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LA MISA DE LA NAVIDAD DEL MILENIO FUE MULTITUDINARIA
“Para que nos miremos como hermanos”

Pese al amague de tormenta, centenares de miles de fieles se reunieron en el Obelisco.
La consigna fue mostrar “la alegría”.

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El presidente De la Rúa y varios ministros participaron de la misa que ofició el arzobispo.
Monseñor Bergoglio pidió buscar “a los más pobres para decir con ellos: Dios con nosotros”.

Por Carlos Rodríguez

t.gif (862 bytes) En una misa multitudinaria, a la que asistieron centenas de miles de personas, la Iglesia Católica convocó a sus fieles a buscar “a los más pobres para decir con ellos: Dios con nosotros” y hacer posible “una cultura del encuentro, en la que nadie está excluido, en la que todos nos miramos como hermanos”, en palabras del arzobispo de Buenos Aires, monseñor Jorge Bergoglio. La ceremonia, que clausuró el tránsito por la Avenida 9 de Julio, tuvo como epicentro el Obelisco y como invitado especial al presidente Fernando de la Rúa. Miles de jóvenes, con canciones y ropas coloridas desterraron la tradicional imagen de la procesión en silencio y dejaron en claro que la alegría no es sólo de los grupos evangélicos. La reunión fue convocada para celebrar “La Navidad del Milenio”, anticipo del “Jubileo del 2000”, un acontecimiento que se produce cada 50 años, según la tradición judeo cristiana, y que convierte al próximo en un año propicio para el perdón de los pecados y la solidaridad.
Las columnas comenzaron a llegar, a las 18, concentrándose en tres puntos: Constitución, Retiro y Plaza Once. El hall central de la estación Constitución se llenó de cánticos, al ritmo de redoblantes, con la llegada de los chicos y chicas de la Catedral Nuestra Señora de la Paz, de Lomas de Zamora. “Este acto simboliza la alegría del católico, una imagen en cierto modo distinta de la que tiene la sociedad sobre nosotros”, explicó Juan Ignacio, de 24 años, del Decanato Quilmes Centro, quien se hizo “católico practicante” por respeto y admiración hacia la persona del obispo de Quilmes, monseñor Jorge Novak. “Aunque yo no viví los años de la dictadura, sé muy bien que hizo muchas cosas por los demás y es eso lo que me inspiró a seguirlo. Yo quiero una Iglesia comprometida con el pueblo, sin por ello perder sus tradiciones ni su magisterio”, sostuvo.
Cuando las columnas caminaban hacia el Obelisco, una lluvia por momentos torrencial puso a prueba la fe de los peregrinos. Los 2500 voluntarios (los llamaban “servidores”) responsables de ordenar la marcha fueron abanderados a la hora de ponerle el cuerpo al mal tiempo. Chicas en minifalda y jovencitos en bermudas, empapados, siguieron trabajando como si se tratara de agua bendecida. En todas las esquinas, los sacerdotes de la diócesis porteña, que también salieron a la calle, escucharon la confesión de los fieles y perdonaron sus pecados.
La lluvia fue fugaz negocio para los vendedores de pilotines de plástico, que cotizaron a cinco pesos cada uno. También vendían panchos, gaseosas, almanaques de San Cayetano, rosarios, vinchas por el jubileo del año 2000 y hasta banderas que anticipaban “River campeón”. Para darle un toque de humor al acto, en el palco oficial le dieron por un rato la conducción a Luis Landriscina, quien contó conocidas historias de Navidad, con borrachines incluidos. Después, Los Arroyeños, quienes hicieron un tema futurista de los años setenta, “Navidad 2000”, de Antonio Nella Castro e Hilda Herrera, que fue hit en la voz de Mercedes Sosa.
En medio del jolgorio, Graciela levantaba bien alto su pancarta, en la que proclamaba “Mártir Diocesano” al sacerdote Francisco “Pancho” Soares, asesinado el 13 de febrero de 1976 “por defender a los pobres” en la capilla Nuestra Señora de Carupá, en una villa del partido de Tigre. A Graciela se le acercó Humberto, quien conoció personalmente a Soares. Juntos evocaron la figura del cura y lamentaron que todavía no haya llegado la hora de su reivindicación por parte de la cúpula de la Iglesia.

