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Ideas políticas y ciencia
a lo largo del siglo XX
en la Argentina

Por Enrique Oteiza*

La mayor parte de los trabajos sobre Política Científica y Tecnológica (CyT), que se realizó en nuestros países de América latina a partir del ‘60, apuntaba inicialmente hacia el futuro, para prestar luego creciente atención al diagnóstico y la coyuntura. Este acortamiento de la perspectiva refleja el tránsito desde un período inicial signado por el optimismo hasta el actual clima marcado por un posibilismo estrecho y desesperanzado. Un fin de siglo guiado por una concepción neoliberal periférica –presente continuo sin historia ni futuro, asfixiado por el peso del ajuste permanente y el endeudamiento creciente–, que nos encuentra desindustrializados, con un débil desarrollo científico y mínima capacidad de adaptación y generación de tecnología, en tanto que la situación en los países avanzados en materia industrial y de potencial CyT corresponde a otro mundo. Respecto del pasado, los trabajos actuales tampoco apelan a la memoria, no examinan por ejemplo las visiones que las élites de poder tuvieron sobre el papel de la investigación CyT en la construcción del Estado-Nación y más tarde del “desarrollo” argentino, a lo largo del siglo XX. Visiones sugerentes que, en buena medida, definieron lo que aquí ocurrió en esa materia.
Balance de fin de siglo
Aprovechando el pretexto del fin de siglo, echaremos una mirada a las ideas políticas que nuestras élites de poder tuvieron en los últimos 100 años en relación con el papel de la CyT en nuestra sociedad, que presentaremos de manera resumida. Aparecen así períodos en que desde el gobierno se insufló vida a las actividades de investigación CyT, seguidos de otros de lamentable destrucción y retroceso. La falta de articulaciones internas y externas del Sector CyT fue siempre un verdadero talón de Aquiles de lo que nunca dejó de ser sólo un modesto esfuerzo económico, por comparación con la experiencia de los países industrial y científicamente avanzados.
Al recordar el clima de época de la Argentina de principio de siglo XX, se nos hace presente una sociedad que, aunque conflictiva y contradictoria, vivía un proceso dinámico de organización nacional, crecimiento veloz de la población merced a la inmigración, acelerada expansión económica con distribución desigual de sus frutos y concentración de la propiedad de la tierra fértil, una rápida urbanización y un acelerado desarrollo del sistema de educación pública, dentro de un modelo agroexportador.
Ilustración y expansión científica
Las élites de poder estaban influenciadas por las ideas de la ilustración, las revoluciones francesa y norteamericana, el liberalismo y el positivismo, ideario que las motivó ya a finales del siglo XIX a expandir la enseñanza de la ciencia y consolidar grupos estables de investigación científica, luego de largas décadas de iniciativas frustradas. Ya en 1886 se crea en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires un Instituto de investigaciones en Microbiología y, más tarde, grupos en ciencias naturales integrados por científicos europeos y sus discípulos locales, que logran realizar tareas continuadas y sostenidas de investigación. Hay que tener presente que para1900 existían sólo dos universidades de alguna monta en el país, las de Buenos Aires y Córdoba. Fue en la primera de ellas donde las actividades de investigación científica comenzaron a consolidarse. La Universidad de La Plata, creada por la provincia de Buenos Aires en 1891, recién impulsa la investigación científica después de su nacionalización, en 1905, cuando Joaquín V. González la reorganiza de acuerdo con el modelo de universidad científica alemana. El papel de la inmigración de científicos y profesionales europeos, que llegaban no sólo contratados por instituciones locales sino también escapando de los conflictos y crisis por los que atravesaba ese continente, fue decisivo. “Los museos de ciencias naturales” y los “observatorios astronómicos” que se habían establecido anteriormente se integraron en su gran mayoría en el siglo XX a las universidades.
La Reforma Universitaria del ‘18 dio un gran impulso a la universidad al democratizarla y elevar su nivel académico y científico mediante la introducción del sistema de designaciones por concurso. Precisamente en 1919 se designó por concurso a Bernardo Houssay como director del Instituto de Investigaciones Fisiológicas de la UBA, lo que contribuyó a la consolidación de la investigación universitaria al nuclear investigadores de diversas disciplinas científicas, con dedicación exclusiva, en torno a la elucidación de problemas científicos, superando el esquema de cátedra convencional.
Nuestra universidad no dejó, sin embargo, de mantener su carácter profesionalista, aunque durante las dos primeras décadas del siglo constituyó el ámbito privilegiado de la investigación y la creación de conocimientos.
Una palanca del progreso
En los primeros veinte años del siglo las élites de poder estuvieron imbuidas de la noción general de que la ciencia constituía un componente fundamental de la modernidad y palanca del progreso. Resulta llamativa, sin embargo, la debilidad extrema de la investigación agropecuaria, mientras algunos países europeos, los Estados Unidos, Canadá y Australia realizaban en ese sector esfuerzos importantes, desde el siglo pasado, obteniendo una gran expansión de la producción. Tampoco nuestra dirigencia comprendió la importancia de la investigación CyT en relación con el proceso de industrialización, como había ocurrido en las revoluciones industriales de segunda generación, como la alemana, la japonesa o la de los EE.UU. Optó por un modelo agroexportador e importador de manufacturas, que brindó ingentes beneficios a la clase terrateniente.
