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La vigencia del esoterismo y la especulación irracional como fuentes del fenómeno nazi

Hitler y las seudociencias

Por Pablo Capanna

Hace años descubrí un libro antiguo en una mesa de usados: La religión en la Alemania actual, de Raoul Patry, publicado en 1926. El autor, un diplomático francés, trazaba un panorama de la Alemania de Weimar, donde dedicaba un capítulo al “neopaganismo”. Hitler era aún “el fascista bávaro” y sólo aparecía en una nota al pie, junto a otros racistas.
El autor daba cuenta de rituales populares de adoración del fuego y de la proliferación de sociedades secretas. En 1923, había escuchado a un agitador “del grupo Hitler” proclamar que “para destruir el cristianismo que ha envenenado al espíritu alemán y sustituirlo por los dioses germánicos harán falta terribles combates. De los setenta millones de alemanes, sólo quedarán siete, pero ellos serán los amos del mundo”.
“La unión de la política y de la religión siempre tuvo efectos nefastos .comentaba Patry, ocho años antes de que Hitler llegara al poder.-, pero el ejemplo de Alemania nos enseña que de esa unión puede nacer un monstruo.”
El clarividente francés ya olía que detrás de los nazis había algo más que fascismo. Lo que se estaba construyendo era una seudorreligión, empeñada en falsificar la historia e imponer creencias delirantes.

El lado oscuro de la modernidad
A sesenta años de la invasión a Polonia, el fenómeno nazi sigue presentando aspectos enigmáticos. Toda su carrera cubrió tan sólo una docena años, pero fue capaz de precipitar una terrible guerra mundial y un engendro tan inconcebible como el Holocausto. Su siniestra alianza de tecnología avanzada, eficiencia burocrática e insania se destaca en la historia de la maldad humana.
Sin entrar en absurdas contabilidades acerca de quién asesinó más gente, el nazismo fue cualitativamente distinto al resto de los totalitarismos. Su irracionalidad era otra. Creó una ideología inédita que asumió todas las perversiones políticas de su tiempo, nutrida en las ocultas tradiciones gnósticas que convivían al costado de la modernidad, esta vez recicladas con componentes seudocientíficos.

Mixtificaciones

Las características satánicas del nazismo hicieron, desde el comienzo, que algunos calificaran a Hitler de “poseído” por un poder oculto.
Más tarde, a partir de los años sesenta, fueron los propios simpatizantes del esoterismo quienes impulsaron su interpretación en clave ocultista. “Satanizando” a Hitler –en sentido literal-. enturbiaron la cuestión, al convertir la Segunda Guerra Mundial en una lucha sobrenatural. Escribieron suculentos bestsellers, donde el lector nunca llegaba a entender si el autor realmente repudiaba al nazismo o bien se sentía atraído por sus poderes “mágicos”.
Los más famosos fueron Pauwels y Bergier, con El retorno de los brujos (1960), que mezclaba hechos inquietantes con especulaciones infundadas. El gran público se enteró allí del auge que bajo el nazismo habían tenido seudociencias, como la doctrina del Hielo Cósmico o la de la Tierra Hueca, pero quedó confundido con las especulaciones acerca de la “conexión tibetana” y las “jerarquías invisibles”. La información tampoco era novedosa, porque ya la había dado a conocer Martin Gardner en 1956, basándose en un artículo escrito por Willy Ley en 1947.
Luego vinieron Dietrich Bronder (Antes que Hitler llegara, 1964) que vinculaba a los nazis con Gurdjeff, y Michel-Jean Angebert (Los místicos del sol, 1971), que inventaba una supuesta iniciación de Hitler por un monje herético. Trevor Ravenscroft, en La lanza del destino (1972), no sólo mostraba a Hitler apoderándose de la lanza que había herido a Cristo, sino también ponía al general Patton tras la misma pista.
Digamos, de paso, que estos libros solían sostener que la svástica nazi está orientada hacia la izquierda, mientras que la tibetana (benéfica) gira en el sentido del reloj. Basta consultar cualquier buen libro de historia para ver que los nazis usaron cualquiera de las dos.

