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ENTREVISTA A LA ESCRITORA ESPAÑOLA ROSA MONTERO“
La pasión no es más que un invento”

La periodista acaba de publicar un libro sobre el amor, en el que se dedica a contar 18 historias, casi todas con cuotas de tragedia, de otras tantas parejas históricas enrolladas en amores famosos.“La pasión es el nombre genérico que se le da a un gran conjunto de equívocos”, afirma.

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“Estoy convencida de que cuanto más individualista es una sociedad, más necesita de la pasión”, subraya Rosa Montero.

Por Verónica Abdala

t.gif (862 bytes) El tortuoso Franz Kafka escribió que vivir es soportar "las penalidades de la vida en común, impuestas por la extrañeza, la compasión, la lascivia, la cobardía, la vanidad". Y, si se tiene suerte, tal vez diga presente "un parvo riachuelo digno de ser llamado amor, inaccesible al que lo busca y que no lanza sino un fugaz destello". Esa definición, que pese al pesimismo que destila fue fruto del sentimiento arrebatado que le inspiraba su amada Felice, fue rescatada por la escritora y periodista Rosa Montero al intentar prevenir al lector sobre qué encontrará en Pasiones, un libro de ensayos biográficos, que acaba de publicar en la Argentina la editorial Aguilar. La razón de la cita se torna evidente una vez que el lector se adentra en las dieciocho historias de amor que narra. Las parejas, todas ellas famosas, persiguen infatigablemente ese "parvo riachuelo", la mayor parte de las veces sin suerte. Es decir, en palabras de Montero, sufriendo los efectos de "sucesivos espasmos de cariño y de daño, de crispación y éxtasis". Los protagonistas de estos relatos son nada menos que León y Sonia Tolstoi, Juana "La Loca" y Felipe "El Hermoso", Oscar Wilde y lord Alfred Douglas, Juan Domingo Perón y Evita, Marco Antonio y Cleopatra, Liz Taylor y Richard Burton, John Lennon y Yoko Ono, Arthur Rimbaud y Paul Verlaine, Sissi y Francisco I, entre otros. En conjunto, la obra funciona como un caleidoscopio que permite asomarse a diversas formas del amor y del desamor: las pasiones irrefrenables a menudo acompañadas de rupturas igualmente explosivas, los vínculos sanadores y las patologías destructivas que se retroalimentan, las pasiones heterosexuales y las homosexuales, los encuentros que se fortalecen con el transcurso del tiempo y los que mueren aplastados por el peso de la rutina. Más allá de las diferencias que hay entre ellas, el lector reconocerá algunos elementos que las historias comparten, y acaso se permita leerlas como ecos posibles de las vivencias propias. El libro parece ser un intento por demostrar que los hombres y las mujeres construyen relaciones a fin de "perderse" en un otro que inventan, y así trascender su singularidad. En ese sentido, las historias recuerdan una sentencia atribuida a Platón: "Amar es dar lo que no se tiene a quien no es". El fin de la pasión, según la autora, sobreviene cuando la realidad se sobrepone a la fantasía. Lo que supone, o bien el fin de la relación, o bien eso que llama "el amor heroico", el sentimiento amoroso que perdura, "pese a lo que somos y a pesar de lo que en verdad es el otro".

"Necesitamos escaparle a la asfixia de nuestro yo, superar nuestra identidad y nuestros límites, y por eso inicialmente fantaseamos", postula en el marco de la entrevista que concede a Página/12, de paso por Buenos Aires. La mentira del amor "nos sirve para sobrellevar las durezas de la existencia, y está determinada por una necesidad biológica, instintiva, innata y universal, que se repite en todos los tiempos y en todas las geografías. La pasión amorosa, en otras palabras, es la antítesis de la muerte, porque es una manera de escaparle a ese despeñarse hacia la nada que es la vida".

--El libro se llama "Pasiones" y no "Amores". ¿Cuáles son a su criterio las diferencias básicas entre el amor y la pasión?

--Ufff, son absolutamente diferentes, aunque muchas veces los confundimos. La pasión es el nombre genérico que se le da a un gran conjunto de equívocos. Es un invento propio de nuestra imaginación, un truco que nos hacemos los humanos para soportar la desazón de la vida, la estrechez del destino individual y lo inevitable de la muerte. Nos inventamos al otro, desdeñamos su realidad, y nos enamoramos de esa imagen ideal que construimos. Estoy convencida, además, de que cuanto más individualista es una sociedad, más necesita de la pasión.

--¿Eso quiere decir que las sociedades de fin de milenio son más apasionadas que las de hace dos siglos?

