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Una historia del Movimiento de
Sacerdotes Para el Tercer Mundo

Es uno de los capítulos menos conocidos de la vida política de los 60. Un nuevo libro, del que adelantamos un capítulo, cuenta quiénes fueron.

La muerte del padre Mugica abrió la persecución del MSTM.
Religiosos y laicos progresistas fueron asesinados.

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Por Gabriel Seisdedos

t.gif (862 bytes) El asesinato del padre Mugica fue el primero de una larga serie de ataques a sectores progresistas dentro de la Iglesia que incluiría a religiosos, laicos y sacerdotes. Entre ellos, uno de los primeros integrantes del Movimiento: Francisco Soares, asesinado en Carupá junto a su hermano inválido en el verano de 1976, presumiblemente por miembros de la Triple A, después de denunciar la muerte de militantes sindicales de la zona. En abril de 1975 es arrestado en Mar del Plata el secretario del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo de la región sur, Elías Musse, perteneciente a la corriente peronista. Musse es arrestado cuando asiste a un joven herido en un enfrentamiento. Durante siete años permanecerá a disposición del Poder Ejecutivo en diferentes cárceles; en algunas de ellas descubrirá una extraña forma de quebrar el aislamiento impuesto: mediante las clases de filosofía dictadas por el sistema del “viorsi”, consistente en transmitir mensajes a través de las cañerías que conectan los inodoros, previamente vaciados del agua, de los diferentes pabellones carcelarios.Afuera proseguía el camino de violencia, cuya escala alcanzará su máximo punto con la instauración de la Junta presidida por Videla, Massera y Agosti. A partir de allí, la óptica castrense estigmatiza la protesta social con el término “subversión”; toda actividad referida a la acción social fue considerada sospechosa y pasible de castigo, represión que provocó la desaparición de potenciales objetores del sistema socioeconómico impuesto por la dictadura, un paso fundamental para garantizar su permanencia.“Estos zurdos murieron por ser adoctrinadores de mentes vírgenes y son MSTM.” La leyenda pintada con aerosol en la alfombra que precedía al cuarto de la casa parroquial de San Patricio anunciaba la terrible escena: cinco hombres acribillados a balazos. El asesinato de cinco miembros de la comunidad de padres palotinos irlandeses, sin ninguna relación anterior con el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, en la parroquia de San Patricio del barrio de Belgrano, el 4 de julio de 1976, y el del obispo de La Rioja, Enrique Angelelli, un mes después, son paradigmas de la persecución a sectores progresistas dentro de la Iglesia.Las desapariciones y allanamientos masivos producirían el esperado repliegue de grupos cercanos al tercermundismo que participaron en tareas catequísticas o asistenciales: “guardarse” era la única opción que tenían frente a la represión militar, para salvar lo que quedaba del MSTM. Desde ese momento, del casi medio millar de integrantes del movimiento tercermundista, una parte importante abandonará el sacerdocio. Lentamente se inicia la dispersión, el trabajo silencioso, protegidos en diócesis cuyos obispos estimulen una pastoral popular, o la expulsión, la prisión, el exilio.En los años siguientes, destacados miembros del movimiento intentarán continuar con su compromiso de diferentes maneras: el padre Miguel Ramondetti, producido el golpe de Estado, abandona la diócesis de Goya, Corrientes, poco después su casa es “invadida” por un grupo de encapuchados. Empieza entonces una suerte de exilio interno que lo lleva a vivir durante un año en una obra en construcción en Villa Dominico, alternando el trabajo de albañil con el de sereno, sabiendo que cualquier actividad pública puede llevarlo a la muerte. Protegido por Jorge Novak, obispo de Quilmes, quien gestiona ante el nuncio Pío Laghi la salida al exterior, tras fatigosas negociaciones, el ex secretario general del Movimiento, acompañado por un funcionario de la nunciatura, abandona el país el 10 de agosto de 1977, sumándose a la larga lista de exiliados.Desde un ingreso en la clandestinidad en 1974, Rubén Dri abandonó el sacerdocio y participó activamente en las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), militancia que alternaba con su trabajo en un frigorífico bajo unafalsa