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BAILAR
Por Rodrigo Fresán Desde Barcelona

na32fo01.jpg (14920 bytes) UNO En sus recientes exploraciones de la horizontalidad del Cielo, la circularidad del Infierno   y las triangulaciones del Purgatorio, el papa Juan Pablo II ha evitado mencionar –por motivos seguramente respetables y/o privados– las inclasificables ondulaciones de una región fuera de este mundo pero que está en éste llamada Ibiza. En Ibiza, los condenados y los bendecidos bailan hasta morir. En serio.
DOS Me explico. Vuelvo a encontrarme con M. en el reciente concierto de Andrés Calamaro en Barcelona. M. –a quien no veía desde los principios del verano– me sonríe con los dientes y los ojos de quien ha visto y tragado y bebido demasiado. Sobre el escenario Andrés Calamaro canta “Veneno” y M. me cuenta que Peter está muerto, que se tiró desde su habitación de hotel, en Ibiza. Me acuerdo de Peter, buen tipo con ganas de llegar a la isla para bailar y cantarle al cuerpo eléctrico lleno de pastillas y de química. Peter ahora baila en otra parte, en la gran discoteca celestial y, hey, esto no es un pequeño ensayo moralizante –aquí se comprende y se defiende el derecho a que cada quien atienda su juego–, pero el hecho es que Peter es uno de los seis dancing-turistas que dejaron el cuerpo sobre la pista de baile el pasado verano. Gente que baila como si en ello le fuera la vida (y les va, les fue), gente que llega a la isla desde todos los rincones de Europa alentada por el ritmo hamelin del hedonismo estroboscópico. Un pueblo de 15.000 habitantes que en los meses del calor recibe a más de 200.000 extraños. A veces 500.000. Uno de ellos era Peter. Ahora Peter es una –otra– estadística de lo accidental. “Algunos vecinos lo oyeron gritar que se sentía solo. Jugaba a hacer equilibrio y quería llegar al cielo. Dios sabrá lo que se tomó”, dijo un testigo mientras en su radio sonaba “Bailemos”, el nuevo inexplicable hit del inexplicable Enrique Iglesias.
TRES Lo que Dios sabe que se tomó, seguro, aparece en el esclarecedor y encandilante nuevo periodismo de Matthew Collin en Altered State: The Story of Ecstasy Culture and Acid House. Allí aparece el baile como hito cultural, como forma de protesta, como mutación política surgiendo en las tripas de una fábrica abandonada y tomada para llegar hasta la música de campaña de Tony Blair. Allí, también, se traza el mapa de Ibiza que parte de spot turístico promovido por Franco para ser abordado por los clientes incorrectos: beatniks y hippies que el domingo no van a la iglesia sino que vuelven de su resaca. Enseguida surgieron santuarios con nombres como Pacha y Amnesia a ser descubiertos por jóvenes desempleados con el cambio de su moneda a favor y ganas de emociones fuertes. Ingleses, en su mayoría. Italianos y alemanes después. Ahora, el ombligo del mundo donde se muestra el ombligo para que se cubra de láser y espuma se llama Manumission, discoteca que alguna vez fue burdel y a la que acude gente desencantada y con ganas de sentirse encantada. Tal vez alguno de ellos haya quemado un auto en el último Woodstock en protesta por el precio de las hamburguesas. Una especie de Babel donde nadie se da cuenta de que habla otro idioma porque la música está demasiado fuerte y la gente que baila demasiado alta. O viceversa.
CUATRO En la primavera se prende la mecha: televisiones, radios, revistas empiezan a cantar la canción de la Tierra Prometida. Las agencias de viajes organizan tours y los pequeños dealers informan acerca de la cotización de las píldoras que te hacen ver los colores. “Si tienen problemas con la policía no se preocupen porque ahí está su consulado para ayudarlos”, aconseja un guía. Michael Brikkett, el vicecónsul británico que dimitió el año pasado espantado por el comportamiento de suscompatriotas le cuenta a todo aquel que quiera escucharlo que “tuvo suerte de salir de ese infierno”. El vicecónsul como protagonista de versión alternativa de Bajo el volcán o El cónsul honorario. Buena idea, pienso. En cualquier caso, España como perfecto escenario para el turismo de alto riesgo y los turistas altamente riesgosos. Leo hoy que una tribu neonazi autodenominada Third Position se compró un coqueto pueblo abandonado en Valencia llamado Los Pedriches. No estuve nunca ahí y estuve en Ibiza hace demasiados años. No me acuerdo de nada. Sólo me acuerdo de que fue un verano.
CINCO Ahora hace frío. Ahora llueve todos los días y los compacts con títulos como Mega-Top Ibiza, Horny Ibiza Anthems, This is Ibiza van a morir resignados a las bateas de saldos. “Ibiza está perdiendo su identidad”, me dice M. Le pregunto si piensa volver el próximo verano. Me mira como si le estuviera preguntando cuánto es 2 + 2. Cambia de tema. Supongo que a los veteranos de Vietnam tampoco les interesa explicar por qué fue que volvieron a engancharse y subirse al ring para un segundo o tercer round de napalm. Hablamos de otra cosa.Brindamos a la memoria de Peter.Los chicos vuelven a casa.


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