Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira

TRABAJADOR
Por Antonio Dal Masetto

na32fo01.jpg (10315 bytes)


t.gif (862 bytes) Velada de grandes coincidencias en el bar. Entusiasta coloquio sobre la dignidad del trabajo, la tarea bien realizada y la satisfacción del deber cumplido. Cada uno, por turno, reflexiona sobre su vida de trabajador voluntarioso y feliz. Entre la cigarra y la hormiga, todos, sin excepción, siempre se han identificado con la hormiga.
Inclusive Anselmo, un parroquiano que interviene poco en las conversaciones, tiene algo para decir:
–Personalmente he llevado esa identificación lo más lejos posible. De la hormiga no sólo se puede aprender la laboriosidad, sino también el ingenio y la paciencia.
–Bien expresado –dicen varios.
–Debo confesar que durante años, por razones que no viene al caso mencionar, sobreviví, como se dice comúnmente, de la caza y de la pesca, y llegué a perfeccionarme en esa singularidad. En mi vida el trabajo fue una vocación tardía.
–Más vale tarde que nunca –decimos.
–Las cosas empezaron a cambiar la noche en que el miserable de mi cuñado me dijo: Estoy podrido que te comás todo, a partir de hoy no me tocás más nada de la heladera. Yo vivo con ellos, en la casa familiar, ocupo la habitación de huéspedes que está en la terraza. Me encerré a meditar. Medité durante una noche, un día y otra noche, y al final de ese retiro había comenzado mi duradera alianza con el trabajo.
–No hay mal que por bien no venga –dicen varios.
–Esa madrugada, cuando bajé la escalera, me dije: Anselmo, te merecés un suculento plato de tallarines con manteca y parmesano, rociado con unos buenos vasos de excelente borgoña. Así que a trabajar. Al gordo miserable de mi cuñado le encanta comer y chupar, tiene una bodega espectacular y la despensa siempre llena. Me conseguí una aguja de tejer, perforé el fondo de unos cuantos paquetes de spaguetti y con cuidado fui sacando cinco o seis fideos de cada paquete. Después busqué una navaja de afeitar, abrí un pan de manteca, lo rebané muy finamente por los cuatro costados y lo volví a cerrar con suma pulcritud. La navaja me sirvió también para el parmesano. Todavía me faltaba el vino. Del botiquín traje una jeringa descartable, con infinito esmero atravesé el plomo y el corcho de varias botellas y extraje una cantidad razonable ya que era mi noche de casamiento con el trabajo. Les inyecté vinagre a las botellas para que el vino se picara y el miserable tuviera que devolverlas y así siempre hubiera botellas nuevas en la bodega. Lo único que puedo decir a su favor es que elige buenas marcas. Aquel fue el plato de fideos más gratificante que comí en mi vida, sin duda gracias al gran trabajo que me costó.
–Lógica conclusión en la que coincidimos –dicen todos.
–Me fui especializando en mi larga marcha hacia la despensa y si no fuera demasiado extenso les podría explicar cada una de las técnicas que apliqué. Por ejemplo, para extraer arvejas congeladas del sobre de plástico basta una pinza de depilar. Después se suelda la punta del sobre con la plancha caliente. Para la lechuga, se sacan algunas hojas cerca del centro, cortándolas con una tijerita curva de pedicuro. Ni el verdulero se daría cuenta. A los miserables y a mí nos gusta el pan lactal, se pueden imaginar lo sencillo que es sustraer alguna rebanada. El dentífrico requiere pulso y concentración para que el pomo luzca siempre gordo. Modestia aparte, yo en mi trabajo soy un orfebre, un miniaturista.
–¿Cómo se arregla con las latas?
–Ahí el gran trabajo es la paciencia. En algún momento las van a abrir. De todos modos, me di cuenta de que no podía dedicarme solamente a los envases cerrados, porque no son infinitos. Ya sea en abiertos o en cerrados, lo importante es saber hasta dónde se puede avanzar sin que se note la merma.
–¿Nunca cometió un error de cálculo?
–Una vez me pasé del límite, atravesé la delgada línea roja. De la ristra de salamines saqué uno de más. Lo noté inquieto al miserable, contaba y volvía a contar. Me salvó Fido. Le tiré el piolín y la etiqueta del salamín tandilero al lado de la cucha. Como trabajo, reconozco que fue un trabajo sucio. Y no voy a decir que estoy orgulloso de esa pequeña bajeza. Las cosas que el miserable le gritó al pobre Fido son irreproducibles. Y el noble animal se lo bancó sin un ladrido.
–El perro es el mejor amigo del hombre, sin duda.
–Aprendí la lección y no volví a equivocarme. Trabajosamente, aplicando el método de prueba y error, fui ajustando la mecánica hasta averiguar cuál era el límite de percepción óptica del miserable y la miserable. Llegué a la conclusión de que ambos tienen una forma de pensamiento análogo al de las gallinas.
–¿Y cuál es esa forma de pensamiento análogo al de las gallinas?
–Las gallinas sólo saben contar hasta tres, usted puede sacarle todos los huevos que quiera, mientras le queden tres no se darán cuenta. Ese descubrimiento fue un verdadero premio al trabajo.
Anselmo termina su relato y sigue un silencio reverencial. Más de un parroquiano se debe estar preguntando si él, comparado con Anselmo, no será al fin y al cabo más que un miserable vago.

rep.gif (706 bytes)

PRINCIPAL