Los mitos de Madame Blavatsky
Helena Petrovna Blavatsky, la fundadora de la teosofía, escribió en 1888 La Doctrina Secreta. Contenía las revelaciones recibidas de sus ficticios maestros tibetanos, que contradecían toda la historia conocida.
Sin demasiado talento como novelista (de haberlo tenido hubiera escrito fantasías similares a las de Tolkien, Stapledon o Lovecraft) Mme. Blavatsky construyó una compleja cosmogonía.
La Tierra había sido habitada por diversas razas (¿especies?) fundamentales. Existían siete de ellas, cinco conocidas y dos futuras. Cada una se dividía en sub-razas y ramas.
Las dos primeras (los hiperbóreos) habían habitado el Artico y el norte del Asia. La tercera, compuesta de gigantes antropoides, vivió en el continente perdido de Lemuria hasta desaparecer, víctima de “la degeneración racial”. Sus sucesores fueron los Atlantes, dotados de”poderes psíquicos”. De los sobrevivientes de la Atlántida deriva la raza aria.
Teósofos posteriores aseguran que la sexta raza aparecerá en California, antes que América se hunda en el mar y la séptima emigrará al planeta Mercurio. Una pésima opción, si consideramos el clima caluroso.
Los libros de Blavatsky fueron traducidos al alemán y alimentaron el revival ocultista que se inició en Austria y en Alemania antes de 1910, para culminar después de la Primera Guerra Mundial. En esos años se produjo su peligrosa hibridación con el antisemitismo de Gobineau y el darwinismo social de Haeckel y sus continuadores.

Los ariosofistas austríacos

Gracias a los estudios de Goodrick-Clarke (Las raíces ocultistas del nazismo, 1985) sabemos hoy que el guión ideológico del nazismo había sido escrito veinte años antes de Hitler en algunos círculos ocultistas vieneses, especialmente por obra de dos personajes: Guido von List (18481919) y Jörg Lanz von Liebenfels (1874-1954).
Ambos repudiaban su formación religiosa (Lanz había sido monje cisterciense) y comenzaron su carrera con un sesgo esencialmente anticatólico, que rápidamente se hizo anticristiano y antisemita.
Von List asumía el esquema de Blavatsky (incluyendo Atlántida y Lemuria) pero se abocó a construir una seudohistoria germánica, basada en una tradición esotérica que supuestamente había sido reprimida por la Iglesia, los judíos y la modernidad.
El historiador romano Tácito había llamado “hermiones” a los chamanes germanos. En base a esta palabra, Von List inventó el “armanismo”, la gnosis de los primitivos arios, que dominaban el poder mágico de las runas y tenían por símbolo la esvástica. Esta última era un símbolo popularizado por los teósofos.
Los templarios, los rosacruces y Giordano Bruno habían sido “armanistas secretos”. Incluso la Cábala (¡!) era una creación germánica, usurpada por los judíos. De tal manera, Von List podía, con total desparpajo, calcar la jerarquía armanista sobre el árbol de las Sefiroth.

La Teozoología

Jörg Lanz había sido monje, discípulo del biblista Schlögl, cuyas obras antisemitas habían sido prohibidas por la Iglesia.
Lanz echó las bases de la seudociencia racista. En una lápida medieval, descubrió la imagen de un caballero acompañado por un simio y creyó encontrar figuras semejantes en el arte babilonio. De estas “pruebas” dedujo que junto al verdadero Hombre (el ario rubio que describían los darwinistas sociales) había existido una especie bestial, derivada de otra rama de la evolución, que era capaz de cruzarse con los humanos. De la mezcla de estos simios o pigmeos con los arios derivaban las razas inferiores: negros, mongoloides y “mediterranoides”.
Según Lanz, la Caída de Adán había consistido en un acto de bestialismo y el Génesis había sido escrito para prevenir a los arios (¡!) de ese peligro. En cuanto a Cristo, se llamaba Frauja, y había predicado el racismo, pero su mensaje había sido distorsionado por las razas degeneradas.
Actualmente, el mayor peligro lo constituían el feminismo (Lanz sentía aversión por las mujeres), el socialismo y la democracia. Para combatirlos, fundó la Orden de los Nuevos Templarios, con la esvástica por símbolo, y publicó la revista racista Ostara. Años más tarde, Lanz aseguraba que Hitler era uno de sus discípulos. Según Martin Gardner, su mito del origen bestial de las razas había sido incluido por Hitler en la primera edición de Mi lucha.

