti en guitarra, Jorge "Negro" González en contrabajo y Marcelo García en percusión.

--El hecho de haber vivido más de dos décadas en EE.UU., ¿significa que le molesta vivir en la Argentina?

--No, la Argentina me gusta tanto como EE.UU. Lo que pasa es que allá me siento como en casa. Es un feeling que jamás pensé que iba a lograr. Es raro, porque hay amigos que viajaron y nunca se pudieron enganchar. Pero a mí no me pasó ni me pasa. Es más, hace dos años que estoy acá y extraño mucho. Es mágico estar con los negros: si tocás bien te sonríen y seguís, si no se dan vuelta y no te dan bola. Al principio ni me miraban, pero cuando empezábamos a tocar me sonreían y para mí era impresionante.

--Se deduce que la única razón por la cual se fue tuvo que ver con lo musical, sin que medien causas políticas o de otro tipo.

--Básicamente quería tocar con negros, y por suerte me fue bien. Los 23 años de experiencia allí produjeron un vuelco total en mi forma de tocar. Todo ese swing negroide arrasó con mi cabeza. Además, conviví con ellos a tal punto de vivir en barrios en los que en estos momentos no viviría. Fui testigo de cómo el sur de Los Angeles se fue transformando en tierra de nadie, sobre todo por las pandillas.

--También tuvo mucho que ver con el envión inicial de Gustavo Santaolalla, cuando se fue de Arco Iris y recaló en Los Angeles.

--De hecho, él comenzó su vida allá viviendo en mi casa. Lo invité para que se instale con su mujer y convivimos seis meses. También aparecieron los chicos de Crucis, Pino Marrone, Aníbal Kerpel y Gonzalo Farrugia, que después se fue en busca de un gurú y desapareció.

--¿Nunca pasó por su mente dedicarse a la producción de bandas, sobre todo cuando a Gustavo comenzó a irle muy bien en ese rubro?

--Es que ante todo soy un tocador. Siento la necesidad permanente de estar en un escenario tocando. Creo que me van a ver así hasta el día del juicio final. Nunca se me ocurrió hacer jingles, producciones y ese tipo de iniciativas comerciales. No podría producir a alguien que no me guste, por más plata que haya en el medio.

--¿Sigue siendo tan autoritario como en las épocas de las "tensiones" con David Lebón, Rinaldo Raffanelli y Oscar Moro en Color Humano?

--Siempre fui autoritario. Es parte de mi personalidad y por lo tanto inmodificable. Spinetta me decía que era más dictador que Perón.

--¿A qué atribuye el hecho de que músicos de la nueva generación, como Carca, lo tengan como referente a la hora de nombrar influencias?

--Santaolalla una vez me dijo que Color Humano fue el primer grupo de música alternativa que hubo en el país, por lo elaboradas que eran sus composiciones. Quizá tenga que ver con eso, o quizá porque nunca traté de copiar a nadie. Es más, creo que la originalidad es mi mayor legado.

--La historia del rock nacional está plagada de mitos que, a veces, no tienen nada que ver con la realidad. ¿Es cierto que le enseñaba a tocar la guitarra a Spinetta?

--No. Es falso. Lo que sí es cierto es que yo tenía un poco más de información. Pero Luis es un tipo muy intuitivo y fue así desde el principio. Quizá no sabía leer acordes y yo le pasaba algo, pero yo aprendí de su intuición y de su gran capacidad para tocar ritmos, de su swing incomparable. Para sintetizar, nos perfeccionábamos recíprocamente.

--A la distancia, ¿se definiría como el negro, el salvaje de Almendra?

--Nunca lo había visto de esa manera. Pero es probable que haya sido así. Emilio y Luis eran más líricos.

--¿A qué se debe la creencia de que es un compositor raro, extraño, sofisticado? ¿Tiene que ver con letras como la de "Pascual tal cual" o por su reconocida condición de buceador de sonidos?

