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Gracias al avance del conocimiento médico y de la tecnología, la posibilidad de albergar en el cuerpo humano tejidos y órganos de animales, a simple vista tan poco parecidos a nosotros, como es el caso de los simpáticos y rollizos porcinos, ha dejado de ser una fantasía. Los trabajos actualmente en marcha en el Hospital de Clínicas y en el Hospital Italiano, que giran en torno de la posibilidad de aprovechar tejidos del páncreas de los cerdos para remediar la diabetes humana, son un buen ejemplo de ello.

Donde nace la insulina

Las células del páncreas que se arrogan la indispensable misión de elaborar insulina -aquella hormona que permite que el organismo transforme la glucosa en energía- se agrupan en tejidos que, por su aspecto, se denominan islotes; más precisamente, islotes de Langerhans. Cuando estos diminutos accidentes geográficos del páncreas dejan de cumplir con su tarea, la glucosa que ingresa al organismo con los alimentos se acumula en la sangre, constituyendo una seria amenaza para el común de los tejidos. La inoperancia de los islotes, cuya causa se atribuye a un desorientado sistema inmunológico que se ensaña con ellos, tiene nombre: diabetes tipo I.

También conocida como diabetes insulino-dependiente, esta enfermedad afecta a 200.000 argentinos que día a día deben inyectarse la hormona que sus islotes no pueden proveerles. A primera vista, una solución podría ser reemplazar el páncreas que no produce insulina por otro que sí lo haga; las experiencias realizadas han demostrado que pueden revertir la enfermedad en un 70%. Desgraciadamente, muchos son los obstáculos que asoman en este horizonte; el primero, no hay dudas, es la escasez de órganos.

Organos, se necesitan

En la Argentina, y a la fecha, de los 23 millones de personas que por haber cumplido los 18 años tienen la posibilidad legal de convertirse en donantes, tan sólo 342.000 han firmado el acta de donación del INCUCAI (Instituto Nacional Central Unico Coordinador de Ablación e Implante). Del otro lado, la lista de espera cuenta con casi 5.500 personas que necesitan recibir algún órgano para poder acceder a una mejor calidad de vida o, en muchos casos, tan sólo para vivir. “En nuestro país, el tiempo de espera es muy largo -sostiene la doctora Rosario Brunet, jefa del Departamento de Unidad Renal del CEMIC-. Si bien en los últimos años ha aumentado el número de donantes, éste todavía es insuficiente. Hay pacientes que para recibir un riñón, por ejemplo, deben esperar entre 5 y 6 años”. En el caso de que el órgano a injertar sea un páncreas, el tiempo de espera suele ser un poco menor, tan sólo un poco menor. Pero, ¿es necesario un páncreas entero para revertir la diabetes? La respuesta es no; a fin de cuentas, son los islotes los encargados de producir la insulina.

¿Probaste con un islote?

Hoy por hoy, el implante de islotes humanos parece perfilarse como una posible alternativa al trasplante de páncreas que, si bien está aún en experimentación, ya ha sido usado como último recurso en un grupo reducido de pacientes, cuya salud se encontraba demasiado deteriorada como para poder entrar al quirófano para ser sometidos a una intervención quirúrgica de alta complejidad, pero que, a la vez, sus vidas dependían del ausente producto de los islotes.

En el Hospital Italiano, el Centro de Inmunología, Trasplante y Mediadores Sistémicos (CITIM), que integra el doctor Pablo Argibay, ha llevado a cabo 4 trasplantes de islotes pancreáticos humanos. “En estos 4 casos pudimos disminuir enormemente la cantidad de insulina que se debían administrar los pacientes”, señala Argibay. Hasta la fecha, las pocas experiencias similares llevados a cabo en el exterior han demostrado que entre un 30% y un 10% de los pacientes tratados han podido revertir su diabetes mediante el implante de islotes. Cifras nada despreciables, para empezar.

Los islotes mueren jóvenes

Por otra parte, los trasplantes realizados en el CITIM han planteado una serie de interrogantes. “Estamos investigando cuáles son los mecanismos que hacen que una célula trasplantada sea destruida (fallo primario) mucho más rápidamente que un órgano entero -cuenta el doctor Argibay-. Aparentemente, existen factores tanto del donante como del receptor, que entrarían en juego durante el proceso de aislamiento de la célula y durante su posterior injerto en el cuerpo del paciente, y que inducirían la muerte celular programada (apoptosis) de las células que conforman el islote”.

Según las experiencias realizadas por el CITIM, el mecanismo que causa el prolijo suicidio de los islotes trasplantados actúa más deprisa aún que el rechazo que lleva a cabo el sistema inmunológico del paciente que recibe el injerto. Para evitar la muerte de los islotes, Argibay experimenta en ratones con un gen antiapoptótico apodado BC12: una vez introducido en las células que integran el islote, este gen las obliga a producir una proteína que aplazaría por un tiempo la muerte celular programada; un tiempo suficiente (20 o 30 días) como para que los islotes produzcan insulina. De resultar, pondría sobre la mesa la posibilidad de considerar al implante de islotes como una terapia crónica.

Aún así, los islotes pancreáticos, si bien hacen más accesible el trasplante para aquellas personas que no están en condiciones de recibir un órgano entero y todo lo que ello implica, no responden al problema madre: la escasez de órganos. Es más, para trasplantar la cantidad de islotes necesaria para un solo paciente se necesitan 3 o 4 donantes de páncreas. Nuevamente, las cuentas no cierran. ¿Existe alguna otra solución alternativa?

