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“Viaje a las estrellas”, la fábula de siempre, a la medida de los ‘90

“Insurrección”, el noveno capítulo cinematográfico de la legendaria serie, navega entre lo naïf y la corrección política.

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Por Horacio Bernades
t.gif (862 bytes)  Aunque se trata de todo un clásico de la ciencia ficción cinematográfica, aunque su solo nombre simbolice el paraíso para sus fidelísimos fans, está visto que la distribuidora local se resiste a estrenar las aventuras de Viaje a las estrellas. Cuando, hace un par de años, circuló el rumor de que Primer contacto, el anterior viaje de la “Enterprise”, no llegaría a los cines y rumbearía directo al videohome, los fans argentinos se movieron a velocidad warp y lograron corregir el curso de la nave a último momento. Finalmente, la película llegó a las salas. Para escándalo de los trekkies (nombre con que se conoce a los seguidores de la serie), aquella amenaza de desaparición se consuma ahora con Viaje a las estrellas: Insurrección, que sale directo a video y sin hacer escalas en los cines.

Noveno avatar cinematográfico de la serie creada por Gene Roddenberry, Insurrección fue dirigida, como la anterior, por Jonathan Frakes (quien además tiene a su cargo el personaje del comandante Riker) y la produjo el calvo Patrick Stewart, que además hace el papel del capitán Picard. Los miembros de la tripulación son los de la “Segunda Generación” de la serie, conocidos ya en su encarnación televisiva y en las dos películas anteriores de la saga. A saber: el capitán Kirk (William Shatner, tronco histórico) se fue, ya no está, y ahora el que dirige la “Enterprise” es Jean-Luc Picard (Stewart, inglés y shakespeareano). Lo secunda, al frente de la tripulación, el citado Riker, y el lugar del inefable Spock (Leonard Nimoy) lo ocupa el androide Data (Brent Spiner), de aspecto ligeramente keatoniano. El parecido no es azaroso, ya que Data –como en buena medida ocurría ya con Spock y su hiperracionalismo a ultranza– es el encargado de los descansos cómicos a bordo de la nueva “Enterprise”. A todos ellos hay que sumarles la presencia de un aliado. Se trata de Work, mutante de la raza klingon, de aspecto feroz pero corazón de oro.

En Insurrección, Picard y sus hombres, fieles servidores de la Federación Planetaria, son llamados de urgencia a un lejano cuerpo celeste para contener a Data, a quien parecen habérsele descompuesto un par de circuitos y está armando un descalabro. Desactivada la furia del androide, los miembros de la Enterprise trabarán contacto con los habitantes del lugar, una etnia llamada ba’ku, que parece vivir en un perfecto e inmutable edén tras haber renunciado a la violencia y al uso de la tecnología. El hábitat ayuda, con su sol californiano y al fondo nevadas montañas alpinas, un escenario digno de La novicia rebelde. Combatientes de la paz a fin de cuentas, nuestros héroes se ganarán la confianza de los desconfiados ba’ku y descubrirán el secreto de su impecable y rubia felicidad pastoril: los ba’ku viven en una eterna fuente de Juvencia gracias a las “radiaciones metafásicas” del planeta (el lego en estas cuestiones deberá habituarse a la jerigonza seudocientífica que es típica de la serie). Frente a los ba’ku, su raza antinómica, los son’a, sufren de hiperenvejecimiento y planean desterrarlos y posesionarse del planeta alpino, para gozar para siempre de sus radiaciones metafásicas. Esencial para esta maniobra es una proyección hologramática sumamente complicada e improbable, que funciona como cortina de humo para engañar a los crédulos ba’ku. Providencialmente caídos allí, Picard y su gente ayudarán, obviamente, al más débil, y junto con los ba’ku combatirán a los son’a. Cuyo líder no es otro que F. Murray Abraham, célebre desde que encarnara al Salieri de Amadeus. De inspiración netamente bien pensante, Viaje a las estrellas siempre se caracterizó, desde los primeros viajes, por la condición de fábula humanista de sus historias, frecuentemente cargadas de referencias bienintencionadas al aquí y ahora. En Insurrección, Picard se ocupa de señalar (dos veces, a falta de una) lo peligrosas que siempre resultaron, para la humanidad, las guerras entre pueblos hermanos, en obvia alusión a serbios, croatas, bosnios, kurdos o kosovares. El otro anclaje en lo real es la obsesión de los son’a por la vejez, las arrugas y los liftings (un corrupto dirigente de la Federación de Planetas termina sometido a un cruel lifting final). Siguiendo la línea de sus antecesoras y con algunos bienvenidos aunque contados toques de humor (hay una muy divertida interpretación de una vieja opereta de Gilbert & Sullivan), Viaje a las estrellas: Insurrección es una fábula a medida de los ‘90: naïf, bienintencionada y políticamente correctísima.

 

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