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OPINION

Ultimos días

Por Luis Bruschtein

t.gif (862 bytes)  "El único reproche que puedo hacerle es que no haya dejado apóstoles", le dijo Bernardo Neustadt a Carlos Menem al comenzar la semana, como si ya le estuviera dando la bienvenida al purgatorio de los retirados. Ningún hombre puede luchar contra el tiempo y Menem es uno de los que más lo intentó, pero le quedan pocos meses y en la recta final los ritmos se aceleran como el remolino de un desagüe.

Al mismo tiempo que sus colaboradores comenzaban a preparar la retirada de la Casa de Gobierno, él era repudiado en el Parlamento de Colombia por impulsar una intervención en ese país apadrinada por Estados Unidos. Y prácticamente su último acto de política internacional será una demostración de solidaridad con el ex dictador Augusto Pinochet al no asistir a la Cumbre Iberoamericana en Cuba. Intervencionista en Colombia y con el país de Fidel Castro, pero defensor de la soberanía cuando se trata del ex dictador chileno o del golpista paraguayo Lino César Oviedo.

Quizás era éste el sentido de la frase de Neustadt porque difícilmente otro gobernante argentino se atreva a encarnar ese rol de aliado incondicional de los Estados Unidos sin haber conseguido siquiera una mínima retribución por los servicios prestados. "Espero que también se acuerden de nosotros", expresó Menem el jueves en el país del Norte cuando Bill Clinton anunció la condonación de parte de la deuda externa de los países pobres.

Las jornadas que le quedan en el poder serán las peores para el Presidente, serán días dena04fo01.jpg (8288 bytes) soledad y debilidad. Pero Menem se las arregla para que su gestión siga produciendo más ruido que la campaña electoral. "El enriquecimiento es un signo de progreso", respondió la secretaria de Medio Ambiente, María Julia Alsogaray, cuando le preguntaron por la repentina fortuna de uno de sus colaboradores, Mario De Marco Naón, titular del Instituto Nacional del Agua y el Ambiente (INA). Algo parecido ("es fruto de mi trabajo") contestó ante los jueces el ex presidente del Consejo Deliberante y ex sindicalista José Manuel Pico cuando le preguntaban por sus 22 propiedades y cerca de dos millones de dólares. "El boludo puso todas esas propiedades a su nombre...", fue lo único que se le ocurrió exclamar a la diputada oficialista Loly Domínguez. Cuando se le preguntó a María Julia Alsogaray por el fastuoso casamiento de De Marco Naón en Alaska, respondió que, por lo general, el padre de la novia es el que paga la fiesta. Estos diez años han sido una fiesta para pocos y no ha sido precisamente el padre de la novia quien la pagó.

El final del gobierno menemista será consecuente con su historia, entre escándalos por corrupción y escasa voluntad por investigarlos. La oposición, más interesada en la disputa por el poder, no encontró más argumentos en la interpelación a la secretaria que los brindados por el periodismo. Pero será una de las pruebas más importantes si llega al gobierno porque es donde ha generado más expectativas. En el cada vez más reducido entorno menemista, integrado por unos pocos leales de primer nivel y funcionarios de segunda línea que no alcanzaron a subirse al carro de Duhalde, todas las especulaciones sobre el futuro se hacen sobre la base del triunfo de la Alianza que, según ellos, facilitaría el retorno de Menem en el 2003.

"La gente ya no quiere oposiciones salvajes --afirman--, vamos a ser una oposición política, pero también depende de lo que hagan ellos." Esta última advertencia apunta principalmente a las investigaciones por corrupción. Si la Alianza gana, confían en que Menem será la cabeza del justicialismo en la oposición, con un Duhalde muy golpeado por la derrota electoral, un Carlos Reutemann sin historia peronista y un José Manuel de la Sota con poco piné para hacerle sombra. En ese cuadro, al nuevo gobierno se le plantearía una situación parecida a la que debió afrontar Raúl Alfonsín cuando quiso juzgar a los militares. La decisión de investigar los actos de corrupción que se cometieron durante estos diez años sería presentada como una agresión política al justicialismo en pleno, una declaración de guerra.