El golpe del general Uriburu marcó un antes y un después, también en materia de política científica, manifestándose de inmediato el desafecto del régimen por el medio científico-universitario. Se produjeron de inmediato intervenciones universitarias, persecución a científicos y otros intelectuales, y la asignación de recursos públicos crecientes hacia laboratorios del Estado ubicados lejos de la universidad. Sin embargo, el sector universitario siguió creciendo, al impulso de la demanda social. La investigación científica se expandió lentamente en las décadas del ‘30 y del ‘40, incorporando por un lado nuevos contingentes de científicos inmigrantes de origen europeo y jóvenes científicos egresados de nuestras universidades, y por el otro padeciendo intervenciones y purgas. El impulso industrializador del período, que se realizó en el marco de las políticas de sustitución de importaciones, no generó una demanda significativa de investigación CyT local.
La posguerra
El período post Segunda Guerra Mundial (finales de los ‘40 y los ‘50) se ve marcado por la influencia de nuevas formas de institucionalización que habían emergido en países avanzados, los grandes organismos de investigación CyT del Estado. Así se crea, primero, la Comisión Nacional de Energía Atómica, que adquiere en pocos años una dimensión importante, en relación con las instituciones de investigación preexistentes. La Comisión tuvo desde su fundación hasta el ‘83 una dimensión de carácter bélico (semisecreta) y otra que fue expandiéndose en relación con la energía nucleoeléctrica y diversas aplicaciones pacíficas de la física nuclear. Dentro del Estado estuvo siempre bajo la conducción de la Marina, lo cual le aseguró a lo largo de un prolongado período en el que el militarismo tuvo una presencia decisiva, estabilidad y el acceso a importantes recursos (mientras en el ámbito de la investigación CyT universitaria ocurría todo lo contrario). La CNEA desarrolló capacidades CyT importantes, que habría ahora que reorientar en función de las necesidades actuales y futuras no sólo energéticas sino de industrialización.
El INTA
El INTA, creado en la década del ‘50 -.después del derrocamiento del gobierno del general Perón–, llenó el inexplicable vacío histórico en el desarrollo de la investigación y extensión en materia de tecnología agropecuaria. La adaptación del modelo de investigación agropecuaria pública, que los EE.UU. habían desarrollado ya en el siglo anterior, incidió de manera positiva en la superación del atraso experimentado aquí después de la gran expansión agrícolo-ganadera inicial. El INTA gozó de recursos significativos y estabilidad, explicables por el peso político que los grandes productores agropecuarios mantuvieron en la segunda mitad del siglo XX. Para que nuestro país mantenga alguna capacidad de creación, adaptación y control de las tecnologías importadas (agroquímica, genética, medio ambiente, productividad, distribución de la riqueza, etc.), el INTA requeriría una redefinición de sus objetivos de investigación y extensión, fortalecer su articulación con las ciencias básicas, las ciencias sociales y en general, el medio universitario.
El INTI
El Instituto de Tecnología Industrial -.INTI–, también establecido después del ‘55, fue comparativamente más débil. Pasada la etapa inicial, sufrió de lleno los embates de la inestabilidad política, sus recursos fueron siempre menores y fluctuantes, y sus objetivos no estuvieron a la altura del desafío de la reconversión superadora de un sector industrial creado en el marco de las políticas de sustitución de importaciones, en lugar de la destrucción iniciada con Martínez de Hoz. Así se puso en evidencia la incapacidad del propio empresariado industrial argentino y de la dirigencia política para formular y llevar adelante una estrategia de industrialización adecuada a los cambios que se habían producido después de la Segunda Guerra Mundial. En la década del ‘90, al igual que la CNEA, el INTI fue debilitado aún más a través de políticas de retiro voluntario y fijación de objetivos muy restrictivos. Queda por delante una tarea refundacional. Tanto el INTI como la CNEA y el INTA estuvieron lejos del ámbito universitario como resultado de políticas CyT reaccionarias que padecimos durante largos años.
El Conicet
El Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), creado en el mismo período, tuvo como finalidad la de promover la investigación CyT, aunque su orientación histórica fue predominantemente científica y de poco apoyo a las ciencias sociales y a la investigación tecnológica. Sus principales instrumentos de acción fueron, como en su modelo francés, la carrera de investigador científico, las becas de formación de investigadores jóvenes, los subsidios de investigación y otros programas de apoyo. A partir del golpe de Onganía se hicieron sentir en el Consejo de manera creciente el peso de la discriminación y las persecuciones político-ideológicas, que se agravaron durante la última dictadura en que el terrorismo de Estado exacerbó las políticas sistemáticas de desaparición, prisión masiva, tortura, destituciones, intervenciones y otras formas criminales de represión responsables de un éxodo muy significativo de investigadores, adicional al que ya había provocado la dictadura anterior. El régimen militar de Videla y sus secuaces ubicó dentro de la propia estructura del Conicet a algo más de 200 unidades de investigación como parte de una política de debilitamiento del ámbito universitario.