--Es probable que sea por los diferentes acercamientos que manifestaba con la música. Siempre fui muy abierto a todo. Hacía lo que se me ocurría. En los discos de Almendra hay temas míos que son muy diferentes como "Mestizo", "Verde llano" o "Aire de amor". En Color Humano pasa lo mismo con el "Blues de Adelina" y "Cosas rústicas". La rareza era carencia de autorrepresión. Nunca dije "no voy a hacer esto porque no va con la onda del grupo".

--Una duda histórica, ¿quién era el "Hombre de las Cumbres"?

--Uhh... lo hice cuando acá no se podía vivir por la porquería que estaba pasando. Era un llamado insolente a Dios. "Hombre de las cumbres ven a mí, la casa del poder está temblando, una pequeña llama descarna mi pecho, serás mis ansias de cumbres de luz". Después viene una frase que dice "o te haré sentir mi feroz cachetada", que era donde operaba mi indignación.

--¿Se animaría a volver a tocar los domingos a la mañana?

--Cómo no. Aquellos ciclos del mediodía abrieron la posibilidad de poder tocar para los pibes que iban al secundario. A muchos se les hacía imposible ir a los recitales por su edad. A la mañana es realmente lindo tocar. Lo hacés de una manera especial, suena todo muy fresco. Terminábamos y nos íbamos todos a comer ravioles. Son cosas que se tendrían que volver a hacer. Aunque no sé, porque ahora se toca a las cuatro de la mañana y antes jamás llegábamos a esa hora.

--¿Es posible comparar al Edelmiro de los setenta con el de hoy, sin que se pierda nada en el camino?

--En cuanto a las letras, sigo con las mismas ideas de escribir sobre experiencias personales. Respecto de la música, creo que hoy es un poco más redonda. Existen variantes originales matizadas por la experiencia adquirida en EE.UU. sobre la conciencia tribal que los negros mantienen con la música.

--En ese camino entre el Edelmiro de los setenta y el de hoy, hubo dos signos evidentes, dos regresos. Primero con Almendra y después con Color Humano. ¿Fueron frustrantes, fríos o festivos?

--Con el de Almendra, sobre todo cuando grabamos El valle interior, no estábamos bien. O por lo menos yo no lo estaba. Con Color Humano fue otra historia. Yo había venido a visitar a mi mamá y me enteré que por el Roxy pululaba todo el mundo, Rinaldo Raffanelli, Oscar Moro, Charly García. Fue una reunión espontánea porque no había intención de juntarnos. Pero lo hicimos y fue impresionante. Aunque la frustración pasó por lo económico: nunca cobramos un mango. La gente del Roxy, una manga de piratas, se borró. Ahora los busca Interpol. En el medio de ambas experiencias pasó Edelmiro y La Galletita, en donde tuve la oportunidad de compartir una grabación con quien para mí es uno de los mejores guitarristas del país: Skay.

--¿Cuáles son las bandas argentinas de hoy que más le gustan?

--Illya Kuryaki, Los Redondos, Divididos. Los Socios del Desierto y Almafuerte.

--¿Existe alguna posibilidad de volver a reunir a Almendra?

--No tengo idea. Los avatares del destino no los decide uno solo. Los decide el destino.

--¿En qué marco fue concebida la idea de armar las noches de guitarras eléctricas?

--La idea se me ocurrió porque en este fin de siglo se enmarcan los primeros cincuenta años de la existencia de la guitarra eléctrica como instrumento. De hecho, las guitarras de cuerpo sólido cambiaron el sentido de la música en el mundo. El aporte de Leo Fender y Les Paul fue alucinante. Es una especie de festejo en homenaje a los que inventaron el instrumento. Sobre la música, creo que nos manejamos con una libertad sin censura de propuestas.

--¿Sin límites de ningún tipo?

--Bueno, sí... hay márgenes bluseros, aunque no intentamos ser estrictamente bluseros. Hay mucha percusión y utilizamos equipos chicos de 30 watts, como para lograr mayor calidez e intimidad. Es como tocar en el living de tu casa, sin que sangren los oídos del público por el volumen de las violas o la batería.

--¿En serio piensan llevar el show a todo el mundo?

--Por lo menos está la intención.

 

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