La visión de rayos X
La seudohistoria de Lanz también asumía todos los temas teosóficos. Junto a la Atlántida, Lemuria y el Año cósmico que anunciaba una Nueva Era entre 1920 y 2640, incorporó el tema del “tercer ojo”, que tomó de Bolsche, un divulgador científico de entonces.
Eran los tiempos de Roentgen, Curie, Marconi y Hertz. En esos años, no sólo se hablaba de los misteriosos rayos X, sino también de los N, que por error creía haber descubierto el francés Blondlot en 1903.
Lanz no tardó en incorporarlos. Sus arios primitivos poseían órganos sensoriales que les permitían emitir rayos N y recibir “señales eléctricas”. La degeneración racial había atrofiado esos órganos, reduciéndolos a la pituitaria y la glándula pineal. Pero anunciaba: “No pasará mucho tiempo antes que surja un nuevo sacerdocio en la tierra del electrón y el Santo Grial”.

Proyecto de genocidio

En 1905, treinta años antes del Holocausto, el delirante vienés proponía una siniestra política racial que al parecer inspiró a Himmler. La poligamia de las élites SS, las maternidades estatales para las madres arias solteras y la educación de las Mujeres Elegidas fueron ideas de Lanz puestas en práctica por Himmler.
Mucho más espantosas resultan sus propuestas de políticas a seguir no sólo con los judíos, sino con las “razas inferiores”: esterilización, esclavitud, uso como bestias de carga, deportación a Madagascar y hasta “incineración como sacrificio a Wotan”. El Holocausto judío era sólo el comienzo.

Los ariosofistas nazis

El nexo entre la Ariosofía y el nazismo fue Rudolf von Sebottendorf, un admirador de Von List y Lanz que vivió hasta 1945. En realidad se llamaba Adam Glauer, pero, al igual que sus maestros, se atribuía títulos de nobleza.
Sebottendorff fundó dos sectas racistas en Munich entre 1917 y 1919: la Sociedad Thule y la Orden Germánica. Ambas se identificaban por la esvástica y el “armanismo”, pero ponían el origen de la raza aria en otro continente perdido, en este caso la nórdica Thule.
No fue sólo un ideólogo. Participó en operaciones militares contra los espartaquistas en Munich, tras el asesinato de Eisner, junto con el cabo Hitler. Sebottendorf y Eckhart, de la Sociedad Thule, estuvieron entre los fundadores del NSDAP, el partido nazi.
También ariosofista fue el vienés Karl Maria Wiligut, llamado “el Rasputín de Himmler”. Wiligut, quien a partir de 1933 cambió de nombre y pasó a ser el Oberführer Weisthor, tuvo una ominosa presencia en los campos de exterminio y murió en 1946.
El fue quien diseñó el sello de la “SS calavera” e ideó para ella un ritual y una disciplina cuasi-monástica, inspirado en las órdenes guerreras medievales y las leyendas del Grial y la Mesa Redonda.
Weisthor también proyectó la creación del castillo de Wewelsburg, que debía ser algo así como el Vaticano de la SS, el polo mágico para la conquista del mundo. El proyecto era apoyado por Himmler (el más “místico” de los nazis), y ni siquiera Hitler se entusiasmaba con él. A pesar de queHitler había dicho que su religión era la de Parsifal, se cuenta que luego de presenciar un ritual SS y escuchar los coros opinó que como canción navideña seguía prefiriendo “Noche de paz”.
Weisthor también orientó los estudios “históricos” de la SS, destinados a reescribir toda la historia conocida, a fraguar pruebas arqueológicas del “armanismo” y a probar la superioridad aria mediante la “ciencia racial” de seudoantropólogos como Günther, Woltmann y Schermann.

