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Opinión

Ciencia, propiedad y democracia

La ideología dominante es la globalización que viene a ser una expresión neutral de lo que antes se llamaba dependencia. Tulio Halperin Donghi.

Por Andrés Carrasco*

Así como en la transición del siglo XIX al XX el centro de la discusión ideológica fue la propiedad del capital, hoy es la propiedad intelectual. Se globaliza el conocimiento pero no su propiedad. Aseveración que no es contradictoria porque constituye un elemento esencial del capital globalizado, ya que la tecnología es parte del sistema de acumulación capitalista y nunca se ha desarrollado con el objetivo de asegurar la expansión de una mayor equidad para los conjuntos sociales cada vez más amplios, sino con la lógica de la rentabilidad del mercado o de hegemonías militares. El cambio sustancial que produjo la penicilina en el tratamiento de las infecciones aún hoy no es accesible al conjunto de la población mundial, y ninguna de las grandes compañías farmacéuticas productoras se hace o se hará cargo de esto. Y esto se debe a que el ideal de progreso del modernismo aparece cuestionado porque no pudo resolver, como pregonaba, la injusticia ni la equidad social. Por eso el debate acerca de la propiedad del conocimiento, sus productos de interés social y los derechos y deberes que regularán su utilización por la sociedad seguramente encontrará su pico en los próximos años.