En ese escenario hipotético, el gobierno de la Alianza quedaría apretado entre la gobernabilidad --puesta en juego por una guerra abierta con el justicialismo-- y la credibilidad, que es su mayor base de sustentación. Los códigos actuales de la política han descartado los grandes gestos, por lo que sería más previsible un intrincado sendero de negociaciones políticas que deberían involucrar también a la Justicia, con una Corte con mayoría menemista, igual que el Senado, y con la mayoría de las provincias con gobernadores justicialistas. La lucha contra la corrupción y por la independencia de la Justicia han sido las dos banderas más claras de la oposición y ambas quedarían desprestigiadas si se eligiera ese camino. De esa manera, se confirmarían las esperanzas menemistas para el 2003.

"El veneno que mata al débil es un reconstituyente para el fuerte, y éste no le llama veneno", reflexionó Federico Nietzsche, que no conoció a Carlos Menem. La corrupción, que es uno de los peores estigmas de la administración menemista, podría convertirse así en uno de sus reconstituyentes. Se cumpliría así esa reflexión nietzschiana con Menem en el lugar del Superhombre o del Anticristo, según se lo mire con mucha filosofía.

De hecho, no solamente podría convertirse en un potente corrosivo para un futuro gobierno de la Alianza sino que ha funcionado también como un salvavidas de plomo alrededor del cuello de Duhalde. Los escándalos de María Julia y de Pico en plena campaña atentan contra la credibilidad de su discurso pese a todos los esfuerzos que ha puesto el gobernador bonaerense para poner distancia. Duhalde necesitaba que el gobierno mantuviera muy bajo perfil durante la campaña, pero la dinámica de esta realidad impuso su juego, donde los platos rotos del gobierno menemista serían pagados por sus adversarios y, al mismo tiempo, limpiarían los obstáculos de su camino hacia el 2003.

"Nunca se ha visto hacer una tortilla sin romper ningún huevo", decía el general Juan Perón, y en este caso pareciera que los primeros huevos que se romperían en esta cocina serían los de Duhalde. Quedaría por verse cómo hará la Alianza para salvar los suyos, si es que consigue desalojar a Menem del lugar de cocinero.

Por lo menos es lo que parecen decir las encuestas que se conocieron durante la semana, donde la Alianza figura con una amplia ventaja sobre su competidor. Gallup le dio 19 puntos de ventaja y Analogías 20. En ambas, el triunfo opositor se repite, con menos margen, en la provincia de Buenos Aires. Haime, en cambio, midió un empate bonaerense a partir del acuerdo del duhaldismo con las huestes de Domingo Cavallo.

Con esta lectura, el bunker delarruista sugirió no publicitar demasiado las cifras para no alentar la dispersión del voto antigobierno. El comando duhaldista denunció que todas las encuestadoras están contratadas por sus adversarios. Exhibió, en contrapartida, los triunfos de los candidatos justicialistas y sus aliados en la mayoría de las provincias donde se efectuaron elecciones y asegura que tiene encuestas propias que los ponen a la cabeza de la competencia.

Para los encuestadores, el veredicto de las urnas ya no tiene misterio y es difícil que se modifique en los pocos días que faltan para la elección. Pese a las declaraciones más políticas que lógicas con que el duhaldismo debe enfrentar esta realidad virtual que tejen las encuestas, sus operadores están empezando a diseñar una estrategia que pasa por alcanzar el ballottage. "Si llegamos al ballottage, ganamos", es la frase más realista que mantiene la esperanza en el comando electoral justicialista.

El triunfalismo está tan instalado en la Alianza que incluso arriesgó la incorporación de Raúl Alfonsin a la campaña en el acto de ayer en La Plata. Al ex presidente se le podría aplicar la misma frase de Nietzsche: el accidente que casi lo mata parece haberlo fortalecido, o al menos eso piensan sus correligionarios, al punto de no temer por el fantasma de la hiperinflación con que sus adversarios y gran parte del electorado lo crucificaron. Es una movida de la interna radical que difícilmente hubiera progresado si De la Rúa no estuviera tan confiado en las cifras de las encuestas.

Cuando Neustadt lo criticó por no dejar apóstoles a Menem le brillaron los ojos y sonrió.

 

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