Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


EL DOMINGO PROXIMO, CON PAGINA/12
Un disco excepcional

Jorge Luis Borges y Astor Piazzolla concretaron en 1965 un trabajo monumental de homenaje al tango, componiendo una serie de temas que cantó para la historia Edmundo Rivero. Este diario los edita en CD.

na37fo01.jpg (13271 bytes)

Por Diego Fischerman

t.gif (862 bytes) El año es 1965. La revista Primera Plana es la gran formadora del gusto “culto” argentino. En el medio musical académico, la divisoria pasa, con el Instituto Di Tella de por medio, por el eje Ginastera-Juan Carlos Paz. Las vanguardias constituyen un polo real, existente. Un músico popular, alumno fugaz de Ginastera, es visto (y oído) como la encarnación de esas vanguardias (o del mal) en el territorio del tango. Un escritor, ligado a cierta vanguardia ultraísta en los comienzos, aparece, sin embargo, como la explicitación más pura del conservadurismo estético. Ya estaba canonizado; en los ‘60 ya era “el escritor argentino”, el que todos conocían aunque pocos hubieran leído. El músico, aspiraba (como no dejó de hacerlo hasta su muerte) a la canonización; quería ser reconocido, a la vez, por dos medios que lo miraban con inquina o, por lo menos, recelo. Astor Piazzolla quería ver la música de su quinteto aceptada por el mundo del tango y, también, por el de la música académica. En el caso de Jorge Luis Borges, jamás se supo si aspiraba o no a otra clase de reconocimiento que aquel que tenía. Lo cierto es que, si eran claras las ventajas que tenía para el bandoneonista trabajar con el poeta, fue en cambio un misterio por qué Borges decidió escribir esas sencillas, bellísimas, letras de milongas. El año es 1965 y se graba un disco llamado El tango. Un disco con todas las características como para convertirse en histórico: música de Piazzolla, letras de Borges, la voz de Edmundo Rivero en los temas cantados y la del actor Luis Medina Castro como recitante. Y que da pie a otros dos misterios. El primero de ellos es que, aunque algunas de sus canciones, como la perfecta “Jacinto Chiclana”, se incorporan al repertorio y al imaginario colectivo, El tango no llega jamás a ser un éxito. El segundo tiene que ver con su virtual desaparición del catálogo discográfico de Piazzolla cuando, en potencia, ofrecía todas las posibilidades para convertirse en un fenómeno comercial. Contar con los nombres de Borges, Piazzolla y Rivero en un mismo título no era desdeñable para un sello discográfico, ni siquiera en 1965. Y mucho menos cuando la cultura argentina terminó reconociendo, por encima de las discusiones del momento, al músico y al escritor como sus máximos representantes. Sin embargo, el disco, en su formato LP, nunca fue muy fácil de conseguir y, una vez llegada la era del CD, fue el último en llegar a ese soporte de todos los editados en vida de Piazzolla. El tango se convirtió entonces en disco de culto. Por una parte estaban sus valores intrínsecos: algunos tangos memorables, un grupo que estaba en su momento más explosivo, un cantante excepcional y un compositor que pasaba por una suerte de fiebre creativa (en esa misma época comenzó a concebir otra obra ambiciosa, la “operita” María de Buenos Aires). Por otro, estaba la rareza. Piazzolla podía asociarse más con cantantes de la clase de Rai (en la orquesta de Fresedo), o de Héctor de Rosas (con quien había grabado algunos tangos clásicos en versiones “apiazzolladas”, como él las llamaba, y a quien convocó más tarde para su operita), que con esa especie de rudeza elegante y sobria que caracterizaba a Rivero. Y, claro, Borges no era el nombre más evidente a la hora de pensar en letristas de tango. Pero el motivo fundamental del culto alrededor de este disco tenía que ver con su inaccesibilidad. De hecho, hasta la edición que acompañará a Página/12 el próximo domingo, El tango, como algunas de esas obras de cuya existencia se tienen noticias a partir de testimonios pero de las que jamás se encontró partitura alguna, ocupaba el lugar del disco perdido de Piazzolla. En las notas que acompañaban la edición original del disco, Piazzolla hablaba de dodecafonía, de música aleatoria, de efectos instrumentales. Buscaba, en sus palabras, legitimar el disco desde la pertenencia a las vanguardias. Nada de lo que decía era demasiado cierto. En cambio, “El títere”, “El tango”, “Jacinto Chiclana”, “A Don Nicanor Paredes”, “Oda íntima a Buenos Aires”, “El hombre de la Esquina Rosada” y “Alguien ledice al tango” ponen en escena algunos de los rasgos más importantes de su estilo: melodismo, un sentido rítmico sutil, la angularidad de las frases y lo punzante de los ataques. Y, sobre todo, el gusto por mantenerse en terrenos sujetos a la tensión. Entre tradición y renovación. Entre la academia y lo popular. Y, también, entre sus orquestaciones muchas veces stravinskianas y una voz y una manera de cantar como las de Rivero. “La hicieron para el tiempo y las agonías. La hicieron para rostros que se miran en espejos futuros”, escribe Borges en “Oda íntima” y esas palabras bien pueden servir para hablar de esta grabación clásica y hasta ahora casi perdida.

