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LA HISTORIA DE UNA BANDA DE CHICOS
Bananitas en acción

Son los adolescentes que tomaron una familia de rehén y se entregaron ante cámaras. “Banana”, el padre de uno de ellos,cuenta la vida en la villa. La mitad de la familia está presa.

Horacio “Banana” Galbán defiende a su hijo preso, pero dice que si hizo algo mal, debe pagar.
“La fama la desparramó la policía. Roban en la esquina y la culpa la tienen los Bananitas.”

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Por Horacio Cecchi

t.gif (862 bytes) –¿Banana?... debe andar por allá, es el de remera roja y ojos celestes –el muchacho estira su brazo señalando hacia una placita –el cuadrado, según la llamó–, mientras desarma las piezas del motor de un Dodge 1500 sobre la vereda, muy cerca de un Escort quemado. Y efectivamente, encerrada entre dos monoblocks, grises de viejos, hay una placita de tierra apisonada, y en la placita está el Banana. Horacio “Banana” Galbán, con “b” larga para más datos, padre de uno de los menores detenidos la madrugada del martes pasado por mantener durante cuatro horas como rehenes al ingeniero Gustavo Bauer y familia. Banana está sentado al borde de la placita sobre la que da vueltas en bicicleta una nena, la menor de sus diez hijos. El lugar es una especie de Harlem sudaca a espaldas del Comando Patrullas de San Isidro y a pocas cuadras de la ostentación de lujos de La Horqueta y del Barrio Santa Rita. “Cuídense”, recomendó un policía antes de que Página/12 se internara en territorio de los Bananitas.El barrio da la cara sobre la calle Yapeyú, medio kilómetro al oeste del Acceso Norte. Físicamente está dividido en dos áreas: cinco cuerpos de monoblocks del lado sur, y tres manzanas de los llamados dúplex del lado norte. Dúplex no en el sentido inmobiliario de la palabra, sino porque se trata de pequeñas casitas con techo a dos aguas: un agua para una familia y la otra para el vecino. Hasta la década del ‘70, el lugar era un descampado sobre el que se había asentado una villa. Primero se levantaron los monoblocks y hace dos años, lo que quedó de la villa se transformó en 200 dúplex con jardincito al frente y el beneficio de una pátina de cemento como piso. Sólo dos puntos de contacto parecen existir –al menos como mito– entre sus habitantes y lo que los rodea. El primero, el nombre. La villa se llama igual que un lujoso conglomerado residencial aledaño: Barrio Santa Rita. El otro: los asaltos.En uno de esos dúplex de tres ambientes húmedos, caóticos y carcomidos, vive Banana Galbán con su familia. Vive cada tanto, intercalando en lo de uno de sus tantos hermanos también del barrio, porque está intermitentemente separado de su mujer, María Teresa Becerro.–¿Por qué lo buscan? –averigua Galbán antes de darse a conocer. –Banana soy yo, ¿qué quieren? –e inmediatamente aleja a la pequeña de 9 años de su lado. Hiperkinético, ansioso, se pone de pie, golpea constantemente su puño derecho contra su palma izquierda. Tiene una remera colorada, 42 años, y ojos más grises que celestes. No le cuesta adivinar el motivo de la entrevista.–La fama es de los Bananitas, pero la desparramó la policía. Roban en la esquina y la culpa la tienen los Bananitas. Los Bananitas no es una banda, somos nosotros, mi familia. Ayer (por el miércoles) vinieron (por la policía). Revisaron toda mi casa, buscaban armas y no encontraron nada.–Uno de los chicos dijo que se las habían alquilado en el barrio.–Y qué iban a decir. Dijeron cualquier cosa.–Cada uno tiene sus amigos, cada uno con su yunta –acotó Cristian, el mayor de los Galbán, de 25 años, y que hace una semana perdió su trabajo como distribuidor de gaseosas en Béccar.Galbán tiene 7 hijos varones y 3 mujeres. Cinco viven con él, aunque no está claro dónde es que vive él mismo. Entre ellos el quinto, le dicen Coqui, de 16 años, detenido en el asalto a los Bauer.–Esto empezó hace varios años. Yo estuve preso cinco o seis veces por droga. Eso fue antes. De mi pibe no sabía nada, el tiene sus amigos, pero es bueno, no se mete con nadie. Si sabía que pensaba chorear no lo dejaba. Pero si dijo que era para dar de comer es cierto. No tenemos trabajo. Yo hago changas, cada tanto, pero no alcanza. Esta casita la estamos pagando. Son 57 pesos por cuota, es poca plata pero para mí es mucha. Y ya estoy atrasado 10 meses –y señala hacia el dúplex, reacio a dejar entrar en él-. No quiero mezclar en esto a la familia. De todos modos, casi la mitad de la familia Banana ya está mezclada: María Teresa, su ex, ahora está detenida y acusada de instigaciones varias y apología del delito junto a Rosa Barrera, madre de otro de los colegas del quinto Bananita detenido, y Claudia Beatriz Toro, hermana del “Torito”, también preso por el asalto a los Bauer. Otro de los hijos de Galbán pena condena en Olmos, y uno más, posiblemente en Sierra Chica. El quinto, que ahora ocupa la atención de todos, incluyendo jueces y policías, está acusado de un raid tan fugaz como impactante: 14 asaltos en dos meses, desde el 11 de julio hasta el último, el 7 de setiembre, en Villa Adelina, donde cayó con sus tres amigos.–Mi pibe (preso en Olmos) ya está por salir –se consuela.–¿Y el que detuvieron ahora? –preguntó Página/12.–Si hizo algo, tiene que pagar por lo que hizo.–No se puede negar que hizo algo... estaba toda la televisión.–Lo hizo para dar de comer a la familia –insiste. Banana mira a un costado. Desconfía del ojo de la cámara pero después acepta posar mientras mira hacia el interior del barrio, como si le fueran a echar en cara que se muestre. Suena extraño cuando habla de los Bananitas: “Es por mi nombre. Pero ahora resulta que todos son Bananitas y nos echan la culpa de todo a mi familia. El único Bananita que había en ese hecho (el asalto a la familia Bauer) era mi pibe. Los otros tres eran cualquiera”, aclara, y es difícil distinguir en su gesto si lo que busca es descargarse de culpas o sostener el orgullo de su apodo.