Donantes involuntarios

A la hora de señalar a quienes (sin haber expresado consentimiento alguno) han sido postulados como los futuros donantes que permitirán equilibrar la balanza que sopesa la demanda y la oferta de órganos, todos los dedos índices no dudan en apuntar hacia los cerdos. Según Argibay, “son animales que viven muy bien en condiciones de cautiverio: es muy simple alimentarlos y mantenerlos limpios; son fáciles de criar; tienen una fisiología bastante similar a la del ser humano y, desde el punto de vista del peso, cumplen con el rango de tamaño que se necesita para obtener órganos tanto para un bebé como para un adulto”.

Sin embargo, restan sortear dos obstáculos que dificultan hoy por hoy la concreción de los xenotrasplantes. El primero es el temor de que, junto con el ansiado órgano, el beneficiario del trasplante reciba microorganismos que hasta ese momento solían vivir en (y de) los cerdos. Es que el cuerpo del receptor (como resultado de la inmunosupresión utilizada para evitar el rechazo del órgano por parte de las defensas del organismo) es un sitio ideal para que los microscópicos intrusos hagan de las suyas. La voz de alarma la dieron hace un par de años investigadores del Instituto de Investigación del Cáncer (Institute of Cancer Research) y del Instituto Nacional de Investigación Médica (National Institute for Medical Research) de Gran Bretaña, quienes publicaron en la prestigiosa revista Nature el hallazgo de un gran número de provirus en las células de los cerdos. Estas diminutas bombas de tiempo llamadas provirus son resabios de antiguas infecciones virales que han quedado atrapados en el ADN, y que en algún momento pueden llegar a reactivarse, volviendo a la vida a los virus originales.

Que los virus porcinos prendan en el ser humano podría llegar a ser un desastre: el sistema inmunológico que ejerce la vigilancia en todos los rincones del cuerpo humano no sabría cómo enfrentar a estos nuevos enemigos. Además, como si esto fuera poco, siempre está presente la posibilidad de que los virus porcinos crucen sus caminos con los virus humanos, dando lugar a quiméricas y desconocidas especies virales.

Con las defensas dormidas

El otro gran inconveniente que presentan los trasplantes de islotes de cerdo es, paradójicamente, el buen funcionamiento de las defensas del organismo que atacan y destruyen a todas aquellas células que no reconocen como propias, incluidas, por supuesto, las que integran los islotes. En palabras del doctor Adrián Abalovich, coordinador del Grupo de Investigación del Departamento de Trasplante Celular del Hospital de Clínicas, “el gran problema de los trasplantes de islotes es el mismo de todos los trasplantes: hay que inmunosuprimir a la persona para evitar el rechazo”. La inmunosupresión que, como su nombre lo indica consiste en suprimir o atenuar la beligerante actividad del sistema inmunológico, implica por un lado que el paciente tome medicamentos de por vida, mientras que por el otro lo expone a múltiples enfermedades. “Incluso una neumonía común puede ser un problema serio para una persona que ha recibido un trasplante”, comenta el doctor Pablo Rafaelle, cirujano de la Fundación Favaloro.

En los trasplantes de islotes de cerdos, la cuestión inmunológica es aún más seria: los tejidos porcinos tienen características que, a los ojos de las celosas defensas del cuerpo, los hacen similares a ciertas bacterias. Evitar el rechazo es la asignatura pendiente para los investigadores que trabajan en trasplantes.

El cerdo en la máquina

La combinación de tejidos vivos con materiales biológicamente inertes -los llamados órganos bioartificiales- ofrece una alternativa a lainmunosupresión que acompaña indefectiblemente a los trasplantes, tanto de órganos (páncreas) como de células (islotes), y aleja también al temido fantasma del contagio de enfermedades animales. En el Laboratorio de Trasplante Celular del Hospital de Clínicas, Abalovich propone implantar islotes pancreáticos de cerdo en cápsulas que cuentan con una membrana semipermeable. La tarea de la membrana, una vez que las cápsulas han sido colocadas dentro del organismo humano, es permitir la salida de la insulina y el ingreso de nutrientes y, a la vez, impedir la entrada de los linfocitos (la primera línea de ataque del sistema inmunológico).

Para ello, el equipo de trabajo que coordina Abalovich se abocó en primer lugar a perfeccionar una técnica para extraer los islotes del páncreas. El siguiente paso fue trabajar en el encapsulamiento de islotes. Actualmente, los integrantes del Laboratorio de Trasplante Celular colocan a los islotes en unas “estufas” de cultivo que imitan las condiciones corporales (temperatura y presión), para determinar por cuánto tiempo producen insulina.

“Por otra parte, estamos buscando perfeccionar las cápsulas -cuenta Abalovich-. Generalmente, se acostumbra poner muchos islotes en cada una; nosotros llegamos a la conclusión de que eso dificulta la difusión del oxígeno, provocando la muerte de los islotes. Para evitarlo, estamos probando con cápsulas más pequeñas.”

Para el futuro, chanchos

Si los resultados son los que el equipo de Abalovich espera, el próximo paso será implantar los islotes de chancho en chancho y, si nuevamente todo funciona bien, recién entonces se podrá plantear la posibilidad de utilizar estos miniórganos bioartificiales porcinos en seres humanos.

¿Quién lo sabe?, quizá en par de años que a uno le digan que es un cerdo no sea un insulto, sino un halago.

Informe: Vanina Lombardi (cátedra de Periodismo Científico, Facultad de Ciencias Sociales, UBA).