La guerra de los astrólogos
La creencia en la alquimia, las runas o el péndulo radioestésico era común en los círculos de poder nazis. Es cierto que desde el poder el nazismo persiguió a teósofos, masones y astrólogos y hasta limitó la actividad de Lanz, de Thule y de los Nuevos Templarios, al parecer porque su intención era tener el monopolio de las fuerzas ocultas. Basta repasar lo ocurrido con los astrólogos.
La astrología, escasamente popular hasta la Primera Guerra Mundial, estuvo en auge durante el ascenso del nazismo. Los líderes nazis tenían astrólogos a su servicio.
Desde los comienzos de la carrera de Hitler se había dado gran difusión al horóscopo que le había hecho Elsbeth Ebertin en 1924, anunciando que “iba a ejercer el rol de Führer”. En realidad, Hitler se hacía llamar Führer desde 1921. Además, el horóscopo lo ponía bajo la influencia de Aries, por un error de fechas, y continuaba diciendo que “iba a sacrificarse a sí mismo por el bien de la Nación”(¡!). El último pronóstico auspicioso salió en 1933. En cuanto los vaticinios comenzaron a ser pesimistas, su publicación fue prohibida.
El más influyente de los astrólogos de Himmler fue el suizo Karl Krafft. Al parecer, sus cálculos llevaron a decidir la fecha del misterioso viaje de Hess a Inglaterra. Tras algunos fracasos, la Gestapo lo encarceló, pero fue liberado para trabajar en otro proyecto. Se trataba de fraguar interpretaciones de Nostradamus favorables al nazismo, mostrando que el “Hister” mencionado por el vidente francés era Hitler. En realidad, Hister era un antiguo nombre del Danubio.
Conocedores de este flanco débil del enemigo, los británicos contrataron al húngaro Louis de Wohl, que había huido de Alemania en 1935. De Wohl logró fraguar contraprofecías de Nostradamus y el espionaje aliado infiltró en Alemania una copiosa literatura astrológica que contenía profecías aciagas.

Educando al monstruo

Por supuesto, las fuentes esotéricas no son excluyentes para la comprensión del nazismo, pero integran una ecuación explosiva con los factores políticos y económicos. Siempre hubo multitud de sectas delirantes, pero casi nunca llegaron al poder.
Algunos libros recientes parecen reforzar la tesis de la culpabilidad colectiva del pueblo alemán, como si hubiese sido el único capaz de sucumbir a la irracionalidad. Teniendo en cuenta la tolerancia con que se dejó crecer al nazismo, estas explicaciones suenan hoy un tanto tendenciosas.
De hecho, los delirios que alimentaron al nazismo eran de variado origen: la teoría racista venía de un francés (Gobineau) y de un inglés (Chamberlain). La teosofía fue concebida en la India por una rusa y en esa misma época abundaban los racistas norteamericanos que “probaban” la inferioridad de los negros.
Por su parte, la teoría de la Tierra hueca había sido fundada por el norteamericano Symmes y la Cosmogonía Glacial de Horbiger (destinada asuplantar la “física judía” de Einstein) fue continuada por el inglés Hans Schindler Bellamy.

La manzana
Todo esto sólo tendría interés histórico, si no viviésemos en tiempos de la New Age, la nueva teosofía de fin de siglo. Atlántida, Lemuria, la Gran Pirámide, las runas y los “poderes mentales” están a la orden del día. Los banqueros apelan a la astrología y a los videntes para diseñar sus estrategias, y los jefes de Estado consultan el I Ching y a los mentalistas. Se combaten las encuestas con exorcismos y se entrenan cuadros gerenciales con disciplinas chamánicas.
No se trata de cargar todas las culpas en la teosofía, que pese a la deshonestidad de su fundadora formó a figuras valiosas como Gandhi y Krisnamurti (luego alejados de ella) y hasta al pintor Piet Mondrian, considerado un “artista degenerado” por los nazis. Sólo se trata de tener memoria. La manzana del irracionalismo puede ser tentadora, en un mundo donde todo lo sólido se disuelve en el aire. Pero no hay que olvidar que a veces encierra algunos gusanos.