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DE LA RUA PRESENTO A SU GABINETE CON
MAYORIA DE ECONOMISTAS QUE YA DEJA ALGUNOS HERIDOS
Mirando más a la City que al frente interno

El presidente electo dio a conocer su gabinete y destacó que lo acompañarán “los mejores”. Aseguró que no tuvo un criterio “de reparto”. Pero es claro que las designaciones buscan la aprobación del establishment financiero. El Frepaso y el storanismo parten con una cuota menor del poder.

Perfil: “La derrota de Graciela Fernández Meijide sin duda determinó el perfil que adoptó el jefe de la Alianza a la hora de presentar su equipo de gobierno.”

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Fernando de la Rúa se preocupó especialmente de fotografiarse con Chacho Alvarez y Graciela Fernández Meijide.
A pesar de la marea de economistas, una señal de la importancia que le adjudica a la Alianza con el Frepaso.


Por Mario Wainfeld

t.gif (862 bytes) Lo hizo sin estrépito, con pocas palabras, sin diálogo con la prensa, casi sin fervor. Fernando de la Rúa presentó el Gabinete que lo acompañará a partir del 10 de diciembre a su manera. “No se trata de un gabinete puramente político (...) no hay un criterio de reparto entre los sectores internos, no es un gabinete excluyente” describió el presidente electo. Al mismo tiempo la escenografía, su condición de único orador en el Hotel Panamericano, resaltaban que la suya no fue una elección meritocrática sino el ejercicio concreto del poder. Ejercicio que contiene premios y castigos, un marcado tono ideológico, guiños a algunos poderes fácticos y que deja ya un primer saldo de aliados y heridos. Entre los primeros, obviamente, el establishment económico y financiero (sobre) representados en cuatro de los once ministerios, incluidos dos muy ajenos a las enseñanzas de Adam Smith. Entre los segundos el sindicalismo docente, las autoridades universitarias y Franja Morada que recibieron como un cachetazo la designación de Juan José Llach en el área educativa.
Contra lo que dijo de la Rúa –y no podía ser de otro modo– su gabinete tiene un inocultable sesgo ideológico. La City elogiará sin límite (e irá por más). El sindicalismo docente y la militancia universitaria se pintarán la cara. Y el radicalismo no delarruista y el Frepaso –que recibieron cuotas de poder no hirientes ni expulsivas pero sí modestas– de momento avalarán mientras se lamen las heridas por la derrota de Graciela Fernández Meijide en la provincia de Buenos Aires, que sin duda determinó en buena medida el perfil que adoptó el jefe de la Alianza a la hora de presentar su equipo de gobierno. El presidente electo describió a sus elegidos como “los mejores”. Y ciertamente es un equipo de técnicos y políticos prestigiosos lo que no significa que esa condición haya sido la única que iluminó la fumata blanca presidencial.

La línea de cuatro

La marca de fábrica del Gabinete es la hiperpresencia de economistas. Dato que se redondea con la condición muy ortodoxa de casi todos ellos (acaso el más laxo sea curiosamente José Luis Machinea). Machinea “fue” ministro desde que se constituyó la Alianza. Adalberto Rodríguez Giavarini era número puesto para Relaciones Exteriores. Los que excedieron el cupo fueron Ricardo López Murphy y Juan José Llach, testimoniando antes que el afán de rodearse de expertos el de poner al lado del presidente a figuras reputadas valiosas, creíbles (y ¿por qué no? “del palo”) por los organismos internacionales de crédito, los volátiles “mercados” y el establishment local. Tres sectores que no siempre obran de consuno, con intereses eventualmente contradictorios pero que –a la hora de evaluar esos nombramientos– se aunaron en la sonora euforia.
La inflación de economistas es un sobregiro del gobierno entrante depositado en la cuenta de la “confiabilidad” y la “previsibilidad”, acentuado con la confirmación de Carlos Silvani al frente de la AFIP y con la inauguración de un peculiar “Consejo Asesor” encabezado por Fernando de Santibañes cuya función será el doble control de los organismos y empresas del estado.

