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secciones Urbanismo, salud y política(II parte)

Por Esteban Magnani

A comienzos del siglo XX los sueños de grandeza de una clase dirigente que parecía haber encontrado su lugar en el mundo, bajo un floreciente modelo agroexportador, hacen desear que Buenos Aires se transforme en la capital europea de la Argentina y, por qué no, de Latinoamérica misma. El siglo XIX había sido despedido por el intendente don Torcuato de Alvear quitando las recovas que dividían la Plaza de Mayo en dos y abriendo la Avenida de Mayo al Congreso y al mundo.

De la misma manera, las modernas concepciones en salud relacionadas con las teorías científicas en boga, sobre todo del eugenismo a principio de siglo, se instalan en la sociedad porteña. Así es como la cambiante realidad argentina y sobre todo la llegada de ese invitado ansiado y temido a la vez que es la clase obrera fueron torciendo la historia.

La llegada de la Metrópolis

En materia de salud, en la Argentina y el mundo del siglo XX se deja de lado el higienismo del siglo XIX para encarar la salud como un problema fundamentalmente de herencia genética (eugenismo) y de prevención de contagios. El eugenismo genera un acuerdo bastante fuerte entre los médicos de instituciones diversas que sin embargo lo utilizan como sustento de propuestas distintas: mientras los de izquierda, anarquistas incluidos, de acuerdo al lamarckismo, enfatizan la necesidad de cuidar las condiciones de salud de las madres y los niños, los de derecha privilegian la cuestión de la raza y la necesidad de que sobrevivan los mejores. El Estado penetrado por esta ideología dominante, proveniente sobre todo de Europa, comienza a legislar acerca de la necesidad de cuidado de la mujer en el trabajo, el control de natalidad, la salud infantil, controles sanitarios prematrimoniales (que se siguen haciendo en la actualidad) para evitar la reproducción de tuberculosos, locos y, sobre todo, sifilíticos. El objetivo era evitar que las enfermedades de los padres se transmitieran a los hijos.

“Por primera vez para la clase trabajadora la enfermedad deja de ser una mera fatalidad para comenzar a tener relación con las condiciones de vida y la prevención se incluye en la agenda sindical”, explica la socióloga Dora Barrancos, investigadora independiente del Conicet y titular de Historia Social Latinoamericana de la Facultad de Ciencias Sociales, UBA. Después de la II Guerra Mundial, el eugenismo, que había llegado a ser prácticamente una ideología, desaparece de la escena a causa de lo que el nazismo hace de él como justificación de la superioridad de la raza aria.

Casas obreras

Durante esos años las ordenanzas en materia de vivienda siguieron acumulándose en el mismo sentido delineado durante el siglo anterior: necesidad de espacios abiertos, parques, evitar hacinamientos, etc., de acuerdo a las enseñanzas pasteurianas acerca de los contagios. En la década de 1920 comienzan a venderse lotes en terrenos alejados como forma de descomprimir los conventillos. De esta época es el barrio de San Bernardo, en lo que es actualmente la zona de Santa Rita (cercana a Caballito). “El Estado se encargó, en poco me-nos de 10 años, de instalar calles transitables y una infraestructura mínima. Lo primero que se instalaba era la escuela”, explica Barrancos.

En 1928, bajo la presidencia de Marcelo T. de Alvear, con Carlos Noel como intendente, se elabora el primer código urbanístico realmente orgánico de la ciudad. Allí se reelabora la concepción de ciudad que existía, pensando en la arquitectura racionalista (de figuras simples y modular, es decir que puede repetirse sin crear problemas) que se había asentado en Europa. Se ponen alturas máximas para edificios, tratando de dejar patios de aire y luz, pulmones de manzana, características de los retiros en fachada (los que determinan cada cuántos metros de altura la construcción debe retroceder respecto del borde, produciendo una especie de escalera). Según Alberto Petrina, cotitular de Arquitectura Argentina: “Ese es el mejor código que tuvo Buenos Aires hasta hoy”. Además se zonifica la ciudad y se determinan altura máximas para cada barrio.