 

 

LA MISA FUE PRODUCTO DE UNA ORGANIZACION DE VARIOS MESES
Una muestra de poder de convocatoria


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El arzobispo Bergoglio tuvo de invitado al nuevo gobierno.
Fue otro gesto del Presidente hacia la Iglesia Católica.


Por Washington Uranga

t.gif (862 bytes) La Navidad del Milenio, el llamado de la Iglesia Católica que cubrió la Avenida 9 de Julio, constituyó una demostración evidente del poder de convocatoria que el catolicismo mantiene en la Argentina. Hacia el estrado montado frente al Obelisco confluyeron columnas de todo el Gran Buenos Aires y la Capital. Fue el producto de una organización que la Iglesia viene montando desde hace meses en parroquias, capillas y lugares de culto, en la que no se ahorraron esfuerzos. Tampoco gestiones oficiales y oficiosas para contar con aportes y subsidios estatales y privados.
Desde el costado político la presencia de Fernando de la Rúa termina de completar los gestos que el Presidente viene realizando desde que asumió hacia la Iglesia. Primero la designación de Juan Llach –un reconocido católico con fluidos contactos en el Episcopado– para ocupar la cartera de Educación. Luego la inédita solicitud formulada al arzobispo Jorge Bergoglio para que la máxima autoridad de la Iglesia capitalina –con quien De la Rúa tuvo roces durante su gestión al frente de la Ciudad y que luego recompuso en una relación fluida– celebrara un acto litúrgico de acción de gracias al día siguiente de su asunción. Fue un hecho inédito que no se le había ocurrido ni al muy católico Carlos Menem.
A todo lo anterior hay que sumar la designación de Norberto Padilla al frente de la Secretaría de Culto. Padilla es un hombre de extrema confianza del Presidente y de buena aceptación en la Iglesia Católica, a lo que agrega una larga trayectoria a favor del diálogo ecuménico y relaciones con las iglesias evangélicas. El círculo de las buenas relaciones que De la Rúa intenta mantener con la Iglesia podría cerrarse con la designación del actual embajador en Israel, Vicente Espeche Gil, un diplomático de carrera, como representante argentino ante la Santa Sede. Desmintiendo cualquier antecedente de malas relaciones con la Iglesia, y desde un lugar muy diferente al que lo hizo Carlos Menem, el nuevo gobierno va construyendo sus lazos con la jerarquía católica.
Las palabras claves, pronunciadas por todos, son “colaboración” y “autonomía” entre Iglesia y Estado. Pero para ello cada uno tiene que ubicarse en su rol específico y demostrar su poder real en este nivel. La Navidad del Milenio en la 9 de Julio fue, ante todo, una celebración religiosa. Pero fue también un acto religioso cultural de nuevo tipo, donde lo místico se confunde con lo artístico y lo cultural para generar un evento de grandes proporciones. Es una forma de presencia de lo religioso en el espacio cultural y, en este caso específico, una demostración de fuerza de la Iglesia. Aunque no haya sido la intención, la concentración de ayer se constituyó también en una respuesta a un encuentro similar realizado hace apenas algunos meses por los evangélicos. Si aquella fue una demostración de la fuerza que representan los evangélicos, ésta no es menos respecto de los católicos.
En medio del discurso religioso, también se conectan las preocupaciones sociales. En primer lugar porque la concentración se aprovechó para hacer una gran colecta destinada a Caritas, el organismo solidario y de asistencia de la Iglesia, ahora encabezado por el obispo de San Isidro, Jorge Casaretto. Pero además, el arzobispo Bergoglio –quien presidió la misa central– utilizó el púlpito para, en medio de un mensaje estrictamente religioso, invocar a favor de “una cultura del encuentro, en la que nadie quede excluido, en la que todos nos miramos como hermanos”. Al hablar a la multitud congregada, el arzobispo capitalino pidió que “busquemos a los más pobres para decir con ellos: Dios con nosotros” y de la misma manera convocó a que “tomemos de la mano a nuestros niños” y “acariciemos a nuestros ancianos”. Lo hizo en el mismo tono con el que hace tres días dijo que “migrar es un derecho humano” que debe ser garantizado para todos en la Argentina.
Hasta ahora los obispos y el nuevo gobierno se esfuerzan por relaciones equilibradas, aceitadas, de complementaridad y autonomía. Pero los obisposno dejarán de reivindicar un espacio que consideran de legítima preeminencia entre los interlocutores de la sociedad argentina y, en el discurso, de insistir y alertar sobre los temas sociales.

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