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OPINION
Por Mario Wainfeld


De tiempos, velocidades, políticos y gendarmes

Una situación explosiva que, se dice, quedó en manos de un oficial de Gendarmería. Las culpas correntinas, las demoras nacionales y los tiempos vaticanos del interventor cordobés. La primera, febril, semana.

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Ramón Mestre cometió numerosos bloopers, incluso privilegiar su ropa a la urgencia política.

t.gif (862 bytes)  Dos argentinos, jóvenes y pobres por añadidura, murieron en medio de una balacera desatada por una brutal represión decidida por el comandante mayor de Gendarmería Ricardo Alberto Chiappe. No se sabe quién disparó las balas que los ultimaron. Algunas versiones pretenden que fueron policías correntinos, otras que lo hicieron “activistas de izquierda infiltrados” armados por la misma policía. Hay aún quien sospecha que fueron los gendarmes usando “perros”, que así se llaman las armas no autorizadas que esgrimen los cuerpos de seguridad “por izquierda”. Sería toda una, auspiciosa, novedad para los usos y costumbres nacionales que alguna vez se conociera y se castigara condignamente a los asesinos. Por ahora, sólo hay conjeturas.Lo que, en cambio, es indisputable es que la barbarie en medio de la cual se cometieron los homicidios y fueron heridos decenas de ciudadanos y cuatro gendarmes se desencadenó cuando el gendarme mayor decidió reprimir, hecho del que asumió “la plena responsabilidad”, asegurando que si no hubiera obrado tan sagazmente “las consecuencias hubieran sido terribles e inimaginables”. Frase que, sin mucha malicia, permite inferir que Chiappe no considera terrible la muerte de dos personas como costo táctico del operativo de desalojo de un puente.El hombre que tuvo el mando en tal circunstancia, tal como reveló ayer en este diario Horacio Verbitsky, tiene antecedentes funestos, ya que participó en la guerra sucia, asignado a dos campos de concentración: Campo de Mayo y La Perla. Aunque su currículum fuese menos nefasto, no parece cuerdo que la decisión de cómo obrar frente a una multitud de ciudadanos peticionando, una cuestión de Estado al fin, quede en manos del integrante de una fuerza de seguridad, siendo que la tradición de las Fuerzas Armadas, policiales y de gendarmes vernáculas es obrar la mayoría de las veces con incompetencia, brutalidad, macartismo y –en muchos casos– con sadismo. Un uniformado (sea o no un ex represor) no debería ser el más alto eslabón de la cadena de mandos de un gobierno democrático para sopesar y decidir acerca del tono ideológico y los riesgos de una movilización popular. Pero lo fue, o al menos eso dicen Chiappe en persona y el gobierno nacional. El ministro del Interior Federico Storani, el funcionario que exhibió la mayor mesura y cintura frente a los medios durante los momentos más críticos, explicó a Página/12 que la orden de reprimir ya estaba dada “en forma genérica” y que las instancias de diálogo cerradas (después de que) “nos comunicamos a través de radios, a través de sacerdotes y de sindicatos e invariablemente había una respuesta negativa y cada vez más radicalizada”. El gobierno dice haber dejado todo en manos de Chiappe, sin agotar antes la razonable instancia de colocar a alguien representativo y con autoridad poniendo el cuerpo donde ocurrían los hechos y no teledirigiendo una crisis desatada en una provincia donde la Alianza no es ni siquiera primera minoría. Recién ayer llegó Walter Cevallos en representación de Interior. Recién el viernes se anunció la remisión del dinero que empleados y comerciantes necesitan para sobrevivir.Para colmo, el interventor Ramón Mestre optó por desplazarse con tiempos vaticanos. El jueves, al ser ungido, avisó que iría a la provincia el lunes, transformándose en una versión civil del famoso general Alais. El viernes, ya conocida la matanza, explicó que no conocía la situación de Corrientes y que “no pudo zafar” de su designación. Añadió que seguiría difiriendo su viaje hasta el lunes, entre otras cosas porque debía buscar su ropa en Córdoba. Tras tamañas declaraciones a la prensa se explica que en su (fracasante) campaña para ser reelecto gobernador de su provincia haya rehuido todo contacto con los medios.Cuestión de velocidad El gobierno nacional responsabiliza de todo lo ocurrido a la dirigencia correntina y –en voz baja– lamenta la mala suerte de que esta bomba (sin duda armada durante años y aun décadas) le haya explotado a los siete días de haber asumido. Le sobra razón en orden a quién tiene la culpa del déficit, la corrupción, la inequidad, el desgobierno y la violencia en Corrientes. Le falta autocrítica en cuanto a su velocidad para anticipar los hechos (que la administración De la Rúa conocía antes del 10 de diciembre), de la que la parsimonia de Mestre –que contiene un cálculo político nada inocente y a la luz de los hechos nada acertado que era llegar con el puente despejado– es apenas una muestra. Al fin y al cabo, si Chiappe estimó los riesgos de su operación a ojito tiene el atenuante de que la SIDE –que con algo