Sin embargo, recién en la década del 30, de la mano de un gobierno conservador como fue el de Agustín Pedro Justo (1932-38), con Mariano de Vedia y Mitre como intendente, Buenos Aires empieza a tomar su cara actual. Es entonces cuando se abre la 9 de Julio que estaba prevista en una ley de 1912, se ensanchan Belgrano, Santa Fe, Córdoba y Corrientes. Por otro lado el arquitecto y paisajista Ernesto Vautier hace la General Paz, una obra modelo para su época. “Voy a decir algo que no es políticamente correcto: las ciudades las han modificado en general los autoritarios, de derecha o izquierda, sin demasiadas consultas. Esas grandes modificaciones urbanas, desde Ramsés II hasta Mao Tse Tung, se han tomado por decisión de unos pocos.”

Estas obras en su mayoría estuvieron inspiradas en lo que hiciera el barón Georges Eugene Haussman en el París de Napoleón III, para abrir caminos al ejército en caso de rebelión interna. En el caso argentino sólo se la copió por admiración a la Ciudad Luz, ya que la clase obrera argentina era poco numerosa.

El plan Carrillo

Con la llegada del peronismo al gobierno, se pone en marcha el primer plan orgánico de salubridad pensado para toda la población (incluso la rural). Al fin y al cabo el gobierno peronista, ya fuera por convicción o simple demagogia, necesitaba que sus partidarios estuvieran sanos y contentos a la hora de votar. Alberto Petrina y María Isabel de Larrañaga son autores de un trabajo sobre “La arquitectura de masas durante el peronismo. 1945-55” para el Instituto de Arte Americano Mario J. Buschiazzo (Fadu-UBA) cuentan: “Hasta la época de Perón sólo existían los grandes hospitales pabellonarios que dependían de las comunidades: el italiano, el alemán, el francés, además del Hospital de Clínicas, que estaba en la plaza Houssay. La capillita que se conserva aún hoy en la plaza era la del hospital”.

Hasta Perón ni siquiera había un Ministerio de Salud, sino un Departamento de Higiene. Cuando lo crea, el cargo principal es ocupado por Ramón Carrillo, un neurocirujano santiagueño con una gran visión acerca de lo que realmente era el cuidado de la salud.

“El fue quien armó un plan completo de salud”, explica Petrina. “En poblaciones ínfimas, donde no hacía falta un puesto sanitario, pasaba una vez por mes la ambulancia de la fundación vacunando, revisando bocas, dando consejos. Si había alguien infectado se lo llevaba a un pueblo con unidad sanitaria. Después venía el hospital zonal y la última etapa estaba prevista la construcción de ciudades hospitalarias por regiones: Cuyo, NOA, Centro, etc., que iban a ser con huertas, mantenimiento, viviendas, etc. En Tucumán se empezó a construir y en la actualidad todavía se utiliza la parte de viviendas para médicos. Ese plan fue modelo incluso para algunos países europeos.”

Con la Revolución Libertadora tanto lo bueno como lo malo del peronismo, incluido su nombre, quisieron ser borrados. “Después de la Libertadora, Carrillo tuvo que trabajar en Bahía, como residente, gracias a la buena voluntad de sus colegas brasileños”, se lamenta Petrina. “Y pensar que durante su gestión se erradica la sífilis y la tuberculosis. Era la época en que se comienza a utilizar la penicilina, pero es él el que la distribuye.”

El sueño del barrio obrero

Lo que se hace durante el gobierno peronista en materia de vivienda también es importante, ya que evita que las oleadas de inmigrantes internos y provenientes de los países limítrofes se hacinen, como sucede actualmente, en un cordón insalubre.

Durante el primer gobierno democrático radical se habían construido 1095 viviendas, todo un record para la época, de acuerdo a la ley Cafferata (un diputado radical) de 1915. Ese emprendimiento estatal puede verse hoy en el Bajo Flores o Los Andes (que ocupa una manzana en la actual Chacarita). Más adelante y en un marco internacional signado por el Estado de bienestar, el gobierno de Perón a través del Banco Hipotecario y de la fundación Eva Perón construye más de 500.000 viviendas en todo el país a través de préstamos en condiciones de pago muy buenas. Muchos de esos barrios todavía existen y están en bastante buen estado: “En Buenos Aires hay varios: el Simón Bolívar, hecho con monoblocks muy buenos, es de esa época, al igual que el de los Perales, el Grafa, Saavedra, Ciudad Evita, Parque Chacabuco y los barrios que rodean Ezeiza. Se los llamaba ‘barrios parque’ porque era obligatorio dejar espacios verdes, canchas de fútbol, construir una escuela primaria, si la población prevista era grande también secundaria, un consultorio, etc.”, explica Larrañaga.