 


 

EL TEXTO ORIGINAL DEL COMPOSITOR
“Una responsabilidad grande”

t.gif (862 bytes) Antes de comentar la música de este disco, quisiera llevar a conocimiento de ustedes lo que significa para mí ser colaborador de Jorge Luis Borges. La responsabilidad ha sido muy grande, pero mayor la compensación al comprobar que un poeta de su importancia se sintió desde el primer momento identificado con todos mis temas; y aún será mayor si ustedes comparten esta manera de sentir.La música para “El hombre de la Esquina Rosada” fue compuesta en el mes de marzo de 1960 en la ciudad de New York. La obra se engendró en una idea de la coreógrafa Ana Itelman, quien adaptó frases del mismo cuento de J. L. B. a esta partitura para recitante, canto y doce instrumentos.El tratamiento musical está concebido desde la esencia tanguera más simple hasta incursiones en la música dodecafónica.La música para el poema “El tango” de J. L. B. ha sido especialmente compuesta obedeciendo y respetando su contenido. Esto me ha dado la oportunidad de experimentar con música aleatoria en todas las partes de percusión. Esta grabación ha sido realizada exclusivamente por mi quinteto, lo que equivale a decir que los ruidos que se escuchan han sido logrados sólo con los instrumentos del mismo. El violín produce distintos efectos percusivos golpeando con el anillo sobre la punta de su mango, pizzicatos con glissé, imita a una sirena mediante el glissé sobre las cuerdas, imita a la lija con la punta del arco (comienzo) detrás del puente, y a un tambor con pizzicati sobre la uña entre dos cuerdas. La guitarra eléctrica imita al bongó, a sirenas con efectos de glissé, agrega segundas menores y extraños efectos con las seis cuerdas al aire detrás del puente. El pianista golpea con las palmas de las manos sobre las notas agudas y graves del piano y con el puño las notas más graves. El contrabajista golpea con la palma de la mano la parte trasera del instrumento, efectúa glissé sobre las cuerdas graves y agudas y golpea con el arco sobre las cuatro cuerdas. El bandoneón imita al bongó mediante golpes sobre la caja con el dedo mayor izquierdo. Además presenta sobre un lateral una especie de güiro metálico especialmente dispuesto que se raspa con la uña. Todos estos efectos son improvisados por lo que de tal manera se logra la introducción de la llamada música aleatoria en el tango.La milonga “Jacinto Chiclana”, el tango “Alguien le dice al tango” y la milonga tangueada “El títere” son los temas simples de este LP. Simples, por la sencilla razón que obedecen al espíritu de las letras de J.L.B. “Jacinto Chiclana” tiene el aire de la milonga guitarrera, o sea, el tipo de milonga improvisada.“Alguien le dice al tango” puede considerarse melódica y armónicamente dentro del estilo del ‘40, y “El títere” puede definirse como el prototipo del ritmo ligero, jocoso y compadrón de principios de siglo.“A Don Nicanor Paredes” por su contenido dramático lo he compuesto sobre 8 compases de canto gregoriano, resolviendo la parte melódica sin modernismos artificiales, todo muy simple, muy sentido y sincero.La “Oda íntima a Buenos Aires” compuesta para canto, narrador, coro y orquesta es quizá el más audaz de todos los temas cantados. A pesar de esto, la línea melódica es simple pues comienza en forma cromática ascendente y termina en forma cromática descendente.Quiero hacer notar en este disco la magnífica labor interpretativa de Edmundo Rivero y Luis Medina Castro. Del mismo modo a los solistas de mi quinteto: Jaime Gosis (piano), Antonio Agri (violín), Kicho Díaz (bajo), Oscar López Ruiz (guitarra eléctrica), a los solistas de “El hombre de la Esquina Rosada”, a la magnífica orquesta y coro de “Oda íntima a Buenos Aires” y “A don Nicanor Paredes”. A todos mi agradecimiento por la suerte de haber logrado este disco.

 

PRINCIPAL