Lo que le quedó al Frepaso

El presidente elogió en block a sus ministros y sólo mencionó un nombre propio a lo largo de su exposición: “el Chacho Alvarez” (sic) a quien le agradeció “la amplitud de criterio en la tarea de conformar el gabinete y evaluar los nombres”. Fue uno de los numerosos y congruentes gestos públicos dispensados a sus aliados después de las elecciones. El más ostensible fue el espaldarazo a Aníbal Ibarra como candidato a la Jefatura de Gobierno porteña. Ayer se prodigó para que su vicepresidente y Graciela Fernández Meijide se fotografiaran junto a él. Sin embargo, la constitución final del gabinete y su Consejo anexo permite inferir que a la hora de la verdad y no de los gestos públicos peso más el juicio de su amigo y consejero personal Santibañes que el del líder del Frepaso. La presencia de Llach es una vieja obsesión del ex financista quien también impulsaba vigorosamente a López Murphy.
Los dos ministros designados del Frepaso expresan apenas el piso de las pretensiones del socio minoritario de la Alianza que no sólo perdió en el camino la titularidad de la cartera de Educación sino que debió asentir (y avalar públicamente, tarea que Alvarez asumió como propia en estos días) su cambio de rumbo ideológico.
Los frepasistas se congratulan por contar al menos con tres aliancistas convencidos en el gabinete (Rodolfo Terragno, Federico Storani y Machinea) y se esperanzan sobre todo en la gestión de Graciela. Pero aún así, el Frepaso contará apenas con algunos dedos de la mano izquierda (la social) del gobierno. Fernández Meijide tendrá que pelear mucho para tener éxito y conservar un perfil propio rodeada de economistas que harán un culto de achicar y ahorrar gastos. Además, tendrá que lidiar con los apologistas de “los mercados” quienes –aseguradas las posiciones que les garantizan López Murphy, Giavarini y Llach– irán más temprano que tarde por su cabeza.

El radicalismo remanente

El Secretario de la presidencia, hermano del presidente y ocho ministros son radicales. Si se aguza la mirada se registra que son delarruistas cuatro con marcado perfil técnico (Rodríguez Giavarini, Lombardo, Gallo, Gil Lavedra y López Murphy). Uno es un eterno líbero, autonónomo de las líneas internas (Rodolfo Terragno). Otro un técnico que tuvo su corazoncito cerca del alfonsinismo (Machinea). Queda sólo un dirigente con poder territorial e integrante de una línea interna, el ministro del Interior Federico Storani. El reparto confirma lo que se husmeaba hace rato: la distante y hostil relación de De la Rúa con el aparato político de su partido. Storani llegó a Interior después de que el pulgar presidencial inclinado hacia abajo truncara su carrera hacia la presidencia de la Cámara de Diputados.
Hace un par de semanas el radicalismo bonaerense rumiaba bronca presintiendo que lo dejarían totalmente afuera del futuro Ejecutivo. Cuando De la Rúa convocó a Storani el clima cambió, a extremo de fantasear con atesorar también la cartera de Defensa ( Angel Tello u Horacio Jaunarena) y tal vez la SIDE. Era un anhelo desmesurado que dejaba de lado los históricos deseos de De la Rúa y un dato, no menor. El ex aliado de Storani, Enrique Coti Nosiglia, no tendrá ningún lugar ostensible en el gobierno pero sí posee buen acceso y buena recepción en los oídos de Santibañes y De la Rúa. Un exceso de presencia de sus ex compañeros de la Coordinadora (hoy por hoy sus acérrimos rivales) y en especial de Jaunarena (con quien se prodigan un odio histórico) hubiera sido para él una ofensa que De la Rúa, mucho más atento a la interna que lo que sugirió su discurso de ayer, no estaba dispuesto a propinar.
El presidente obró con el radicalismo bonaerense como con el Frepaso. Lo involucró en su gobierno, con representación escueta pero suficiente para no resquebrajar el frente interno de movida. En cualquier caso, jamás de su boca se oyó para nadie una promesa mayor a lo que en definitiva otorgó.