Después de la Revolución Libertadora, las casas que estaban pagando los obreros, en la mayoría de los casos, fueron vendidas. Ni los sindicatos ni los obreros pudieron mantener los salarios y hoy en día son barrios de clase media casi sin rastros de trabajadores industriales. “En eso es clarísimo: los dos gobiernos populares del siglo, el radical y el peronista, son los únicos que se ocuparon de la salubridad y el urbanismo en general y no sólo de los sectores ricos”, sintetiza Petrina.

Dictadura y después

Pero ya vendrían tiempos peores de la mano de los sucesivos y apenas matizados gobiernos militares. Cuenta el famoso mito puesto en boga después de la Revolución Libertadora y que llega hasta nuestros días, que los obreros que habían construido su casa con préstamos del Estado usaban el bidet de sus casas nuevas para poner plantas, la bañadera para criar chanchos y el parquet para hacer asado. “Eso puede haber pasado una o diez veces, pero no pasó 500.000 ni mucho menos. Si vas hoy a una de esas casas, en la mayoría encontrás las cosas originales en buen estado porque estaban hechas con materiales de calidad”, asegura Petrina, asesor de Patrimonio Arquitectónico de la Subsecretaría de Cultura del gobierno (radical, por cierto) autónomo de la ciudad de Buenos Aires. En todo caso, cierto o no, los subsiguientes gobernantes parecen haber creído completamente en el mito: “Después del ‘55 hicieron un barrio que se llama Rivadavia. En el interior de las casas se pusieron camas, mesas y sillas de hormigón como diciendo: ‘Vos, mal nacido, comés en esta mesa y no vas a poder ni mover el banco’. Mirá hasta dónde se llegó”, relata Petrina. De los subsiguientes y breves gobiernos, democráticos y militares, los proyectos fueron entrecortados. Recién en la última dictadura sí hubo un proyecto bastante orgánico de lo que se entendía por urbanismo, para bien o para mal (ver recuadro). “Algunos de los barrios que ahora tienen los problemas más graves de delincuencia fueron planificados por muchos de los mejores nombres de la arquitectura progresista durante los gobiernos militares”, explica Larrañaga.

Huellas de asfalto

La historia argentina, la que generalmente no se cuenta en los libros, está escrita en caracteres de asfalto. Aprendiendo el código, poco a poco aparece la historia en la que se cruzan los aciertos y errores, los intereses y las mezquindades de las clases políticas.


Diana Szarazgat y Silvia Rossi *

A comienzos de los años 70 la arquitectura fue diversa y especulativa, había una corriente fuerte de construcción tradicional y autóctona y otra que se fijaba en el exterior antes de construir. En 1976 cuando llegó el Proceso, intentó “reorganizar la Nación” con las recordadas consecuencias, también operó sobre el urbanismo y la arquitectura. De ese entonces es el Código de Planeamiento y de Edificación, lo que pasó a ser la Biblia de la construcción.

En aquel entonces cuando se hablaba de orden, se trataba de límites, cuando se hablaba de “vías rápidas” se trataba de autopistas utilizadas para llegar más rápido a “la City”. No se trazaron por cualquier zona, sino por aquellas donde no fuera “un problema”, aunque atravesaran barrios tradicionales, creando una frontera dentro del mismo espacio, borrando pasado y memoria. Se utilizó el recurso de indemnizar para legitimar la decisión. Gente que vivía en casas que guardaban una historia familiar, gente mudada “de facto”.

Mientras que en otros países se estudiaban autopistas periféricas para la agilización del transporte público en la ciudad, o subtes y aerotrenes, aquí se le ponía bisturí al tejido urbano (Ordenanza N-o 34.776 del 28/2/79). Debajo aparecerían, ¡oh sorpresa!: comisarías, cuarteles de bomberos, espontáneos estacionamientos y, por qué no, la canchita de tenis, ya que por ese entonces todos querían ser Vilas.

En 1978, se tenía que dar una imagen de grandeza, fortaleza y solidez. Con ese espíritu se hizo el Estadio Monumental, realizado por el conocido estudio de Aslan, Ezcurra y Asociados, para albergar a los argentinos y extranjeros -75.000 espectadores- que querían participar del Mundial ‘78. Fue “La Era del Hormigón”. Toda estructura, de casa, edificio o escuela, era de ese material y la particularidad era que la estructura estaba a la vista, mostrando las juntas del encofrado, exagerando su color verde grisáceo, casi militar.