 

Un crack en las canchas

Antes de que marcara un mito en la Zona Norte, su nombre sonaba en el Bajo Belgrano, especialmente en la villa, donde vivió toda su vida. Allí nacieron sus tres primeros hijos. Horacio Galbán era más conocido como el Banana, el número 5 de Defensores de Belgrano, que arrancó aplausos de la tribuna en la década del 80. “Sí, el Banana era todo un crack, de juego exquisito y estampa parecida a la de Trobbiani”, recuerda un hincha de Excursionistas, eterno rival del “Defe”. Paradójicamente, Galbán siempre fue simpatizante de “Excursio”, donde aún hoy es habitué de sus tribunas. Banana marcó estilo en el ‘84, cuando Defensores rozó el ascenso a Primera A. “Ese año Racing estaba en la B y el Defe lo paseó en un partido. El mejor de la cancha fue Banana”. Pasó un año por Deportivo Armenio y estuvo a punto de firmar para el fútbol grande, en Independiente. Pero el pase se pinchó. Fue muy amigo del “Loco” René Houseman. “Estaba en la joda y largó muy joven. Una pena”. Cuando la dictadura erradicó el asentamiento por la imagen del Mundial ‘78, Banana se mudó a lo de un hermano, en Thames y Juramento, en Boulogne. Un tiempito, hasta que compró una casilla en el Barrio Santa Rita, cuando todavía era una villa. Y cuando levantaron los dúplex se adjudicó uno y su nombre quedó arraigado a los mitos de la zona. “El Banana no tiene nada que ver con la bandita. El está en otra cosa, y no sabe cómo salirse”, aseguran los vecinos.

 

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