--Pues, sí. Porque como el misticismo, los ideales colectivos y muchos grandes valores están en crisis, los sujetos están más propensos a ese sentimiento poderoso que les hace sentir que está fundido o perdido en el otro. Es una fórmula contra la soledad inherente al ser humano que, aunque temporalmente, funciona siempre. Sólo nos queda la pasión para salir de nosotros mismos y rozar el paraíso.

--O el infierno...

--Por supuesto, no son todas rosas. De lo que se trata, precisamente, es de la enajenación del sujeto, que siente que pierde la cabeza, como se dice vulgarmente. La pasión, al alejarte de ti mismo, te lleva a vincularte con lo más inmanejable y oscuro de tu ser, con eso que ni siquiera sabes que era. Y ahí están los enamorados, inquietos, sintiendo que se han vuelto locos, reprochándose que vuelven a cometer viejos errores, o engatillados, diciendo que están fuera de sí, corriendo detrás de otro que no se digna a quererlos, y así pueden irse a la mierda... La pasión es irracional, impermeable, terca, inconveniente. Y nunca jamás aprende. Me apenan quienes han pasado por la vida sin experimentar ese sentimiento. Esos son desgraciados. Pero tanto como ellos me apenan los que no pueden superar la compulsión por el amor apasionado, porque seguramente vivirán sufriendo y repitiendo una y mil veces la misma historia. El amor, por el contrario, consiste en conocer al otro, y en quererle tal cual es. Es parte de la realidad y la cotidianeidad, y no de la irrealidad y la fantasía.

--¿Las formas de la pasión han variado a lo largo de los siglos?

--No, una de las cosas que muestran estas historias es que a lo largo del tiempo las formas se han mantenido casi sin variantes. A lo largo de los siglos y a lo largo de la vida: uno ama de la misma forma a los catorce años que a los cincuenta. El mecanismo de la pasión es siempre el mismo. Lo que sí ha variado son los valores que asociamos con la pasión. Por ejemplo, la pasión asociada con la locura es una concepción que heredamos del romanticismo, es decir de los hombres que vivieron hace 150 años. Es un invento occidental y modernísimo. En Oriente esa idea no existe. Como tampoco la idea de que eso es algo a lo que todos debemos aspirar. Allí está tan bien vista la pretensión de trascender a través de la mística religiosa como hacerlo a través de la pasión amorosa. Yo inserto a la pasión en el impulso de trascendencia del ser humano, de su necesidad de trascender la menudencia de su vida frente al abismo de la nada. Es el mismo sentimiento, poderoso e irrefrenable, que ha llevado a la construcción de las religiones y los grandes imperios.

--Mientras escribía este libro, ¿trabajó a los protagonistas de estos relatos como construye a los personajes de sus novelas?

--Pues, mira, desde el momento que éstas no son biografías académicas ni estrictamente periodísticas, el proceso es bastante parecido. Intenté meterme en la cabeza de estos personajes, sentir cómo es que Rimbaud puede pedirle a Verlaine que extienda la mano sobre la mesada para acuchillársela.

--¿Hay alguna de estas historias que la haya fascinado o perturbado en mayor medida?

--Entre aquellos por los que siento más simpatía están R. L. Stevenson y Fanny Vandegrift: una guapa fortísima del oeste, que mataba a las serpientes cascabel a tiros, que sobrellevó con belleza y dignidad una vida muy dura. Sus contemporáneos no la entendieron, porque era una mujer muy atípica para la época. Ellos se quisieron bien. No es el caso de Sonia y León Tolstoi, por ejemplo, que se alimentaban mutuamente sus respectivas locuras. Ella, que fue la gran víctima, sanó completamente tras la muerte de él, que era un retrógrado y un reaccionario, aparte de un genio literario. Un tío completamente chalao, ¡y mira lo que son sus libros!

--¿Qué la incentiva a seguir escribiendo?

--Básicamente, la curiosidad por las personas y por las maravillosas aventuras que son sus vidas, y sus mentes.

 

La hijadel torero

Rosa Montero es hija de un torero, Pascual Montero, El Señorito, y de Amalia Gallo, una ama de casa que la aconsejó infatigablemente que no repitiera la vida que ella había llevado. Acaso por ello, Rosa, de 48 años, no se casó nunca. Estudió Filosofía y Letras, teatro, piano, psicología y se graduó en Periodismo, aunque nada pudo alejarla de la literatura: ese universo que se expandió ante sus ojos de niña cuando una tuberculosis que padeció de chiquita la obligó a permanecer durante cinco años postrada. Es una de las periodistas más prestigiosas del diario El País, de Madrid, en donde trabaja desde 1976. Crónicas del desamor, Te trataré como una reina, Amado amo, La hija del caníbal, Amantes y enemigos, Entrevistas, La vida desnuda e Historias de mujeres, son los libros que completan su obra periodística y narrativa.

 

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