Con el Plan de Erradicación de Villas de Emergencias (P.E.V.E.) del Ministerio de Bienestar Social del gobierno constitucional anterior, se ubicó a algunas de esas familias en distintos complejos habitacionales como, por ejemplo, San Justo, el P.E.V.E. N-o 22, los Conjuntos Ciudadela I y Ciudadela ll -conocidos actualmente como “Fuerte Apache” (este último proyecto a cargo del Estudio Staff, de Bielus, Goldenberg y Krasuk), diseños quizá más inspirados en la arquitectura “del Exterior”, que en el verdadero usuario que viviría en el interior.

Arquitectura militar: orden y control

En esa época, hubo un Plan Municipal de 60 escuelas primarias, 24 de ellas se inauguraron en 1981. Las escuelas no escapaban a una tipología pseudomoderna autóctona, marcando los paños y las líneas horizontales, ladrillo y estructura de hormigón a la vista, escaleras y pisos graníticos y carpinterías de chapa de hierro y grandes paños vidriados. Fueron diseñadas con amplitud espacial, con lo que se mejoró notablemente el hacinamiento de las de los años 50. Acertadamente fueron pensadas para que el mantenimiento interior y exterior fuera mínimo; salvo por los vidrios, rompibles y peligrosos, tratándose de una población de niños. Desde luego, no dejaron de encuadrarse en el proyecto institucional de orden y control. Las paredes enteras de vidrio que dan a los pasillos internos pretendían transparencia, pero tuvieron un efecto inhibidor al existir la constante posibilidad de mirar hacia el interior desde el centro del colegio (sistema de panóptico). El diseño hizo imposible el intercambio entre ciertos sectores, logrando el efecto y la sensación de aislamiento. También empezó a haber una preocupación por el medio ambiente, así fue que se logró bajar el nivel de smog reemplazando las viejas calderas para calefacción, que funcionaban con derivados de petróleo por las nuevas a gas natural, pero por sobre todo se prohibieron los incineradores (Ordenanza N-o 33.291 del 30/12/76) lo que fue, ciertamente, “un respiro” para la ciudad, ya que disminuyeron en un 50% el hollín y las cenizas suspendidas.


Tanta fue la preocupación, que se descentralizaron completamente todas las industrias, sólo podían quedar en la Capital las oficinas de las mismas, pero el problema no se solucionó: sólo se trasladó al conurbano, la polución siguió existiendo y parece que nada ha cambiado.

Con el mismo espíritu ecológico, se intentó limpiar un poco la ciudad, comenzando por el proyecto del Cinturón Ecológico. Este proyecto nació el 15 de agosto de 1977. La basura se reduciría por medio de compactadores domiciliarios y se distribuiría desde los tres centros del Ceamse. En grandes camiones con contenedores que servirían para “ganar terreno al río” un proyecto reincidente y monotemático, de cuanta dictadura pasó por este país... El sistema era el de relleno sanitario cubriendo áreas inundables, creando parques recreativos.

En cuestiones de “imagen” también se inauguró la tan esperada emisión televisiva en color, desde luego, poco antes del Mundial ‘78, para esto el gobierno cedió un espacio urbano muy controvertido y allí se construyó ATC. La idea inicial fue, aparte de la emisora en sí, la de ofrecerle un espacio público a la comunidad. Una plaza seca, típica de esta época, que sería a su vez el techo de la emisora. Los arquitectos: Manteola, Sánchez Gómez, Santos, Solsona y Vignoly se las ingeniaron para salvar algunos árboles y poner un lago artificial con algunos toques de verde, aunque desde la vereda, la “imagen” es de un fuerte basamento de granito, con volúmenes de hormigón y piso de cemento.

La ciudad nunca estuvo fuera del contexto histórico. Ella misma escribe su historia en las calles y en las fachadas. Si se aprende a leer este lenguaje, será más fácil la lectura de las construcciones de esta época. Los materiales más usados: hormigón y ladrillo. Y las figuras geométricas predominantes, en plantas y fachadas: rectángulos y cuadrados.

* Arquitecta. Actualmente trabaja en restauración en el microcentro y San Telmo.