El enemigo flamante

Lo que en cambio sí significó una ruptura del contrato electoral de la Alianza (y en buena medida de la propia tradición radical) fue la inclusión de Llach. Sus propuestas rompen abruptamente la buena relación que había entretejido la Alianza con el gremialismo docente. Y echa a un lado los (escuetos pero no por ello del todo imprecisos) principiosestablecidos en la Carta a los Argentinos. Por obra de la casualidad, que a veces propicia fáciles simbolismos, ayer la CTERA apoyada por buena parte de la militancia universitaria juvenil estuvo en la calle despotricando contra el actual gobierno y el que lo seguirá. Mientras, ante un auditorio en el que sobraban liberales y peronistas y casi no había un aliancista de primera línea (ver páginas 8 y 9) Llach presentaba su propuesta educativa.
El combate despuntó en un territorio en el que el radicalismo suele jugar de local. Cierto es que ni la conducción de las universidades –que ven en Llach y en Machinea (que tiene en mente un importante recorte al presupuesto de la Universidad de Buenos Aires) a antagonistas en ciernes– fueron históricamente soldados de De la Rúa. Pero es también verdad que lo votaron el 24 de octubre y que ahora estarán en la vereda de enfrente. Acompañados por varios diputados y dirigentes de la Alianza quienes, en un gesto que tal vez anuncie un modo de hacer política novedoso en la Argentina, discutieron la decisión de sus líderes con dureza y en público.

Final abierto

Los peronistas dialogarán al menos con dos ministros proclives al pluralismo (Storani y Terragno). Los sindicalistas de la CGT y el MTA tendrán del otro lado de la mesa a un peronista (el frepasista Alberto Flamarique) con quien comparten una jerga común. Otro ex peronista (Chacho Alvarez) timoneará las relaciones con los senadores del PJ. Con tamaños interlocutores no bastan dialectos compartidos o gestos simpáticos pero está claro que el actual gobierno ha evitado cuidadosamente ser hostil con el PJ, un recaudo que ciertamente no tomó Raúl Alfonsín en el 83.
La Iglesia católica fue oída a la hora de los nombramientos y –gracias también a los buenos oficios de Carlos Ruckauf– los responsables de Educación de la Nación y la Provincia de Buenos Aires son hombres de fe. La City, ya se ha dicho, no tiene de qué quejarse.
Un gobierno democrático, empero, no sólo necesita buenas relaciones con la oposición política, el sindicalismo y los poderes económicos. También necesita del “pueblo” (expresión que el radical De la Rúa usó ayer dos veces). Habrá que ver si el perfil modélico, cuasi cavallista que eligió la Alianza para iniciar su administración le alcanza para conservar su idilio con el electorado. El menemismo produjo el milagro político de aunar el apoyo del establishment y el de los ciudadanos de a pie desde el 91 hasta el 95 inclusive. De la Rúa, con su estilo, a su manera, apuesta a conservar el afecto de ambos. Habrá que ver cómo le va.

 

Claves

ron2.gif (93 bytes)  De la Rúa presentó su gabinete enfatizando la calidad de sus ministros y poniendo como primera prioridad la lucha contra la corrupción.
ron2.gif (93 bytes)  Antes que el equilibrio interno, las designaciones procuran generar satisfacción en el establishment económico.
ron2.gif (93 bytes)  La CTERA realizó un exitoso último paro docente contra Menem, también con mensajes para el gobierno entrante. Mientras, Llach presentó su libro acompañado de José Bordón, Ricardo López Murphy y Juan Carlos Maqueda.
ron2.gif (93 bytes)  Rodolfo Terragno y Graciela Fernández Meijide hicieron sus primeras definiciones para Página/12.
ron2.gif (93 bytes)  El primer balance del Frepaso, mientras llena casilleros en las secretarías de Estado.


 

UNA PRESENTACION CON EL ESTILO PERSONAL DEL PRESIDENTE ELECTO
No hubo sorpresas ni estridencias