La universidad
También a partir de la segunda mitad de la década del ‘50 se produjo un notable florecimiento de la universidad pública argentina, que fue aplastado en 1966 con la intervención de la dictadura de Onganía. Durante ese breve lapso se experimentó un importante avance de la investigación científica en las ciencias naturales, exactas y las biomédicas. Se institucionalizaron las ciencias sociales a nivel de la investigación y la docencia, y se obtuvo un mejoramiento de la enseñanza en casi todas las áreas del saber. La investigación tecnológica logró en la universidad algunos avances, comparativamente no tan significativos, mientras la investigación en el campo de las humanidades también se fortaleció. La intervención de Onganía produjo un daño a la universidad y a la CyT en la Argentina del cual aún no se ha recuperado plenamente, entre otras cosas porque el éxodo de docentes e investigadores de primera línea fue demasiado grande y nunca existió en las autoridades políticas una conciencia suficiente de las implicaciones de ese hecho y de la naturaleza de las políticas necesarias para remontarlo.
Puede decirse que el período de posguerra comenzó con una concepción de la investigación CyT como instrumento de desarrollo, luego de desarrollismo, para quedar finalmente ahogada por la Doctrina de Seguridad Nacional, y más tarde, a partir del ‘76, limitada por la lógica de las políticas de endeudamiento y ajuste.
La democracia
El período post ‘83 vivió, durante el gobierno del doctor Alfonsín, los inestimables beneficios del fin de la dictadura, el reemplazo de gestiones represivas y discriminatorias por una nueva conducción democrática encabezada por el doctor Manuel Sadoski. Se devolvió la autonomía al Conicet y se permitió el comienzo de un debate abierto sobre ciencia, tecnología y sociedad. La reconstrucción de lo destruido fue, sin embargo, débil, ya que el modelo de “sustitución de importaciones” generaba poca demanda al sector CyT y las dictaduras que padecimos fueron altamente destructivas; el predominio del sector financiero más el peso siempre creciente del endeudamiento creaban condiciones cada vez más desfavorables para la investigación CyT.
El menemismo
El Gobierno del presidente Menem fue responsable una vez más de la pérdida de autonomía del Conicet, que pasó en la década del ‘90 a ser dirigido sucesivamente por los tres secretarios de CyT. En particular, los doctores Matera y Liotta reinstauraron funcionarios y prácticas de la época de las dictaduras, lo que llevó a serias deficiencias de gestión y a formas de discriminación y de exclusión que produjeron en la comunidad científica un fuerte desánimo. Posteriormente, el licenciado Del Bello impulsó una recuperación de la autonomía que mostró sus límites durante la presidencia del doctor Enrico Stefani. El Conicet fue debilitado por la creación fuera de su seno de fondos destinados a la promoción de la investigación CyT, en particular el Foncyt, el Fontar y el Fomec, que canalizan préstamos internacionales (BID, Banco Mundial) en un marco menos autónomo que el del Consejo, redistribuyendo préstamos cuyos términos de referencia están fijados en buena medida por las agencias que los otorgan.
Fin de siglo
Así, el fin de siglo encuentra a la Argentina con su capacidad de investigación CyT muy debilitada y sin rumbo. Los jóvenes investigadores, que alcanzaron su formación de posgrado después del ‘83, vieron sus perspectivas de inserción en el país muy limitadas frente a las posibilidades que se les abren en el exterior. Por otra parte, la falta de una política clara y enérgica de recuperación de buenos investigadores de la diáspora argentina en 1983, cuando el clima de retorno era muy bueno, implicó la pérdida de una gran oportunidad. Ya casi parece innecesario recordar que los recursos públicos destinados a la investigación son llamativamente bajos y el aporte privado, insignificante. Cabe destacar que países como Brasil, México y Chile duplican aproximadamente el porcentaje de PBI que se destina en la Argentina a la investigación CyT. Para revertir esta postración no sólo es imprescindible incrementar los recursos asignados a la investigación CyT, hasta alcanzar como mínimo una cifra aproximada del 1% del PBI, sino también recuperar una capacidad de pensamiento que vaya más allá de la coyuntura.
Es imprescindible formar grupos de trabajo que reúnan a las personas con más experiencia y conocimiento nacional e internacionalmente adquiridos en esta materia, provenientes de distintos campos del saber, brindándoles el apoyo del Estado para que puedan realizar una tarea seria. No se puede salir de una situación como la que exhibe la ciencia argentina hoy, sólo con planteos tecnocráticos y retóricos imitativos, aplicados a un contexto donde cualquier parecido con el sector CyT y el sector industrial de los países centrales es mera coincidencia. Urge corregir el rumbo, para lo cual es imprescindible formular una nueva estrategia, que no puede ser improvisada ni realizada por limitadas escuderías con acceso sólo a alguna oreja. La política de Ciencia y Tecnología debe ser una política de un Estado democrático.

*Enrique Oteiza es investigador y ex- director del Instituo de Investigaciones de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, Gino germani y especialista en políticas científicas