de benevolencia debería ser considerada más idónea para hacer esas evaluaciones– está acéfala por morosidad en designar su titular.Fuentes insospechables del gabinete nacional explicaron a Página/12 que la decadente dirigencia correntina complicó toda posibilidad de negociación y aun de asistencia anteponiendo sus demandas de participar en el nuevo gobierno y en el reparto de alimentos o medicamentos. “Nos preguntan ‘¿para nosotros qué hay?’, en vez de ayudar a paliar el quilombo que generaron”, se enardeció ante Página/12 un ministro. Y no cuesta creerle dados los antecedentes de los Romero Feris y su estilo político. Pero la función de un gobierno en un país con graves quistes de corrupción y autoritarismo no es solamente denunciar sus lacras a voz en cuello sino combatirlas con las herramientas que permiten la ley y los recursos del Estado nacional, que no son pocas. El presidente Fernando de la Rúa, tras escuchar las patéticas declaraciones de Mestre y otras no muy felices del secretario de Seguridad Enrique Mathov, que aseguró “tenía entendido que no había que lamentar ninguna víctima fatal”, cuando las muertes se estaban comentando por radio, escribió de puño y letra un comunicado que leyó su vocero deplorando los hechos. El comunicado mantuvo el tono de mesura que signó su campaña electoral pero no incluía ninguna mención a acciones concretas propias de su rango ejecutivo.De juegos y de escenariosHasta que los gases lacrimógenos, la pólvora y la sangre tiñeran la primera semana de su gestión hubiera podido decirse que al Gobierno le había ido bien. Había conseguido la aprobación en Diputados del presupuesto, la rebaja de las tarifas telefónicas. Había hecho pie en el PAMI con la intervención y había dado un gran paso para conseguir el levantamiento de la Carpa Blanca. En el otro platillo de la balanza debiera computarse la fallida y derrotada oposición al juramento de Rodolfo Barra, un traspié agravado por la interna ostensible que enfrentó al vicepresidente Carlos “Chacho” Alvarez y al senador José Genoud. Algunos intérpretes también sumaron al debe la jura de Carlos Corach pero en verdad la primera línea de la Alianza no la vivió como derrota. En rigor, la pactó antes de las elecciones, la concretó en la transición y –con De la Rúa y el propio Alvarez a la cabeza– confía en que Corach será un interlocutor mucho más razonable y confiable que la hueste de senadores carentes de conducción política nacional y ajenos a sus conducciones políticas provinciales, que los aliancistas sindican como “cobradores de peaje” y que responden al “Choclo” Augusto Alasino.También es real que despuntan algunas internillas por ahora no explosivas. Por caso, el jefe de Gabinete Rodolfo Terragno sufrió un knock down con la confirmación de Carlos Silvani al frente de la AFIP, un dato que tampoco hizo del todo feliz al ministro de Economía José Luis Machinea. Por su parte, el ministro de Infraestructura y Vivienda Nicolás Gallo y la ministra de Desarrollo Social y Medio Ambiente Graciela Fernández Meijide siguen pulseando en sordina por espacios concretos de poder, léase programas que están en zonas fronterizas entre sus dos flamantes reparticiones. Esta semana hubo un par de reuniones que patentizaron esos tironeos (ligadas especialmente a programas municipales de obvia importancia política) sin que la sangre llegara al río pero sin que tampoco hubiera armisticios.Sea porque afrontan juntas esa batalla común, sea porque ambas tuvieron protagonismo en el desembarco en el PAMI no hubo en estos días choques ostensibles entre Graciela y Cecilia Felgueras, coprotagonistas de la interna virtual más anticipada por propios y extraños. De la Rúa se permitió un gesto reparatorio inusual hacia Felgueras que fue designarla “viceministra” (cargo inexistente en la Constitución nacional y en las leyes) en el respectivo decreto. “Un guiño –explicó a este cronista un importante consultor del radicalismo –, Cecilia no fue desplazada, apenas tendrá que esperar su tiempo. En el 2001 Fernando quiere asegurarse de que Graciela sea cabeza de la lista de senadores y será el turno de Cecilia.” “Alfonsín es un jugador de truco. Decide rápidamente, cambia la modalidad de juego en cada mano, es pura táctica. De la Rúa es un jugador de ajedrez. Se toma sus tiempos para decidir sus jugadas pero tiene objetivos precisos. Es un estratega”, dice el consultor, uno de los pocos hombres que integró los equipos de campaña de ambos, elogiando más al actual presidente que al anterior. Tal vez sea así y se verá con el tiempo.Pero hay otra verdad que se hizo patente en estos días: los tiempos y los lugares de la política no son fijados casi nunca por un protagonista solo. Nadie decide solo cómo se juega, dónde se juega, cuándo se juega... a veces ni a qué se juega. El dirigente de raza es capaz de generar nuevos escenarios pero ninguno predispone todos ni puede negarse a participar de algunos armados por otros. Y, en la Argentina, la mayoría de los escenarios cambian de la noche a la mañana. A veces, a los tiros.

 

 

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