Por José Natanson

t.gif (862 bytes) “Los hombres y mujeres que están aquí vienen a hacer cumplir el programa que el pueblo votó”, aseguró ayer Fernando de la Rúa, intentando despejar los temores que se levantaron en algunos sectores de la Alianza luego de que se conociera el predominio numérico que tendrán los economistas liberales en el próximo gabinete. Fue ayer por la tarde. El presidente electo presentó oficialmente a sus ministros en un anuncio breve, sin estridencias y, sobre todo, sin ninguna sorpresa. A lo De la Rúa.
Poco después de las cinco, De la Rúa subió al escenario del salón principal del Hotel Panamericano. De a poco, los futuros ministros se fueron ubicando en sus lugares identificados con unos cartelitos pegados en el piso. Era curioso observar los gestos de cada uno. Rodolfo Terragno se paró cerca de De la Rúa, como reafirmando su rol de jefe de Gabinete. A su izquierda se ubicaron Graciela Fernández Meijide, vestida de impecable tailleur rosa, y Juan Llach, futuro ministro de Educación. Federico Storani sonreía, como si recién se estuviera acostumbrando al Ministerio del Interior, un lugar que le fue ofrecido sorpresivamente luego de que fracasaran sus aspiraciones de presidir la Cámara de Diputados.
Adalberto Rodríguez Giavarini clavó sus ojos en el horizonte, quizá para evitar cruzar la mirada con Nicolás Gallo, quien se encontraba a su lado. Los dos dirigentes, los únicos que se evitaron a la hora de los saludos, tienen un viejo encono que se remonta a la época en la que ambos ocupaban cargos en el gobierno porteño. Ricardo López Murphy, designado ministro de Defensa, se paró un poco más atrás, con cara de edecán, muy de ocasión. José Luis Machinea parecía un jugador de fútbol en la barrera de un tiro libre: se cubría las partes sensibles, tal vez pensando que el pateador sería el Fondo Monetario Internacional o alguno de los gobernadores peronistas. Alberto Flamarique estaba serio: el futuro ministro de Trabajo todavía tiene esperanzas de que la ANSéS no sea transferida a otra cartera. Ricardo Gil Lavedra, ministro de Justicia, se paró al lado de quien será su par de Salud, Héctor Lombardo, contento por haber mantenido su cartera con rango ministerial. El próximo secretario general de la Presidencia, Jorge de la Rúa, se ubicó en el extremo opuesto al de su hermano. La imagen a dos puntas simuló un fantasmal déjà vu.
De la Rúa pronunció un discurso breve, en el que colaboraron Luis Sthulman, ex asesor de imagen de la campaña, y Terragno, quien agregó a último momento un par de menciones al déficit fiscal. “He elegido a los mejores, sin preguntar a qué sector partidario pertenecían”, dijo el presidente electo, que prefirió no enumerar uno por uno a sus ministros para evitar las comparaciones odiosas entre el nivel de aplausos que hubiera despertado cada mención. Los nombres ya se conocían desde la semana anterior, cuando se terminó de definir el gabinete. “Yo anuncié sorpresas, pero la prensa se anticipó”, se limitó a decir De la Rúa, que se hizo espacio para subrayar sin ingenuidad la penosa situación fiscal que recibirá. “Hay que terminar con el déficit”, insistió. En el último tramo del discurso aseguró que la austeridad será uno de los ejes de su gestión. “Nadie que tenga una jubilación de privilegio puede ser funcionario”, señaló De la Rúa. Fue la única vez que lo interrumpieron los aplausos.
Unas doscientas personas lo escuchaban atentamente. A diferencia de otros anuncios, en donde suelen dar el presente las principales figuras de la Alianza, esta vez el público estuvo integrado por pocos dirigentes de primera línea. Había, eso sí, una gran cantidad de familiares y amigos de los futuros funcionarios, como si se tratara de la jura formal. O una entrega de premios.
De la Rúa terminó su discurso y se retiró por una salida lateral. Mientras el próximo gabinete festejaba en las alturas del hotel, otros dirigentes de la Alianza se paseaban por el lobby. “A principio nos asustamos, pero la verdad es que no es un mal gabinete. Hay que ponerorden en la Universidad, y Llach lo va hacer. Además, López Murphy como ministro de Defensa es inocuo”, se consolaba un dirigente del Frepaso.
“Lo importante es que ahora vamos a dormir tranquilos, por fin”, decía un dirigente radical que fue barajado para varios cargos y que finalmente quedará en el Congreso.
El otro tema de conversación era el nombre de los funcionarios que ocuparán las segundas líneas de las diferentes carteras. Storani explicaba que aún no había tenido ocasión de conversar con De la Rúa sobre sus colaboradores, entre los que el próximo secretario de Seguridad asoma como la gran incógnita. “De la Rúa quiere nombrarlo personalmente”, decía uno de los hombres de confianza del presidente electo. Roberto Avalos, secretario privado de De la Rúa, acompañaba a Horacio Jaunarena a los ascensores. El diputado bonaerense y el jefe radical hablaron durante un rato. Aunque De la Rúa aún no le ofreció nada, Jaunarena suena como posible titular de la SIDE, otra designación relevante que todavía no fue decidida.
Dos horas después del anuncio el hotel se había vaciado. Sólo quedaban unos pocos dirigentes y cronistas. Un ex funcionario alfonsinista, sorprendido por las disputas previas a la definición del gabinete, recordó una frase de Roque Carranza. “La formación de un gobierno es como el desembarco en Normandía: los primeros duran poco”.

 

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