La privatización de la ciencia En la región latinoamericana existe preocupación sobre el creciente proceso de privatización de la ciencia y la dificultad para lograr una distribución equitativa del conocimiento, y desde distintos ámbitos se exhorta a examinar por parte de las sociedades la aplicación de los tipos de apropiación del conocimiento y del papel del Estado en su regulación. El impacto de los efectos de las nuevas tecnologías se valoriza en los países periféricos con deslumbramiento y se les adjudica características chamánicas que encierran los secretos de un nuevo mundo más libre. Así en el ambiente político este deslumbramiento funciona con la ingenuidad de quien encuentra un juguete nuevo con el que explorar el mundo y cree que con él puede resolver cualquier situación. El nuevo �juguete� tecnología puede mejorar la velocidad de las decisiones, la posibilidad de manejar la naturaleza desafiándola desde la biotecnología o extremando la competencia mas que la competitividad, pero nadie seriamente puede hoy predecir con bases científicas cómo la aplicación masiva de las distintas tecnologías afectará el mercado de trabajo, el medio ambiente, la diversidad biológica o los derechos esenciales de los ciudadanos como la privacidad individual. Conocimiento necesario pero no suficiente Esto sucede porque el conocimiento fue necesario, pero nunca suficiente en el proceso de transformación social. Porque el avance científicotecnológico no puede explicar la totalidad de la complejidad de losprocesos históricos y políticos que produjeron los grandes cambios en la sociedad humana. Por otra parte, siendo una forma más del proceso de acumulación de las sociedades centrales y parte constitutiva en las nuevas formas que va deshojando el modelo capitalista, nadie hasta ahora puede asegurar que la acumulación asimétrica de la propiedad no va a profundizar la exclusión de enormes sectores. No sólo por falta de educación equitativa, sino porque la propia dinámica del proceso de acumulación hace y hará imposible democratizar el conocimiento en este modelo de sociedad no dialéctico, sin una política que contemple esta complejidad. Quede en claro que aquí no se pretende discutir ni criticar la producción de conocimiento científico ni un ataque a la investigación como actividad humana, sino quién y cómo se apropia del mismo, quién decide las estrategias, quién discute los marcos legales, quién controla la utilización para preservar el interés general de la sociedad. Esto debería hacer reflexionar a aquellos que desde la simplificación de la ideología técnica la piensan virtuosa por sí misma y la ven como herramienta de la liberación suplantando la política del próximo milenio. Esa concepción no es inocente, porque sin un cambio en la lógica actual serán las corporaciones privadas quienes tendrán el control global del conocimiento. No alcanza con hablar También es preocupante que algunos sectores de la comunidad científica proclamen con paroxismo oportunista mediante operaciones de prensa, la derrota inminente y definitiva del cáncer, las adicciones, la esquizofrenia y la depresión maníaca, la enfermedad de Alzheimer, el sida y el hambre del planeta entre otras calamidades. El tiempo dirá, más pronto que tarde, que a pesar de las desmesuradas proyecciones y exégesis de los científicos, las enfermedades estarán todavía allí. El problema es que prometiendo demasiado, la ciencia erosionará su imagen pública y la gente adoptará hacia ella y con razón una actitud cínica. Queda claro, al menos para algunos de nosotros, que la parábola literaria de Orwell es una advertencia, porque una sociedad tecnológicamente avanzada no necesariamente es más democrática ni automáticamente traduce un aumento del poder de decisión del ciudadano. Es decir, que producir conocimiento o alfabetizar al ciudadano para los desafíos, cambios y demandas del mundo futuro, son aspectos necesarios pero parciales del problema. Va a ser necesario desarrollar una visión integral desde la sociedad que contemple el equilibrio entre conocimiento acumulado y el poder ciudadano dentro del Estado para asegurar la justicia y el bienestar. La globalización del saber La globalización no es un fenómeno proveniente de Marte, es parte de la actual unidimensionalidad neocapitalista que globalizó las empresas más rápidamente que los Estados y los desplazó de las decisiones desafiando su papel, aun al interior de los países centrales. Como el conocimiento sólo se transforma en poder al ser apropiado, la centralidad de la globalización es precisamente la apropiación del conocimiento como parte del nuevo paradigma hegemónico. Entonces definir este problema enfatizando la propiedad social primaria del conocimiento es la única forma de garantizar la dignidad, libertad, justicia y soberanía de la sociedad del futuro y no podemos aceptar, como dice The Economist, que todo sistema económico produce ganadores y perdedores y el Estado debe ocuparse de estos últimos. Reducir al Estado a aceptar un papel asistencialista de los excluidos es renegar de pensarlo como árbitro de los distintos intereses contradictorios que se mueven en las sociedades y es en definitiva renunciar a la política. Un Estado fuerte Los cambios necesarios en la Argentina como en cualquier otro país son posibles en tanto exista la voluntad política de avanzar en este debate o en su defecto lo resolverán otros. Y toda nuestra tarea será �bajar� de Internet la receta a seguir. Si en cambio se quiere tener una política nacional en materia científica y tecnológica que ayude a combatir la exclusión social, deberá encontrar un Estado fuerte con voluntad política y una comunidad académica con actitud de servicio que reemplace la actual lógica de acumular de poder para controlar corporativamente instituciones y espacios académicos como parte de emprendimientos personales o grupales en las Universidades y centros de investigación. Esta es condición sin equa nom para que tenga sentido la conclusión mas relevante del documento final de la Conferencia de la UNESCO �Ciencia para el siglo XXI: Un nuevo compromiso� que se realizó en junio en Budapest que propone a la ciencia en la sociedad y para la sociedad. Para evitar que la ley del más fuerte imponga las formas de convivencia y asegurar los funcionamientos democráticos en las políticas públicas para la ciencia y la tecnología, la agenda para el próximo gobierno requerirá funcionarios que administren políticas encarnadas en lo social y conviertan la acción en esperanza. Que sean capaces de generar y conducir los consensos necesarios con la participación de toda la sociedad, para generar marcos legales, mecanismos de control y sobre todo una permanente acción sobre los contenidos de la educación desde los primeros niveles, que alfabetice científicamente al ciudadano, que es al fin y al cabo quien tiene el derecho a saber y decidir cómo y para qué se produce el conocimiento. Comenzar a transitar este debate sería sin duda un acto revolucionario.

* Andrés Carrasco es investigador del CONICET.