identidad. Cinco meses después de producido el golpe militar, dejó el país rumbo a México.Héctor Botán, miembro del Secretariado del MSTM, durante la devastadora acción de la Triple A es trasladado, por orden de monseñor Aramburu, desde la villa 20 de Lugano hasta una parroquia más segura.Rolando Concatti, el más destacado tercermundista de Mendoza y autor del libro Nuestra opción por el peronismo, abandonará tiempo después el sacerdocio, integrando el treinta por ciento de los sacerdotes del MSTM que en los siguientes años adoptan esta decisión.Rafael Yacuzzi, sacerdote del Chaco santafesino que había ingresado en Montoneros, como en dos ocasiones anteriores es arrestado poco después del golpe militar. Liberado, opta por salir hacia Italia y México.El primer director de la revista Enlace, el padre Alberto Carbone, el “alemán”, para los compañeros que atribuyen su sentido de la disciplina a la herencia de una madre berlinesa, decidió no salir del país. Sorprendentemente, durante los dos primeros años de la dictadura Carbone continuó viviendo en la Casa del Clero, en pleno centro de Buenos Aires; “Yo no me iba a esconder, si querían venir a buscarme yo estaba en el mismo lugar donde siempre me iban a buscar”.En 1977, la Armada Argentina le informa a monseñor Juan Carlos Aramburu que no va a tolerar la presencia del sacerdote como capellán del Hospital Santa Lucía. El solo nombre de Carbone continúa siendo una brasa en la mano del arzobispo. Por espacio de ocho años reside en la parroquia capitalina de San Antonio de Padua. En 1985 solicita trabajar en una parroquia de un barrio carenciado: contra su costumbre, Aramburu le concede el paso al obispado de Morón.El antiguo superior de la congregación asuncionista, Jorge Adur, deja el país a mediados de 1976. La desaparición de dos seminaristas de la casa que compartían con Adur en San Miguel el cuatro de junio es una clara advertencia. Permanece oculto hasta su salida un mes después, tras las gestiones que, a pedido del asuncionista Roberto Favre, realiza el nuncio Pío Laghi ante el almirante Emilio Massera.Desde el exterior, el padre Adur asume como capellán del Ejército Montonero en 1978: “En esta carta quiero hacerles partícipes de mi decisión de asumir, personal y públicamente la capellanía del Ejército Montonero y responder así, al pedido de su comandancia...”.“... He vivido 17 años de sacerdocio sin descansos, con los pobres y los ricos, con los oprimidos y los sin voz, hoy les anuncio con alegría que continuaré junto a los que amo, asumiendo el desafío de la hora histórica, difícil prueba para nuestro pueblo, pero seguro camino para la pacificación y la libertad.Desde la Iglesia a quien todo le debo y por la cual todo lo he perdido, comparto los destinos de los hombres que viven y mueren por los grandes intereses del pueblo...”.“...Con el convencimiento de que todo se orienta a la instauración de una paz basada en la justicia y la verdad, quiero saludar a todos los que de una manera o de otra, resisten a la sangrienta dictadura militar. En especial a los prisioneros del régimen, hombres y mujeres responsables de su misión histórica, sin olvidar particularmente a los familiares de los muertos, presos y desaparecidos.Con este abrazo va la certeza de la victoria final”.El padre Rodolfo Ricciardelli, quien junto a Miguel Ramondetti distribuyó el Manifiesto de los dieciocho obispos dando origen al MSTM, permanece hasta el día de hoy en la villa de emergencia del Bajo Flores, a pesar de las múltiples desapariciones de personas relacionadas con la tarea pastoral en las villas.Mientras tanto, la jerarquía eclesiástica, con excepciones como las de los obispos Angelelli, Hesayne, De Nevares, Zazpe, Novak y unos pocos más, asumirían la negativa a denunciar públicamente al terrorismo de Estado. Actitud mayoritaria dentro de la institución, que opacó los escasosmomentos en que cuestionó al régimen haciendo oír su voz, tanto en la carta elevada por la Conferencia Episcopal a la Junta Militar con motivo de la masacre de San Patricio, en julio de 1976, como en las posteriores: “... inquietudes del pueblo cristiano por detenidos-desaparecidos”, de marzo de 1977 y la “Reflexión cristiana para el pueblo de la patria” del 7 de mayo de 1977. Una actitud que, con la llegada de la democracia en 1983, sería juzgada de complicidad.

 

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